En el salón imperial, el criado Tomás entró para informar: —Majestad, la Gran Princesa ha venido al palacio, dice que quiere verlo.El Rey levantó la cabeza de la montaña de archivos que tenía en su escritorio y, soltando la pluma, se frotó las sienes. —¿Dijo de qué se trata?El criado Tomás con cautela le contesto: —No lo dijo, pero se ve que está que hecha humos.El Rey dejó escapar una risa. —Mi tía siempre ha sido imponente. Cada vez que viene al palacio por las festividades, se comporta como la figura autoritaria que es, pero rara vez me busca personalmente. Al fin y al cabo, ¿qué asunto hay que ella no pueda resolver por sí misma? Debe ser por lo sucedido en el banquete.Había escuchado lo del banquete, aunque no sabía si tenía todos los detalles. Pero después de tantos días, ¿todavía sería por eso que venía al palacio?—Hazla pasar —ordenó.El criado Tomás dudó un momento y dijo: —La Gran Princesa le ha pedido que vaya usted a recibirla, y también ha llamado a la Reina Madre Leo
La Gran Princesa pronunció entre dientes: —¡Isabella!Al escuchar ese nombre, la Reina Madre Leonor bajó un poco la cabeza y sus ojos empezaron a moverse nerviosos. Ella había mandado a alguien a seguir a Isabella para ver si realmente había ido a la casa de la Gran Princesa, pero la persona aún no había regresado a informar cuando la Gran Princesa ya había llegado al palacio y la había llamado también.Viendo la furia de la Gran Princesa, la Reina Madre Leonor no necesitaba escuchar el informe; estaba segura de que Isabella había ido a la casa de la princesa y le había dicho cosas muy duras, aunque seguramente también muy satisfactorias.¿Qué habría dicho? Que pudo hacer enfurecer tanto a la vieja arpía, quien nunca antes había visto entrar al palacio para buscar que el Rey interviniera a su favor.La Reina Madre se malhumoro. —¿Isabella? ¿Qué ha hecho? ¿Por qué deseas que el Rey la castigue?La Gran Princesa exclamó con enojo: —¡Se atrevió a irrumpir en mi casa y a insultarme la muy
El Rey levantó una mano y dijo: —Tía, por favor cálmese. Que Isabella haya irrumpido en su hogar y la haya insultado no es apropiado y carece de la dignidad de una dama noble. Pero, ¿qué fue lo que le dijo? ¿Hay testigos? Si lo cuenta, yo tomaré cartas en el asunto. En cuanto a la acusación de difamación sobre el arco de castidad, ordenaré que se investigue. Si resulta ser una calumnia contra usted, también la castigaré.—¿Testigos? Los hay de sobra. Todo el personal puede dar testimonio. Ella entró directamente, los guardias no pudieron detenerla. Y en cuanto a sus insultos, los presentes también los oyeron —respondió la Gran Princesa.Hizo una pausa y añadió: —En cuanto a investigar lo del arco, es innecesario. Si se hace una investigación pública, se armará un gran escándalo. El pueblo, en su ignorancia, al ver que el gobierno investiga, lo tomará por cierto. Aunque al final se demuestre que yo no hice tal cosa, será difícil limpiar mi nombre.La Reina Madre intervino con impacienci
Al ver cómo el rostro de la Gran Princesa se puso de todos los colores, la Reina Leonor sintió un placer indescriptible. Por fin había llegado el momento en que ella probara el sabor de la derrota.Aunque la Reina Leonor no entendía por qué no se podía condenar a Isabella por un crimen de lesa majestad, ya que esa acusación era bastante grave, la Gran Princesa se quedó callada, lo que indicaba que quizás no quería continuar con la acusación.El motivo detrás de todo esto era algo que necesitaría preguntar a su hermana más tarde, pero eso no le impedía disfrutar viendo la cara de la señora roja de la rabia.Finalmente, ella se marchó, furiosa. Dicha visita al palacio le hizo darse cuenta de que Isabella actuaba con tanta audacia porque tenía el respaldo de la Reina Leonor y del Rey, no solo de Benito.No era de extrañar que fuera entonces tan insolente.Cuando la Gran Princesa se fue, el Rey se llevó una mano a la frente y suspiró: —Parece que la historia del arco de castidad es despué
La Reina Madre conocía bien los pensamientos de su hermana, así que decidió advertirle: —Pronto te irás a vivir con Benito e Isabella, y si no entiendes cómo manejar las cosas allí, es mejor que no te metas. Cuando Isabella entre en la casa, ella se encargará de la administración...—Hermana, eso no es correcto —interrumpió la Reina Madre Leonor, poniéndose seria por primera vez.—¿Desde cuándo una nuera recién llegada se encarga de la casa? No confío en ella. Aquí, entre nosotras, no tengo reparo en decirlo: no me gusta, no quiero que sea mi nuera y mucho menos que administre el hogar.—¿Entonces quieres llevar la administración? —levantó una ceja la Reina Madre.—Muy bien, mañana mismo haré que la emperatriz te ceda el manejo de todo, para que descanse unos días. Quiero ver cómo lo haces.—No es que no haya manejado asuntos en palacio antes. La emperatriz tiene el control, pero yo la he ayudado bastante. Además, cuando tú estabas a cargo, ¿acaso no te ayudé en muchas cosas? —replicó
Dicho asunto era efectivamente obra de la muy víbora Gran Princesa. Si no podía hacer que el Rey castigara a Isabella por ofender a la realeza, entonces utilizaría sus propios métodos para darle una lección.—Que el pueblo de la capital siempre ha elogiado su piedad filial, ¿no? Pues veremos si una hija que se casó durante el luto por su padre recibe o no el desprecio del pueblo —dijo la Gran Princesa.En ese momento, la señora Ángeles, quien era la ama de llaves del palacio, entró con entusiasmo y anunció: —Gran Princesa, y princesa Catalina, ya se ha difundido el rumor. En las casas de ventanas abiertas tabernas, y rondas, todos están comentando sobre esto, y prácticamente solo se escuchan insultos e improperios.—¿Prácticamente? ¿No son acaso todos? —Princesa Catalina arqueó las cejas. — ¿Aún hay acaso gente que habla bien de ella?La señora Ángeles respondió: —Princesa Catalina, hay algunos plebeyos que la defienden, diciendo que cuando se casó, ya habían pasado veinticuatro meses
La Gran Princesa sonrió lentamente. En efecto ya venía siendo el momento de pedirle algo de plata a su hermana.En el Palacio, la Reina Leonor estornudó varias veces. Cuando llegó el mediodía y estaba a punto de descansar, le informaron que la Gran Princesa y la princesa Catalina habían llegado.Doña Matilde frunció el ceño. Cuando las dos víboras, madre e hija venían juntas, casi siempre se podía adivinar el motivo.Hace años, la princesa Catalina y la Reina Madre Águeda habían abierto una tienda de polvos de rubor y perfumes en el mercado y lograron hacer algo de ganancias. Pero la Reina Madre Leonor, al enterarse de las ganancias, quiso abrir su propia tienda, pero no con la princesa Catalina, sino con un sobrino de su familia materna.Sin embargo, la princesa Catalina acudió a su puerta, asegurando que tenía una receta secreta para fabricar rubor tan bueno como los que usaban las maquilladoras del palacio. Le pidió a la Reina Madre Leonor que invirtiera tres mil monedas para empren
Al tomar el dinero de Reina Madre Leonor, la Gran Princesa gastó algo más y mandó a las fisgones de las tabernas y fondas a seguir difundiendo que Isabella no cumplía con su luto.Viendo que en la residencia del Duque Defensor del Reino no había respuesta alguna, ni siquiera se atrevieron a salir, la Gran Princesa pensó que Isabella debía estar aterrada por las críticas externas y se sintió muy complacida.Se había sobrestimado completamente al oponerse a ella.Aprovechando la situación, continuó entrando al palacio para entrevistarse con el Rey, y le dijo que Benito había casado a Isabella, lo que representaba un riesgo para el Reino. Para el bienestar social, debería impedir que Isabella se casara con su hermano.Ella pensó que el Rey, al escucharla, se pondría a reflexionar, pero para su sorpresa, él respondió con rostro severo y dijo: —¿Qué está usted diciendo, tía? Benito y Isabella son ambos generales, recuperando el Sur del Reino y protegiendo el territorio. Ambos son leales a