EmirSentía que el alma se me rompía en mil pedazos. Eché a mi hermana de la habitación y me dejé caer en la cama, ahogado en llanto. ¿Cómo era posible que Eiza me hubiera engañado con ese imbécil de Isaac Orlov? Siempre sospeché que había algo raro entre ellos, pero me negué a ver la realidad. Ahora, tenía las pruebas en mis manos. Claro, seguramente no le importé en absoluto. Se habrá enterado de mi accidente y, al ver que ya no podía estar con ella como antes, decidió traicionarme.Me quedé ahí, mirando el techo de la habitación del hospital, sintiendo cómo la desesperanza me consumía. De repente, mi madre entró y se acercó a mí.—No quiero ver a nadie —le dije, evitando mirarla.—No puedo creerlo…Ella intentó mostrarme unas imágenes.—Te dije que no quiero ver nada —la interrumpí—. Y no quiero que menciones a esa mujer. Llama a Andrew, dile que necesito hablar con él.—Dios mío… ¿Qué piensas hacer? No me digas que quieres hablar con esa mujer, ya le…—¡Ya te dije, madre! No te me
EizaDeje de llorar, estaba demasiado sensible por mi embarazo y nuevamente sola sin el padre.Mientras me encontraba sentada en la habitación, no podía dejar de pensar en lo que estaba por venir. Ahora tenía otro bebé en camino, y aunque jamás consideraría a mi hijo un error, el temor de enfrentar la situación sola nuevamente me abrumaba. La soledad pesaba sobre mí como una sombra que no podía sacudir.Decidí abrirme con mi amiga de confianza, y le confesé mi situación. Su rostro reflejó tristeza al escucharme, pero también me advirtió que no debía compartir esta noticia con nadie más,—No se comentes Andrew. Por favor, Laurien— le supliqué, casi en un susurro.—Tranquila, nena. No te preocupes. No diré nada— me respondió, con un tono que me daba cierta paz. Pero la preocupación aún me rondaba. Sabía que, para mantener mas tranquila y serena tenía que moverme de este apartamento cuanto antes.—Necesitamos salir de aquí, Laurien. No quiero quedarme más tiempo en este apartamento, ni q
EmirEl hospital en Suiza era impecable, un edificio moderno con grandes ventanales que dejaban entrar la luz natural, brindando una sensación de serenidad en cada rincón, a mi lo que me provocaba era desesperación. Las montañas al fondo, cubiertas de nieve, parecían observarme con paciencia, como si fueran conscientes de mi lucha interna. Incluso era fría como el corazón que tengo in mi interior.Livia la enfermera que mi madre había contratado, era una mujer joven y profesional, de cabello rubio y ojos azules, que siempre mostraba una sonrisa tranquilizadora. Sin embargo eso no me animaba a nada.Ya habían pasado tres meses desde que inicié mi terapia. Tres meses tratando de sostenerme por mí mismo, pero cada intento se sentía como un fracaso monumental. La enfermera trataba de animarme, con palabras dulces y llenas de esperanza. Pero yo… yo no podía soportarlo. Me sentía como un inútil, incapaz de hacer lo más básico y ella arruinaba mas mi temperamento cada vez que me sonreí según
Erin Me reí en mi despacho, observando las fotos de mi hermano Emir con esa enfermera, Livia. Mi madre me las compartió y seguramente con un propósito. Cada imagen me provocaba una risa amarga. La idea de enviar esas fotos a Eiza se formó en mi mente como un destello cruel. Quería que Eiza viera a Emir como lo peor, que lo despreciara tanto como yo lo hacía. Estaba decidida a destruirlo, y no descansaría hasta verlo derrotado.Mi objetivo era claro, quitarle la empresa y asegurarlo atrapado en Suiza para siempre. Durante el viaje que pronto emprendería, llevaría a cabo cada parte de mi plan para que mi hermano, ese déspota frío que se creía invencible, quedara para siempre en su silla de ruedas. Sonreí con malicia mientras me levantaba de la elegante silla en el despacho de Emir, saboreando la anticipación de que pronto todo esto sería mío.****El viaje a Suiza lo hice con un propósito oscuro. Mientras el avión avanzaba, mi determinación se hacía más fuerte, acabar con mi hermano d
EIZAPasaron más de seis meses desde que decidí alejarme de la ciudad y de todo lo que me recordaba a Emir. Mi vientre ya era evidente; la vida que crecía dentro de mí era una mezcla de alegría y tristeza, pero sobre todo me hacía pensar en el futuro que debía construir para mí y para mi bebé. Vivía en una pequeña casa en las afueras de Milán rodeada de paz y lejos del ruido que alguna vez fue mi vida. Mi amiga Laurien trabaja como dependienta en una tienda de ropa, y yo pasaba horas diseñando, creando cosas nuevas con la esperanza de, un día, mostrarlas a una gran agencia de modelos mis creaciones. Aunque no tenía intenciones de volver a ese mundo del modelaje, diseñar era mi escape. Pero cada vez que mi bebé daba una patadita, el recuerdo de Emir volvía con fuerza. Él había sido el amor de mi vida, y aunque me había engañado, no le deseaba ningún mal. A pesar de todo, esos pensamientos persistían en mi corazón, pero había decidido dejarlos a un lado.Ese día, me levanté con la deter
Emir.Cada día me sentía más decaído, débil y frustrado, sin saber qué hacer. Supuestamente, hacía terapias junto con ejercicios para recuperar la movilidad en mis piernas, pero nada de eso funcionaba. Las pastillas me debilitaban y me hacían sentir fuera de mí, paso mas tiempo dormido que otra cosa, incluso hay momentos en la que me dan ganas de ir a vómitar, parezco una de esas mujeres embarazadas. ¡Mierda! Que esta pasando conmigo… Ya había pasado más meses, y aún seguía postrado en esta cama, en una silla de ruedas. Esto era una locura. Quería salir corriendo de este ambiente y retomar mi vida en Rockefeller. Andrew casi no hablaba conmigo, y mi madre ni siquiera me dejaba llamarlo ¿Por qué demonios se metían en mi vida? He intentado dejar todo atrás, pero es una mentira. Jamás podré sacar a esa mujer de mi mente. Día y noche la pienso, la sueño, la veo sonreír. A veces, incluso me masturbo pensando en ella, como un maldito loco, desesperado por tenerla, por sentirla.Mierda, me s
Eiza.Caminaba lentamente por el parque, mi hijo sujetando mi mano mientras observábamos a los pequeños jugar en los balancines. Las palomas picoteaban ansiosamente los granos de maíz que las personas dejaban caer, ajenas al bullicio que las rodeaba. Decidí sentarme en una banca cercana, necesitaba descansar. Carmela, siempre atenta, ayudó a mi hijo a subirse a uno de los balancines mientras yo me quedaba sentada, acariciando distraídamente mi vientre abultado. Ya estaba en el octavo mes de embarazo, y aunque había decidido no saber el sexo del bebé, una parte de mí sospechaba que podría ser una niña. Mis síntomas, que habían sido tan intensos durante los primeros dos meses, se habían disipado rápidamente, dejándome con la esperanza de que quizá sería, pero quiero que sea una sorpresa cuando por fin llegara el momento.El mes de diciembre avanzaba rápidamente, y el frío se hacía cada vez más intenso. Cada noche, mis pensamientos volvían a esa persona que no merecía ocupar un lugar en m
EmirMe encontraba en un estado de profunda tristeza y preocupación. Le había suplicado a mi madre, Esmeralda, que me llevara a otro hospital para descubrir qué estaba pasando. Mi cuerpo no era el mismo y no podía seguir así. Sin embargo, se negó rotundamente. La presión y la frustración me llevaron a insistir.—Mamá, si no me llevas, encontraré la manera de irme por mi cuenta. No puedo quedarme aquí, esperanzado en recuperar mi sensibilidad para poder empezar a caminar.—En donde vayas, es lo mismo.—Entonces regresemos a Italia, si es de esa manera—ella negó, tapo su rostro, cansada de mi instancia.—Te llevare a un hospital, en Ginebra, la Tour. Mañana saldremos en auto.—Finalmente accedió.—Bueno, puedes retirarte, y no quiero ningún masaje así que dile a la enfermera, que no se moleste en venir—Mi madre soltó un suspiro y salió de la habitación. Mire la pastilla que tomaba para recuperar las fuerzas en mis músculos. Pero llevaba días sin querer tomarlas por lo que decidí averigu