Tras cincuenta y seis días en coma, Nathan Moore ha despertado, aparentemente no tiene secuelas graves, además del habla… ah, y está lo de su memoria. El neurólogo está allí, evaluándolo, mientras Mía siente que está viviendo una pesadilla sentada en el pasillo esperando. Todd y Verónica han llegado tras el llamado de Steven y se han dedicado a consolar a su hija, porque saben eso puede alterarla más de lo que necesita. —¿Qué pasa si nunca me recuerda, mamá? —Piensa en que es una nueva oportunidad para los dos —le dice Verónica—. Una oportunidad para él, de olvidar todo lo que ha sufrido… hay muchas cosas que lo atormentaban y si nunca más las recuerda, puede ser lo mejor. —Pero ¿y yo? —Sólo deberás enamorarlo de nuevo, imagina lo que podría ser eso —Mía se abraza a ella y deja que el llanto salga desde lo más profundo de su alma. Para cuando Steven sale con el neurólogo, Mía lo observa con su rostro bañado en lágrimas, pero antes de que ella pregunte, Steven le sonríe. —Está p
Cuando Mía abre los ojos se queda mirando el techo unos segundos, deja escapar un suspiro largo y mira hacia el lado, en donde está ese vacío. Ni siquiera ella misma entiende ahora por qué no ha dormido con Nathan estas noches que lleva en casa.Al inicio pensó que era lo correcto, para no presionarlo, para no imponerse como su esposa, porque para ella es obvio y un hecho de que es así, pero no para él que sólo siente cosas por ella, pero en realidad no recuerda nada.Por otra parte, ese miedo latente a que saque ese carácter que los llevó a terminar así poco a poco comienza a tomar lugar en esa decisión y nada de lo que haga puede borrarlo. Desde fuera es fácil de entender, sin embargo, para ella no lo es. Vivió toda su adolescencia prácticamente en ese vaivén de confiar y luego ser defraudada.Y ya no quiere ser ese animalito al que atraen con un poco de cariño, para luego golpear una vez tras otra.Acaricia su vientre, se levanta de la cama y comienza su día como siempre, al salir
Nathan escucha la puerta abrirse, sonríe porque seguro Steven está preocupado por él, por ser la primera vez que se baña solo desde que despertó. —Eres un maldito pervertido —dice divertido Nathan, sin ver quién ha entrado—, te dije que estaría bien. —Soy yo… —Mía… —ella se ríe, coge una toalla y camina hasta la entrada para esperarlo. —Me alegra… no sabes cuanto me alegra verte así, de pie —siente ese nudo en la garganta y Nathan le sonríe. Sale de allí, con algo de vergüenza, pero luego recuerda que Mía lo ha visto muchas veces así, por algo lleva a su hijo en el vientre. Le recibe la toalla, mientras ella lo sostiene un poco. Lo mojado de su cuerpo le humedece la blusa, dejando ver aquel brasier blanco de encaje a la perfección. Sin poder evitarlo, una parte de Nathan se despierta, la misma que se despertó por la mañana, luego de aquel beso de despedida. Mía se sonríe, porque hay cosas que no cambian, aunque no las recuerde. —Vamos, antes de que cojas frío —le ordena ella y
Mía había regresado a la habitación y se sentía tan bien, en especial por esos momentos tan deliciosos del día, como lo eran abrir los ojos y ver a su esposo con esa expresión de niño pequeño, con el cabello revuelto; y por las noches, arrimarse a su cuerpo para dejarse abrazar y dormirse enseguida. Así fueron pasando los días, Nathan estaba recuperando su movilidad, ya no necesitaba la silla de ruedas, su cuerpo estaba alcanzando la misma forma de antes, esa que a Mía enloquecía aún más, era como si Nathan con su manera de ser fuera la más grande de las hogueras y su cuerpo una pizca de pólvora… sí, así le pasaba con su esposo. Y como cada sábado, se despierta cuando sus ojos ya no quieren volver a cerrarse, con su cabeza apoyada en un brazo de Nathan mientras que el otro la rodea para terminar con su mano en el vientre. Su pequeño hijo se mueve revoltoso en su refugio y sabe que está pidiendo comida. Se remueve un poco para salir de la cama, pero antes de que logre poner un pie e
Nathan respira hondo, camina hasta la silla porque siente que se desplomará de un momento a otro. Mía camina hacia él con cautela, porque aún puede reaccionar mal, pero decide que al menos una parte de lo que ocurrió ese día se lo debe decir o pensará mil cosas que no son. —Lo primero que debes saber es que no te dije la verdad para cuidarte, ese día no sólo ocurrió tu accidente, yo también tuve uno… —mira avergonzada sus manos, porque esa es la mayor mentira de todas. No era secreto para nadie, excepto por Nathan, que ella se había lanzado aquel día a la calzada para terminar con su vida. —Pero… ¿por qué no me dijiste? ¡Mía! —Cálmate, el auto iba a baja velocidad, frenó y aunque estaba lloviendo, logró maniobrar para no darme de frente. Al final, sólo fue como un empujón, me golpeé la frente y perdí el conocimiento. «Cuando desperté, tú no estabas, te habías desaparecido y luego me enteré de que estabas inconsciente y en coma, producto de un golpe en la cabeza. «Ese día yo est
Nathan y Mía están felices, con una sonrisa que traspasa cualquier barrera, y no es para menos, puesto que van rumbo al doctor para conocer el sexo que tendrá su hijo. Desde que confirmaron la cita, no han dejado de pensar en qué podría ser o si se dejará ver. —Yo quiero que sea niña —dice Mía, con sus ojitos llenos de un brillo especial. —A mí me da lo mismo —el tono de Nathan es de una dulzura inmensa—, me hace ilusión que sea nuestro, con eso me basta —le acaricia el vientre y este comienza a moverse, sacándole otra sonrisa más a su padre. —Si es niña, ¿cómo te gustaría que se llame? —Charlotte —ella abre los ojos sorprendida y Nathan solo se ríe—. ¿Te sorprende que quiera que se llame como tú? —No pensé que quisieras se llamara así… siempre creí que querías que se llamara como tu madre. —Prefiero que no… no sé por qué, pero tengo ese sentimiento que no debe llamarse así —y es que aún no recuerda esa parte tan terrible en cómo la perdió. —¿Y si es niño? —Steve. —¿Por Steve
Como cada lunes, desde hace meses, Mía se levanta con toda la energía y esa disposición de atender la empresa con las ganas de hacerla una de las más importantes del país.Los brazos de Nathan la rodean unos segundos, lo justo para darle un beso de buenos días y luego ayudarla a salir de la cama.Nathan la acompaña a la ducha, pero esta vez no hay nada de caricias que puedan llegar a algo más, porque no quiere tardarse, ya que esta vez él irá con ella. Cuando bajan a tomar su desayuno, los dos se miran felices, porque al fin Nathan podrá retomar una parte importante de su vida, la que por cuatro largos meses ha tenido que dejar de lado por su accidente.—Estoy seguro de que en cuanto vaya viendo algunas cosas, recordaré.—Creo lo mismo, ya quiero verte en acción —le deja un beso suave en los labios, para luego terminar su avena.El trayecto lo hacen animados en una conversación que es de preguntas y respuestas, en donde Nathan quiere saber qué tiene que hacer o si dejó muchos pendient
Antes de aquel escape tan repentino y duro, Nathan estaba en la sala de conferencias, revisando documentos, en su elemento, recordando muchas de las cosas de su trabajo y estaba sorprendido por el magnífico trabajo que Mía había hecho aquellos meses. Algunos de los proyectos que él dejó pendientes de ejecución, Mía los había sacado adelante y tenía un control bastante riguroso de cada uno. En total cinco proyectos en diferentes ciudades, uno de ellos en sociedad con Collins Building, la empresa más importante de construcción del país, con su revolucionaria construcción con elementos prefabricados de hormigón, hechos a medida especialmente para uno de los hoteles de lujo más prometedores en la ciudad de Atlanta, en el estado de Georgia. Con ese proyecto Nathan quería abrir otra rama de la empresa, una hotelera y que quería dejar a cargo de Hank, que tenía mucho potencial para ese tipo de negocios, de esa manera, su hermano también podía brillar en su elemento… sí, Nathan no era tan m