Nero veía con preocupación el cuerpo de la chica recostado sobre aquel asiento.
Con tanta calentura en su cuerpo no sabía si podría contenerse. Lo que menos entendía era como una simple humana podía hacerle sentir todo eso, ni siquiera la que era su esposa le hacía sentir que su cuerpo era un volcán a punto de erupción.
Y fuera de todo aquello, el claro mensaje de su lobo diciéndole que ella era su luna, se lo dejaba cada vez más nublado.
¿Una humana como luna? Exactamente eso en que lo beneficiaba, además de ser una completa locura. Ya no creía en el amor y tampoco tenía un reino al cual llevarla. Ella necesitaba ayuda y el podía dársela, limitarse a una relación por conveniencia podría ser lo más funcional por el momento.
No estaba en contra de los humanos, después de todo vivía en su mundo y con la compañía de ellos, pero no confiaba en la fuerza que tenían, eran demasiado débiles. Y ser luna comprometía a tener un potencial y fuerza lo suficientemente altos, esa simple mesera no podía ni liderar su vida, mucho menos podría liderar una manada en caso de que quisiera crear una nueva.
Nero maldijo unas tres veces por lo bajo antes y después de tomar el cuerpo de la muchacha en sus brazos y dejarla en el sofá de su mansión.
Era una mujer hermosa; su piel blanca hacía contraste con aquel cabello color chocolate y sus ojos verdes aceituna que pudo ver cuándo le entrego aquel trago con una sonrisa.
—No puedo negar que es preciosa… — murmuró, pero esa pequeña mirada de amor duró poco cuando Luz se volteó y vomitó en sus finos zapatos de cuero con lo que parecía ser algo amarillo - verdoso —. ¡Esto es asqueroso, realmente asqueroso! ¿Qué demonios es eso…?
Los zapatos del hombre rodaban por diferentes lugares de la casa, ni siquiera quería tocarlos porque le daba asco, pero sí quería matar a esa chica.
La tomó por los hombros y la sacudió haciendo que abriera los ojos levemente.
—¿¡Por qué demonios has hecho eso!?
—Due… duele… mi estómago… —dijo ella cayendo nuevamente desmayada en brazos de Nero quien no tardo en enfocar sus bonitos ojos grises en aquel liquido cercano a su boca.
—¡Oh, por dios, eso es sangre! ¡Despierta, niña, despierta de una put@ vez!
Nero golpeó su mejilla con un poco de fuerza, pero esa chica no reaccionó por nada del mundo. Pocas veces había visto ese comportamiento en otros humanos y lo primero que hicieron fue llamar a un médico, así que sin pensarlo mucho hizo lo mismo, marcó el número de un médico que conocía muy bien.
Cuando terminó la media hora de agonía, caminando de un lado a otro, el médico finalmente hizo su aparición, tocó el timbre y Nero corrió a abrirle la puerta.
—¿Qué pasó? La llamada parecía muy urgente —murmuró el médico, mirando a su alrededor—. ¿Dónde es?
—Es muy urgente. La dejé tirada en el sofá, pensé que era mejor no moverla demasiado. Vi sangre en ese vómito, sus labios están secos y medio murmuró que le dolía el estómago.
—Tenemos que llevarla al hospital...
—¡Eso definitivamente no será posible!
—¿Qué estás diciendo? ¿Prefieres que muera? ¡Lo que tiene podría matarla, necesita que le den suero vía intravenosa y la estabilicen de inmediato!
—¡Ella no va a salir de aquí! —Sentenció—. La necesito aquí y si lo que tú necesitas es todo un puto equipo de médicos, te lo traeré si es necesario, si quieres medio hospital también te lo traeré, pero no te la vas a llevar y no la voy a perder.
Henry había sido médico durante la mayor parte de su vida, se había encontrado con muchos casos en los que las parejas no querían separarse, pero este hombre demostró con certeza que lo que ofrecía realmente se podía hacer.
Sin embargo, si podía o no, eso le importaba poco, lo que realmente le importaba era la vida del ahora su paciente. Así que minutos después estaban llenando una habitación con todo lo que necesitaban y en poco tiempo lograron estabilizarla.
—No sé cómo lo hiciste, pero lograste tu objetivo —dijo el médico y Nero dejó escapar el aire de sus pulmones mientras dejaba caer su cuerpo en uno de los sofás de esa habitación donde Luz dormía profundamente—. Me alegro que la pobre chica esté bien y que esté contigo.
Nero no dijo una palabra, ni siquiera entendía por qué había reaccionado de esa manera. ¿No querer dejarla ir? Estaba empezando a creer que lo que no quería era perderla para siempre... el recuerdo de su esposa muriendo en sus brazos inundó su mente en ese momento y si esa simple humana era realmente su luna, no quería pasar por ese dolor otra vez.
—¿Cuánto tiempo hace que ustedes dos se conocen?
—Alrededor de tres horas como mucho...
El médico frunció el ceño.
—¿Y por qué haces todo esto por alguien a quien conoces desde hace tres horas?
—Porque… porque ella es especial para mí, supongo que… podría mover cielo y tierra solo para verla bien… —respondió con la voz entrecortada.
El doctor sonrió suavemente, podía ver lo preocupado que estaba por ella y cuando vio que sus ojos se abrían levemente, supo que estaban destinados a estar juntos.
Sus ojos brillaron cuando la vio, y los ojos de ella se humedecieron cuando lo sintió cerca.
—Dios mío, niña, casi me matas de un susto —murmuró tomándole la mano y acariciando su mejilla—. Por cierto, me debes un nuevo par de zapatos.
Ella formó una "O" con la boca y volvió a sonreír.
—¿Fue tan malo? —Preguntó tan suavemente que el corazón de Nero se hundió.
—¡Mucho! No vuelvas a hacer eso y ahora que hablamos, tengo cosas que negociar contigo —le dijo sentándose a un costado de la cama—. ¿Tienes a dónde ir después de que te recuperes?
La chica frunció los labios y negó, ese apretón en la mano de Nero lo hizo sentir confundido. Lo que iba a hacer estaba mal, encerrarla, privarla de su libertad por sus miedos no era lo suyo, pero tampoco quería perderla y eso le pesaba más que nada.
—Ohm, ¿Qué opinas de que te quedes aquí…? —Propuso y la chica arrugo la cara—. No es gratis, niña, si eso es lo que te molesta.
—¿De qué se trata tu oferta…?
—Te ofrezco un lugar para quedarte a cambio de que me acompañes y me complazcas en todo lo que desee… ese es mi trato, puedes negarte si gustas y volver a la calle, pero conmigo no te faltará de nada si aceptas.
Los labios de la chica temblaron cuando volteó su mirada hacia el doctor que estaba parado en la puerta y quien le dedicó una sonrisa sin perder de vista a Nero que continuaba sosteniendo sus manos.
—¿Quién... quién es ese hombre? —Preguntó la joven sin apartar los ojos del doctor.
Nero volteó a ver a Henry, el médico que lo había ayudado con Luz y que seguía parado en la puerta aparentemente escuchando todo.
—Se llama Henry, fue quien te atendió en todo momento con el tema de tu inestabilidad por los vómitos —explicó Nero, invitando a Henry a acercarse con un gesto de su mano—. ¡Acércate! Creo que quieren conocerte, hombre.
—Me gustaría quedarme, pero tengo más pacientes, aunque si tengo que decirle algo a la señora… —dijo desde la puerta, girándose para irse—. Ocúpate de ese ogro. Gracias a él estás viva y fue ese gruñón el que casi traslada medio hospital a una habitación para que te recuperaras. Si yo fuera tú, acepto la propuesta que te hizo, no tienes nada que perder —soltó con un guiño y luego se despidió con un movimiento de su mano.
Los ojos de Nero se abrieron como si el hombre acabara de abofetearlo. ¿Cómo podía decir tal cosa cuando apenas conocía a esa niña? Y no se refería a su clara insinuación de tener sexo, pero cuando volteó a ver a Luz, ella lo miró seria, ruborizada y apretó sus muslos, algo que hizo reaccionar el cuerpo de Nero.
—Gracias… por hacer todo esto… —murmuró—. ¿Porque lo hiciste? No nos conocemos, ¿verdad? O… sí, ¿eres tú… el hombre del bar?
Nero afirmó y tomó distancia de ella. No podía seguir actuando como si ella supiera que era importante para él, al final aun no sabía lo que era y peor aún, no podía decirle que revivió con ella el horrible recuerdo del fallecimiento de su esposa.
—Sí, soy el mismo tipo y, ¿Qué dices de lo que te pregunte? ¿Aceptas el trato?
Luz desvió la mirada con las mejillas completamente sonrojadas. Ese hombre le revolvía las hormonas con solo verlo parado frente a ella con las manos en los bolsillos de su pantalón de vestir a juego con sus ojos, tan imponente, tan fuerte, tan exigente, tan obstinado y tan... como a ella le gustaban.
Se moría por saber qué era ese sentimiento en su pecho de necesitarlo en su vida, de conocerlo un poco más y de tratar de entender por qué amaba el olor que él desprendía cuando ningún perfume era de su agrado. Pero en cuanto le llamó la atención que Nero abriera la boca para seguir hablando con esa voz que la estaba volviendo loca, dio un paso adelante y tomo la palabra.
—Déjame pensar un poco en tu oferta... Estoy cansada y me vino de sorpresa, por favor.
Él solo asintió y se retiró de allí esperando que su respuesta fuera querer quedarse y no salir corriendo.
Nero iba continuamente a la habitación de Luz, le traía la comida y vigilaba su salud según lo ordenado por el médico. Estaba llenándose de una inmensa condescendencia, queriendo evitar que ella se sintiera forzada o presionada, hasta el último día de la semana en que no soportó tener más paciencia y decidió preguntarle por su decisión.Tenerla cerca de él todos los días lo estaba volviendo loco, pero los nervios que tenía al saber que el día menos esperado se iría de su vida lo estaba matando aún más.Tocó tres veces a la puerta como siempre y pasó con esa bandeja de postres saludables que le había preparado.—Hola niña, ¿cómo te sientes hoy…? —Preguntó esperando ver esa hermosa sonrisa que formaba hoyuelos en sus pequeñas mejillas, pero en su lugar se llevó una sorpresa.Luz estaba recién salida de la ducha, en bragas y sostén, las gotas de agua corrían de su cabello al resto de su cuerpo mientras intentaba ponerse una blusa color frambuesa.—¡Ay, no puede ser! ¡Fuera, fuera, fuera
Nero pudo jurar que el cerebro de Fernan se había movido de lugar con el puñetazo que le propino Henry.Henry era médico y su hermano mayor, alguien de carácter muy severo, sus pacientes siempre eran lo primero además de su esposa.—¿Cuántas veces te voy a decir que dejes de causar problemas? ¿Por qué tengo que estar resolviendo errores? ¿Es que no te cansas?Fernan miró al suelo mientras Henry le daba pequeños golpes con su guante de látex. Suficiente era verlo arrugar la cara y ver su cara enrojecer a un puñetazo, que era lo que realmente se merecía.Henry caminó guiado por Nero hasta la habitación donde estaba Luz, cuando llegó la vio un poco menos lamentable que cuando la acababa de ver por primera vez, pero aun así se veía mal.—Ella no se ve tan mal, pero hay que cuidarla hasta de este idiota —resopló enfadado, volteándose para ver a Fernan quien frunció los labios con una cara culpable—. A partir de este momento queda prohibida la entrada a este inútil.Nero asintió y lo miró p
Cuando Luz abandonó la habitación, su rostro estaba pálido como la nieve y presentaba bolsas bajo los ojos. La mirada de los presentes se posó en ella con inquietud; sin embargo, no podían determinar si su palidez se debía a haber escuchado la discusión previa o si estaba a punto de desmayarse nuevamente. A pesar de esto, Luz optó por hacer como si no hubiera escuchado nada, como si hubiera llegado después de toda la conmoción, recién levantada. No obstante, su farsa se desvaneció cuando Nero la alcanzó en apenas unos pasos y la envolvió con sus brazos corpulentos. En ese instante, Luz solo podía pensar en la posibilidad de que lo que había escuchado "accidentalmente" fuera cierto, sintiéndose afortunada. —¡Dios mío, niña! ¡No sigas asustándome así! Un día de estos me darás un infarto… —la regañó mientras Luz le sonreía, abrazándolo también con calidez. Apretando los labios para no sonreír aún más, Luz experimentó una sensación nueva al darse cuenta de que alguien se preocupaba tant
Luz observaba a través de la ventanilla del autobús mientras el paisaje se desplazaba velozmente. Su cabello oscuro ondeaba suavemente al compás de la brisa que entraba por la ventana, mientras reflexionaba sobre el silencio que reinaba en la mansión. Había buscado a Nero por todas partes para despedirse, como había hecho en ocasiones anteriores, incluso después de sus mini discusiones sin sentido, pero esta vez él no estaba en ninguna parte. Optó por apartar esos pensamientos negativos que solo la preocupaban hasta desesperarla y cambiarlos por una firme determinación: la de encontrar un empleo que le permitiera ser autosuficiente y liberarse de depender tanto de Nero como de cualquier otra persona. Unos minutos después, Luz se bajó del autobús y tomó un profundo respiro. Esta sería la primera parada de su búsqueda de empleo. Caminó por las calles de la ciudad, observando las tiendas y los carteles de "Se busca personal". Entró en cada lugar con una sonrisa esperanzadora, pero, lame
Al día siguiente, Luz llegó al café con las energías renovadas y a medida que los siguientes dos días fueron pasando, se ganó el corazón de los clientes con su amabilidad y simpatía. Carlos estaba impresionado con su dedicación y el cuidado que ponía en cada taza de café que servía. Pero aun con todo aquello ella no podía dejar de pensar en Nero. No podía evitar preguntarse por qué él estaba tan interesado en que tomara su propuesta si incluso había tomado la decisión de buscarle un trabajo para sacarla de su vida. —Hay que ver que los hombres son complicados —rumeó en silencio—. En serio, ¿quién puede entenderlo? Un momento es todo arrogante y al siguiente actúa como si quisiera protegerme del mundo entero —continuó reflexionando en voz alta, arrugando la frente mientras trataba de descifrar la lógica detrás de las acciones de Nero. Luz dio unos pasos por la habitación mientras seguía con su refunfuño, pero luego se detuvo y suspiró, sintiendo la frustración crecer dentro de ella.
Luz se encontraba en su habitación, sumida en su sueño, cuando escuchó un suave golpe en la puerta. Se levantó todavía medio dormida y sin asomarse por la mirilla de la puerta, la abrió. ―¿Nero? —se preguntó a sí misma, adormilada, mientras restregaba su rostro con su mano—. ¿Qué haces aquí? ―espetó con desconcierto. Su corazón latía con fuerza en su pecho mientras veía a Nero tomar aire y desordenar su cabello. ―Necesitaba verte… y hablar contigo —insistió haciéndola a un lado para entrar—. Aquello no se puede quedar así y no voy a dejarte con algo equivocado en la cabeza, niña. Luz apretó los labios, tratando de ocultar la agitación que sentía. No quería hablar de aquello, pero estaba claro que Nero era tan necio como una mula y por la forma en que la había movido a un lado para cruzar, todo indicaba que no se iría de allí sin una respuesta. ―¿Hablar? ¿De qué? —preguntó llevándose una mano a la frente con desagrado y cerrando la puerta—. ¿Qué no te parece suficiente lo embarr
Nero adelantaba trabajo en la comodidad de su cama, cuando un olor peculiar y desagradable llegó a sus fosas nasales perturbando la poca paz que tenía. Pero ni el fastidio logro hacerlo despegar la vista de la pantalla de la laptop. La puerta se abrió dejándolo oír unos pasos tenues y pronto se cerró, Nero ni siquiera levantó la vista para ver a la figura frente a él que tenía aquel gesto de desagrado, no necesitaba hacerlo porque ya sabía de quien se trataba. Y aquella mujer que llegaba a los pies de su cama no parecía ni remotamente arrepentida de sus acciones. —Aquí estoy tal y como me lo pidió, señor. Nero asintió, pero antes de que ella pudiera darse la vuelta y buscar cualquier excusa para irse, la increpó con rapidez. —Escucha atentamente, Grimory. Vas a quedarte en uno de los cuartos de invitados —le ordenó y la vio fruncir el ceño—. Nos acompañarás en el desayuno para que le expliques a Luz lo que hiciste y lo que correspondía tu papel. —¿Disculpe? —murmuró desconcertada—
El cielo nocturno estaba envuelto en sombras, solo era iluminado por la luz plateada de la luna llena que deslumbraba la sombría habitación en la que estaban. Un gruñido cortó el aire y un escalofrío recorrió la espalda de Luz mientras aquel hombre se acercaba a ella con una mirada depredadora.—No deberías estar aquí sola —advirtió haciéndola retroceder—. Tu lugar está al lado de tu alfa… luna. Porque si no, te pueden ocurrir cosas muy malas… Y Oliver tenía la completa razón, porque antes de que ella pudiera reaccionar a sus palabras, la sujetó con fuerza y sus colmillos fueron a clavarse en su cuello, arrancándole un grito desgarrador que el hombre cubrió rápidamente con su mano. El dolor la envolvía mientras sus músculos se tensaban y la conciencia se le desvanecía con la única imagen borrosa del hombre que caminaba con tranquilidad hacia la puerta y retiraba el seguro con una sonrisa despiadada. Pronto todo se volvió negro y una voz no paraba de resonar en su cabeza.“Despiert