El vapor aún flotaba en el aire, como un testigo etéreo de lo que acababa de suceder. Heinz tomó una toalla, grande y suave, y envolvió a Ha-na con cuidado, como si al cubrir su piel quisiera también protegerla de todo lo que existía más allá de esas paredes. Ella no protestó; sus ojos, oscuros y brillantes, lo observaban con una mezcla de ternura y admiración. No había palabras, pero tampoco hacía falta decir nada.Él la cargó en brazos con naturalidad, sosteniéndola como si fuera un tesoro frágil, y la llevó hasta la habitación. El ambiente allí era tranquilo, casi solemne, con una luz tenue que acentuaba las sombras y contornos. La colocó sobre la cama con suavidad, asegurándose de que la toalla permaneciera ajustada sobre sus hombros, y luego comenzó a buscar su ropa.El movimiento de Heinz era meticuloso, casi reverente. Sacó un vestido sencillo del armario, una prenda que sabía que a Ha-na le gustaba, y se giró hacia ella.La forma en que la miraba, manifestaba un fulgor en sus
Heinz estaba atrapado en el cuarto de Ha-na, con la presencia de los padres. Ha-na salió a ayudar a preparar el almuerzo. Pero iba a llevarle agua y algunos pasabocas.La habitación estaba envuelta en un silencio que parecía ajeno al bullicio de la casa. La puerta estaba cerrada con llave, creando un espacio privado donde Heinz y Ha-na podían estar juntos sin interrupciones. Él permanecía sentado en un rincón, observando con tranquilidad cada detalle de la habitación, mientras ella se movía con discreción, llevando agua y algunos pasabocas que había preparado.Cada vez que Ha-na entraba al cuarto, Heinz se levantaba, tomándola suavemente de la muñeca antes de que pudiera regresar a la cocina. La hacía girar hacia él, sus ojos claros llenos de un brillo que la dejaba sin aliento, y luego la atraía hacia sí. No dije nada; no hacía falta. Sus labios buscaban los de ella en un beso profundo y pausado, cargados de un afecto que ninguno de los dos sabía expresar con palabras.Ella no se res
La atmósfera en el cuarto de Ha-na era completamente distinta a lo que habían conocido antes. En ese espacio cerrado, no había roles definidos, ni contratos que marcaban las reglas de su relación. La dinámica entre jefe y secretaria había quedado atrás, desvanecida como una sombra en la luz que ahora brillaba entre ellos. Allí no había más que ellos dos, juntos, sin las barreras que solían contener sus sentimientos. Estaban unidos por un sentimiento deseado, más grande que cualquier otro. Ese que pocos lograban conocer a lo largo de su historia, pero que cuando lo hacían, su vida cambiaba de forma drástica, ya que no se podía ser el mismo después de enamorarte y de amar de verdad, y que esa persona te correspondiera en tus sentimientos. Era un evento tan difícil de pasar que, los que los podían experimentar, eran los más afortunados y privilegiados de poder tenerlo.El silencio reinaba en la habitación solo interrumpido por el sonido de los murmullos en la planta baja de la casa, ahor
Ha-na, con su vestido facilitaba su encuentro. Con movimientos rápidos y delicados, Heinz le deslizó la braga y bajó el vestido desde el torso, exponiendo su pecho. Sus labios encontraron los de Ha-na en un beso apasionado, lleno de deseo y complicidad.Ha-na, con los ojos cerrados y las manos aferradas a las sábanas, no pudo evitar sucumbir ante el contacto de Heinz. Sus gemidos, bajos y entrecortados, se mezclaban con los besos apasionados que Heinz le daba.El silencio era crucial, ya que la madre y el hermano de Ha-na estaban en el primer piso, y no podían hacer mucho ruido. Ha-na jadeaba sin emitir sonido, sus labios entreabiertos temblaban mientras Heinz la embestía con un ritmo constante e intenso.El rostro asiático de Ha-na, hermoso y delicado, brillaba bajo la luz del atardecer. Sus ojos oscuros, llenos de deseo, se encontraban con los de Heinz, quien la miraba con una mezcla de admiración y pasión. Cada embestida era una nueva ola de placer que recorría el cuerpo de Ha-na,
Más tarde llegó padre de Ha-na. En su curiosidad, desde que había llegado divisado aquel auto que se encontraba estacionado. No había indicios de nadie y era raro que en vehículo de esa marca estuviera abandonado en la calle.—¿Creen que debería llamar a la policía? —dijo el señor Harada, comentándole a su esposa y a su hijo.Ha-na bajó, luego de ducharse con Heinz. Tenía que hacer la cena. Vio a su familia asomada por la ventana.—¿Qué ocurre? —preguntó Ha-na en coreano.—Un auto diferente ha estado rondando la casa y ahora ese ha estado ahí —dijo el padre—. ¿Deberías informar a la policía?Ha-na se sorprendió y sus pupilas se ensancharon. Sabía que se referían a Heinz, que había estado vigilando la casa por causa de su ex novia. Ahora, él estaba en la casa.—No, no… —dijo ella, alarmada—. Creo que no es necesario hacer eso. Tal vez se le presentó una emergencia al dueño.—¿Tú crees? —dijo él.—Sí, creo que no deberíamos exagerar las cosas —comentó su madre.—Bueno. Iré a preparar la
En la noche, mientras todos se disponían a dormir, ellos estaban en la cama. Estaban abrazados, respirando de manera normal.La luz tenue de la lámpara daba al cuarto un brillo cálido, dibujando sombras suaves sobre las paredes. El aire estaba impregnado de un aroma dulce que parecía emanar de Ha-na, ese perfume tan característico que Heinz encontraba irresistible. Cada vez que sus dedos jugaban con los mechones oscuros de su cabello. Sentía la textura sedada deslizándose entre ellos, como si cada hebra contuviera un eco del tiempo que había pasado lejos de ella. Su mirada, fija en el rostro de Ha-na, se perdió en los contornos de su piel, la suavidad de sus facciones asiáticas y la delicadeza que siempre lo había fascinado.Ha-na mantenía sus ojos entrecerrados, disfrutando de la cercanía de Heinz. La calidez de su abrazo era un refugio en esa noche, donde el silencio los envolvía como un manto protector. El suave peso de su brazo sobre ella y el ritmo pausado de su respiración parec
Heinz se quedó encima de ella. Ambos respiraban de forma agitada, desnudos y sudados. Extendió su diestra y le acarició la mejilla a su hermosa flor asiática.La oscuridad del cuarto envolvía a Heinz y Ha-na, mientras la respiración agitada de ambos llenaba el aire. Sus cuerpos desnudos brillaban con el sudor de los momentos compartidos, y la calidez de sus pieles contrastaba con la frescura que comenzaba a entrar por la ventana ligeramente abierta. Heinz, con sus ojos azul profundo, clavados en el rostro de Ha-na, extendió la mano para acariciar su mejilla, trazando con suavidad la curva de su mandíbula.Había algo casi hipnótico en cómo la miraba, como si estuviera contemplando la obra de arte más preciada que jamás hubiera visto.La habitación estaba bañada en la tenue luz de la lámpara, que parecía iluminar la intimidad que había nacido entre Heinz y Ha-na. El aire era denso, cargado de emociones, sus respiraciones aún marcadas por las palabras que habían intercambiado momentos an
En la madrugada, el cuarto de Ha-na estaba sumido en un silencio absoluto, solo roto por el leve sonido de sus respiraciones entrecortadas. La luna, alta en el cielo, proyectaba una luz plateada que se filtraba por las cortinas, iluminando tenuemente la habitación. Heinz y Ha-na, envueltos en la intimidad de la noche, habían compartido varios momentos de fervor, conscientes de que cualquier sonido podría delatarlos. Ahora, exhaustos y satisfechos, se encontraban recostados en la cama, sus cuerpos entrelazados en un abrazo que transmitía complicidad y afecto.Heinz detrás de Ha-na, la abrazaba por el vientre, sus manos grandes y cálidas descansando sobre su piel suave. Su respiración, aún un poco agitada, se sincronizaba con la de ella, creando un ritmo calmado que los envolvía en una sensación de paz. Ha-na, con los ojos cerrados y el rostro relajado, se sentía segura y protegida en sus brazos. El calor de su cuerpo contra el suyo era reconfortante, y el leve olor a sudor y piel los u