LENIHan pasado cuatro días desde que Ardian y yo comenzamos este intenso e incesante juego de poder y deseo. Cuatro días en los que su cuerpo ha estado casi permanentemente en contacto con el mío, donde he sentido su aliento cálido en mi cuello mientras sus susurros me prometen un futuro que no sé si deseo. Cada momento a su lado es un torbellino de emociones: la cercanía que me agrada y, a la vez, me inquieta. Siento que hay algo oscuro acechando bajo la superficie, un secreto que podría cambiarlo todo.—Leni, ¿sientes lo que siento? —susurra Ardian, empujando su miembro en mi interior, con fuerza en la regadera, mientras el agua caliente corre por nuestros cuerpos entrelazados. —Sí… pero —intento hablar, mis palabras se ahogan en la vorágine de placer y confusión—, no puedes seguir así. No puedes ser cruel con tu manada, Ardian. Su mirada se oscurece y puedo ver cómo la rabia burbujea en su interior. —¿Cruel? —su voz se convierte en un rugido—. ¡Eres mía, Leni! ¡No me hables de
LENI Estaba sentada en mi habitación, sumida en mis pensamientos, cuando el eco de mis últimas palabras resonaba en mi mente: "Saca a Melisa de nuestras vidas, Ardian, o no sé qué haré". La decisión me había dejado un nudo en el estómago. Sabía que había cruzado una línea, un ultimátum que podría desencadenar un caos en nuestra delicada existencia. El silencio de la habitación era aplastante, y me encontraba sola, enfrentando las consecuencias de mis acciones. De repente, un suave golpe a la puerta me sacó de mi ensimismamiento. —Puedes pasar —dije, con un tono que pretendía sonar indiferente, pero que no lograba ocultar la inquietud que me invadía. Una Omega sirvienta entró, cargando una charola repleta de comida. Me miró con una mezcla de respeto y temor mientras colocaba la bandeja sobre la mesilla de noche. —Greta preparó personalmente esto para ti —anunció, con una voz temblorosa, como si su vida dependiera de mi reacción. —¿Qué es eso? —pregunté, sin poder evitar un le
LENI —¿Qué estás haciendo, Leni? —la voz de Ardian resonó en la habitación; su tono era una mezcla de sorpresa y enojo. Estaba de pie en medio de la habitación, con las maletas abiertas a mis pies, llenas de ropa que había seleccionado con cuidado. Me giré lentamente, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en el aire. —Voy a pasar una temporada con mis padres —respondí, tratando de mantener la calma en mi voz. —¡No! —su protesta fue inmediata, como si hubiera apretado un botón que activaba su descontento—. No puedes irte así, sin más. —¿Por qué no? —le contesté, cruzando los brazos en un gesto defensivo—. No sentirás mi ausencia, Ardian. Nunca me prestas atención. En ese momento, la puerta se abrió de golpe y Melisa apareció, su rostro iluminado por una sonrisa despreocupada. —¿Estás listo para entrenar, Ardian? —preguntó con un aire de jovialidad que contrastaba con la tensión que me envolvía. —No, Melisa, hoy no quiero entrenar —respondió él, con la mirada fija en mí—. Est
LENI La tensión en el aire era palpable. En el momento en que Ardian, con una expresión furiosa, me arrancó la carta de las manos, sentí cómo el terror se apoderaba de mí. La misiva, escrita por Dax, contenía información que no solo concernía a nosotros, sino a todo el reino de Tafaryen. A pesar de que Leysa intentaba calmar a su hermano, la atmósfera seguía cargada de electricidad. —¡Dax no puede estar hablando en serio! —gritó Ardian, su voz resonando por las paredes del salón. Leysa frunció el ceño, pero no se atrevió a interrumpir. —Ardian, escúchame —dije, intentando intervenir. Mi voz temblaba, pero sabía que tenía que hablar—. La situación es grave. Dax menciona cadáveres que aparecen sin una gota de sangre. Necesitamos saber la verdad. Ardian, en lugar de atender mis palabras, se enfocó en desmenuzar la carta. Leía en voz alta, cada palabra golpeando mi pecho. “Leni, pregunta a Ardian si sabe algo al respecto…” Mi corazón se hundió. La confianza de Dax en nosotros era un
ARDIAN La noche se tornaba oscura y pesada, como si el aire estuviera impregnado de un sufrimiento que apenas podría describir. Había una fiesta en el castillo, un evento al que todos asistían, menos yo. Estaba en un rincón, observando, como si de un mero espectador se tratase, cuando la vi. Leni, con su risa sincera y su cabello rebelde, se movía entre la multitud como si fuera la luz en la oscuridad. Pero mi mundo se desmoronó cuando, en un instante, la seguí hasta el bosque y la vi besándose con otro chico. —¡Leni! —grité, sin pensar. Mis manos se cerraron en puños, y el corazón se me detuvo. Me lancé hacia ellos, y antes de que pudiera procesar lo que hacía, ya estaba golpeando al chico. Mis puños se llenaron de sangre, y el eco de mis golpes resonaba en mi mente como un canto de sirena, llamándome a la locura. —¡No vuelvas a tocarla! —grité, mi voz temblando de furia. El chico, aturdido, se alejó de Leni, quien me miraba con una mezcla de sorpresa y miedo. La rabia me nub
LENI Desperté con un dolor de cabeza punzante que me hacía sentir como si un tambor sonara dentro de mi cráneo. La luz del sol se colaba por las rendijas de la ventana, y al abrir los ojos, me di cuenta de que no estaba en mi habitación. Todo me resultaba confuso. Las imágenes de la noche anterior me asaltaban como sombras en la penumbra de mi mente. —¿Dónde estoy? —murmuré, intentando orientarme. —En mi habitación —respondió Leysa, que aún estaba en la cama, estirándose perezosamente. Su voz fue un bálsamo, pero no podía ignorar la inquietud que me embargaba. —¿Qué pasó anoche? —pregunté, tratando de recordar los detalles que se me escapaban. Leysa se sentó, su expresión se tornó seria. —Tú y Ardian tuvieron una discusión… y luego… bueno, el beso con el lobo. Mi corazón se hundió. Recordaba partes de la noche, pero no era suficiente. —¿Ardian está enfadado conmigo? —Muy enfadado —confirmó Leysa, mirándome con preocupación—. Lo vi anoche, estaba furioso. Te busca pa
LENI—Leni, ¿estás bien? —me preguntó Leysa, pero apenas podía escucharla. La confusión y el dolor llenaban mi mente, y el único lugar donde quería estar era lejos de todos, lejos de su mirada preocupada. Sin poder contenerme, me dirigí a mi habitación y cerré la puerta con pestillo. Necesitaba un momento a solas, un instante para respirar.Cuando el silencio me rodeó, sentí que el peso de la realidad caía sobre mí. Ardian, mi mate, mi compañero, el hombre que había sido mi razón de ser, ahora se comportaba como si yo no existiera. Cada día que pasaba, cada mirada que evitaba, cada palabra que no se pronunciaba, era una daga afilada que se hundía en mi corazón. Me dejé caer sobre la cama, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a brotar de mis ojos. Pero la tristeza pronto se transformó en un asco repentino.Corriendo al baño, apenas logré llegar antes de que el vómito comenzara a salir de mi boca. Mis manos temblaban, llenas de terror. La posibilidad de estar embarazada me consumía.
ARDIAN La luz tenue de la lámpara de mi despacho iluminaba un par de documentos desordenados sobre el escritorio. Me sentía extraño, como si algo en mi interior estuviera a punto de romperse. “¿Qué es lo que se me está escapando?”, pensé mientras pasaba la mirada una y otra vez sobre las hojas, buscando alguna clave que me recordara lo que parecía olvidado. La anciana Greta apareció con una taza de té humeante, su rostro surcado por arrugas que contaban más historias que cualquier libro. —Aquí tienes, Ardian. Un té para aclarar esos pensamientos —dijo con su voz suave pero firme. —No, gracias, Greta. No tengo tiempo para eso —respondí, aunque el aroma del té me tentaba. —Siempre es buen momento para un té, querido —insistió, acercándome la taza con una sonrisa maternal—. A veces, un pequeño descanso es justo lo que necesitas. Ceder a su insistencia resultó más fácil de lo que esperaba. Tomé la taza y, a regañadientes, di un sorbo. El sabor era reconfortante, pero mi mente seguía