Cuando a Todd y Verónica les permiten entrar para ver a Mía, los dos caminan con el corazón encogido, pensando en que su princesa estará muy mal. Pero al llegar al cuarto, sólo la vieron dormida, como envuelta en una paz que difícilmente Mía estaba sintiendo. El doctor se acercó a ellos, les permitió que se acercaran a ella para que pudieran quedarse más tranquilos, pero el hombre sabía que eso sólo era por unos segundos. —Señores, necesitamos hablar de su hija, es muy urgente e importante. —Díganos doctor, ¿ella quedará con alguna secuela? —preguntó Todd—. ¿Y mi nieto…? —Mía sólo sufrió una contusión en la cabeza, la tenemos sedada para que pueda estar tranquila y recuperarse bien, pero me temo que hay algo más grave… es mejor que lo hablemos fuera. Los dos se miraron preocupados, pero siguieron al doctor, porque luego de saber que Mía estaba bien, querían saber si su nieto había sobrevivido al impacto. Estaban hablando con el doctor cuando Hank se escabulló para saber de Mía,
Para cuando Mía abre de nuevo los ojos, se encuentra la expresión afable del doctor Steven Sanders, sabe que ahora está en manos seguras y que él no le mentirá acerca de Nathan. —¡Steven… dime qué le pasó a Nathan, por favor! —dice sentándose en la cama, pero él la calma enseguida. —Primero, quiero que te calmes, lo que te pasó no es algo sencillo… —ella baja la mirada a su vientre y las lágrimas comienzan a correr—. Tú y yo tendremos una conversación muy larga luego, pero ahora quiero que me prometas te vas a calmar. —Te lo prometo… —Bien, Nathan tuvo un accidente, está en un coma inducido para que la inflación de su cerebro baje y hasta ahora no hay cambios aparentes, pero sabremos más cuando le hagan un examen. —Quiero verlo, por favor… —¿Sí recuerdas lo que te hizo? —No lo he olvidado, pero si lo piensas bien, si me voy se quedará solo, él no tiene a nadie… sólo a mí. —¿Y yo estoy pintado acaso? —le dice él como ofendido, pero sabe a lo que se refiere Mía, y es que Nathan
Mía espera a que Verónica llegue para relevarla como cada mañana, se acerca a Nathan y le habla con dulzura al oído. —Te amo, mi niño dañado, regresa pronto… te estamos esperando, Steven quiere contarte algo, yo quiero tus abrazos, tus besos, extraño esa sonrisa que me desarma… por favor, despierta. Lo besa con delicadeza, sonríe y se limpia las lágrimas que le salen traicioneras, suspira con entereza y se queda allí, hasta que la voz de su madre la saca de sus pensamientos. —Buen día, hija, ¿cómo has dormido? —Igual que siempre, pendiente de que él vaya a despertar. —Hija… ¿has pensado que tal vez él ya no abra los ojos? Creo que deberías… —No, mamá, no me iré de su lado y tampoco pensaré que él nunca más abrirá los ojos, porque lo hará y verás cuánto nos amaremos, saldremos a adelante juntos. —Piensa en ti, tú no deberías… —Sí debo, creo que es mejor que me vaya a trabajar. Mía toma sus cosas y sale de allí bastante molesta, pero no le queda más que resignarse, es lógico qu
Tras cincuenta y seis días en coma, Nathan Moore ha despertado, aparentemente no tiene secuelas graves, además del habla… ah, y está lo de su memoria. El neurólogo está allí, evaluándolo, mientras Mía siente que está viviendo una pesadilla sentada en el pasillo esperando. Todd y Verónica han llegado tras el llamado de Steven y se han dedicado a consolar a su hija, porque saben eso puede alterarla más de lo que necesita. —¿Qué pasa si nunca me recuerda, mamá? —Piensa en que es una nueva oportunidad para los dos —le dice Verónica—. Una oportunidad para él, de olvidar todo lo que ha sufrido… hay muchas cosas que lo atormentaban y si nunca más las recuerda, puede ser lo mejor. —Pero ¿y yo? —Sólo deberás enamorarlo de nuevo, imagina lo que podría ser eso —Mía se abraza a ella y deja que el llanto salga desde lo más profundo de su alma. Para cuando Steven sale con el neurólogo, Mía lo observa con su rostro bañado en lágrimas, pero antes de que ella pregunte, Steven le sonríe. —Está p
Cuando Mía abre los ojos se queda mirando el techo unos segundos, deja escapar un suspiro largo y mira hacia el lado, en donde está ese vacío. Ni siquiera ella misma entiende ahora por qué no ha dormido con Nathan estas noches que lleva en casa.Al inicio pensó que era lo correcto, para no presionarlo, para no imponerse como su esposa, porque para ella es obvio y un hecho de que es así, pero no para él que sólo siente cosas por ella, pero en realidad no recuerda nada.Por otra parte, ese miedo latente a que saque ese carácter que los llevó a terminar así poco a poco comienza a tomar lugar en esa decisión y nada de lo que haga puede borrarlo. Desde fuera es fácil de entender, sin embargo, para ella no lo es. Vivió toda su adolescencia prácticamente en ese vaivén de confiar y luego ser defraudada.Y ya no quiere ser ese animalito al que atraen con un poco de cariño, para luego golpear una vez tras otra.Acaricia su vientre, se levanta de la cama y comienza su día como siempre, al salir
Nathan escucha la puerta abrirse, sonríe porque seguro Steven está preocupado por él, por ser la primera vez que se baña solo desde que despertó. —Eres un maldito pervertido —dice divertido Nathan, sin ver quién ha entrado—, te dije que estaría bien. —Soy yo… —Mía… —ella se ríe, coge una toalla y camina hasta la entrada para esperarlo. —Me alegra… no sabes cuanto me alegra verte así, de pie —siente ese nudo en la garganta y Nathan le sonríe. Sale de allí, con algo de vergüenza, pero luego recuerda que Mía lo ha visto muchas veces así, por algo lleva a su hijo en el vientre. Le recibe la toalla, mientras ella lo sostiene un poco. Lo mojado de su cuerpo le humedece la blusa, dejando ver aquel brasier blanco de encaje a la perfección. Sin poder evitarlo, una parte de Nathan se despierta, la misma que se despertó por la mañana, luego de aquel beso de despedida. Mía se sonríe, porque hay cosas que no cambian, aunque no las recuerde. —Vamos, antes de que cojas frío —le ordena ella y
Mía había regresado a la habitación y se sentía tan bien, en especial por esos momentos tan deliciosos del día, como lo eran abrir los ojos y ver a su esposo con esa expresión de niño pequeño, con el cabello revuelto; y por las noches, arrimarse a su cuerpo para dejarse abrazar y dormirse enseguida. Así fueron pasando los días, Nathan estaba recuperando su movilidad, ya no necesitaba la silla de ruedas, su cuerpo estaba alcanzando la misma forma de antes, esa que a Mía enloquecía aún más, era como si Nathan con su manera de ser fuera la más grande de las hogueras y su cuerpo una pizca de pólvora… sí, así le pasaba con su esposo. Y como cada sábado, se despierta cuando sus ojos ya no quieren volver a cerrarse, con su cabeza apoyada en un brazo de Nathan mientras que el otro la rodea para terminar con su mano en el vientre. Su pequeño hijo se mueve revoltoso en su refugio y sabe que está pidiendo comida. Se remueve un poco para salir de la cama, pero antes de que logre poner un pie e
Nathan respira hondo, camina hasta la silla porque siente que se desplomará de un momento a otro. Mía camina hacia él con cautela, porque aún puede reaccionar mal, pero decide que al menos una parte de lo que ocurrió ese día se lo debe decir o pensará mil cosas que no son. —Lo primero que debes saber es que no te dije la verdad para cuidarte, ese día no sólo ocurrió tu accidente, yo también tuve uno… —mira avergonzada sus manos, porque esa es la mayor mentira de todas. No era secreto para nadie, excepto por Nathan, que ella se había lanzado aquel día a la calzada para terminar con su vida. —Pero… ¿por qué no me dijiste? ¡Mía! —Cálmate, el auto iba a baja velocidad, frenó y aunque estaba lloviendo, logró maniobrar para no darme de frente. Al final, sólo fue como un empujón, me golpeé la frente y perdí el conocimiento. «Cuando desperté, tú no estabas, te habías desaparecido y luego me enteré de que estabas inconsciente y en coma, producto de un golpe en la cabeza. «Ese día yo est