DAX El cielo estaba cubierto de nubes grises, y aunque era de día, la luz parecía escabullirse entre las sombras. Me encontraba de pie, en un claro del bosque, mirando el paisaje que había sido testigo de tantos momentos importantes de mi vida. Pero hoy, su belleza era opacada por la angustia que me consumía. Desde que Leni había desaparecido, cada día se había convertido en una lucha constante entre la esperanza y la desesperación. Sentía que un vacío se había instalado en mi pecho, un eco del amor que una vez compartimos. Recordaba claramente la última vez que la vi. Su mirada llena de determinación me había dejado sin aliento, y el recuerdo de su voz resonaba en mi mente como un canto lejano. Pero después de su partida, la herida que me infligió se había convertido en una cicatriz. Pasé mis dedos sobre ella, recorriendo la línea que había dejado el cuchillo. Era un recordatorio de la valentía de Leni, de su lucha y de su espíritu indomable. A pesar de la rabia que sentía hacia el
ARDIAN El día comenzaba con una luz tenue que se filtraba a través de las cortinas de la habitación. El aire olía a hospital, a desinfectante y a algo indefinido que nunca lograba identificar. Mientras sostenía a mi hijo en brazos, observaba su rostro pequeño y perfecto, con esas mejillas sonrojadas que invitaban a ser acariciadas. —Eres hermoso —murmuré, sintiendo cómo la calidez de su cuerpo se transfería al mío. Cada pequeño movimiento suyo, cada respiración, era un recordatorio de lo frágil que era la vida. En ese instante, no podía comprender cómo un ser tan indefenso podría convertirse en una amenaza. —Leni siempre decía que los bebés son nuestra esperanza —dijo Viktor, interrumpiendo mis pensamientos. Su voz era grave, pero había una dulzura en ella que contrastaba con la dureza de su mirada. Miraba al pequeño Argos con una mezcla de amor y tristeza, como si el simple hecho de verlo lo recordara constantemente lo que había perdido. —¿Qué pasó aquel día? —pregunté, sintiend
TATIA El bosque de las montañas lejanas se extendía ante mí como un laberinto de sombras y susurros, un lugar donde los árboles se alzaban como viejos centinelas, y el aire estaba impregnado de un aroma a tierra húmeda y hojas marchitas. Caminaba con cuidado, cada paso resonando en el silencio que predominaba, como un eco de mis propios pensamientos. Sabía que este era un territorio peligroso, uno del que la mayoría de la gente huía, y no sin razón. Decenas de leyendas advertían sobre las criaturas que acechaban en la oscuridad, sobre las trampas que se ocultaban en la maleza. Sin embargo, en mi corazón había algo más aterrador que las historias del bosque: el peso de mi propia traición. Habían pasado meses desde que dejé atrás a Ardian y Reinhold, desde que tomé la decisión, aunque forzada, de escapar. Mi deber como miembro del Grial Lunar había sido proteger a Leni y a su hijo, Argos. Pero no lo hice, y cada día que pasaba, el remordimiento se hacía más pesado en mi pecho. Sabía q
RIHANNON El silencio en la habitación era abrumador, un eco de mis propios pensamientos que retumbaban en las paredes. La luz del atardecer se deslizaba a través de las cortinas, proyectando sombras alargadas que parecían burlarse de mi dolor. Me encontraba sentada en el borde de la cama, con las manos entrelazadas, tratando de encontrar consuelo en un mundo que había perdido toda lógica. La ausencia de mi hija, la joven y valiente Iris, se sentía como un vacío en mi pecho, un abismo oscuro que devoraba cualquier destello de esperanza. —¿Dónde estás, Leni? —susurré, mis ojos se llenaron de lágrimas que amenazaban con desbordarse. La imagen de su sonrisa, su risa contagiosa, se desvanecía en mi mente, reemplazada por la cruel realidad de que podría haberla perdido para siempre. La idea de que su vida se había extinguido al dar a luz a un niño maldito, un niño que llevaba consigo la sombra del diablo, me consumía de rabia y desesperación. Entonces, un golpe en la puerta interrumpió
TREY El eco de mis pasos resonaba en los fríos corredores del castillo, un sonido solitario que parecía reflejar el vacío que había invadido mi corazón. Las paredes, antes adornadas con tapices que contaban historias de amor y valentía, ahora estaban cubiertas de sombras, como si el propio castillo estuviera atrapado en la penumbra de la desesperación. Mientras caminaba, no podía evitar pensar en Rihannon, en la mujer que una vez había sido mi compañera, mi confidente. Pero esa mujer ya no existía. La reina que había tomado su lugar era fría, implacable y, a menudo, aterradora. —¿Qué ha pasado con ella? —me pregunté en voz baja, como si las paredes pudieran ofrecerme respuestas. La Rihannon que conocía había sido apasionada, llena de vida y amor. Ahora, su mirada parecía estar llena de resentimiento, su corazón se había endurecido por el dolor y la pérdida. Era un cambio que no podía comprender del todo. La tiranía que había comenzado a apoderarse de su ser me llenaba de miedo. S
TREY Todo en el bosque estaba demasiado quieto. Mis pasos resonaban en la quietud nocturna mientras me alejaba del claro. La luna reflejaba un brillo extraño sobre las hojas caídas, algo que me inquietaba sin razón aparente. De repente, algo cambió en el aire, un cosquilleo incómodo en mi piel. No estaba solo. Al principio solo escuché el crujir de las ramas, pero algo dentro de mí ya sabía que la presencia no era humana. Era ella. —¿Qué haces aquí, Arcadia? —pregunté, girándome sin prisa. Mi voz salió más grave de lo que pretendía. Ella emergió de entre los árboles con la misma calma con la que siempre lo hacía, como si el mundo entero estuviera a sus pies. Arcadia, la única persona que había sido capaz de trastocar mi mente sin ni siquiera intentarlo. Su mirada intensa y serena, su figura alta y atlética, todo en ella emanaba poder. Y aunque siempre había mantenido las distancias, ahora había algo en su actitud que me hizo sentir una tensión extraña. —Yo... —su voz sonó firme,
RIHANNON El trono era frío. El peso del metal de la corona, que caía sobre mi cabeza como una maldición, era cada vez más insoportable. Desde que todo esto había comenzado, desde que la muerte de Leni me arrancó lo poco que quedaba de mi humanidad, el trono se había convertido en un lugar vacío. No un vacío de poder, sino un vacío de todo lo que alguna vez me definió. La guerra no era solo un campo de batallas, no solo un juego de astucias. Era una extensión de mi dolor, de mi desesperación. Las paredes del Salón del Trono resonaban con un eco sombrío. El aire estaba denso, y la luz de las antorchas apenas parecía iluminar las esquinas oscuras de la sala. La brisa fría que entraba por las ventanas abiertas me erizaba la piel, pero no me importaba. No había calor en este lugar, no en mi corazón, no en mi alma. Me enderecé en el trono, fijando mi mirada en los soldados que se presentaban ante mí, uno tras otro. Su presencia era una sombra más en mi vida, una que alimentaba mi ira. Ha
TREYEl frío del bosque se colaba entre las hojas de los pinos como si fueran dedos invisibles, y cada ráfaga de viento traía consigo un rumor inquietante, el eco de un aullido que se desvanecía en la lejanía. Las sombras de la noche parecían alargarse a nuestro paso, abrazándonos como un manto húmedo y silencioso. Arcadia iba a mi lado, su figura esbelta y sus ojos oscuros tan vivos como siempre. Podía sentir su respiración agitada, la forma en que su pecho subía y bajaba en un ritmo urgente.—No podemos detenernos, Trey —dijo con la voz apenas un susurro, pero cargada de una tensión que me hizo apretar los dientes—. Los lobos de los Stardark están demasiado cerca.El nombre de la manada maldita hizo que un escalofrío recorriera mi columna. No había enfrentamiento posible con esas bestias que pudiera terminar bien. Sin embargo, no podía evitar la pregunta que me quemaba por dentro, una duda que llevaba atormentándome desde el instante en que ella apareció de nuevo, como un fantasma,