RIHANNON El silencio en la habitación era abrumador, un eco de mis propios pensamientos que retumbaban en las paredes. La luz del atardecer se deslizaba a través de las cortinas, proyectando sombras alargadas que parecían burlarse de mi dolor. Me encontraba sentada en el borde de la cama, con las manos entrelazadas, tratando de encontrar consuelo en un mundo que había perdido toda lógica. La ausencia de mi hija, la joven y valiente Iris, se sentía como un vacío en mi pecho, un abismo oscuro que devoraba cualquier destello de esperanza. —¿Dónde estás, Leni? —susurré, mis ojos se llenaron de lágrimas que amenazaban con desbordarse. La imagen de su sonrisa, su risa contagiosa, se desvanecía en mi mente, reemplazada por la cruel realidad de que podría haberla perdido para siempre. La idea de que su vida se había extinguido al dar a luz a un niño maldito, un niño que llevaba consigo la sombra del diablo, me consumía de rabia y desesperación. Entonces, un golpe en la puerta interrumpió
TREY El eco de mis pasos resonaba en los fríos corredores del castillo, un sonido solitario que parecía reflejar el vacío que había invadido mi corazón. Las paredes, antes adornadas con tapices que contaban historias de amor y valentía, ahora estaban cubiertas de sombras, como si el propio castillo estuviera atrapado en la penumbra de la desesperación. Mientras caminaba, no podía evitar pensar en Rihannon, en la mujer que una vez había sido mi compañera, mi confidente. Pero esa mujer ya no existía. La reina que había tomado su lugar era fría, implacable y, a menudo, aterradora. —¿Qué ha pasado con ella? —me pregunté en voz baja, como si las paredes pudieran ofrecerme respuestas. La Rihannon que conocía había sido apasionada, llena de vida y amor. Ahora, su mirada parecía estar llena de resentimiento, su corazón se había endurecido por el dolor y la pérdida. Era un cambio que no podía comprender del todo. La tiranía que había comenzado a apoderarse de su ser me llenaba de miedo. S
TREY Todo en el bosque estaba demasiado quieto. Mis pasos resonaban en la quietud nocturna mientras me alejaba del claro. La luna reflejaba un brillo extraño sobre las hojas caídas, algo que me inquietaba sin razón aparente. De repente, algo cambió en el aire, un cosquilleo incómodo en mi piel. No estaba solo. Al principio solo escuché el crujir de las ramas, pero algo dentro de mí ya sabía que la presencia no era humana. Era ella. —¿Qué haces aquí, Arcadia? —pregunté, girándome sin prisa. Mi voz salió más grave de lo que pretendía. Ella emergió de entre los árboles con la misma calma con la que siempre lo hacía, como si el mundo entero estuviera a sus pies. Arcadia, la única persona que había sido capaz de trastocar mi mente sin ni siquiera intentarlo. Su mirada intensa y serena, su figura alta y atlética, todo en ella emanaba poder. Y aunque siempre había mantenido las distancias, ahora había algo en su actitud que me hizo sentir una tensión extraña. —Yo... —su voz sonó firme,
RIHANNON El trono era frío. El peso del metal de la corona, que caía sobre mi cabeza como una maldición, era cada vez más insoportable. Desde que todo esto había comenzado, desde que la muerte de Leni me arrancó lo poco que quedaba de mi humanidad, el trono se había convertido en un lugar vacío. No un vacío de poder, sino un vacío de todo lo que alguna vez me definió. La guerra no era solo un campo de batallas, no solo un juego de astucias. Era una extensión de mi dolor, de mi desesperación. Las paredes del Salón del Trono resonaban con un eco sombrío. El aire estaba denso, y la luz de las antorchas apenas parecía iluminar las esquinas oscuras de la sala. La brisa fría que entraba por las ventanas abiertas me erizaba la piel, pero no me importaba. No había calor en este lugar, no en mi corazón, no en mi alma. Me enderecé en el trono, fijando mi mirada en los soldados que se presentaban ante mí, uno tras otro. Su presencia era una sombra más en mi vida, una que alimentaba mi ira. Ha
TREYEl frío del bosque se colaba entre las hojas de los pinos como si fueran dedos invisibles, y cada ráfaga de viento traía consigo un rumor inquietante, el eco de un aullido que se desvanecía en la lejanía. Las sombras de la noche parecían alargarse a nuestro paso, abrazándonos como un manto húmedo y silencioso. Arcadia iba a mi lado, su figura esbelta y sus ojos oscuros tan vivos como siempre. Podía sentir su respiración agitada, la forma en que su pecho subía y bajaba en un ritmo urgente.—No podemos detenernos, Trey —dijo con la voz apenas un susurro, pero cargada de una tensión que me hizo apretar los dientes—. Los lobos de los Stardark están demasiado cerca.El nombre de la manada maldita hizo que un escalofrío recorriera mi columna. No había enfrentamiento posible con esas bestias que pudiera terminar bien. Sin embargo, no podía evitar la pregunta que me quemaba por dentro, una duda que llevaba atormentándome desde el instante en que ella apareció de nuevo, como un fantasma,
NARRADOR OMNISCIENTE En la vasta sala de mármol negro del castillo de los Leclerq, el silencio se cernía como una sombra ominosa. Una tenue luz azulada filtraba a través de los vitrales tallados, proyectando en las paredes figuras distorsionadas que parecían moverse, como si compartieran los pensamientos oscuros de la familia. El aire era denso, pesado con un aroma a cera de velas y polvo antiguo, cargado con una tensión que amenazaba con partirlo en dos. Rihannon se mantenía de pie junto al trono de su padre, incapaz de articular palabra, aunque sus labios temblaban con la angustia de una súplica silenciada. Su mirada, fija y vacía, estaba anegada en lágrimas que resbalaban por sus mejillas pálidas, trazando surcos fríos. La habitación parecía absorber cada sonido, cada respiración contenida, convirtiendo el momento en un eco sordo del horror que se avecinaba. Micah, imponente y sereno, permanecía en el centro de la sala. Sus cabellos plata y canosos caían sobre sus hombros como h
DAX El agua caliente caía sobre mí como un alivio, un manto que me envolvía y me hacía olvidar, aunque fuera por unos momentos, el tumulto de pensamientos que a menudo me asediaban. La ducha se había convertido en mi refugio, un lugar donde podía dejar atrás las preocupaciones del mundo exterior y sumergirme en la única realidad que realmente importaba: mi amor por Leni. Mientras el vapor se acumulaba en la pequeña cabina, mis pensamientos vagaban hacia ella. La imagen de su risa iluminaba mi mente, una luz que despejaba las sombras de mi incertidumbre. —¿Por qué es tan perfecta?— me preguntaba. Cada vez que pensaba en Leni, el mundo se tornaba más brillante, y mi corazón latía con una intensidad que me sorprendía. La forma en que sus ojos brillaban cuando hablaba, cómo su cabello caía en suaves ondas, y la calidez de su voz resonando en mis oídos, todo ello me hacía desearla más. —Dax, sal de tu cabeza— murmuré para mí mismo, intentando despejar la neblina de mis pensamientos. P
LENI La cueva era oscura y fría, un refugio que me había ofrecido protección, pero que al mismo tiempo se sentía como una prisión. Las paredes de piedra eran ásperas y húmedas, y el eco de mis propios pensamientos resonaba en el interior, amplificando la soledad que me invadía. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de mi bebé aparecía ante mí, su pequeño rostro y esos ojos que tanto amaba. La tristeza me envolvía como un manto pesado, y no podía evitar sentirme vacía sin su presencia. —¿Qué estás haciendo, Leni?— murmuré para mí misma, sintiendo que la angustia comenzaba a acumularse en mi pecho. Sabía que Argos estaba con Ardian, y aunque intentaba convencerme de que estaría bien, la incertidumbre me mantenía alerta. Había momentos en que la duda se convertía en un monstruo que carcomía mi mente, haciéndome cuestionar cada decisión que había tomado. La cueva tenía un aire de desolación, y cada vez que caminaba de un lado a otro, el silencio se sentía abrumador. Escuchaba el got