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Capítulo 2. Un "ángel" llamado Nerón

Nero iba continuamente a la habitación de Luz, le traía la comida y vigilaba su salud según lo ordenado por el médico. Estaba llenándose de una inmensa condescendencia, queriendo evitar que ella se sintiera forzada o presionada, hasta el último día de la semana en que no soportó tener más paciencia y decidió preguntarle por su decisión.

Tenerla cerca de él todos los días lo estaba volviendo loco, pero los nervios que tenía al saber que el día menos esperado se iría de su vida lo estaba matando aún más.

Tocó tres veces a la puerta como siempre y pasó con esa bandeja de postres saludables que le había preparado.

—Hola niña, ¿cómo te sientes hoy…? —Preguntó esperando ver esa hermosa sonrisa que formaba hoyuelos en sus pequeñas mejillas, pero en su lugar se llevó una sorpresa.

Luz estaba recién salida de la ducha, en bragas y sostén, las gotas de agua corrían de su cabello al resto de su cuerpo mientras intentaba ponerse una blusa color frambuesa.

—¡Ay, no puede ser! ¡Fuera, fuera, fuera de aquí! —Gritó, buscando algo con lo que taparse mientras Nero tomaba un trago de agua de aquel vaso de la bandeja y que se escuchaba a kilómetros sintiendo como la temperatura de su cuerpo subía a borbotones—. ¡Fuera de aquí, Nero!

Y como si hubiera sido una orden, dio media vuelta y se fue de allí, dando un portazo airado.

Con el corazón desbocado, el cuerpo tembloroso y la boca seca, dejo la bandeja a un lado de la puerta y subió a su habitación para darse un baño de agua fría que acabo durando la próxima hora.

—¡Maldita sea, ella es hermosa, realmente hermosa! —Murmuró mientras cruzaba el pasillo y bajaba las escaleras hacia su estudio—. Después le preguntare sobre su decisión, me pillo con los pantalones bajados.

—Te los veo arriba y bien puestos—bromeó Luz, bajando unos escalones hasta estar a su lado—. Perdón por echarte de mi habitación hace un rato.

Nero rápidamente desvió la mirada tan pronto como sintió que ella lo miraba, incluso con ropa se veía hermosa y ni siquiera vestida de monja lo dudaría de nuevo, no era la niña que él creía que era a pesar de que la llama de ese modo.

—Está bien... bueno, solo quería preguntarte sobre tu salud como todos los días, pero viendo que estás de pie y de buen humor, supongo que estás mejor que bien —dijo Nero mientras avanzaba, tratando de controlarse en lo que ella parecía como si su vergüenza la hubiera abandonado para irse a pasear.

—Había algo sobre lo que estabas murmurando, algo sobre preguntarme, ¿de qué se trata?

—Se trata de lo que te propuse —respondió Nero sin rodeos, deteniéndose frente a la puerta del estudio—. Ha pasado una semana y no me has dado ninguna respuesta.

Abrió la puerta del estudio y la invito a pasar, se sentó detrás de su escritorio mientras ella tomaba asiento en una silla frente a él.

—¿Por qué tanto afán en esa respuesta? —rezongo ella.

—Porque quiero que empieces a estudiar —espetó—, no quiero verte por ahí haciendo nada con tu vida, ni quiero volver a verte tirándole piedras a alguien porque te dijo que te acuestes con él.

La chica abrió mucho los ojos y apretó los labios, cubriendo su rostro con ambas manos.

—No puede ser… ¿lo viste?

—Sí, luz, lo vi. ¡Imposible no verlo! Así que realmente espero que me des tu respuesta y pueda establecer parámetros, reglas y configuraciones. Además, tengo algo que te quiero contar, es un poco complicado de entender y para eso necesitamos afinar un poco más esta… relación.

—A ver, primero no somos robots y segundo, está bien, acepto, pareces un buen tipo y el doctor confía en ti. Alguien como él no puede mentir. —Se encogió de hombros—. ¿Cómo empezamos todo esto?

Media hora después, Luz le hizo un resumen de su vida y Nero le dijo que mañana entraría a la universidad.

Luz casi corre por toda la casa de la emoción, por fin podría estudiar tranquila, pensó que había sido recompensada con un ángel llamado Nerón después de tantos dolores de cabeza que paso.

Se fue feliz a su habitación luego de dejar un beso en la mejilla al hombre que la miraba con ternura, definitivamente gritaría al cielo al enterarse de lo que ese "ángel" le había preparado para el día siguiente.

—¿Qué quieres decir con que no voy a ir a la universidad? ¡Hicimos un trato, Nero y tú lo rompiste! ¡Incluso pagaste la colegiatura y la matrícula ayer! —Reclamó ella completamente colorada.

—Yo no rompí nada, Luz. Soy un hombre de palabra así que no me acuses con tu dedo flacucho.  

—¡Pues explícate, porque no te estoy entendiendo, maldit@ sea!

—Vas a seguir estudiando, niña, pero a mi manera…

En cuanto él le dijo que hablaría con la universidad para organizar clases particulares en la mansión, la poca alegría que había adquirido y la sonrisa abandonaron su rostro.

—¡Seré encarcelada en una jaula de oro! —Ella gritó sorprendida y dramática—. ¡Hubiera preferido quedarme en la calle que aceptar esa atrocidad! ¡Lo divertido de estudiar es salir, compartir con tus amigos, aprender juntos y en equipo…!

—Y follar en las fiestas de la hermandad, ¿verdad? —Nero la regañó, levantándose de ese asiento, dando unos pasos hasta quedar frente a ella cara a cara—. Mira, niña, no me gustan esos adolescentes hormonales locos. Y sí que hay muchos de esos. Tampoco me gusta que toquen lo que es mío y nena, tú me perteneces. Fin de la discusión.

Nero pensaba que había ganado esa ronda, después de todo, verla en silencio y presionando sus labios con fuerza mientras le lanzaba una mirada asesina solo podía significar eso. Sin embargo, cuando se dio la vuelta para irse y ella agarró su camisa, uniendo sus labios con los de ella, atrayéndolo en un beso inexperto y abrazador, supo que había perdido.

Esa chica era puro fuego, un fuego que lo quemaba por dentro y no le importaba ceder a esa sensación si ella era quien la provocaba.

Sus manos fueron a rodar por todo su cuerpo, la levantó en el aire y sintió cuando envolvió sus piernas alrededor de su cintura, la sentó en ese escritorio y se colocó entre sus piernas queriendo arrancarle la ropa.

—No me voy a quedar encerrada con un montón de viejos anticuados —murmuró jadeando mientras Nero corría alrededor de su cuello entre besos y caricias—. Y no soy tuya, no te pertenezco, no eres mi dueño.  

—Vas a hacerlo porque odio compartir, no quiero ni planeo dejarte ir allí sin importar cuánto te quejes o te niegues —respondió con esos colmillos listos para dejar su marca—. Vas a estudiar cómo se debe hacer y solo si demuestras ser responsable te daré un voto de confianza. En cuanto a tu graciosa aclaración sobre no ser mía, creo que deberías mirar un poco lo que estamos haciendo.

Nero rió con picardía, tomándola del cabello suavemente, acercándola aún más a su cuerpo con su mano libre, dándole otro beso, esta vez guiado por él.

Lleno de poder, experiencia y posesividad que terminó en un mordisco con un hilo de sangre cuando sonó su teléfono anunciando la llegada del primer maestro.

—Tu maestra ha llegado —le advirtió, separándose de ella lentamente, guardando todo lo que le hacía mostrar su naturaleza—. Es hora de que vayas a ver tus clases y lo digo en serio, no estoy tratando de hacerte daño, solo quiero lo mejor para ti.

La vio arrugar la cara y maldecir unas siete veces antes de salir caminando por la puerta, resoplando todo el camino mientras él trataba de recuperar el aire que le faltaba.

—Supongo que al final el que le pertenece a ella soy yo... —pensó para sí mismo, buscando lógica a ese familiar sentimiento que al parecer ella no sentía.

Pero tan pronto como Luz caminaba por el pasillo con el corazón latiendo a millón, busco desesperadamente una lógica a lo que había hecho. ¡Había besado al hombre que la salvó! Y eso no era lo peor, se sentía una loca por aceptar ese trato a ciegas, sobre todo porque ella no era así, pero algo muy dentro de ella se negaba a dejar a Nero.

Su cuerpo había reaccionado a ese hombre, estaba caliente y mojada, muy mojada. Pero eso no era lo que más le asustaba, sino aquello del secreto que no quería comentarle de buenas a primeras hasta conocerse mejor.

Durante toda la semana se lo había comentado, pero no avanzaba más después de decirle: necesitamos afinar un poco más esta relación.

Eso pasaba por su cabeza día y noche, pero tan pronto como entró en esa habitación, el pensamiento se desvaneció.

Nero había preparado todo con completo detalle. Una mesa en medio del salón la esperaba junto con una silla, una pila de libros en fila y un pizarrón enorme donde el maestro la esperaba a un lado con una brillante sonrisa.

Luz supuso que lo que lo mantenía feliz no era ella, sino la buena suma que seguramente Nero les daba a cambio de una buena educación para su futuro.

Gruño por lo bajo y presto atención hasta que llego al final de la clase.

Después de 3 horas de clase había aceptado que él tenía razón, no había sido tan malo y tenía más oportunidades de aprender. Algo que no se le daba a menudo ni muy bien en las clases de New York University.

El hombre se despidió de ella y le entregó las tareas que tenía que entregar en su siguiente clase, ella las tomó con fastidio y se fue de ahí buscando por todos lados a Nero.

Había quedado pendiente una charla entre los dos, con la única diferencia de que ahora agregaría unos agradecimientos, pero en cuanto se detuvo frente a la puerta de dicho estudio, el sonido de unos gemidos femeninos resonaron en sus oídos y ella pronto sintió que le saltaban las lágrimas hacia sus ojos.

Apretó los dientes tan fuerte como pudo hasta que sintió que podrían romperse si ejercía más presión en ellos. ¿Cuán tonta había sido al confiar en él? Pensar que él era un buen hombre, que...  ella le gustaba aunque fuera un poco... ¿Cómo podía seguir en ese lugar después de lo que estaba escuchando?

Respiró hondo antes de abrir las puertas y sintió sus lágrimas caer cuando observo el cuerpo de una mujer sobre el escritorio donde se habían besado antes. Los gemidos de la mujer se volvieron más incontrolables, más agitados, sonaban como si estuvieran siendo provocados por un hombre grande, alto y fuerte como Nero. ¡Porque al final para ella, era él quien los estaba provocando!

—¡Eres... eres un maldito desgraciado, un desgraciado!

Luz avanzó dos pasos como máximo mientras murmuraba eso cuando una mano grande la tomó del brazo y la giró, tropezando con el rostro serio de Nero quien se mantenía mirando las lágrimas que corrían por sus mejillas.

—Niña… ¿qué fue… qué está pasando? ¿Por qué diablos estás llorando? —Preguntó el con el ceño fruncido, tratando de limpiar aquellas lagrimas con un pañuelo que se sacó del bolsillo.

Las piernas de Luz temblaron y pronto todo volvió a ponerse negro para ella mientras su cuerpo caía en los brazos de aquel hombre que pensaba en las cuatro horas de regañina que le daría Henry.

El rostro de Luz estaba contraído, se veía sombrío y nublado, herido. Los pequeños cristales de lágrimas se le pegaron al borde de los ojos y un dolor punzante se cerró en su corazón porque ante esa fiebre que ella le dejó, él también estaba pensando en llamar a una de esas mujeres para complacerlo.

Por suerte pensó con la cabeza fría y la ducha acompañada de un buen ejercicio manual le ayudó a deshacerse de esos malos pensamientos. No quería imaginar qué pasaría si lo hubiera visto en el mismo negocio.

—Joder... esto no me puede pasar a mí... —pensó Nero cargando a Luz en sus brazos al ver a su amigo Fernan asomándose por un costado del escritorio ya la mujer tapándose con las hojas de los contratos—. Tú y yo vamos a hablar, Fernan, te quiero a ti y a esa zorra fuera de mi casa, ¡ya!

Subió a la habitación de ella y la dejó en esa cama King Size que le había conseguido después de una hora de peleas y berrinches por dormir tiesa en una cama matrimonial, la vio fruncir el ceño con una especie de pesadilla y suspiro al no poder hacer nada. Pensó en la idea de dormir juntos y la abandonó en cuanto encontró el número de Henry en su celular y él contestó la llamada.

—¿Qué le pasó, Nero? Recién me fui ayer y te encargué que la cuidaras, en exclusiva te dije que ella no puede tener emociones fuertes —lo regaño.

—Y yo la cuidé justo como me indicaste, pero tu hermano es un metedura de pata de primera, ¡arregla ese desafortunado lío que él provoco! —se quejó.

—¿Todavía está en la mansión?

—Sí…

—Entretenlo allí en lo que llego, no estoy lejos, lo voy a freír como a las papas fritas rizadas —amenazó y Nero se rió, sabía muy bien el carácter que se mandaba ese doctor y que no advertía en vano.

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