ESMERALDA.Estaba nerviosa, a punto de volverme loca. Mi hijo no decía nada, y lo único que se escuchaba era un ruido constante. Mi corazón palpitaba acelerado mientras intentaba no dejarme llevar por el pánico. Rápidamente, miré su ubicación en la aplicación y llamé a los hombres de su mansión. Incluso intenté contactar a Andrew, pero él no estaba disponible. Sin embargo, me aseguró que haría lo posible por localizarlo, aunque me dijo que probablemente no tenía caso porque el móvil de mi hijo seguía encendido.Justo en ese momento, escuché unas voces al otro lado de la línea.—¡Hola! ¿Hola? — habla y nadie respondió, que habrá pasado con Emir.—Pablo, vamos, a esta ubicación. Es de mi hijo, y no se ha movido en los últimos minutos, no se que le ha pasado.—Claro que sí, señora, —respondió Pablo, poniéndose en marcha—. ¿Está lista?—Sí, ya estoy lista. Vamos.Rápidamente me subí al coche, y Pablo me llevó a toda velocidad. Mientras íbamos en camino, noté que la llamada con mi hijo segu
EizaEstaba preparando los bocetos para enseñárselos a los diseñadores y textileras, quienes podrían elegir el estilo que más les gustara. Sonreí al ver lo que había dibujado, pero luego me puse a pensar en el momento que pasé con Emir hace unas horas. Lo más raro es que no me había llamado ni me había mandado un mensaje. ¿Será que ya está en casa? En fin, marqué su número, pero enseguida me colgó la llamada. Nuevamente volví a llamar y me salió el buzón de voz. ¿Qué será? Bueno, quizás está ocupado.Me concentré en lo que estaba haciendo, dejé el boceto a un lado y entré a la cocina a prepararme un té de manzanilla. En ese momento, terminando de preparar el té, solté un suspiro y volví a marcar a Emir. Al parecer tenía el móvil apagado. Exhalé el aire contenido y dejé de llamar; seguramente estaba ocupado y tenía que tener un poco de paciencia, sobre todo si se estaba manejando hacia su residencia o tal vez estaba en una diligencia. Lo mejor fue concentrarme en crear mis diseños, ya
ErínEstaba sonriendo y brindando con mi padre. No podía creer lo que le había pasado a Emir; todo eso le pasó por idiota y estúpido, por querer hacer lo que le daba la gana. No se daba cuenta de que, esa promiscua, y va ser su perdición, siendo un CEO, tenia que casarse con una de su altura, no con una donnadie, el no estaba en la posición de hacer nada a su voluntad.De repente, dejé de pensar en eso cuando mi padre entró al despacho.—Entonces, ¿qué planeas hacer? —me preguntó.—Cualquier cosa— respondí, sin poder ocultar mi indiferencia.—Has lo rápido, si quieres, puedes entrar y matarlo de una vez. Así, la empresa y todo lo demás será tuyo.—No, no haré eso padre. No podría. Aún no tengo esa fuerza que tú tienes para acabar con tu propia familia.—Ay, querida. Yo sólo quería acabar con tu madre, no contigo ni con Emir. Te amo a ti pero nunca puede recibir amor de ese imbécil de tu hermano. Por mi puede morir si quiere.—¿Por qué quieres que me una a ti, padre?—Inqueri curiosa.—
ESMERALDAEl sonido constante de los motores del jet privado resonaba en mis oídos mientras miraba el rostro pálido de mi hijo, sumido en un sueño del que rogaba que despertara pronto. Su mano, fría y sin fuerza, reposaba en la mía, mientras mis pensamientos oscilaban entre el miedo y la esperanza. —¿Habré hecho bien en sacarlo del país?— Era la pregunta que no dejaba de repetirse en mi mente.Pablo, decidió acompañarnos, me observaba con preocupación. Apenas había probado bocado desde que subimos al avión, pero no tenía apetito. Solo una creciente sensación de angustia que me carcomía desde dentro.—Señora, la veo muy demacrada. ¿Quiere que le pida unas frutas? —me preguntó, su voz llena de compasión.Negué con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta que me impedía responder.—Comer era lo último en lo que pensaba— Susurre desganada.Había pasado por tanto… después de salir del coma y luchar por mi recuperación, ahora me encontraba aquí, enfrentando otro abismo.—Debería comer al
Eiza.No podía creer lo que veía en esos mensajes de Emir. Cada palabra me perforaba el corazón como un cuchillo. Estaba terminando conmigo, dejándome una vez más con el alma rota. Me hundí en lágrimas, sintiendo cómo mi mundo se desmoronaba. Otra vez había cometido el error de enamorarme, otra vez jugaron con mis sentimientos de la manera más cruel. Lloré hasta quedarme sin fuerzas, hasta que el agotamiento me venció y caí en un sueño inquieto.A la mañana siguiente, desperté con una decisión firme, debía olvidar todo lo sucedido. Me metí en la ducha, dejando que el agua se llevara aunque sea un poco del dolor. Bañé a mi pequeño en su bañera, cuidando cada detalle como si ese acto pudiera arreglar el desastre de mi vida. Luego, me arreglé como pude, tratando de disimular los ojos hinchados con un poco de maquillaje. No quería que Laurie, ni nadie notara mi tristeza.Carmela ya estaba en la casa cuando salí del baño.—Buenos días, señora —me saludó con su amabilidad habitual.—Buenos
Eiza.Rápidamente me alejé del señor Orlov y, sin pensarlo dos veces, le di una cachetada. ¿Cómo era posible que hiciera esto? Le grité, sintiendo una mezcla de indignación y rabia ¿Qué le pasa? ¿Cómo se atreve? No significa que porque le di mi confianza pueda venir y besarme así.—Discúlpame, fue un arrebato… pero tú no entiendes que estoy enamorado de ti —respondió él, tratando de justificar lo injustificable.—Entiendo, pero si mi corazón no quiere estar con usted, no me puede obligar. Creo que lo que hizo no está bien. Buenas noches, debo irme —espeté tratando de mantener la compostura mientras me dirigía a la puerta.—Eiza, por favor, no te vayas así—Pidió suplicante.—Desde ahora en adelante, que nuestra relación sea solo de trabajo. Tal vez le di mucha confianza, pero eso no justifica lo que hizo —añadí, casi sin aliento.—No pienses así —insistió él, intentando suavizar la situación.—Sí pienso así —le respondí con firmeza, ya molesta.Decidí caminar a toda prisa. Me sentía eb
Eiza.Después de terminar de vestirme salí al pequeña sala, ansiosa por ir a la playa, necesitaba un respiro, así que nos apresurados, Laurien sugirió Spiaggia d’Oro, una playa hermosa y popular cerca de Milán, conocida por su arena dorada y las actividades que siempre la llenan de vida. Era una tarde perfecta, con un cielo despejado y el sol brillando intensamente, haciendo que el mar reluciera con tonos esmeralda.Cuando llegamos, la playa estaba abarrotada. La música vibraba en el aire, mezclándose con las risas de la gente y el sonido rítmico de las olas. Había un evento de surf en marcha, y más allá, algunas lanchas rápidas zumbaban sobre el agua, creando pequeñas explosiones de espuma a su paso. Laurien y yo encontramos un lugar ideal sobre la arena, cerca de donde podíamos observar las actividades, pero lo suficientemente lejos para tener un poco de tranquilidad. Mi bebé se sentó a mi lado, fascinado con dos pequeñas pelotas que había traído, mientras yo me acomodaba y me ponía
Emir.Abrí los ojos con dificultad, sintiendo un ardor profundo que me recorría. No entendía dónde estaba ni qué me había pasado. Miré a mi alrededor, y ese sonido constante y frustrante me estaba volviendo loco. Intenté levantar las manos, pero mi boca estaba seca, y algo en mi garganta me sofocaba; quería sacarlo desesperadamente.En ese momento, sentí la mano de alguien y, de repente, un hombre apareció a mi lado.—¿Puedes escucharme? Si puedes escucharme, por favor, levanta la mano —me pidió con urgencia.Lentamente, levanté la mano. Mis ojos estaban a punto de cerrarse, pero logré ver a mi madre de pie junto a la cama.—Mamá —susurré con esfuerzo.—¡Mi hijo! Por fin te despertaste. Doctor, mírelo, por favor —escuché a mi madre decir, llena de alivio.—Sí, señora, tranquila —respondió el doctor, pero yo no podía hablar. Sentía como si mi voz y todos mis sentidos me pesaran, y poco a poco, volví a perderme en la oscuridad.No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando abrí los ojos de nuev