—Yo te pertenezco, mi amo —dijo ella, temblando y con su piel ardiendo. —Quítate la blusa —dijo Heinz de manera rotunda.Ha-na bajó la mirada mientras sus manos temblorosas alcanzaban el borde de su blusa. Su respiración era errática, el pecho subía y bajaba de manera irregular, evidenciando la lucha interna que tenía en ese momento. Lentamente, comenzó a levantar la prenda, dejando al descubierto su piel tersa y clara. Cada centímetro que se revelaba parecía robar el aire del ambiente. Su vientre plano, perfectamente definido, se mostró primero, seguido de la curva delicada de su cintura, su ombligo afable y los omóplatos bajo su cuello.El brasier que llevaba era de encaje rojo, sencillo, pero elegante, resaltando su feminidad sin caer en la ostentación. Las tiras delgadas se ajustaban perfectamente a sus hombros, dibujando una línea que realzaba su figura. La piel de Ha-na, impecable y suave, parecía reflejar la tenue luz de la habitación. Era asiática y su tez parecía como muñeca
Heinz la sostuvo por los muslos, levantándola con facilidad mientras seguían besándose con una intensidad que parecía consumirlos a ambos.Ha-na dejó escapar un pequeño jadeo de sorpresa al sentir cómo él la colocaba contra la pared. El frío de la superficie contrastaba con la calidez del cuerpo de Heinz, que permanecía pegado al suyo, como si no quisiera separarse ni un solo instante. Lo abarcó con sus piernas, para sostenerse, al igual que por la nuca.El beso era profundo, cada movimiento de sus labios hablaba de un deseo acumulado que, hasta ahora, había estado controlado. Pero en ese momento, no había espacio para restricciones. El sabor a chocolate que al principio había sido tan evidente ahora se había desvanecido por completo, reemplazado por algo más real y auténtico: el sabor de ellos mismos, una mezcla única que parecía hecha para complementar al otro.Ha-na percibió cómo las manos de Heinz se movían, sujetándola con más fuerza por las caderas mientras él la mantenía en su
Heinz acercó su cara a la intimidad de Ha-na, todavía cubierta por la tela roja. Con un movimiento lento pero decidido, pegó su boca a ella, sintiendo la blandura de su piel a través de la prenda. La tela se humedeció rápidamente por su saliva, manchándose con un tono más oscuro que contrastaba con el rojo vibrante.Ha-na, con los ojos cerrados y las manos aferradas a las sábanas, soltó un gemido ahogado, sintiendo cómo el calor de la boca de Heinz la envolvía.Heinz, perdido en el placer, no pudo resistir la tentación de quitarle la ropa interior. Con movimientos rápidos pero delicados, le removió la braga, revelando el rosado panorama que tanto deseaba probar. Sin perder tiempo, acercó su boca a su intimidad, comenzando a chupar y saborear cada pliegue, cada rincón de su ser. La sensación de su lengua caliente y húmeda en su piel más sensible hizo que Ha-na soltara un grito ahogado, sus manos agarrando las sábanas con fuerza.Cada movimiento de Heinz era una nueva ola de placer que
—¿Qué ocurre, mamá? —contestó Ha-na.Su voz salió quebrada, con un nerviosismo que traicionaba sus intentos de mostrarse tranquila. Sintió la respiración de Heinz sobre su cuello, una sensación que no solo la tranquilizaba, sino que también la distraía, llevándola de nuevo a ese lugar donde solo existían él y ella.Heinz se aferraba a ella con fuerza y con la firmeza de su cuerpo detrás del de Ha-na transmitían un mensaje claro: estaba ahí con ella, compartiendo el peso del momento. Podía percibir la calma en su respiración, un contraste con la tormenta que se desataba dentro de ella.Cuando la voz de su madre se detuvo al otro lado de la puerta, el tiempo pareció detenerse. Los segundos se alargaron, llenos de tensión. Ha-na apretó los labios, intentando controlar su respiración, consciente de que cada pequeño ruido podía delatar lo que ocurría en la habitación.El silencio de Heinz no era vacío. Podía sentir la intensidad de su mirada, incluso sin voltear a verlo. En ese instante, c
El vapor aún flotaba en el aire, como un testigo etéreo de lo que acababa de suceder. Heinz tomó una toalla, grande y suave, y envolvió a Ha-na con cuidado, como si al cubrir su piel quisiera también protegerla de todo lo que existía más allá de esas paredes. Ella no protestó; sus ojos, oscuros y brillantes, lo observaban con una mezcla de ternura y admiración. No había palabras, pero tampoco hacía falta decir nada.Él la cargó en brazos con naturalidad, sosteniéndola como si fuera un tesoro frágil, y la llevó hasta la habitación. El ambiente allí era tranquilo, casi solemne, con una luz tenue que acentuaba las sombras y contornos. La colocó sobre la cama con suavidad, asegurándose de que la toalla permaneciera ajustada sobre sus hombros, y luego comenzó a buscar su ropa.El movimiento de Heinz era meticuloso, casi reverente. Sacó un vestido sencillo del armario, una prenda que sabía que a Ha-na le gustaba, y se giró hacia ella.La forma en que la miraba, manifestaba un fulgor en sus
Heinz estaba atrapado en el cuarto de Ha-na, con la presencia de los padres. Ha-na salió a ayudar a preparar el almuerzo. Pero iba a llevarle agua y algunos pasabocas.La habitación estaba envuelta en un silencio que parecía ajeno al bullicio de la casa. La puerta estaba cerrada con llave, creando un espacio privado donde Heinz y Ha-na podían estar juntos sin interrupciones. Él permanecía sentado en un rincón, observando con tranquilidad cada detalle de la habitación, mientras ella se movía con discreción, llevando agua y algunos pasabocas que había preparado.Cada vez que Ha-na entraba al cuarto, Heinz se levantaba, tomándola suavemente de la muñeca antes de que pudiera regresar a la cocina. La hacía girar hacia él, sus ojos claros llenos de un brillo que la dejaba sin aliento, y luego la atraía hacia sí. No dije nada; no hacía falta. Sus labios buscaban los de ella en un beso profundo y pausado, cargados de un afecto que ninguno de los dos sabía expresar con palabras.Ella no se res
La atmósfera en el cuarto de Ha-na era completamente distinta a lo que habían conocido antes. En ese espacio cerrado, no había roles definidos, ni contratos que marcaban las reglas de su relación. La dinámica entre jefe y secretaria había quedado atrás, desvanecida como una sombra en la luz que ahora brillaba entre ellos. Allí no había más que ellos dos, juntos, sin las barreras que solían contener sus sentimientos. Estaban unidos por un sentimiento deseado, más grande que cualquier otro. Ese que pocos lograban conocer a lo largo de su historia, pero que cuando lo hacían, su vida cambiaba de forma drástica, ya que no se podía ser el mismo después de enamorarte y de amar de verdad, y que esa persona te correspondiera en tus sentimientos. Era un evento tan difícil de pasar que, los que los podían experimentar, eran los más afortunados y privilegiados de poder tenerlo.El silencio reinaba en la habitación solo interrumpido por el sonido de los murmullos en la planta baja de la casa, ahor
Ha-na, con su vestido facilitaba su encuentro. Con movimientos rápidos y delicados, Heinz le deslizó la braga y bajó el vestido desde el torso, exponiendo su pecho. Sus labios encontraron los de Ha-na en un beso apasionado, lleno de deseo y complicidad.Ha-na, con los ojos cerrados y las manos aferradas a las sábanas, no pudo evitar sucumbir ante el contacto de Heinz. Sus gemidos, bajos y entrecortados, se mezclaban con los besos apasionados que Heinz le daba.El silencio era crucial, ya que la madre y el hermano de Ha-na estaban en el primer piso, y no podían hacer mucho ruido. Ha-na jadeaba sin emitir sonido, sus labios entreabiertos temblaban mientras Heinz la embestía con un ritmo constante e intenso.El rostro asiático de Ha-na, hermoso y delicado, brillaba bajo la luz del atardecer. Sus ojos oscuros, llenos de deseo, se encontraban con los de Heinz, quien la miraba con una mezcla de admiración y pasión. Cada embestida era una nueva ola de placer que recorría el cuerpo de Ha-na,