El distanciamiento de Lucas no había hecho más que agudizar la frustración de Selene. Cada vez que lo veía cerca de Ginebra, esa sensación de desamparo y abandono se volvía más palpable. La tensión crecía dentro de ella como una olla a presión, y no podía evitar la ira cada vez que Ginebra se acercaba a él con esa sonrisa de falsa dulzura, esa actitud condescendiente que Selene sabía que estaba destinada a provocarla. La rabia la consumía, como una llama difícil de apagar. Ginebra, con su nueva posición como pareja de Lucas, se deleitaba en cada mirada que Selene le dirigía, como si estuviera segura de que su presencia era suficiente para desestabilizarla. Y lo era. Cada comentario cargado de arrogancia, cada gesto hacia Lucas, era como una provocación directa hacia Selene, una batalla silenciosa que no podía ganar. ¿Cómo podía no sentir nada por ella cuando, a su alrededor, todo parecía caerse a pedazos? En una de esas ocasiones, Selene estaba frente a Ginebra en la sala principal
Selene, al conocer la verdad, sintió cómo una oleada de furia recorrió su cuerpo, como un torrente imparable. La revelación de Lucas, que, sin consultarle, había decidido actuar por ella, encendió una chispa de rabia tan intensa que le costó mantener la calma. Estaba herida, traicionada, y lo peor de todo era que se sentía impotente, como si alguien hubiera tomado el control de su vida sin su consentimiento. Ella estaba parada frente a él, los ojos ardientes de enojo, y respiró profundamente antes de hablar. La ira se hacía cada vez más difícil de contener. —¿Cómo pudiste hacerme esto, Lucas? —su voz era baja, pero cargada de veneno—. ¿Cómo te atreves a tomar decisiones por mí, como si yo no tuviera la capacidad de manejar mis propias emociones? Lucas, sorprendido por la intensidad de su reacción, intentó hablar, pero Selene lo interrumpió, su tono ahora mucho más fuerte, como un grito reprimido que finalmente se soltaba. —¡No tienes derecho a decidir por mí! —exclamó, avanzando ha
Al principio, Lucas no estaba seguro de cómo cuidar a Aron. Nunca había sido particularmente bueno con los niños y, aunque tenía la mejor de las intenciones, cometió errores cada vez que intentaba cuidar al pequeño. Se olvidaba de las comidas, ponía el pañal de manera incorrecta, y hasta se distraía fácilmente con otras cosas mientras el niño jugaba. Sin embargo, había algo en Aron que lo hacía querer ser mejor. El niño, con su risa inocente y sus ojos curiosos, comenzaba a ablandar el corazón de Lucas de una forma que nunca había anticipado. Poco a poco, fue aprendiendo, adaptándose a las necesidades del niño y, lo que es más importante, comenzaba a encariñarse con él. Una tarde, mientras Lucas trataba de enseñar a Aron a caminar, se inclinó hacia él con una sonrisa orgullosa cuando el pequeño dio sus primeros pasos sin caer. —¡Eso es, campeón! —dijo Lucas, animándolo mientras el niño, entre risas, le extendía las manos. Aunque al principio Lucas se sentía torpe y poco capaz, pr
La furia de Selene crecía dentro de ella, una furia tan profunda que la nublaba por completo. Cada vez que miraba a Ginebra, una sensación de traición le invadía el corazón, como si cada palabra y gesto de la mujer fuera un recordatorio de todo lo que había perdido. De todo lo que la había lastimado. El dolor que Ginebra le había causado, junto con su constante provocación, había alcanzado el punto de ebullición. Era como si el mundo se desvaneciera a su alrededor, dejándola sola con la rabia que le consumía. Sin pensar, se lanzó hacia Ginebra, ignorando todo lo demás. El aire se volvía denso y pesado mientras sus colmillos comenzaban a asomar, reflejando la intensidad de su furia. Ginebra intentó retroceder, pero Selene la alcanzó rápidamente. —¡Vas a pagar por todo lo que has hecho! —gritó Selene, su voz llena de odio y dolor. Ginebra, con su habitual desdén, se preparó para defenderse, pero la furia de Selene era incontrolable. Sin pensar en las consecuencias, Selene alzó su m
El aire estaba cargado de tensión en el claro de la manada. Lucas, el alfa, caminaba de un lado a otro en el interior de su cabaña, su mente un torbellino de pensamientos contradictorios. Frente a él, Damon, su beta y amigo más leal, lo observaba en silencio, esperando el momento adecuado para hablar. —Damon, no puedo hacerlo —dijo finalmente Lucas, su voz quebrada por una mezcla de frustración y dolor—. Desterrar a Selene... es impensable. Ella es... Se detuvo, incapaz de terminar la frase. Damon lo entendió perfectamente. Selene no era solo una loba de la manada. Era el amor de su vida. Pero eso no importaba ahora, no cuando el liderazgo de Lucas estaba siendo cuestionado por los opositores. —Luca —respondió Damon con calma—, lo entiendo. Pero tienes que pensar en el futuro de la manada. Kieran y los demás no se detendrán. Están usando esta situación para socavar tu autoridad. Si no haces algo drástico, te arriesgas a perderlo todo. Lucas apretó los puños. La idea de alejar
El aire en la cabaña parecía volverse más pesado con cada segundo que pasaba. Selene sentía un nudo en el estómago mientras observaba a Lucas, buscando en su rostro alguna señal que la tranquilizara, alguna pista de que todo esto no era lo que temía. Pero lo único que encontró fue distancia, una barrera invisible que él había erigido entre ellos. —¿Por qué me llamaste, Lucas? —preguntó finalmente, su voz apenas un susurro, cargada de incertidumbre. Algo en sus ojos reflejaba el temor a escuchar la respuesta. Lucas apretó los labios, desviando la mirada hacia el suelo como si este pudiera ofrecerle el coraje necesario. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, como si con solo moverse pudiera romperse. Finalmente, levantó la cabeza y la miró directamente, dejando al descubierto un dolor que ni siquiera él podía disimular. —Selene... —comenzó, pero la palabra quedó atrapada en su garganta. Tragó con dificultad antes de apartar la mirada y girarse hacia la ventana. Sus manos temblaba
El peso de su vientre de cinco meses no era lo único que mantenía a Selene despierta aquella noche. Su cabello era largo y oscuro, caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos verdes brillaban. Se sentó en su escritorio, revisando una vez más los libros financieros de la manada Luna Creciente. Sin embargo, las cifras no cuadraban. No importaba cuántas veces repasara los números, algo no estaba bien. Faltaba dinero. Y no era una pequeña cantidad. —¿Cómo es posible? —murmuró para sí misma, pasando una mano sobre su frente, sintiendo la presión acumulándose. Los gastos habían aumentado sin explicación. Había facturas pendientes, reparaciones que no se habían hecho, y aun así, los fondos de la manada parecían desaparecer sin dejar rastro. Selene suspiró, sintiendo que el estrés hacía eco en su vientre, donde su bebé se movía suavemente. No solo era Luna de la manada, sino que también debía velar por el bienestar de su familia. Kayden, su compañero y Alfa, era un hombre imp
El frío de la noche mordía la piel de Selene mientras se alejaba de los terrenos de la manada, cada paso más doloroso y pesado. El viento susurraba entre los árboles, pero no podía oír nada más allá del eco de las palabras de Kayden. "Ese bastardo no es mi hijo." Esas palabras habían perforado su corazón como dagas envenenadas. Acarició su vientre hinchado con ternura, sintiendo los débiles movimientos de su bebé, el único ser que ahora le quedaba en el mundo.. —Lo siento, mi pequeño —susurró, intentando contener las lágrimas—. Esto no es justo... no para ti. Sus pies avanzaban automáticamente, pero su mente estaba atrapada en los recuerdos, en las promesas rotas. Ella dejó su manada por una promesa. Aunque fue forzada a estar con Kayden, se esforzó por cumplir con sus responsabilidades como Luna, cuidando de la manada y asegurando la continuación de la línea de Kayden. Como esposa, le dio todo su amor con cada fibra de su ser. Y ahora, el hombre por el que había renunciado a todo