Celos

Eiza

Estaba tan preocupada a punto de volverme loca, le pregunté a la enfermera cómo se encontraba mi hijo. Ella me aseguró que solo se había dado una indigestión y que no debía preocuparme, ya que estaban canalizándolo y dejándolo descansar para recuperarse. Me acerqué a la señora Carmela, y su nerviosismo era evidente.

—¿Qué pasó? —le pregunté.

—No sé, creo que fue la leche, señora, pero no me fijé —dijo, visiblemente agitada—. Discúlpame, no sé qué ocurrió.

—Mira, Carmela, yo sé que no tuviste la culpa, pero siempre tienes que fijarte en el biberón del bebé. No puede pasar más de una hora sin que lo cambies. Si pasan de horas tienes que cambiarlo.

—Sí, señora, no fue mi intención, pero ocurrió —contestó.

Suspiré y me dirigí hacia el señor Orlov, apenada me acerco a él.

—Muchas gracias por traerme. Creo que la cena se arruinó, quizás sea en otra ocasión.

—No te preocupes, Eiza —me dijo, acariciando mi rostro—. Tómate tu tiempo. Es una lástima que no podamos seguir platicando, pero
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