Capítulo 2

*—Rosemary:

Tocar esa parte de su pasado en donde el amor de su vida la dejaba por un mejor porvenir siempre le traía mucha tristeza.  

—Jessie estás tan equivocada —le dijo Rosemary luego de perderse en sus pensamientos—. Aquella promesa murió cuando Nathan se casó e hizo su vida. Además, es de tontos pensar en una promesa tan tonta como aquella, éramos jóvenes y los jóvenes siempre hacen cosas tontas —Rosemary se encogió de hombros restándole importancia, como a todo en su vida.

—Si, pero, aunque se haya casado, sé que has pensado en Nathan volviendo a tu vida y… —comenzó a decir Jessie.

—¡Basta! —exclamó Rosemary interrumpiéndola—. Deja de soñar tanto, ¿sí? —le espetó con dureza, pero alguien debía de ser el adulto allí y dejar de pensar en promesas de adolescentes.

Nathan no iba a regresar, ni por más que lo soñara ni lo deseara. Además, habían pasado diez años. Era estúpido seguir aferrándose a una promesa de tanto tiempo. La vida pasaba y cambiaba, y mucho. Ya no era la joven de ese entonces y estaba segura que Nathan tampoco debía de ser aquel chico larguirucho que la había cautivado desde la primera vez que lo vio.

—No puedes predecir el futuro, Rosé —murmuró Jessie.

No, no podía, pero de algo estaba segura. Nathan no iba a regresar y si lo haría, no sería por ella. Lo sentía, pero esa era la m*****a realidad.

Rosemary bajó la vista hacia la pulsera y en un arrebato comenzó a quitársela ante la mirada sorprendida de Jessie. Cuando la tuvo fuera de su muñeca, se la lanzó a Jessie.

—Guárdala con la otra, ¿sí? —le dijo cuando Jessie la atrapó en el aire.

—No puedes hacer esto, Rosé —se quejó Jessie y Rosemary alzó una ceja. Si, ella podía hacerlo—.  ¿Acaso no te has dado cuenta de que cuando te quitas la pulsera pasan cosas malas? —le recordó. Rosemary movió la cabeza. Era solo estúpidas creencias de su amiga. Decía que cada vez que se quitaba la pulsera algo malo le pasaba. Eran solo coincidencias. Solo eso.

Rosemary se mordió los labios.

No iba a ser supersticiosa como Jessie, pero recordaba que la noche en que ocurrió la muerte de sus padres, había hecho una rabieta y se había quitado la pulsera. Esa noche sus padres tenían previsto ir a una cena de navidad y ella se había negado acompañarlos, consiguiéndolo. Murieron por un accidente de coche esa misma noche. Se preguntó qué hubiese pasado si hubiese ido con ellos. ¿Estaría muerta ahora mismo?

Además de ello, podría agregar que tampoco tenía la pulsera cuando sufrió el accidente en el parqueo del hospital. Este sucedió la misma noche de navidad y fue chocada por un hombre borracho que había llevado a su mujer igual de borracha a urgencias. Aunque no se había culpado al hombre por querer salvar la vida de su esposa, había sido casi causante de su muerte. Había durado en coma casi tres meses desde navidad hasta principios de marzo porque su cabeza había sufrido por el accidente.

Gracias a Dios que ya estaba mejor, pero había sufrido demasiado en dicha época y por ende no le gustaba tanto. Además, volvía a repetir, no tenía familia para estar disfrutándola.

—Estás loca —le dijo Rose respondiéndole a lo de antes, pero sabía que se equivocaba al decirle aquello.

Sabía lo que su amiga le estaba diciendo, cuando hacía alguna rabieta, cuando pensaba sobre el pasado y se quitaba la pulsera ocurrían cosas malas. Quizás… Quizás esta está bendecida de alguna manera.

Rosé extendió la mano hacia Jessie y esta rápidamente le dio el accesorio de regreso. Rosé le dio una mirada cansada mientras se preguntaba por qué debía conservar aquello que tanto le hacía recordar a su amor perdido.

—No debes quitártela Rosemary —dijo Jessie—. Es un recuerdo de Nathan que siempre te protegerá, además de que, no sabemos si algún día regresará a ti.

¿Regresar a ella? ¿Un hombre casado y con su vida hecha lejos de aquel pueblucho de m****a? Quiso reírse, pero para no tener a Jessie reclamándole una vez más, prefirió aguantar las ganas.

—Ya entendí —le dijo a su amiga.

—Esa pulsera es como un amuleto y te ha salvado —murmuró su amiga y cuando Rosé alzó la mirada observó que esta estaba llorando—. ¿Recuerdas cuando iban a desconectarte? —preguntó Jessie y Rose arqueó las cejas. Era obvio que no lo recordaba porque estaba perdida en su mundo. Jessie se fijó en lo que dijo y se rio como tonta—. No me refiero a recordar directamente, pero te aclaro la mente. Cuando nos informaron que la hinchazón en tu cabeza no bajaba y que, si seguía así, tendrían que desconectarse, yo te coloque la pulsera y rece por ti durante tres días —Jessie cerró los ojos—. Como si fueras Jesús, al tercer despertaste.

Rosemary movió la cabeza.

Rose entornó los ojos. Jessie siempre contaba esa historia. Era cierto que había despertado de la nada, pero no creía que fuese por una estúpida pulsera. Era una mujer de ciencia y sabía que todo proceso médico tenía su explicación. Su cuerpo simplemente comenzó a asimilar la medicina y luego empezó a sanar.

—De acuerdo —aceptó mientras volvía a colocar la pulsera alrededor de su muñeca para calmar la ansiedad de Jessie que se preocupaba tanto por ella. Su amiga siempre lloraba por ella mientras que Rose ni siquiera se inmutaba en hacerle caso a Jessie. Era una mala amiga.

Rose alzó la muñeca.

—¿Contenta?

—Así me gusta —dijo Jessie levantándose de la silla—. Ya me tengo que ir, mi turno terminó. Tú también vete, Rosé, te ves muy cansada —señaló esta y Rose decidió asentir para no llevarle la contraria a su amiga. Era lo mejor.

Además, tenía razón esta vez. Se sentía cansada y con muchas ganas de dormir hasta el mediodía. Tal vez debería pedir el día libre de mañana. Jessie se acercó a ella y le dio un abrazo, se despidió de Rosé y se fue. Rosé hizo lo mismo, guardó sus cosas y se fue del hospital.

Condujo con una mirada desolada hasta su casa. No podía evitar sentirse triste de vez en cuando, aunque no lo quisiera, pero en el camino veía como en las otras casas y otros establecimientos, se sentía el espíritu navideño. Quizás debía también buscar ese espíritu.

Sonrió, Jessie la había puesto positiva otra vez, esperaba que aquel positivismo durará hasta finales de navidad. Tal vez debería ir mañana de compras. Si, debería comprar algunas cosas nuevas para la casa y darle un poco de luz a esta. Darle ese espíritu navideño que los demás tenían.

¿Qué rayos había pasado? ¿Acaso estaba olvidando poco a poco el dolor que le traía esta época? ¿Era eso?

Bueno, fuese lo que fuese, estaba haciendo un poco de efecto en ella y algo le decía que debería avanzar.

Aparcó frente a su casa, la cual se veía tan oscura y tan tenebrosa pues todas las luces estaban apagadas. Debería dejar las luces encendidas o pedirle a alguien que las encendiera mientras estaban en el hospital. Como era un pueblo pequeño y todos se conocían, no había robos ni malhechores. Había mucha solidaridad entre los habitantes. Esto era lo bueno de vivir en un lugar como aquel. Además de que no había el ruido que existía en la ciudad. Esto era lo que le gustaba de allí.

Hizo un mohín cuando por la ventanilla del auto vio la nieve apilándose en su jardín. No había tenido tiempo para limpiarlo porque no le había importado, pero ahora que tenía el espíritu positivo, tal vez debería pagarle a alguien para que lo hiciera. También, podría comprar algunos venados de luces y colocarlos allí. Se verían bien con la casa.

Quitó sus llaves del contacto y salió del vehículo. Mientras hacía una lista mental de cosas que comprar, intentó caminar hacia la casa, pero ni bien dio un paso, algo la hizo detenerse cuando su cuello fue jalado hacia atrás.

Su bufanda estaba trancada con la puerta de su destartalado auto. ¿Cómo no se había dado cuenta? Sonrió, era una tonta. Comenzó a tirar lentamente de la bufanda, pensando que saldría fácilmente, se equivocó. No iba a salir. Buscó las llaves en su abrigo para desbloquear el vehículo y cuando la llevó hacia el agujero de la puerta, cayeron, así de simple.

Rose iba a soltar un improperio, pero se contuvo.

—Actitud positiva. Actitud positiva —se dijo a sí misma animándose a mantener el espíritu positivo.

Se inclinó a buscarlas, pero sus manos fueron tan estúpidas que la movieron hasta debajo del auto. ¡Oh no!

—¿En serio? —gritó en voz alta mientras miraba al cielo. Cuando se decía que iba a ser más feliz, el mundo conspiraba para que fuese lo contrario. ¿Es que acaso quien sea que movía los malditos hilos del destino no quería verla feliz? Dios que le diera paciencia porque no tenía.

Ya que no podía tomar las llaves debajo del auto porque tenía la bufanda estancada en la puerta y para librarse de esta tenía que sacarla primero, lo que Rosemary intentó fue tirar más de esta para ver si salía del auto. Comenzó a tirar otra vez de la bufanda, pero la m*****a que era de lana y muy cara, no quería salir.

Soltó un improperio en voz alta y tiró de ella una vez más, pero por la fuerza, además de quedarse sin bufanda quedó tirada sobre el frío y húmedo suelo por la nieve derretida. Tanto como su ropa y como su cabello se llenaron de nieve y maldijo al cielo.

Ya entendía. Era uno de esos días de perros. Todo ese positivismo no sirvió para nada. El cielo se la jugaba para que continuara odiando todo a su alrededor.

¿Acaso Dios estaba en contra de ella? ¿La odiaba? ¿Por eso le pasaban tantas cosas horribles? Y ella que había pensado tan positivamente hace unos minutos, pero no, como siempre, todo era un caos.

No quería llorar, pero sin darse cuenta, las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos. Sus sollozos se hicieron evidentes. Cuando trataba de arreglar las cosas venía el destino y lo embarraba todo. Odiaba esta m****a. Solo quería ser feliz. Estar tranquila hasta que llegara el día en que tuviera que abandonar este plano terrenal. Seguramente terminaría en el infierno por ser tan poco creyente.

M*****a sea. Ya no aguantaba su vida. Todo le salía mal.

De mala gana, se puso de pie. Ahora estaba tan cansada y le dolía la cabeza. Su trasero le dolía por igual. Solo quería darse una ducha caliente y entrar en la cama. Tal vez mañana sería un mejor día.

Se rió. Lo dudaba.

Dejó de sollozar y comenzó a limpiarse un poco, o al menos trató, porque tenía el abrigo todo sucio y este solo se limpiaría si lo llevaba a la tintorería.

—¿Estás herida? —escuchó una voz varonil profunda preguntarle.

Rosemary negó con la cabeza rápidamente, pero luego se quedó petrificada.

Espera un momento.

—Es interesante como tu pelo sigue viéndose tan hermoso a pesar de los años, Rosemary —continuó la misma persona mientras Rosemary se tensaba al reconocer dicha voz. Lentamente, comenzó a girarse hacia el lugar donde venía la voz para ver una figura masculina a unos pasos de ella.

El corazón de Rosemary se detuvo y sus ojos se abrieron como luna llena al reconocer la figura frente a ella. Su cabello seguía siendo igual de negro que siempre y sus ojos seguían brillando como ese brillo peligroso de antes.

Se llevó una mano al corazón.

No pensó que volvería a encontrarse con dicha persona. Solo lo habían mencionado varias veces, pero parecía ser que lo habían invocado. Si, definitivamente había invocado a la persona que había anhelado por años, aquella que se fue, su primer amor y el hombre que le rompió el corazón.

Nathan Rivers.

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