Eiza.Después de terminar de vestirme salí al pequeña sala, ansiosa por ir a la playa, necesitaba un respiro, así que nos apresurados, Laurien sugirió Spiaggia d’Oro, una playa hermosa y popular cerca de Milán, conocida por su arena dorada y las actividades que siempre la llenan de vida. Era una tarde perfecta, con un cielo despejado y el sol brillando intensamente, haciendo que el mar reluciera con tonos esmeralda.Cuando llegamos, la playa estaba abarrotada. La música vibraba en el aire, mezclándose con las risas de la gente y el sonido rítmico de las olas. Había un evento de surf en marcha, y más allá, algunas lanchas rápidas zumbaban sobre el agua, creando pequeñas explosiones de espuma a su paso. Laurien y yo encontramos un lugar ideal sobre la arena, cerca de donde podíamos observar las actividades, pero lo suficientemente lejos para tener un poco de tranquilidad. Mi bebé se sentó a mi lado, fascinado con dos pequeñas pelotas que había traído, mientras yo me acomodaba y me ponía
Emir.Abrí los ojos con dificultad, sintiendo un ardor profundo que me recorría. No entendía dónde estaba ni qué me había pasado. Miré a mi alrededor, y ese sonido constante y frustrante me estaba volviendo loco. Intenté levantar las manos, pero mi boca estaba seca, y algo en mi garganta me sofocaba; quería sacarlo desesperadamente.En ese momento, sentí la mano de alguien y, de repente, un hombre apareció a mi lado.—¿Puedes escucharme? Si puedes escucharme, por favor, levanta la mano —me pidió con urgencia.Lentamente, levanté la mano. Mis ojos estaban a punto de cerrarse, pero logré ver a mi madre de pie junto a la cama.—Mamá —susurré con esfuerzo.—¡Mi hijo! Por fin te despertaste. Doctor, mírelo, por favor —escuché a mi madre decir, llena de alivio.—Sí, señora, tranquila —respondió el doctor, pero yo no podía hablar. Sentía como si mi voz y todos mis sentidos me pesaran, y poco a poco, volví a perderme en la oscuridad.No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando abrí los ojos de nuev
ErínEstaba en la oficina de Emir, firmando unos papeles, cuando su asistente personal entró y me mostró unas cifras. Arrugué la frente, tratando de entender, pero estaba un poco perdida.—No entiendo muy bien, ¿podrías explicármelo? —le ordené desinteresada.Ella me miró con calma y respondió—El señor Emir siempre organiza una reunión para mostrar la tabla de ventas.—¿Y?—Añadí indiferente.—Tenemos que reunirnos con los miembros de la junta, pero el no se encuentra.—Ahora estoy yo, por lo que debemos organizar la junta.—Podemos ir al salón de reuniones si lo prefiere.Asentí y la asistente, bajando la cabeza en señal de reverencia, salió de la oficina. Mientras me dirigía al salón, mi celular sonó; era la llamada que estaba esperando. Había contratado a una detective para que siguiera a Eiza, Vi en las redes sociales que había participado en una pasarela ayer, ganando el segundo lugar. Sentí una punzada de envidia. ¿Cómo podía esa mujer triunfar si no era más que una simple prost
EmirSentía que el alma se me rompía en mil pedazos. Eché a mi hermana de la habitación y me dejé caer en la cama, ahogado en llanto. ¿Cómo era posible que Eiza me hubiera engañado con ese imbécil de Isaac Orlov? Siempre sospeché que había algo raro entre ellos, pero me negué a ver la realidad. Ahora, tenía las pruebas en mis manos. Claro, seguramente no le importé en absoluto. Se habrá enterado de mi accidente y, al ver que ya no podía estar con ella como antes, decidió traicionarme.Me quedé ahí, mirando el techo de la habitación del hospital, sintiendo cómo la desesperanza me consumía. De repente, mi madre entró y se acercó a mí.—No quiero ver a nadie —le dije, evitando mirarla.—No puedo creerlo…Ella intentó mostrarme unas imágenes.—Te dije que no quiero ver nada —la interrumpí—. Y no quiero que menciones a esa mujer. Llama a Andrew, dile que necesito hablar con él.—Dios mío… ¿Qué piensas hacer? No me digas que quieres hablar con esa mujer, ya le…—¡Ya te dije, madre! No te me
EizaDeje de llorar, estaba demasiado sensible por mi embarazo y nuevamente sola sin el padre.Mientras me encontraba sentada en la habitación, no podía dejar de pensar en lo que estaba por venir. Ahora tenía otro bebé en camino, y aunque jamás consideraría a mi hijo un error, el temor de enfrentar la situación sola nuevamente me abrumaba. La soledad pesaba sobre mí como una sombra que no podía sacudir.Decidí abrirme con mi amiga de confianza, y le confesé mi situación. Su rostro reflejó tristeza al escucharme, pero también me advirtió que no debía compartir esta noticia con nadie más,—No se comentes Andrew. Por favor, Laurien— le supliqué, casi en un susurro.—Tranquila, nena. No te preocupes. No diré nada— me respondió, con un tono que me daba cierta paz. Pero la preocupación aún me rondaba. Sabía que, para mantener mas tranquila y serena tenía que moverme de este apartamento cuanto antes.—Necesitamos salir de aquí, Laurien. No quiero quedarme más tiempo en este apartamento, ni q
EmirEl hospital en Suiza era impecable, un edificio moderno con grandes ventanales que dejaban entrar la luz natural, brindando una sensación de serenidad en cada rincón, a mi lo que me provocaba era desesperación. Las montañas al fondo, cubiertas de nieve, parecían observarme con paciencia, como si fueran conscientes de mi lucha interna. Incluso era fría como el corazón que tengo in mi interior.Livia la enfermera que mi madre había contratado, era una mujer joven y profesional, de cabello rubio y ojos azules, que siempre mostraba una sonrisa tranquilizadora. Sin embargo eso no me animaba a nada.Ya habían pasado tres meses desde que inicié mi terapia. Tres meses tratando de sostenerme por mí mismo, pero cada intento se sentía como un fracaso monumental. La enfermera trataba de animarme, con palabras dulces y llenas de esperanza. Pero yo… yo no podía soportarlo. Me sentía como un inútil, incapaz de hacer lo más básico y ella arruinaba mas mi temperamento cada vez que me sonreí según
Erin Me reí en mi despacho, observando las fotos de mi hermano Emir con esa enfermera, Livia. Mi madre me las compartió y seguramente con un propósito. Cada imagen me provocaba una risa amarga. La idea de enviar esas fotos a Eiza se formó en mi mente como un destello cruel. Quería que Eiza viera a Emir como lo peor, que lo despreciara tanto como yo lo hacía. Estaba decidida a destruirlo, y no descansaría hasta verlo derrotado.Mi objetivo era claro, quitarle la empresa y asegurarlo atrapado en Suiza para siempre. Durante el viaje que pronto emprendería, llevaría a cabo cada parte de mi plan para que mi hermano, ese déspota frío que se creía invencible, quedara para siempre en su silla de ruedas. Sonreí con malicia mientras me levantaba de la elegante silla en el despacho de Emir, saboreando la anticipación de que pronto todo esto sería mío.****El viaje a Suiza lo hice con un propósito oscuro. Mientras el avión avanzaba, mi determinación se hacía más fuerte, acabar con mi hermano d
EIZAPasaron más de seis meses desde que decidí alejarme de la ciudad y de todo lo que me recordaba a Emir. Mi vientre ya era evidente; la vida que crecía dentro de mí era una mezcla de alegría y tristeza, pero sobre todo me hacía pensar en el futuro que debía construir para mí y para mi bebé. Vivía en una pequeña casa en las afueras de Milán rodeada de paz y lejos del ruido que alguna vez fue mi vida. Mi amiga Laurien trabaja como dependienta en una tienda de ropa, y yo pasaba horas diseñando, creando cosas nuevas con la esperanza de, un día, mostrarlas a una gran agencia de modelos mis creaciones. Aunque no tenía intenciones de volver a ese mundo del modelaje, diseñar era mi escape. Pero cada vez que mi bebé daba una patadita, el recuerdo de Emir volvía con fuerza. Él había sido el amor de mi vida, y aunque me había engañado, no le deseaba ningún mal. A pesar de todo, esos pensamientos persistían en mi corazón, pero había decidido dejarlos a un lado.Ese día, me levanté con la deter