Capítulo 3
Ella llevaba puesto un vestido hermoso de flores, su piel relucía por su delicadeza.

Pero en cambio, yo era el patito feo, mi cabello hecho un desastre, mi rostro pálido, y mis manos llenas de callos.

De repente, una sensación de inferioridad me invadió, así que me escondí detrás de doña Rosario.

Aun así, sentí la mirada de desprecio de mi madre biológica.

—Quédate aquí por ahora, si necesitas algo, pues no más me lo dices.

Después de decirlo, tomó la mano de Camila y subió con ella al piso de arriba. Desde ese momento, vivir en la casa de los Álvarez fue como caminar sobre cascaras de huevo, cualquier cosa les molestaba.

Vivía como si fuera invisible; nadie me prestaba atención, nadie se preocupaba por mí. Para ellas, yo era la intrusa que había roto la paz de su hogar. Pero yo era su hija biológica.

¿Por qué me trataban así?

Esa pregunta me la hice durante muchos años. Y nunca encontré una respuesta. Ahora, estoy cansada. Si no puedo encontrarle sentido, entonces no lo buscaré más. En este mundo, no todas las cosas necesitan una explicación.

Al día siguiente, fui al hospital a visitar a mamá.

Ella seguía en coma y como un vegetal.

Me senté junto a su cama y tomé su mano, buscando algo de calor. Pero su mano también estaba fría.

—Mamá, estos años han sido tan difíciles para mí —le dije, mirándola dormir.

—Mamá, ¿cuándo ya despertarás? Vámonos a otra ciudad, comencemos una nueva vida.

—Ya lo tengo todo pensado: he ahorrado un poco de plata. No es mucha, pero podemos comprar una casita, abrir una pequeña florería y vivir tranquilamente el resto de nuestras vidas. ¿Qué te parece mamita?

Me limpié las lágrimas.

—Si despiertas... haré lo que sea necesario para que seas feliz.

De pronto, mi celular vibro.

Era Camila.

—¿Hermanita? Hermanita, ¿me escuchas?

—Mateito está vomitando sin parar, ¿qué hago?

—Andrés no está en casa y la niñera no sabe qué hacer.

Desde el otro lado, escuché a Mateito gritar:

—Mamitá Camila, ¡no necesito que esa señora me cuide! ¡Papá dijo que ella ya no es mi mamá!

Luego, empezó a vomitar otra vez.

Sonreí con amargura.

—¿Le diste mango?

—Acaba de comer un pastel de mango... ¡¿Mateito es alérgico al mango?! ¡Mateito! ¿Por qué no me lo dijiste?

Mateito, con voz tímida, respondió:

—Es que como fue mamá Camila quien me lo compró, quería aprovecharlo bien.

Camila, entre risas, lo reprendió:

—Por mucho que me quieras, no puedes comer cosas que te hacen daño. ¡Ay, niño!

Escuchar eso me dejó en silencio por un momento.

Recordé el cumpleaños de Matieto este año. Él mismo destrozó el pastel que le hice, solo porque le parecía feo y dijo que no merecía estar en la mesa.

—En la mesita de noche, en el segundo cajón, está su medicamento para las alergias. Dáselo primero. Luego llévalo al hospital a ver al doctor Ramiro. Es su tío, él puede revisarlo.

Camila asintió, anotando todo.

—Muchas gracias, hermania. Voy a llevar a Mateito ahora mismo.

—Y una cosa más... —dije, haciendo una pausa antes de continuar.

—Me he divorciado de Andrés. Mateito ya no es mi hijo. Por eso, te imploro que no vuelvas a llamarme.

No esperé a que Camila respondiera y colgué. Bloqueé su número y también el de Andrés.

El mundo se sentía ya mucho más tranquilo.

El sueño me venció y me quedé dormida junto a mamá.

Cuando abrí los ojos, ya había amanecido.

Hoy era el día tenía que ir al registro civil para formalizar el divorcio con Andrés.

Preparé los documentos y me dirigí al lugar acordado.

Esperé a Andrés en la puerta.

Poco después, su carro se detuvo frente a mí.

Bajó del auto con cara de revolver y una clara expresión de enojo.

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