La Segunda Oportunidad del Lobo
La Segunda Oportunidad del Lobo
Por: Daniela Ramos
Prefacio

—¡Lárgate! ¿Acaso crees que somos caridad? ¡Fuera de aquí!

Los fuertes gritos de un hombre retumbaban por las paredes de un oscuro callejón.

—¡Deme una última oportunidad, señor! Le pagaré, se lo aseguro, le pagaré todo lo que le debo. Pero por favor no me saque de mi departamento, no tengo a dónde ir.

Luz rogaba de rodillas a aquel hombre como si su vida dependiera de eso, y en cierto modo, si dependía.

A sus 13 años se había quedado huérfana. Su vida no era sencilla, trabajando de mesera para poder pagar la universidad a duras penas y quedando a deber el alquiler.

Era clara la molestia de aquel hombre y la entendía, ¡Claro que sí! Pero él también debía de entenderla a ella y a su pobre vida, pero la realidad era que no le importaba cuando rogara, no aceptaría, tenía que darle a cambio algo que el deseaba desde el primer día en que llegó al edificio.

—¡Por favor, déjeme quedarme solo una noche! —Pidió ella con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Solo una noche!

Él hombre sonrió con malicia y de inmediato los ojos le brillaron, recorriendo su cuerpo con la mirada, salivando como si fuera un perro.

De pronto se acercó a ella y con su mano apretó su barbilla, levantando su mirada hacia él.

—Si quieres quedarte… ¿Por qué no me das algo a cambio? Una noche por una noche… ¡Eh! ¿Qué te parece?

La muchacha lo vio confundida. No entendía a qué se refería hasta que siguió su mirada hasta el escote de la blusa directo a sus pechos.

—¡Ni muerta! ¡Viejo asqueroso, degenerado, viejo verde! —Gritó enfurecida—. ¡Eso es una falta de respeto…!

El sonido de una bofetada resonó por aquel oscuro y tenebroso callejón. Aquel hombre le había dado a mano abierta un golpe directo en la cara y parecía muy satisfecho de haberlo echo.

—¡A mí no me levantes la voz, mocosa ingrata! ¿Acaso olvidas quien te dio plazo por 3 años mientras conseguías un asqueroso trabajo como una mugrienta mesera? —Gritó el hombre con altanería—. ¡Fui yo! ¡Y merezco respeto! ¡Ni siquiera puedes complacerme! ¡Eres una inútil!

La chica se llevó una mano al rostro y apretó los dientes con furia. Si pensaba que no se defendería, que solo se quedaría viendo, ¡Estaba mucho más que equivocado!

Comenzó a agarrar piedras de distintos tamaños y a arrojárselas al hombre que se cubría con odio gritándole cosas, pero ella en ningún momento se detuvo hasta que lo vio entrar a aquel maldito edificio que tantos malos recuerdos le traía.

—¡Así, lárgate, viejo asqueroso y mugriento!

Y cuando la furia al fin pasó, ella bufó en silencio y se restregó el rostro con ambas manos.

—… Que voy a hacer ahora… —susurró para si misma con frustración.

El silencio y el frío de la noche era todo lo que tenía en aquel instante, además de una bolsa negra con la poca ropa que tenía dentro de ella.

Luz fue cerrando los ojos, acurrucada, apoyada de espaldas a aquella pared que pertenecía al edificio donde alguna vez vivió un largo tiempo, y sin darse cuenta, todo se volvió negro.

El sonido de unos pasos acercándose a ella retumbó en su subconsciente, pero ni así se dispuso a abrir los ojos. Que fuera lo que tuviera que ser y si tenía que morir, solo le facilitarían más el trabajo. Tampoco es que tuviera algo porque luchar.

Unos brazos fuertes y firmes la cargaron, el sonido de aquella bolsa fue notado de inmediato, pero ni aun así, el cansancio le permitió el dominio de su propio cuerpo.

Pasos firmes fueron a dar hasta un auto, dejándola en unos de los asientos y pronto el sonido del auto arrancando se hizo presente.

**Media hora antes**

—¡Vamos Nero, no puedes ser así de mezquino! Es la boda de tu socio. No puedes vivir encerrado en tu castillo de la tristeza.

Nero Benaroch, se encontraba sentado en la silla de un bar junto a su típico whisky y en compañía de uno de sus tantos socios cuando vio salir a la camarera que le había entregado aquel vaso con todo el gusto del mundo.

Jamás había visto tanta amabilidad en su vida, pero eso no era lo curioso, sino el constante ajetreo que se cargaba su lobo en su interior repitiendo constantemente: «¡Mate, mi luna!». Y algo había dejado claro Nero desde que perdió a su esposa y a su hijo por la traición de su traidor ex amigo.

Enamorarse, ¡Jamás!. Sexo, ¡Siempre!

Sin embargo, algo le llamaba la atención, ella no olía a una loba, ella era completa e inútil humana.

¡Jamás una humana podría ser una luna! De eso sí que estaba más que seguro.

—¡Vamos amigo, anímate! —Los continuos alaridos de su socio lo llevaron de vuelta a la realidad, una en la que no quería estar—. Abra chicas muy guapas y mucho licor; se cuanto te encanta el licor.

—No me gusta el licor, ¡amo el licor! Pero desgraciadamente no me hace efecto ni aunque así quiera —rio Nero—. En cuánto a las mujeres… ¡Tampoco! Tengo para follar por montón, de esas me sobran. Así que no le veo lo interesante de ir.

El hombre negó con condescendencia y soltó un suspiro que se le hizo eterno. Realmente Nero era más terco que una mula. No se trataba de mujeres o licor, Fernan realmente se preocupaba por él y ya estaba comenzando a preocuparse en serio.

No quería salir, comía poco, siempre tenia un aura como si una nube gris lo siguiera a todos lados. ¡El hombre lo tenía con los pelos de punta! Y por si no fuera poco, era el único que conocía su secreto de aquella naturaleza que prefería ocultar a causa de su doloroso pasado.

—Bueno amigo, te lo dejo ahí, si te animas avísame y nos acompañamos mutuamente. —Dijo con una sonrisa—. Te hará bien salir.

Poco después estaba saliendo de aquel bar no muy lejos de su amigo, con una botella en la mano y pensando en el pasado.

A pocos metros de él, una chica le gritaba a un hombre que le había insinuando acostarse con él.

—Que asco de hombre…

Pero en cuanto ajusto sus bonitos ojos grises, notó de inmediato que se trataba de la camarera que le había servido aquel trago que tanto disfrutó y que siempre lo recibía con una sonrisa.

—… No puede ser… imposible… ¡Demasiadas mujeres, no puede ser ella!

Avanzó unos pasos y trago en seco cuando la vio arrojándole piedras al hombre que huyó cómo cobarde dentro del edificio y luego la vio recostarse en la pared hasta cerrar los ojos.

—¡Así, lárgate, viejo asqueroso y mugriento!

Y cuando la furia al fin pasó, Nero la escucho bufar en silencio y restregarse el rostro con ambas manos mientras susurraba.

—… Que voy a hacer ahora… —susurró para sí misma con frustración.

¡Era la misma! Ahora sí que no podía negarlo, era ella, realmente se trataba de la misma chica que su lobo no dejaba de llamar.

Sin más remedio, avanzo hasta ella y la cargo en sus brazos, recogió su bolsa, y camino hasta su auto. Agradecía al cielo que no estaba muy lejos de ellos porque su olor lo estaba volviendo loco.

La dejó en él y manejo directo a su mansión, sintiendo como el interior del auto se llenaba de su delicioso olor. Impregnado sus fosas nasales, haciendo que la calentura de su cuerpo subiera sin previo aviso y no parecía querer cesar.

—Esto será todo un reto. —Murmuró para si mismo apretando con fuerza el volante de aquel Tesla.

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