Transcurrieron algunos días, Albert había tratado de mantener su mente lo más ocupada posible, cada vez que sonaba su teléfono lo miraba inmediatamente esperando que fuera Corina, faltaban 2 días para partir y no había sabido nada de ella. En un impulso de frustración y ansiedad lanzó su teléfono contra una de las paredes de la oficina saliendo por el aire en piezas separadas, el fuerte sonido fue escuchado por Lucy, quien entró inmediatamente a la oficina con suma preocupación.
—¿Qué fue eso Albert? —Él la observa con unos ojos llenos de preocupación y el cabello hecho un desastre.—Solo fue un accidente Lucy. No importa. —Lucy había notado el evidente cambio de humor de su jefe en los últimos días, así que supuso que no fue un accidente.—Ok. Entonces, ya le solicitaré uno nuevo...—Déjalo así... De todos modos ella no me hablará... —Lo último lo dijo en voz baja, pero Lucy logró escucharlo.—¿Ella?—¡Oh! Disculpa, pensé en voz alta.—¿Quiere hablar soCorina llegó a su departamento, silenciosa, distraída, parecía andar aún procesando lo que Rubén le había dicho hacía pocos minutos. Se sirvió un vaso de agua con las manos algo temblorosas, se empezaba a convertir en un nido de emociones. —Corina Méndez, ¿por qué no habías mencionado que te ibas a ver con ese individuo? —Preguntó Diana al darse cuenta de que Corina había llegado.Al poco tiempo, Diana y Avril notaron a su amiga algo extraña.—Cora, ¿qué sucedió allá? ¿Rubén te hizo algo? —Cuestionó Avril con preocupación, mientras Diana estaba atenta, a lo que Corina negó con la cabeza.—No... se portó muy bien... Debo ir ya mismo a hacerme esa prueba de embarazo y buscar a Albert... —Se empezaba a agitar, a caminar de un rado a otro, quería hacer todo a la vez.—Hey, calma. ¿Qué fue lo que te dijo Rubén exactamente? —La detiene Diana sujetándola por los hombros.—¡Rubén nunca pudo ni podrá tener hijos Diana! —Se sorprenden al escuchar eso, después de
Corina observa ensimismada desde la cama hacia la ventana de la habitación cómo a las afueras nubes grises empiezan a formarse. Se exalta cuando escucha a Edmundo entrar de repente con gran preocupación. —¡Cora! ¿Cómo estás hija?—¡Papá! —Edmundo le da un fuerte abrazo y un beso en la frente.—¡Por Dios! Pudiste decirme tan pronto te ingresaron, no debiste esperar dos semanas para eso.Durante las últimas semanas Corina había mantenido comunicación constante con su padre sin informarle sobre lo que estaba viviendo, éste día, después de dos semanas se lo comunicó y sin pensarlo dos veces, él se fue inmediatamente a verla.—Papá, no deberías recibir emociones fuertes. Ya estoy un poco mejor y tu nieto se está fortaleciendo. —Edmundo esboza una gran sonrisa de felicidad al escuchar nuevamente a Corina decir que está mejorando y además, que será abuelo.—Desde que me lo contaste esta mañana, no puedo dejar de pensar que seré abuelo. Felicidades mi princesa...
Charlotte Moncada masajea suavemente los hombros de Albert con sus delicadas manos.—Estás rígido... tenso... —Le susurra seductoramete.—¿Te puedes sentar y dejar de hacer eso? No entiendo por qué lo haces. —Dice Albert un poco incómodo por el tacto de Charlotte.—¿Por qué? ¿Temes que te guste? —Le dice cuando busca sentarse frente a él, éste la mira con dureza.—¿Me explicas por qué esa actitud seductora? —Coloca su taza de café sobre la mesa, están cenando en un lujoso restaurante de la ciudad.—Shhhh, es que están unos amigos de papá con los ojos puestos en nosotros y tengo que hacer creerles que tenemos algún acercamiento romántico. —Albert levanta una ceja y la sigue mirando con dureza.—Sigo sin entender... —¡Oh! Pero qué antipático eres... ¡Felicidades! Ya eres el amargado de hace algunos años atrás, otra vez.—Ajá... ¿Entonces me vas a explicar qué ocurre o no? —Pregunta Albert, a lo que Charlotte resopla.—Es que la nueva ocurrencia de
El avión privado aún no terminaba de detenerse en la pista cuando Albert se encontraba ansioso por bajar, cuando al fin puede bajarse, recoge su equipaje de mano y sale con rapidez; Frank lo esperaba con el auto estacionado cerca del avión en la pista.—Hola sr. Albert. ¡Gusto en verlo! —Albert estrecha su mano.—¡Frank! Es agradable verte de nuevo... —Él abrió la puerta del auto para que Albert subiera.—¿Cómo estuvo su viaje?—Uff, me pareció eterno y bastante agotador.—Fueron muchas horas... ¿Lo llevo a casa para que descanse? —Pregunta Frank poniendo el motor en marcha.—No, necesito que me lleves al departamento de Corina lo más pronto que puedas. —Frank esbozó una sonrisa.—Me alegro que quiera reunirse con la señora Corina, pero ella no está en allá ahora.—¿Cómo? Por la hora supongo que está con Diana o Avril entonces... Si es que las cosas no han cambiado.—Tampoco está allá. Está de viaje. —Claro, no todo podía ser tan fácil. Pensó Albe
Pasado mediodía Albert despierta lentamente, toca a ambos lados de la cama y nota que está solo en ella, por lo que se levanta brúscamente; haciéndose preguntar si su encuentro con Corina la noche anterior había sido un sueño o producto de la imaginación debido al cansancio. Al poco tiempo ella sale del baño envuelta en una toalla, lo que hizo que Albert soltara un suspiro de alivio al verla, Corina se le acercó con una tierna sonrisa al darse cuenta de que había despertado.—Hola cielo, buenos días... —Ella le dio un cálido beso. —¿Dormiste bien?—Buenos días linda... Dormí como no lo había hecho desde hace meses... ¿Y tú?—También... Extrañaba tu calor... —Corina le da un beso más y comienza a alistarse.—¿Vas a algún lado sin mi?—Oh... Iba a comer algo, tu bebé está reclamando por comida... No quería molestarte, parecías muy cansado.—Pues de ahora en adelante me vas a despertar cuando necesites algo, sin importar la hora que sea. Ya estoy aquí para ustedes. ¿Ok?—Pero... —Albert l
Un hecho, un instante o simplemente una frase, pueden cambiar el rumbo de tu vida, seguir aquel nuevo camino impuesto por el destino dependerá de cuán fuerte seas para sobrellevarlo. Mis días en este plano me enseñaron que cuando luchas un poco más sin rendirte, tendrás momentos invaluables e insuperables que podrán tachar tus penas y reescribir aunque sea por poco tiempo, pero que quedarán en tu alma por la eternidad.Mi querida Corina, si estás leyendo esto, significa que ya me he ido. Perdóname si en algunas ocasiones fui mandona, insistente y sobreprotectora, no podía dejarte hundir por las huellas de tu pasado; no podía permitir que mi hermanita se resistiera a vivir teniendo tantos puntos a su favor y si, siempre te consideré mi hermanita, crecimos juntas y tus padres me brindaron el amor y cariño que nunca conocí de los míos; fui lo que fui gracias a ustedes. Escribo esto con las últimas fuerzas que me quedan, mi cuerpo está agotado, aunque mi voluntad sea continuar para sumar
—¿Desde cuándo? —Entre sollozos y rostro consternado, éstas fueron las únicas palabras que pudieron articular los labios de Corina al descubrir un secreto que rompió su corazón en mil pedazos y dejó una gran herida en su alma.Son las dos de la mañana cuando Corina Méndez abre sus ojos por los rugidos de una tormenta que viene acercándose con mucha prisa. Entre dormida y despierta se sienta en su cama y mira a su lado, no se encuentra nadie; luego a su alrededor, observa una habitación oscura y fría en la que sólo ella está, en ese momento termina de despertar y recuerda que se halla cubierta por un manto de tristeza, soledad y decepción desde hace pocos meses; se recuesta nuevamente, se envuelve entre sus sábanas y lágrimas empiezan a brotar como un manantial durante largo rato, hasta quedarse dormida nuevamente. Ha amanecido, es un día radiante y hermoso, las aves cantan y vuelan felices después de aquella noche tan lluviosa que ha purificado todo, todo fuera del departamento de Cor
Suena el eco de los pasos apresurados de un empleado nervioso tras su jefe que se dirige a la oficina.—Buenos días Sr. Bustamante. ¿Cómo está? —Su jefe se gira un poco para mirar de quién se trata, pero no se detiene.—Rodríguez... —Es la única respuesta que emite levantando su ceja.—Tenemos un problema...—Termina de hablar Rodríguez.—Nuestro relacionista público ha renunciado. —Bustamante se detiene en seco y mira al jefe de recursos humanos como si lo fuera a atacar.—¿Qué has dicho?—Nuestro...—Si si, te escuché. ¡A mi oficina ahora! —Continuaron caminando hasta llegar a la oficina.—Buenos días Sr. Bustamante, Sr. Rodríguez. — Les saluda la asistente de Bustamante.—Hola Lucy, vamos a estar en reunión.—Ok señor. —Ambos entraron a la oficina.—¿¡Cómo puede renunciar justo ahora que necesitamos publicitar el nuevo casino!? —Bustamante golpea la superficie de su escritorio.—Este año es el segundo relacionista que renuncia, con todo respeto señor, le temen. —Bustamante sabe que