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Capitulo 2

Habían pasado 2 días desde la cena. Ernesto y Silvia estaban ya trabajando para hacer de él la nueva sensación, pero de Analía no habían tenido novedad aún.

– Silvia, ¿de Analía no has tenido novedades aún? — Interrogó Ernesto

– No, aún no ha respondido, pensaba ir a verla esta tarde. ¿A menos que prefieras ir tu directamente?

– Sabes que se armaría revuelo si entro así como así al hotel.

– Siempre puedes hacer que entren primeros los guardaespaldas y despejen la zona — Ernesto pensó unos segundos y respondió

– Si, haremos eso, voy yo directamente. Es que me parece que no quedó muy convencida y creo que podré hacer que se decida.

– Eso sería genial, ya sabes que los clubes de fans son el alma del artista y son lo que los acerca a sus adeptos. Y ella es una excelente presidenta.

– Sí, sí. Esta tarde iré a verla.

     Analía estaba en la habitación de hotel, hablaba con Yanina, vice presidenta del club de fans.

– Yanina, no puedo dilatarlo más, debo darles una respuesta. ¿Qué han dicho las chicas? –

– Mira, Analía, sabemos que será difícil al principio, pero si tú crees que podemos hacerlo, lo haremos sin pensarlo más — Analía, esbozó una enorme sonrisa.

– Genial, esta tarde entonces les comunicaré que hemos aceptado y empezaré a trabajar con ellos, Yani…vamos a hacer historia, ya verás — Colgó el teléfono.

     Estaba muy entusiasmada y por demás feliz. A ella le encantaban los retos y este sería uno enorme. Estaba absorta en sus pensamientos cuando es interrumpida por un golpe en la puerta. Se dirigió hacia la misma y la abrió. Grande fue su sorpresa cuando encontró a dos hombres, entrajados y sumamente desarrollados, parados detrás de la misma. De pronto su sorpresa fue aún mayor, pues al separarse dichos hombres de la puerta apareció la figura de Ernesto, quien iba vestido de forma muy casual, metido en unos jeans, una remera de manga larga remangada blanca y unos zapatillas acordonadas. Y, por supuesto, una enorme sonrisa que cubría casi todo su rostro.

– Ernesto, ¿qué haces aquí? – él se acercó a ella

– Hola, que lindo verte. ¿Puedo pasar? — Analía se sonrojó y se corrió de la puerta

– Hola, buenas tardes, claro, pasa.

     Ernesto entró en la habitación dejando a sus guardaespaldas en el pasillo. Metió ambas manos en sus bolsillos traseros y observó toda la habitación; hasta llegar a Analía, quien seguía parada al lado de la puerta sin salir de su asombro. Él le sonrió nuevamente y se le acercó propinándole un beso en su mejilla. Ella se sobresaltó y dio un paso hacia atrás quedando pegada contra la pared. Su respiración era entrecortada y su corazón latía con tal rapidez que parecía salirse de su pecho.

– No me tengas miedo, Analía, no muerdo, bueno…no muy a menudo — sonrió con esa malicia que lo caracterizaba. Ella se apartó de manera brusca.

– Yo no tengo miedo, Ernesto, solo que hay cosas que tú haces que me hacen sentir incómoda

– Lo siento mucho, nada más lejos de mi intención es incomodarte; al contrario, me gustaría que fuéramos grandes amigos

            Analía se sentó en el sofá y le hizo un gesto a Ernesto para que la acompañara. El borró su sonrisa y obedeció.

– Imagino que viniste hasta aquí, arriesgándote a que los paparazzi te descubrieran, porque necesitas mi respuesta

– Imaginas bien – Analía se puso de pie

– Bueno, he hablado con las chicas y me apoyan; así que lo haremos – Ernesto se paró y dirigiéndose a ella la abrazó

– No te imaginas lo feliz que me haces — le plantó un sonoro beso en la mejilla.

            Analía tembló y Ernesto lo notó, pero no la soltó, al contrario la estrechó aún más y la miró profundamente. Sus rostros estaban muy próximos, sus respiraciones se mezclaban. Ella trató de soltarse, pero solo logró que él la estrujara aún más. Entonces cerró sus ojos y se entregó a lo que pasara. Sintió la nariz de Ernesto rozar la suya y casi sintió los labios encima de los suyos. Pero uno de los guardias de la puerta entró abruptamente.

– Erny, hay paparazzi, debemos irnos ya o no los podremos evitar — dijo el hombre que había ingresado

            Analía abrió los ojos de golpe y se encontró con el rostro de Ernesto casi pegado al suyo. Éste sonrió, dio un beso en la punta de la nariz y se separó de ella. Se dirigió a la puerta, se dio vuelta y le dijo:

– A las 8 mandaré el coche por ti, así nos reunimos y charlamos un poco más – sin esperar respuesta se marchó.

            Analía se dejó caer en el sillón, ¿realmente había pasado?, ¿había sido casi besada por Ernesto?

 Necesitaba un baño, pero uno de agua bien fría, pues seguramente las cosas no fueron como ella creía, seguramente todo había sido muy inocente y la fascinación que ella sentía por él le había hecho creer que fue algo más.

            Ernesto se había retirado muy feliz, pero algo confuso; sabía el efecto que ocasionaba en las chicas, pero ésta era la primera vez que él se sentía inquieto, es que esa chica lo había cautivado. No podía quitarse de la mente esos grises ojos clavados en los suyos. Su olor, su olor era exquisito y su piel muy suave. La había sentido temblar en sus brazos y recordarlo le erizaba el cuerpo.

            Las horas transcurrieron casi sin que se diera cuenta, llegó la hora en la que la recogerían. Analía ya estaba pronta, se había puesto su mejor vestido, con un escote de lo más sugerente y algo, atrevidamente, corto. Su cabello castaño caía sobre sus desnudos hombros.

            A las 8 en punto bajó a la recepción del hotel y el recepcionista le informó que el coche la esperaba fuera del hotel. Sonrió agradecida y se dirigió a la puerta, pero las piernas le temblaban tanto que casi cae. Trató de tranquilizarse y por fin salió a la calle. El chofer bajó del coche para abrirle la puerta, ella entró. Se pusieron en marcha. Sabía que estaba cada vez más cerca de volverlo a ver, su emoción hacia que su respiración fuera entrecortada.

            Ernesto, por su lado, daba vueltas en su habitación del hotel planeando lo que quería fuera una noche perfecta. De pronto la puerta de la habitación se abrió, allí estaba ella, más hermosa de lo que la recordaba. Se quedaron mirando unos segundos.

– ¿Puedo pasar? –

– Sí, por supuesto – se acercó, le extendió la mano y ella la tomó - ¿Qué tal el viaje? — "¿en serio?...que pregunta más absurda he hecho, ¿a quién le importaba como había sido el viaje?, ¡mierda!, va a pensar que soy un idiota"…viaje que por cierto había durado solo unos minutos, lo único que importaba era que estaba allí, frente a él y tomada de su mano.

– Bien, gracias –

– Estás hermosa – no pudo evitar decirlo y Analía se sonrojó de tal forma que sintió que sus mejillas le ardían. Él sonrió y ella le soltó. — No quiero incomodarte, disculpa, pero quedas preciosa cuando te sonrojas

            Ella sonrió y dejó su abrigo sobre el sofá. Miró a su alrededor y preguntó:

– ¿Silvia no ha llegado aún? – la miró asombrado

– ¿Silvia? -

– Sí, creí que ella nos acompañaría –

– Pues fíjate que no. He querido que estuviéramos solos, así nos podemos conocer mejor – Analía tragó saliva y comenzó a temblar, estaba a solas con Ernesto y en su habitación. Él notó los nervios de la joven, se acercó y la tomó de ambas manos.

– Ven, no tengas miedo, ya te dije que no muerdo – sonrió perversamente – bueno, solo a veces – ella abrió enormemente sus ojos – era una broma, calma por favor. Disfrutemos de la cena y conversemos.

            Analía asintió con la cabeza y se dejó dirigir a la mesa. Una vez que se sentó en la silla, él; en un gesto de caballero, la ayudó a arrimarse a la mesa; pero no desaprovechó la oportunidad de apoyar sus labios en uno de los hombros desnudos y darle así un beso. Ella dio un pequeño salto producto del escalofrío que le había causado. Ernesto al ver su reacción le susurró al oído:

– Te ves especialmente hermosa ésta noche – como era de esperarse ella se sonrojó, una vez más. El la miró, se sonrió y se sentó del otro lado de la mesa.

            En la cena hablaron esencialmente de todo lo concerniente a la carrera de Ernesto y de lo que haría Analía como presidenta de su primer club de fans. Una vez culminada la cena, Ernesto se levantó y tomó la mano de Analía, llevándola al balcón. Ella se acercó al barandal y se deleitó con la vista, mientras él solo la veía a ella.

– No me aburro de decirlo, es hermosa ésta ciudad –

            Se acercó a ella, posó sus manos en los hombros de la joven obligándola a girar, quedando así uno frente al otro.

– Estás temblando, ¿tienes frío? –

– No, no es eso – bajó su cabeza, él tomó su barbilla y la obligó a mirarlo.

– Me hiciste muy feliz viniendo hoy, realmente disfruto tu compañía –

– Esto no está bien, Ernesto — se separó de él

– ¿Qué es lo que no está bien?

– Lo que tú haces

– ¿Y qué se supone que hago? — preguntó desconcertado

– Tú estás acostumbrado a que las chicas caigan rendidas ante tus pies y haces todo este juego seductor, pero yo no caeré. Soy tu más fiel seguidora y amo lo que haces, pero no puedo entrar en este juego — Ingresó en la habitación y tomó su abrigo — será mejor que me vaya a mi hotel, ya es muy tarde

Ernesto dio un salto hasta llegar a ella y la tomó de un brazo

– No es lo que imaginas, Ana, debes creerme — ella se soltó y siguió su camino hacia la puerta — al menos deja que te lleve

– Eso te lo agradecería mucho.

            En el coche, Ernesto trató de iniciar una conversación con Analía varias veces, pero sin resultado; así que el viaje resultó ser silenciosamente largo. Ya en la puerta del Hotel, él la tomó de la mano y se la besó con ternura.

– Juro que no es lo que parece, de verdad. Tú me gustas mucho, como nunca antes nadie. Te lo demostraré. Ahora no te vayas enojada conmigo

– Yo no podría enojarme contigo jamás, Ernesto. Pero todo tiene un límite, mientras lo respetes, estará todo bien — se acercó a él y le dio un largo beso en la mejilla — Que descanses — sin esperar respuesta bajó del vehículo y entró en el hotel.

            El joven se encontraba en una situación nueva para él y no sabía cómo manejarla, pues Analía le importaba y mucho, no le había mentido, ella era diferente, él la veía diferente. Tenía claro que sus métodos de conquista no iban a dar resultado. Debía hacer algo diferente, pero no podía resignarse a no tenerla o peor aún, perderla. Trató de dejar de pensar por un momento en eso, pero el perfume estaba en el coche, así que abrió la ventanilla y sacó la cabeza para despejarse.

– ¿Está todo bien, Ernesto? — preguntó el chofer

– Sí, Rubén, solo que su olor me embriaga y necesito despejarme — Rubén sonrió cómplicemente

– Veo difícil que puedas sacártela de la cabeza, es una criatura bellísima y nunca te había visto así — inmediatamente Ernesto se metió en el coche y se colgó del asiento del acompañante

– ¿Crees tú en el destino? Es que Analía es diferente, lo supe desde el primer momento que la vi, cuando me abrió la puerta en lo de Silvia. No puedo dejar de pensar en ella. No digo que quiera pasar la vida a su lado, pero si me gustaría tener una historia de esas bien bonitas — pero su rostro se ensombreció y se volvió a recostar en el asiento trasero — pero metí la pata hasta el fondo y no creo que pueda acercarme demasiado — Rubén lo enfocó con el retrovisor y sonriendo le dijo

– Yo creo que sí, es más, me atrevería a decirte que ella siente mismo por ti — Ernesto volvió a colgarse del respaldo delantero

– ¿Tú crees? — el brillo había vuelto a sus ojos

– ¡Pues claro, hijo!, ninguna chica realmente ofendida y desinteresada te da ese beso de despedida, se hubiera bajado del coche dando un portazo. El miedo que ella tiene es ser una más para ti, que te cansen pronto y la deseches como un juguete en desuso

– Pero yo nunca haría algo así

– Lo malo es que solo tú y yo lo sabemos

– ¿Y qué hago?

– Tendrás que demostrarle que te importa de verdad, que la tomas en serio y, sobre todo, que la respetas — se tiró nuevamente hacia atrás, cruzando sus manos en la nuca

– Eso es fácil — Rubén largó una sonora carcajada

– Créeme cuando te dijo que con las mujeres nunca es fácil —

– Bahhhh…

            Analía ya se encontraba en su habitación. Estaba irritada, confundida, pero al mismo tiempo muy feliz. Es que nunca se había imaginado estar así de cerca de Ernesto, aunque pensara que para él solo era una más, para ella él lo era todo y por un momento, solo por un momento, se sintió en la gloria.

– Soy muy afortunada, estuve en sus brazos, sentí su deseo hacia mí y casi fui besada, no puedo pedir más

            Estaba convencida de que no podía esperar más de una relación con él, pues nunca la tomaría enserio, aunque sería bonito, eso no pasaría.

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