En la noche, mientras todos se disponían a dormir, ellos estaban en la cama. Estaban abrazados, respirando de manera normal.La luz tenue de la lámpara daba al cuarto un brillo cálido, dibujando sombras suaves sobre las paredes. El aire estaba impregnado de un aroma dulce que parecía emanar de Ha-na, ese perfume tan característico que Heinz encontraba irresistible. Cada vez que sus dedos jugaban con los mechones oscuros de su cabello. Sentía la textura sedada deslizándose entre ellos, como si cada hebra contuviera un eco del tiempo que había pasado lejos de ella. Su mirada, fija en el rostro de Ha-na, se perdió en los contornos de su piel, la suavidad de sus facciones asiáticas y la delicadeza que siempre lo había fascinado.Ha-na mantenía sus ojos entrecerrados, disfrutando de la cercanía de Heinz. La calidez de su abrazo era un refugio en esa noche, donde el silencio los envolvía como un manto protector. El suave peso de su brazo sobre ella y el ritmo pausado de su respiración parec
Heinz se quedó encima de ella. Ambos respiraban de forma agitada, desnudos y sudados. Extendió su diestra y le acarició la mejilla a su hermosa flor asiática.La oscuridad del cuarto envolvía a Heinz y Ha-na, mientras la respiración agitada de ambos llenaba el aire. Sus cuerpos desnudos brillaban con el sudor de los momentos compartidos, y la calidez de sus pieles contrastaba con la frescura que comenzaba a entrar por la ventana ligeramente abierta. Heinz, con sus ojos azul profundo, clavados en el rostro de Ha-na, extendió la mano para acariciar su mejilla, trazando con suavidad la curva de su mandíbula.Había algo casi hipnótico en cómo la miraba, como si estuviera contemplando la obra de arte más preciada que jamás hubiera visto.La habitación estaba bañada en la tenue luz de la lámpara, que parecía iluminar la intimidad que había nacido entre Heinz y Ha-na. El aire era denso, cargado de emociones, sus respiraciones aún marcadas por las palabras que habían intercambiado momentos an
En la madrugada, el cuarto de Ha-na estaba sumido en un silencio absoluto, solo roto por el leve sonido de sus respiraciones entrecortadas. La luna, alta en el cielo, proyectaba una luz plateada que se filtraba por las cortinas, iluminando tenuemente la habitación. Heinz y Ha-na, envueltos en la intimidad de la noche, habían compartido varios momentos de fervor, conscientes de que cualquier sonido podría delatarlos. Ahora, exhaustos y satisfechos, se encontraban recostados en la cama, sus cuerpos entrelazados en un abrazo que transmitía complicidad y afecto.Heinz detrás de Ha-na, la abrazaba por el vientre, sus manos grandes y cálidas descansando sobre su piel suave. Su respiración, aún un poco agitada, se sincronizaba con la de ella, creando un ritmo calmado que los envolvía en una sensación de paz. Ha-na, con los ojos cerrados y el rostro relajado, se sentía segura y protegida en sus brazos. El calor de su cuerpo contra el suyo era reconfortante, y el leve olor a sudor y piel los u
El amanecer en la ciudad marcó el inicio de un día trascendental para Heinz. Había despertado temprano, lleno de una energía poco habitual. La noche anterior había sido mágica, pero ahora era momento de dar el siguiente paso. Se duchó rápidamente y, frente a su armario, eligió su mejor traje: uno perfectamente entallado en un tono gris oscuro que acentuaba su puerta distinguida. Ajustó la corbata con precisión frente al espejo, examinando cada detalle.Mientras se colocaba el reloj en la muñeca, Hield, su hermano menor, apareció en la puerta de su habitación con una ceja arqueada.—Pasaste todo el día y la noche desaparecida —comentó Hield, cruzándose de brazos—. ¿Qué estás tramando ahora?Heinz le devolvió una mirada segura, pero con una ligera sonrisa.—La espera ha terminado, Hield. Prepárate para ayudarme; Tenemos un día ocupado.Hield suspiró, aunque la curiosidad brillaba en sus ojos. No era común ver a Heinz con tanta determinación y entusiasmo.Heinz salió del penthouse junto
Ha-na había despertado temprano esa mañana, incapaz de permanecer tranquila. Había pasado horas arreglándose con una atención que jamás recordaba haberse permitido, ni siquiera en los momentos más importantes de su vida. No cuando era niña, esperando alguna visita familiar. No cuando era adolescente y los nervios por un evento social la invadían. Y ciertamente, no cuando se había preparado para el día que, según ella, iba a ser su boda.Hoy era diferente. Hoy esperaba a Heinz.Frente al espejo de su tocador, observaba su reflejo con detenimiento. Su rostro lucía fresco, sus mejillas ligeramente sonrojadas por la anticipación. Eligió una base ligera, suficiente para unificar su tono de piel sin ocultar sus rasgos naturales. Con manos temblorosas pero decididas, delineó sus ojos en un trazo suave, apenas un realce para su mirada. Sabía que a Heinz le gustaba su naturalidad, pero deseaba lucir impecable para él.Aplicó un toque de labial de un tono rosado suave, que le daba un aire fresc
La sala estaba sumida en una mezcla de tensión y curiosidad. La luz suave de la tarde se filtraba a través de las cortinas, iluminando a los presentes con un brillo cálido y acogedor. La familia Harada estaba sentada en un lado del salón, perfectamente alineada, mientras Heinz y Hield ocupaban el lado opuesto, formando un delicado contraste.Hield, quien sostenía con ambas manos una taza de té humeante, no podía evitar sentirse fuera de lugar. Su mirada recorría la habitación, evitando cualquier contacto visual prolongado. Las paredes decoradas con detalles tradicionales coreanos, las fotografías familiares perfectamente dispuestas y el aire de solemnidad que emanaban los Harada lo hacían sentirse como un intruso. Su frente mostraba un leve brillo de sudor, resultado de la incomodidad más que del calor. Bebió un sorbo de té, esperando que la acción lo hiciera invisible, aunque sabía que era imposible con tantas miradas sobre él.Heinz, en cambio, estaba completamente ajeno al entorno.
—Te reconocemos —dijo el padre con semblante serio—. Tú fuiste el que le robó un beso a Ha-na y luego se la llevó del salón de bodas. Luego se fueron a otra ciudad. Dime, Heinz… ¿Lo hiciste para cuidar y ayudar a Ha-na, cierto?—Sí, señor. En ese momento, ella necesitaba estar tranquila y tomarse un nuevo aire —dijo él, con sinceridad—. Siempre fue mi intención ayudarte en el proceso. —Vio a Ha-na con dulzura.El señor Harada se puso de pie e hizo una reverencia.—Por eso te lo agradezco —dijo él—. Pero, no confío en los hombres, luego de lo que hizo aquel que dejó plantada a Ha-na, estando con otra.—Señor, para mí solo existes Ha-na. Esperé muchos años para estar con ella —respondió Heinz—. Créame… Nunca lastimaría a Ha-na, ni un solo cabello, ni un solo pétalo, porque ella es mi hermosa flor.Heinz se levantó y le entregó una rosa roja a Ha-na y en la oreja le puso otra. Retrocedió con tranquilidad.—¿Te gusta mi hija?—Sí, me gusta.—¿La vas a cuidar?—Lo haré, señor.—Ustedes ya
Heinz, con una elegancia natural, comenzó a sacar uno a uno los regalos que había comprado para los Harada. Los ojos de la familia se agrandaban con cada caja que se abría, cada objeto cuidadosamente envuelto. Joyas delicadas para la señora Harada, un reloj de diseñador para el señor Harada, un perfume costoso para Tae-sung, quien ahora llevaba el nombre de Hiroshi, y una cartera de lujo que dejó a Ha-na sin palabras.—Esto es demasiado, Heinz —dijo Ha-na, intentando sonar seria pero claramente emocionada, mientras acariciaba la superficie suave de la cartera.—Para mí no es demasiado, Ha-na —respondió él con una sonrisa tranquila, mientras su mirada se fijaba únicamente en ella—. Quiero que tu familia tenga lo mejor.La señora Harada tomó las joyas con delicadeza, observando cada detalle antes de sonreírle a Heinz.—Eres muy generoso, Heinz, pero estas cosas son demasiado. ¿En qué trabajas para permitirte este estilo de vida? —preguntó con curiosidad y un tono que oscilaba entre la p