—¡Lárgate! ¿Acaso crees que somos caridad? ¡Fuera de aquí!
Los fuertes gritos de un hombre retumbaban por las paredes de un oscuro callejón.
—¡Deme una última oportunidad, señor! Le pagaré, se lo aseguro, le pagaré todo lo que le debo. Pero por favor no me saque de mi departamento, no tengo a dónde ir.
Luz rogaba de rodillas a aquel hombre como si su vida dependiera de eso, y en cierto modo, si dependía.
A sus 13 años se había quedado huérfana. Su vida no era sencilla, trabajando de mesera para poder pagar la universidad a duras penas y quedando a deber el alquiler.
Era clara la molestia de aquel hombre y la entendía, ¡Claro que sí! Pero él también debía de entenderla a ella y a su pobre vida, pero la realidad era que no le importaba cuando rogara, no aceptaría, tenía que darle a cambio algo que el deseaba desde el primer día en que llegó al edificio.
—¡Por favor, déjeme quedarme solo una noche! —Pidió ella con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Solo una noche!
Él hombre sonrió con malicia y de inmediato los ojos le brillaron, recorriendo su cuerpo con la mirada, salivando como si fuera un perro.
De pronto se acercó a ella y con su mano apretó su barbilla, levantando su mirada hacia él.
—Si quieres quedarte… ¿Por qué no me das algo a cambio? Una noche por una noche… ¡Eh! ¿Qué te parece?
La muchacha lo vio confundida. No entendía a qué se refería hasta que siguió su mirada hasta el escote de la blusa directo a sus pechos.
—¡Ni muerta! ¡Viejo asqueroso, degenerado, viejo verde! —Gritó enfurecida—. ¡Eso es una falta de respeto…!
El sonido de una bofetada resonó por aquel oscuro y tenebroso callejón. Aquel hombre le había dado a mano abierta un golpe directo en la cara y parecía muy satisfecho de haberlo echo.
—¡A mí no me levantes la voz, mocosa ingrata! ¿Acaso olvidas quien te dio plazo por 3 años mientras conseguías un asqueroso trabajo como una mugrienta mesera? —Gritó el hombre con altanería—. ¡Fui yo! ¡Y merezco respeto! ¡Ni siquiera puedes complacerme! ¡Eres una inútil!
La chica se llevó una mano al rostro y apretó los dientes con furia. Si pensaba que no se defendería, que solo se quedaría viendo, ¡Estaba mucho más que equivocado!
Comenzó a agarrar piedras de distintos tamaños y a arrojárselas al hombre que se cubría con odio gritándole cosas, pero ella en ningún momento se detuvo hasta que lo vio entrar a aquel maldito edificio que tantos malos recuerdos le traía.
—¡Así, lárgate, viejo asqueroso y mugriento!
Y cuando la furia al fin pasó, ella bufó en silencio y se restregó el rostro con ambas manos.
—… Que voy a hacer ahora… —susurró para si misma con frustración.
El silencio y el frío de la noche era todo lo que tenía en aquel instante, además de una bolsa negra con la poca ropa que tenía dentro de ella.
Luz fue cerrando los ojos, acurrucada, apoyada de espaldas a aquella pared que pertenecía al edificio donde alguna vez vivió un largo tiempo, y sin darse cuenta, todo se volvió negro.
El sonido de unos pasos acercándose a ella retumbó en su subconsciente, pero ni así se dispuso a abrir los ojos. Que fuera lo que tuviera que ser y si tenía que morir, solo le facilitarían más el trabajo. Tampoco es que tuviera algo porque luchar.
Unos brazos fuertes y firmes la cargaron, el sonido de aquella bolsa fue notado de inmediato, pero ni aun así, el cansancio le permitió el dominio de su propio cuerpo.
Pasos firmes fueron a dar hasta un auto, dejándola en unos de los asientos y pronto el sonido del auto arrancando se hizo presente.
**Media hora antes**
—¡Vamos Nero, no puedes ser así de mezquino! Es la boda de tu socio. No puedes vivir encerrado en tu castillo de la tristeza.
Nero Benaroch, se encontraba sentado en la silla de un bar junto a su típico whisky y en compañía de uno de sus tantos socios cuando vio salir a la camarera que le había entregado aquel vaso con todo el gusto del mundo.
Jamás había visto tanta amabilidad en su vida, pero eso no era lo curioso, sino el constante ajetreo que se cargaba su lobo en su interior repitiendo constantemente: «¡Mate, mi luna!». Y algo había dejado claro Nero desde que perdió a su esposa y a su hijo por la traición de su traidor ex amigo.
Enamorarse, ¡Jamás!. Sexo, ¡Siempre!
Sin embargo, algo le llamaba la atención, ella no olía a una loba, ella era completa e inútil humana.
¡Jamás una humana podría ser una luna! De eso sí que estaba más que seguro.
—¡Vamos amigo, anímate! —Los continuos alaridos de su socio lo llevaron de vuelta a la realidad, una en la que no quería estar—. Abra chicas muy guapas y mucho licor; se cuanto te encanta el licor.
—No me gusta el licor, ¡amo el licor! Pero desgraciadamente no me hace efecto ni aunque así quiera —rio Nero—. En cuánto a las mujeres… ¡Tampoco! Tengo para follar por montón, de esas me sobran. Así que no le veo lo interesante de ir.
El hombre negó con condescendencia y soltó un suspiro que se le hizo eterno. Realmente Nero era más terco que una mula. No se trataba de mujeres o licor, Fernan realmente se preocupaba por él y ya estaba comenzando a preocuparse en serio.
No quería salir, comía poco, siempre tenia un aura como si una nube gris lo siguiera a todos lados. ¡El hombre lo tenía con los pelos de punta! Y por si no fuera poco, era el único que conocía su secreto de aquella naturaleza que prefería ocultar a causa de su doloroso pasado.
—Bueno amigo, te lo dejo ahí, si te animas avísame y nos acompañamos mutuamente. —Dijo con una sonrisa—. Te hará bien salir.
Poco después estaba saliendo de aquel bar no muy lejos de su amigo, con una botella en la mano y pensando en el pasado.
A pocos metros de él, una chica le gritaba a un hombre que le había insinuando acostarse con él.
—Que asco de hombre…
Pero en cuanto ajusto sus bonitos ojos grises, notó de inmediato que se trataba de la camarera que le había servido aquel trago que tanto disfrutó y que siempre lo recibía con una sonrisa.
—… No puede ser… imposible… ¡Demasiadas mujeres, no puede ser ella!
Avanzó unos pasos y trago en seco cuando la vio arrojándole piedras al hombre que huyó cómo cobarde dentro del edificio y luego la vio recostarse en la pared hasta cerrar los ojos.
—¡Así, lárgate, viejo asqueroso y mugriento!
Y cuando la furia al fin pasó, Nero la escucho bufar en silencio y restregarse el rostro con ambas manos mientras susurraba.
—… Que voy a hacer ahora… —susurró para sí misma con frustración.
¡Era la misma! Ahora sí que no podía negarlo, era ella, realmente se trataba de la misma chica que su lobo no dejaba de llamar.
Sin más remedio, avanzo hasta ella y la cargo en sus brazos, recogió su bolsa, y camino hasta su auto. Agradecía al cielo que no estaba muy lejos de ellos porque su olor lo estaba volviendo loco.
La dejó en él y manejo directo a su mansión, sintiendo como el interior del auto se llenaba de su delicioso olor. Impregnado sus fosas nasales, haciendo que la calentura de su cuerpo subiera sin previo aviso y no parecía querer cesar.
—Esto será todo un reto. —Murmuró para si mismo apretando con fuerza el volante de aquel Tesla.
Nero veía con preocupación el cuerpo de la chica recostado sobre aquel asiento.Con tanta calentura en su cuerpo no sabía si podría contenerse. Lo que menos entendía era como una simple humana podía hacerle sentir todo eso, ni siquiera la que era su esposa le hacía sentir que su cuerpo era un volcán a punto de erupción.Y fuera de todo aquello, el claro mensaje de su lobo diciéndole que ella era su luna, se lo dejaba cada vez más nublado.¿Una humana como luna? Exactamente eso en que lo beneficiaba, además de ser una completa locura. Ya no creía en el amor y tampoco tenía un reino al cual llevarla. Ella necesitaba ayuda y el podía dársela, limitarse a una relación por conveniencia podría ser lo más funcional por el momento.No estaba en contra de los humanos, después de todo vivía en su mundo y con la compañía de ellos, pero no confiaba en la fuerza que tenían, eran demasiado débiles. Y ser luna comprometía a tener un potencial y fuerza lo suficientemente altos, esa simple mesera no p
Nero iba continuamente a la habitación de Luz, le traía la comida y vigilaba su salud según lo ordenado por el médico. Estaba llenándose de una inmensa condescendencia, queriendo evitar que ella se sintiera forzada o presionada, hasta el último día de la semana en que no soportó tener más paciencia y decidió preguntarle por su decisión.Tenerla cerca de él todos los días lo estaba volviendo loco, pero los nervios que tenía al saber que el día menos esperado se iría de su vida lo estaba matando aún más.Tocó tres veces a la puerta como siempre y pasó con esa bandeja de postres saludables que le había preparado.—Hola niña, ¿cómo te sientes hoy…? —Preguntó esperando ver esa hermosa sonrisa que formaba hoyuelos en sus pequeñas mejillas, pero en su lugar se llevó una sorpresa.Luz estaba recién salida de la ducha, en bragas y sostén, las gotas de agua corrían de su cabello al resto de su cuerpo mientras intentaba ponerse una blusa color frambuesa.—¡Ay, no puede ser! ¡Fuera, fuera, fuera
Nero pudo jurar que el cerebro de Fernan se había movido de lugar con el puñetazo que le propino Henry.Henry era médico y su hermano mayor, alguien de carácter muy severo, sus pacientes siempre eran lo primero además de su esposa.—¿Cuántas veces te voy a decir que dejes de causar problemas? ¿Por qué tengo que estar resolviendo errores? ¿Es que no te cansas?Fernan miró al suelo mientras Henry le daba pequeños golpes con su guante de látex. Suficiente era verlo arrugar la cara y ver su cara enrojecer a un puñetazo, que era lo que realmente se merecía.Henry caminó guiado por Nero hasta la habitación donde estaba Luz, cuando llegó la vio un poco menos lamentable que cuando la acababa de ver por primera vez, pero aun así se veía mal.—Ella no se ve tan mal, pero hay que cuidarla hasta de este idiota —resopló enfadado, volteándose para ver a Fernan quien frunció los labios con una cara culpable—. A partir de este momento queda prohibida la entrada a este inútil.Nero asintió y lo miró p
Cuando Luz abandonó la habitación, su rostro estaba pálido como la nieve y presentaba bolsas bajo los ojos. La mirada de los presentes se posó en ella con inquietud; sin embargo, no podían determinar si su palidez se debía a haber escuchado la discusión previa o si estaba a punto de desmayarse nuevamente. A pesar de esto, Luz optó por hacer como si no hubiera escuchado nada, como si hubiera llegado después de toda la conmoción, recién levantada. No obstante, su farsa se desvaneció cuando Nero la alcanzó en apenas unos pasos y la envolvió con sus brazos corpulentos. En ese instante, Luz solo podía pensar en la posibilidad de que lo que había escuchado "accidentalmente" fuera cierto, sintiéndose afortunada. —¡Dios mío, niña! ¡No sigas asustándome así! Un día de estos me darás un infarto… —la regañó mientras Luz le sonreía, abrazándolo también con calidez. Apretando los labios para no sonreír aún más, Luz experimentó una sensación nueva al darse cuenta de que alguien se preocupaba tant
Luz observaba a través de la ventanilla del autobús mientras el paisaje se desplazaba velozmente. Su cabello oscuro ondeaba suavemente al compás de la brisa que entraba por la ventana, mientras reflexionaba sobre el silencio que reinaba en la mansión. Había buscado a Nero por todas partes para despedirse, como había hecho en ocasiones anteriores, incluso después de sus mini discusiones sin sentido, pero esta vez él no estaba en ninguna parte. Optó por apartar esos pensamientos negativos que solo la preocupaban hasta desesperarla y cambiarlos por una firme determinación: la de encontrar un empleo que le permitiera ser autosuficiente y liberarse de depender tanto de Nero como de cualquier otra persona. Unos minutos después, Luz se bajó del autobús y tomó un profundo respiro. Esta sería la primera parada de su búsqueda de empleo. Caminó por las calles de la ciudad, observando las tiendas y los carteles de "Se busca personal". Entró en cada lugar con una sonrisa esperanzadora, pero, lame
Al día siguiente, Luz llegó al café con las energías renovadas y a medida que los siguientes dos días fueron pasando, se ganó el corazón de los clientes con su amabilidad y simpatía. Carlos estaba impresionado con su dedicación y el cuidado que ponía en cada taza de café que servía. Pero aun con todo aquello ella no podía dejar de pensar en Nero. No podía evitar preguntarse por qué él estaba tan interesado en que tomara su propuesta si incluso había tomado la decisión de buscarle un trabajo para sacarla de su vida. —Hay que ver que los hombres son complicados —rumeó en silencio—. En serio, ¿quién puede entenderlo? Un momento es todo arrogante y al siguiente actúa como si quisiera protegerme del mundo entero —continuó reflexionando en voz alta, arrugando la frente mientras trataba de descifrar la lógica detrás de las acciones de Nero. Luz dio unos pasos por la habitación mientras seguía con su refunfuño, pero luego se detuvo y suspiró, sintiendo la frustración crecer dentro de ella.
Luz se encontraba en su habitación, sumida en su sueño, cuando escuchó un suave golpe en la puerta. Se levantó todavía medio dormida y sin asomarse por la mirilla de la puerta, la abrió. ―¿Nero? —se preguntó a sí misma, adormilada, mientras restregaba su rostro con su mano—. ¿Qué haces aquí? ―espetó con desconcierto. Su corazón latía con fuerza en su pecho mientras veía a Nero tomar aire y desordenar su cabello. ―Necesitaba verte… y hablar contigo —insistió haciéndola a un lado para entrar—. Aquello no se puede quedar así y no voy a dejarte con algo equivocado en la cabeza, niña. Luz apretó los labios, tratando de ocultar la agitación que sentía. No quería hablar de aquello, pero estaba claro que Nero era tan necio como una mula y por la forma en que la había movido a un lado para cruzar, todo indicaba que no se iría de allí sin una respuesta. ―¿Hablar? ¿De qué? —preguntó llevándose una mano a la frente con desagrado y cerrando la puerta—. ¿Qué no te parece suficiente lo embarr
Nero adelantaba trabajo en la comodidad de su cama, cuando un olor peculiar y desagradable llegó a sus fosas nasales perturbando la poca paz que tenía. Pero ni el fastidio logro hacerlo despegar la vista de la pantalla de la laptop. La puerta se abrió dejándolo oír unos pasos tenues y pronto se cerró, Nero ni siquiera levantó la vista para ver a la figura frente a él que tenía aquel gesto de desagrado, no necesitaba hacerlo porque ya sabía de quien se trataba. Y aquella mujer que llegaba a los pies de su cama no parecía ni remotamente arrepentida de sus acciones. —Aquí estoy tal y como me lo pidió, señor. Nero asintió, pero antes de que ella pudiera darse la vuelta y buscar cualquier excusa para irse, la increpó con rapidez. —Escucha atentamente, Grimory. Vas a quedarte en uno de los cuartos de invitados —le ordenó y la vio fruncir el ceño—. Nos acompañarás en el desayuno para que le expliques a Luz lo que hiciste y lo que correspondía tu papel. —¿Disculpe? —murmuró desconcertada—