ARDIAN La noche se tornaba oscura y pesada, como si el aire estuviera impregnado de un sufrimiento que apenas podría describir. Había una fiesta en el castillo, un evento al que todos asistían, menos yo. Estaba en un rincón, observando, como si de un mero espectador se tratase, cuando la vi. Leni, con su risa sincera y su cabello rebelde, se movía entre la multitud como si fuera la luz en la oscuridad. Pero mi mundo se desmoronó cuando, en un instante, la seguí hasta el bosque y la vi besándose con otro chico. —¡Leni! —grité, sin pensar. Mis manos se cerraron en puños, y el corazón se me detuvo. Me lancé hacia ellos, y antes de que pudiera procesar lo que hacía, ya estaba golpeando al chico. Mis puños se llenaron de sangre, y el eco de mis golpes resonaba en mi mente como un canto de sirena, llamándome a la locura. —¡No vuelvas a tocarla! —grité, mi voz temblando de furia. El chico, aturdido, se alejó de Leni, quien me miraba con una mezcla de sorpresa y miedo. La rabia me nub
LENI Desperté con un dolor de cabeza punzante que me hacía sentir como si un tambor sonara dentro de mi cráneo. La luz del sol se colaba por las rendijas de la ventana, y al abrir los ojos, me di cuenta de que no estaba en mi habitación. Todo me resultaba confuso. Las imágenes de la noche anterior me asaltaban como sombras en la penumbra de mi mente. —¿Dónde estoy? —murmuré, intentando orientarme. —En mi habitación —respondió Leysa, que aún estaba en la cama, estirándose perezosamente. Su voz fue un bálsamo, pero no podía ignorar la inquietud que me embargaba. —¿Qué pasó anoche? —pregunté, tratando de recordar los detalles que se me escapaban. Leysa se sentó, su expresión se tornó seria. —Tú y Ardian tuvieron una discusión… y luego… bueno, el beso con el lobo. Mi corazón se hundió. Recordaba partes de la noche, pero no era suficiente. —¿Ardian está enfadado conmigo? —Muy enfadado —confirmó Leysa, mirándome con preocupación—. Lo vi anoche, estaba furioso. Te busca pa
LENI—Leni, ¿estás bien? —me preguntó Leysa, pero apenas podía escucharla. La confusión y el dolor llenaban mi mente, y el único lugar donde quería estar era lejos de todos, lejos de su mirada preocupada. Sin poder contenerme, me dirigí a mi habitación y cerré la puerta con pestillo. Necesitaba un momento a solas, un instante para respirar.Cuando el silencio me rodeó, sentí que el peso de la realidad caía sobre mí. Ardian, mi mate, mi compañero, el hombre que había sido mi razón de ser, ahora se comportaba como si yo no existiera. Cada día que pasaba, cada mirada que evitaba, cada palabra que no se pronunciaba, era una daga afilada que se hundía en mi corazón. Me dejé caer sobre la cama, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a brotar de mis ojos. Pero la tristeza pronto se transformó en un asco repentino.Corriendo al baño, apenas logré llegar antes de que el vómito comenzara a salir de mi boca. Mis manos temblaban, llenas de terror. La posibilidad de estar embarazada me consumía.
ARDIAN La luz tenue de la lámpara de mi despacho iluminaba un par de documentos desordenados sobre el escritorio. Me sentía extraño, como si algo en mi interior estuviera a punto de romperse. “¿Qué es lo que se me está escapando?”, pensé mientras pasaba la mirada una y otra vez sobre las hojas, buscando alguna clave que me recordara lo que parecía olvidado. La anciana Greta apareció con una taza de té humeante, su rostro surcado por arrugas que contaban más historias que cualquier libro. —Aquí tienes, Ardian. Un té para aclarar esos pensamientos —dijo con su voz suave pero firme. —No, gracias, Greta. No tengo tiempo para eso —respondí, aunque el aroma del té me tentaba. —Siempre es buen momento para un té, querido —insistió, acercándome la taza con una sonrisa maternal—. A veces, un pequeño descanso es justo lo que necesitas. Ceder a su insistencia resultó más fácil de lo que esperaba. Tomé la taza y, a regañadientes, di un sorbo. El sabor era reconfortante, pero mi mente seguía
LENI Me sentía como un títere al que le habían cortado las cuerdas. La elección de Ardian por Melisa era como una espada afilada atravesando mi pecho, y cada latido de mi corazón se volvía más pesado y lento. La conexión que una vez compartimos parecía desvanecerse en el aire, como el humo de un fuego extinguido, y no podía evitar preguntarme si alguna vez había sido real. Cerré los ojos, sintiendo cómo la oscuridad me envolvía, y en ese instante, decidí dejarme caer. —Leni, ¡no! —resonó una voz a mi alrededor, pero era demasiado tarde. Me dejé llevar por la gravedad de mi dolor, cuando, de repente, unas manos fuertes me atraparon, salvándome de una caída inevitable. —¿Qué demonios estás haciendo? —dijo mi padre, mientras me mantenía firme en su abrazo. Me miró con preocupación, los ojos entrecerrados, como si intentara ver más allá de la superficie. —No quiero volver —susurré, el eco de mi sufrimiento sonando en cada palabra—. No quiero regresar a donde no soy deseada. Papá, con
ARDIANDesperté con la cabeza llena de nubes y una sensación de desorientación que apenas podía soportar. La luz del día se filtraba a través de las cortinas, y durante un momento, me pregunté dónde estaba. El silencio del lugar me envolvía, y cada segundo que pasaba parecía un eco de las decisiones que me habían traído hasta aquí. Mientras mi memoria comenzaba a despejarse como la niebla de la mañana, un torrente de recuerdos me golpeó como una ola: Leni, Melisa, el puente. Las voces en mi mente resonaban con fuerza.—Por fin despiertas. Creí que ya habías muerto —dijo una voz áspera. Levanté la vista y vi a Reinhold, su rostro marcado por la gravedad de la situación.—Recuerdo todo —respondí, tratando de mantener la calma, aunque el caos de mis pensamientos se desbordaba. Recordaba cada instante, cómo Leni había caído y cómo, por razones que aún no comprendía, había elegido salvar a Melisa.Reinhold me observó con una mezcla de desdén y preocupación.—Eso no debería ser suficiente.
LENI Siempre había creído que los momentos importantes de la vida estaban precedidos por una especie de anticipación. Pero aquí estaba yo, en medio de una noche de baile, sintiendo que mi estómago se convertía en un nudo mientras Dax se acercaba para invitarme a bailar. Su sonrisa era contagiosa, pero la idea de moverme al ritmo de la música con él me llenaba de nervios. —Leni, ¿quieres bailar? —preguntó Dax, su voz resonando entre los murmullos de la multitud. —Claro, Dax —respondí, intentando sonar más segura de lo que realmente me sentía. Pero, al tomar su mano, una oleada de recuerdos de nuestra infancia inundó mi mente, y me pregunté si realmente estaba lista para esto. Mientras nos movíamos al compás de la música, no pude evitar recordar aquellos días en que jugábamos en el parque. La risa de Dax resonaba en mi memoria mientras él comenzaba a contar una de nuestras anécdotas. —¿Recuerdas cuando intentamos construir esa fortaleza con cajas de cartón? —dijo, riendo—. Pensamos
NARRADOR OMNISCIENTE El aire en la habitación era denso, cargado de tensión y secretos que se desbordaban como el agua de un vaso a punto de rebosar. Leni, con la mirada nerviosa y las manos entrelazadas, se encontraba frente a Reinhold, quien, con la frente fruncida, parecía debatir entre el deber y la lealtad. Leysa, su amiga y confidente, estaba a su lado, intentando mediar en una situación que amenazaba con desmoronarse. —Reinhold, por favor —imploró Leni, su voz temblando ligeramente—. No puedes decirle nada a Ardian. No ahora. Reinhold la miró fijamente, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de preocupación y determinación. —¿Y por qué no, Leni? —respondió, su tono firme—. Él tiene que saber que vas a ser madre. Esto no es algo que se pueda ocultar. —No lo entiendes —intervino Leysa con un tono persuasivo—. Si Ardian se entera ahora, podría reaccionar de una manera que no podemos prever. —¿Y qué sugieres? —preguntó Reinhold, su paciencia comenzando a desvanecerse—. ¿Que s