Benito no dejaba de servirle comida a Isabella, pero evitaba responderle la pregunta.Isabella no mostró ninguna duda al respecto, pues no era un asunto demasiado importante.Él sonrió, desviando el tema:—Después del banquete de cumpleaños de la Gran Princesa, seguro que habrá muchos temas nuevos entre las familias nobles de la capital.Isabella lo miró de reojo.—Sí, de hecho, muchas jóvenes nobles estarán con el corazón roto. Cuando la Reina Madre Leonor de Castilla anunció que nos casaríamos, muchas me lanzaban miradas llenas de hostilidad.Benito sonrió con un matiz ambiguo:—También habrá quienes te envidien y sientan celos de ti. Al menos Theobald se arrepintió, y mi hermano el Rey también quedó impresionado.Isabella respondió con ironía:—No lo creo. Soy una mujer divorciada. ¿Quién me miraría con buenos ojos?Benito tocó suavemente su frente con los palillos.—Pronto serás la reina consorte de Benito, ¿y aun así te subestimas?—Eso es lo que la gente piensa —replicó ella, dev
Desde que volvieron del banquete de cumpleaños de la Gran Princesa, Rosario enfermó. A medianoche le subió la fiebre y empezó a decir incoherencias.La señora Minerva llamó al médico en plena noche, y Gustavo fue a buscar a Theobald, que estaba hospedado en una posada. Theobald al principio pensó que lo estaban engañando, pero al regresar y ver a su madre temblando y murmurando incoherencias, comprendió que su era grave.Incluso Desislava se acercó a cuidar de ella. Llevaba días sin ver a Theobald; ella tenía su orgullo y no quería buscarlo, pensando que, al fin y al cabo, está siempre sería su casa y él tendría que volver en algún momento.Theobald no la miró; solo preguntó con urgencia: —¿Por qué enfermó de repente? ¿Y tan gravemente?Manuela rompió a llorar: —¿Por qué más va a ser? Todo es por culpa de Isabella. También fue al banquete de cumpleaños de la Gran Princesa y, aprovechando que se va a casar con el Benito, se atrevió a insultar a la Gran Princesa y a la Princesa Catalina…
A altas horas de la noche, finalmente estalló todo. La señora Minerva se sentía agotada hasta el extremo y se dio la vuelta para salir de la habitación.Detrás de ella se escuchaban gritos, voces de hombres y mujeres, acompañadas por los chillidos de Manuela. La señora Minerva caminó lentamente hacia el salón principal del patio interior. En el pasado, Isabella solía sentarse en aquella silla, presidiendo los asuntos domésticos.Los asuntos familiares eran complicados, pero ella siempre tenía paciencia, tratando a todos con amabilidad. Y más aún cuando su suegra enfermaba por las noches, ella la cuidaba toda la noche sin dormir. Al día siguiente, sin descansar, hacía lo que debía hacer, como si nunca se cansara. Pero, ¿quién no se cansa? Solo era cuestión de aguantar con todas sus fuerzas.La señora Minerva antes no lo entendía, pero ahora ya lo entendía todo.Agotada, se dejó caer en la silla, observando el salón vacío. Para ahorrar aceite, solo había una lámpara encendida en el corre
Theobald asumió el cargo, y Desislava también esperaba obtener un puesto, aunque fuera como guardia en la capital o ingresar a los Halcones de Hierro como líder de una pequeña unidad.Sabía que había cometido errores, por lo que el cargo asignado no sería demasiado alto, pero después de la batalla de Villa Desamparada, ella tuvo el mérito principal. Ignorando la campaña en los Llanos Fronterizos del Sur, ella creía que no sería difícil pedir un puesto.Con una posición oficial, podría levantar la cabeza y vivir con dignidad.Sin embargo, pensaba con demasiada ingenuidad; Isabella sólo recibió un título honorífico, sin necesidad de acudir a la capital ni de participar en los entrenamientos de los Halcones de Hierro. Claro, si fuera absolutamente necesario, ella podría asistir, pero no estaba obligada.Desislava esperó varios días y lo único que recibió fue un documento del departamento de defensa expulsándola del ejército y anulando todo su mérito en Villa Desamparada.Ya no era la Gene
Benito fue al Templo del Conocimiento, y Reina Madre Leonor envió a alguien para que llamara a Isabella al palacio.Después del banquete de cumpleaños de la Princesa Floriana, la Reina Madre Leonor cambió su opinión sobre Isabella, pero no lo suficiente como para aceptarla como su nuera.Mas analizandolo bien, se dio cuenta de que no tenía muchos métodos a su disposición; después de todo, Isabella se atrevió a mostrarse tan desinhibida, por lo que el uso de métodos duros sería inútil.Así que decidió intentar conmoverla con razones y sentimientos, esperando que renunciara por voluntad propia.Cuando Isabella llegó al palacio de la reina, vio que se había dispuesto una mesa de té, con pasteles y té listos; incluso la cara altiva de la Reina Madre Leonor esbozaba una sonrisa forzada.Se notaba que era forzada, pues la sonrisa se veía muy rígida.Después de que Isabella le rindiera honores, la Reina Madre Leonor despidió a las sirvientas y comenzó a charlar con ella sobre temas cotidianos
—Ella miró a Isabella, con su delicada cara de hermosura incomparable. Luego observó su figura esbelta y le resultó difícil imaginar que, como decía Benito, ella pudiera cortar a alguien de un solo tajo.Se acordó de lo que había dicho y hecho en el banquete de cumpleaños de la Gran Princesa, y preguntó: —¿No tienes miedo de que la Gran Princesa tome represalias por lo que hiciste aquel día?—Solo un tigre de papel, ¿por qué habría de temerle yo? —respondió Isabella con calma.La Reina Madre Leonor añadió con frialdad: —Tu juventud es mucha por lo que no conoces sus métodos. Tiene muchas maneras de actuar a escondidas, ellas son rastreras y te harán sufrir.—Si nos ataca por la espalda, le devolveremos el zarpazo. Actuamos con rectitud y no le debemos nada a nadie. No le temo ni a sus acciones abiertas ni a sus intrigas. Además, ella tiene demasiados secretos, y cuando alguien tiene un punto débil, es fácil pues de manejar —respondió Isabella mientras hacía un gesto con la mano, rompi
Después de salir del palacio, Isabella subió a la carroza y, se dirigió directo a donde la Gran Princesa. Tenía previsto ir allí desde hace mucho antes, solo que la convocatoria al palacio la había retrasado.Sin embargo, el retraso no importaba. Pasado el mediodía, la Gran Princesa ya habría terminado su siesta y estaría llena de energía, sin lugar a dudas lista para todo lo que pudiera venir.En los últimos días, Isabella había estado organizando el almacén, ordenando todo lo que había traído de donde los Vogel. Algunos artículos que se podían vender, se vendieron, mientras que otros, que fueron difíciles de ser vendidos, se apilaron en un rincón.Como iba a casarse con Benito, no podía usar esos objetos como dote, así que, tras organizar el almacén, Félix debía hacer una lista de lo que aún necesitaba adquirir.Entre los objetos desordenados, Isabella encontró el regalito de castidad que la Gran Princesa le había enviado. Era un trabajo exquisito, tallado con esmero y hecho de mader
Isabella levantó la mirada, observando el rostro colérico de la señora. Con el rabillo del ojo vio cómo una criada se adelantaba para interponerse entre ellas, gritando: —¡Alguien que salve a la ama!Isabella esbozó una sonrisa. —Gran Princesa, no hace falta hacer semejante alboroto, solo he venido a devolver lo que le pertenece.La mirada de la Gran Princesa se posó en el arco de castidad que Isabella sostenía en sus manos, y su expresión se oscureció de inmediato. ¿Aún entonces lo conservaba? ¿No debería haberlo roto en un arrebato de furia al recibirlo? Aquella vez solo había oído rumores, pero no imaginaba que en verdad lo guardara.El capitán de los guardias llegó con sus hombres dispuesto a irrumpir, pero la Gran Princesa ordenó con voz firme: —¡Retírense y quédense ustedes en la entrada!Ese objeto solo lo conocían sus allegados. Hablar de él era una cosa, pero no podía permitir que lo vieran, especialmente los guardias, quienes solían ser indiscretos, y después de unas copas,