La sala estaba sumida en una mezcla de tensión y curiosidad. La luz suave de la tarde se filtraba a través de las cortinas, iluminando a los presentes con un brillo cálido y acogedor. La familia Harada estaba sentada en un lado del salón, perfectamente alineada, mientras Heinz y Hield ocupaban el lado opuesto, formando un delicado contraste.Hield, quien sostenía con ambas manos una taza de té humeante, no podía evitar sentirse fuera de lugar. Su mirada recorría la habitación, evitando cualquier contacto visual prolongado. Las paredes decoradas con detalles tradicionales coreanos, las fotografías familiares perfectamente dispuestas y el aire de solemnidad que emanaban los Harada lo hacían sentirse como un intruso. Su frente mostraba un leve brillo de sudor, resultado de la incomodidad más que del calor. Bebió un sorbo de té, esperando que la acción lo hiciera invisible, aunque sabía que era imposible con tantas miradas sobre él.Heinz, en cambio, estaba completamente ajeno al entorno.
—Te reconocemos —dijo el padre con semblante serio—. Tú fuiste el que le robó un beso a Ha-na y luego se la llevó del salón de bodas. Luego se fueron a otra ciudad. Dime, Heinz… ¿Lo hiciste para cuidar y ayudar a Ha-na, cierto?—Sí, señor. En ese momento, ella necesitaba estar tranquila y tomarse un nuevo aire —dijo él, con sinceridad—. Siempre fue mi intención ayudarte en el proceso. —Vio a Ha-na con dulzura.El señor Harada se puso de pie e hizo una reverencia.—Por eso te lo agradezco —dijo él—. Pero, no confío en los hombres, luego de lo que hizo aquel que dejó plantada a Ha-na, estando con otra.—Señor, para mí solo existes Ha-na. Esperé muchos años para estar con ella —respondió Heinz—. Créame… Nunca lastimaría a Ha-na, ni un solo cabello, ni un solo pétalo, porque ella es mi hermosa flor.Heinz se levantó y le entregó una rosa roja a Ha-na y en la oreja le puso otra. Retrocedió con tranquilidad.—¿Te gusta mi hija?—Sí, me gusta.—¿La vas a cuidar?—Lo haré, señor.—Ustedes ya
Heinz, con una elegancia natural, comenzó a sacar uno a uno los regalos que había comprado para los Harada. Los ojos de la familia se agrandaban con cada caja que se abría, cada objeto cuidadosamente envuelto. Joyas delicadas para la señora Harada, un reloj de diseñador para el señor Harada, un perfume costoso para Tae-sung, quien ahora llevaba el nombre de Hiroshi, y una cartera de lujo que dejó a Ha-na sin palabras.—Esto es demasiado, Heinz —dijo Ha-na, intentando sonar seria pero claramente emocionada, mientras acariciaba la superficie suave de la cartera.—Para mí no es demasiado, Ha-na —respondió él con una sonrisa tranquila, mientras su mirada se fijaba únicamente en ella—. Quiero que tu familia tenga lo mejor.La señora Harada tomó las joyas con delicadeza, observando cada detalle antes de sonreírle a Heinz.—Eres muy generoso, Heinz, pero estas cosas son demasiado. ¿En qué trabajas para permitirte este estilo de vida? —preguntó con curiosidad y un tono que oscilaba entre la p
En la tarde, Heinz y Ha-na pidieron permiso pasa salir.Hield se despidió. A lo lejos, se mantenía Hee-sook, atestiguando todo desde la distancia y el anonimato, sin poder mostrarse ante Hield. Su rostro hermoso se mantuvo inmutable.Heinz y Ha-na caminaron tranquilamente por la ciudad, disfrutando de la tarde soleada que parecía hecha a medida para ellos. Sus manos entrelazadas transmitían una conexión más profunda que las palabras, un vínculo que se había fortalecido a través de los momentos complicados y las decisiones inesperadas que habían tomado juntos. Mientras avanzaban por las calles llenas de vida, sus miradas se encontraban constantemente, como si cada gestora reafirmara lo que ambos sentían en su interior.La ciudad vibraba a su alrededor, pero para ellos, todo parecía en calma. Los ruidos de los autos, las risas de los niños jugando en las aceras, incluso el bullicio de los transeúntes, eran un telón de fondo difuso. Cada paso que daban era un recordatorio de cuánto había
Heinz también estaba intrigado sobre cómo lo presentaría. En muchas ocasiones había escuchado negativas de parte de Ha-na y hasta lo había rechazado cuando le hizo su confesión.—Él es mi novio, Heinz Dietrich —dijo Ha-na, percibiendo como si se hubiera liberado de una carga pesada. Empezó a comer de su helado, que se había derretido en sus manos.Heinz no pudo evitar una sonrisa tensa en sus labios.—¿Tú eras el amante de Ha-na? —preguntó otra.—¿Amante? —comentó Heinz. Frunció el ceño.—El que se la llevó de su boda —explicó una.—Comprendo. Pero creo que han malentendido algunas cosas —dijo Heinz son seguridad. Suspiró y arrojó su helado a un lado—. Ha-na y yo no teníamos ninguna relación en esa época. No nos habíamos visto en años.—Entonces, ¿por qué la besaste y te la llevaste? —preguntó la líder, intrigada.—Estaba lleno de rabia por lo que le hicieron aquellos dos. Ninguna mujer se merece ser humillada de esa manera —dijo Heinz, con seriedad—. Fui atrevido… La besé y me la lle
Ha-na estaba en el auto con Heinz y el conductor.—¿Ahora soy su chofer? —dijo Hee-sook, volviéndose hacia ellos.Ha-na se sorprendió al ver allí a Hee-sook. Todo lo que había pasado. Había sido como una escena de película o de una novela.—Gracias por eso —dijo Heinz.—Anótalo en la lista de favores —comentó Hee-sook.—Hoy Hield estaba en nuestra casa —dijo Ha-na, sabiendo de su interés por él.—Sí, lo sé —comentó Hee-sook con seguridad.—¿Por qué no entraste? Eres bienvenida.—No, no le digas que estoy aquí —dijo Hee-sook—. Él piensa que he regresado a Corea. Tengo planeado un mejor reencuentro.—Bueno, como quieras —dijo Ha-na.Hee-sook los llevó a una zona más alejada y los dejó allí. Así, cuando finalmente quedaron solos, Ha-na levantó la vista hacia Heinz, con sus ojos aún llenos de asombro y una pizca de reproche.—¿Era necesario eso? —murmuró ella, con su tono apenas un susurro, aunque había un matiz de gratitud mezclado con su vergüenza.Heinz giró la cabeza hacia ella, su ro
—Eres demasiado intenso cuando miras —dijo Ha-na con un susurro, jugueteando nerviosamente con el borde de su vestido.—¿Te incomoda? —preguntó él, su voz más baja, casi un murmullo que resonaba en la cercanía entre ambos.—No… Solo me hace… pensar —admitió ella, impidiendo su mirada, aunque era inútil. Heinz parecía capaz de atravesarla con esos ojos azules.—Entonces sigue pensando. Yo disfrutaré del espectáculo.Ha-na no pudo evitar reír suavemente ante su respuesta, aunque el rubor en sus mejillas se intensificó. Decidió mirarlo directamente, enfrentando esa intensidad con su propia fuerza. A pesar de estar juntos, no dejaba de colocarse nerviosa por la forma en que él la contemplaba, como la mujer más hermosa del mundo y de la existencia misma.Ambos permanecieron así por un momento que se sintió eterno. El mundo exterior parecía desvanecerse, dejando solo a dos almas enredadas en un juego donde las palabras eran secundarias. Había algo profundamente íntimo en su conexión, una m
La tensión en la habitación se había frenética. Heinz, sentado en el sofá, observaba a Ha-na con una mezcla de paciencia y expectación, sus ojos azules brillando con intensidad. Ella, de pie frente a él, parecía estar reuniendo el coraje para el siguiente paso, pero no había nada en su mirada que delatara duda.Con un movimiento lento, deliberado, Ha-na llevó sus manos hacia la corbata de Heinz. Sus dedos, cuidadosos al principio, comenzaron a deshacer el nudo con una precisión que denotaba tanto atención como curiosidad.Heinz no apartó la mirada de ella, sus ojos siguiéndola con una mezcla de fascinación y devoción. Cuando la corbata finalmente se deslizó de su cuello, Ha-na la dejó caer al suelo con un gesto simbólico, como si estuviera despojándolo no solo de una prenda, sino también de las barreras que antes se cernían entre ellos. Lo que ahora sentían y vivían era el producto de estar mucho tiempo juntos en una época en la que suponía que debía sufrir y estar triste. Gracias a H