Ginebra entró en el despacho de Luca con pasos lentos, su caminar tan seductor que parecía una danza calculada, destinada a atraer la mirada de Luca. Cada movimiento suyo estaba diseñado para cautivar, como si supiera que sus acciones despertarían algo dentro de él. Cuando se acercó a él, sus caderas se movían con una suavidad provocativa, y no pudo evitar robarle una mirada furtiva, sonriendo de forma calculada. —Impresionante, Luca —comentó, su voz suave y cargada de admiración falsa—. La batalla de hoy, realmente, tu habilidad es admirable. Su tono parecía sincero, pero sus ojos brillaban con un dejo de desdén apenas perceptible. Sin esperar respuesta, rozó intencionalmente su cuerpo contra el de Luca. La proximidad de ella lo incomodó, y una oleada de recuerdos se abalanzó sobre él. No hacía tanto tiempo que había usado a esta mujer, haciéndola parte de su juego para herir a Selene. Aquellas memorias lo hicieron tensarse. Aunque Ginebra había sido una aliada en el pasado, su p
Selene no podía quedarse quieta. Cada segundo sin Aron era como un cuchillo girando en su pecho. Cada rincón de su mente estaba invadido por imágenes de su hijo, vulnerable, en manos de un hombre al que apenas podía soportar imaginar. La ansiedad no la dejaba respirar, y el instinto de proteger a Aron superaba cualquier rastro de lógica. Intentó cruzar la frontera del territorio de Kayden una y otra vez, pero Luca siempre estaba allí, como un muro impenetrable. —¡Déjame pasar! —gritó, con la voz desgarrada por la desesperación. Sus ojos, inundados de lágrimas, se clavaron en los de Luca con una intensidad que lo hizo tambalearse internamente—. No me importa lo que tengas que decir, ¡voy a recuperar a Aron! Luca permaneció firme, su rostro endurecido como una máscara para ocultar el conflicto interno que lo carcomía. —Si cruzas esa frontera, estás firmando tu sentencia de muerte, Selene. No puedo permitirlo —dijo, con un tono bajo pero cargado de autoridad. Selene explotó. Su
Esa noche, mientras Luca regresaba al refugio con Aron en brazos, su alma estaba hecha trizas. El peso de la culpa lo aplastaba, y cada paso hacia Selene lo acercaba más a la realidad de lo que había hecho. Cuando la vio correr hacia él, el dolor en su pecho se intensificó. Selene, siempre tan fuerte y tan decidida, ahora estaba desbordada en un mar de lágrimas. Las gotas caían de sus ojos, y Luca se sintió como un espectador impotente ante el sufrimiento que él mismo había causado. —Aron… mi bebé… —susurró Selene entre sollozos, mientras apretaba al niño contra su pecho con una desesperación que lo desarmó. Cada caricia que le daba a su rostro, cada movimiento frenético, era un recordatorio del sacrificio que ella había hecho por él, por su hijo. Y él, el hombre que había prometido protegerla, ahora la estaba destrozando. El nudo en su garganta se hizo más fuerte, pero no pudo apartar la mirada. Selene había perdido tantas veces por él, por su familia, y lo había hecho todo sin ped
La llegada de Ginebra a la manada fue como una chispa arrojada a un campo seco. El descontento, que antes apenas era un murmullo, ahora crecía como un incendio incontrolable. Las miradas de los lobos, cargadas de resentimiento, seguían cada paso de Ginebra, recordando las traiciones que había cometido. Para ellos, su presencia al lado de Luca no solo era una humillación, sino una amenaza al equilibrio de la manada. Selene intentaba adaptarse a esta nueva realidad, pero su corazón estaba en guerra. Cada vez que veía a Ginebra caminando al lado de Luca, algo oscuro y feroz se agitaba en su interior. Era más que celos. Era una ira primitiva, casi animal, que la hacía temblar de pies a cabeza. Una tarde, mientras Selene regresaba de una larga caminata para despejar su mente, el crujir de hojas la alertó. Se giró y encontró a Ginebra, quien se acercaba con esa sonrisa venenosa que parecía diseñada para herir. —¿Te duele, verdad? —dijo Ginebra, con un tono burlón y venenoso—. Verme con
El peso de su vientre de cinco meses no era lo único que mantenía a Selene despierta aquella noche. Su cabello era largo y oscuro, caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos verdes brillaban. Se sentó en su escritorio, revisando una vez más los libros financieros de la manada Luna Creciente. Sin embargo, las cifras no cuadraban. No importaba cuántas veces repasara los números, algo no estaba bien. Faltaba dinero. Y no era una pequeña cantidad. —¿Cómo es posible? —murmuró para sí misma, pasando una mano sobre su frente, sintiendo la presión acumulándose. Los gastos habían aumentado sin explicación. Había facturas pendientes, reparaciones que no se habían hecho, y aun así, los fondos de la manada parecían desaparecer sin dejar rastro. Selene suspiró, sintiendo que el estrés hacía eco en su vientre, donde su bebé se movía suavemente. No solo era Luna de la manada, sino que también debía velar por el bienestar de su familia. Kayden, su compañero y Alfa, era un hombre imp
El frío de la noche mordía la piel de Selene mientras se alejaba de los terrenos de la manada, cada paso más doloroso y pesado. El viento susurraba entre los árboles, pero no podía oír nada más allá del eco de las palabras de Kayden. "Ese bastardo no es mi hijo." Esas palabras habían perforado su corazón como dagas envenenadas. Acarició su vientre hinchado con ternura, sintiendo los débiles movimientos de su bebé, el único ser que ahora le quedaba en el mundo.. —Lo siento, mi pequeño —susurró, intentando contener las lágrimas—. Esto no es justo... no para ti. Sus pies avanzaban automáticamente, pero su mente estaba atrapada en los recuerdos, en las promesas rotas. Ella dejó su manada por una promesa. Aunque fue forzada a estar con Kayden, se esforzó por cumplir con sus responsabilidades como Luna, cuidando de la manada y asegurando la continuación de la línea de Kayden. Como esposa, le dio todo su amor con cada fibra de su ser. Y ahora, el hombre por el que había renunciado a todo
Selene parpadeó varias veces, sintiendo la suavidad de las sábanas que la envolvían. Con un movimiento lento, giró la cabeza y se encontró con una visión que la dejó sin aliento.Kayden, el Alfa de la manada, estaba durmiendo a su lado. Su rostro, enmarcado por el cabello oscuro y despeinado, lucía sereno, casi inocente. Selene sintió una punzada de confusión. ¿Cómo podía estar aquí con él después de todo lo que había sucedido?Con un esfuerzo, se sentó en la cama, notando que su vientre, de cinco meses, se movía suavemente. Un escalofrío de sorpresa la recorrió al darse cuenta de que no había señales de las heridas que había sufrido. Su cuerpo estaba intacto, como si nada hubiera pasado. El dolor, la humillación, el desprecio… todo había desaparecido, como si hubiera sido un mal sueño.El bebé se movía con energía, como si estuviera celebrando su regreso a la vida. Selene se sintió reconfortada, pero el desconcierto la dominaba. Se levantó de la cama con cuidado, intentando no desper
Lila siempre había amado a Kayden, aunque él nunca la vio de la misma manera. Para Kayden, Lila era como una hermana, alguien a quien proteger. Su devoción hacia ella no era más que una extensión de la deuda que sentía hacia su hermano, un guerrero Beta que había dado la vida por la familia del Alfa. Desde la muerte de su hermano, Kayden siempre había cuidado de Lila, pero nunca cruzó la línea de la fraternidad. Sin embargo, la realidad era más complicada. Lila había alimentado en silencio un deseo por él que se volvía más intenso cada día. Lila apareció en el despacho de Kayden con una carta en la mano. Su expresión era grave. —Alfa —dijo con voz baja pero segura—, necesito mostrarte algo importante. Kayden la observó, notando la carta que extendía hacia él. La tomó con una mezcla de curiosidad y sospecha, desplegándola lentamente. —¿Qué es esto, Lila? —preguntó, leyendo las palabras impresas en el papel. —Es una carta que demuestra que Selene ha estado en contacto con Alfa