Analía parecía no prestarle la mínima atención, seguía absorta revolviendo su café. Santiago le tomó la mano y detuvo su repetitivo movimiento
– ¿Me estás oyendo, An? – ella por fin levantó la vista
– Sí, perdona, es solo que…
– ¿Solo qué?
– Que no deja de parecerme extraño que hace poco ni te conocía y ahora hasta vas a comprar mi casa para que no me quede en la calle – él la abrazó
– Mi vida, esto es momentáneo, me ayudará a regularizar papeles aquí, lo necesito si quiero quedarme por un tiempo, luego te juro que te daré los tí
Luego de cerrar la puerta detrás de Santiago, Analía volvió a la sala donde se encontraba Ernesto. Este estaba sentado en el sillón con los codos apoyados en sus rodillas y la cabeza apoyada en sus manos. Al escuchar los pasos de la joven que se acercaba, la miró – ¿Me dejas explicarte, Ana? – ella se sentó a su lado – Estoy ansiosa por escuchar tu explicación para negarme de esa forma – él le tomó la mano – Esto ya lo hemos hablado muchas veces, incluso tu huiste de mí debido a eso – la miró con tristeza - ¿recuerdas cuando me echaste del hotel y volviste a Uruguay?, ¿recuerdas porque lo hiciste? – Sí, lo recuerdo muy bien y no hubo día que no me arrepintiera de haberlo hecho – – Tu dijiste que era por mi carrera, que ninguna chica me seguiría si supiera que mi corazón tenía dueña – – Recuerdo muy bien lo que te dije, ve al grano Ernesto – – Cariño, te juro que iba con toda la intención de blanquear nuestro amor, pero al levan
Ya habían pasado dos años desde que Ernesto se fuera del apartamento dejando atrás a Analía y lo que sentía por ella. Su carrera había ido en ascenso, y los escándalos por sus romances se multiplicaban. Durante un tiempo, se escribían a menudo y esporádicamente se llamaban por teléfono para charlar. Pero en el último año ya no hacían ni una cosa ni la otra. Reinaba el silencio entre ambos. Por su lado Santiago y Analía tenían una vida normal, si bien no se habían casado ya que esperaban a que ella se recibiera de abogada, vivían juntos. Clara, la abuela, ya estaba repuesta casi que del todo y la propiedad estaba a nombre de Analía, tal y como Santiago le había prometido que haría. – Santi, ¿estás listo ya? - gritó Analía desde la sala – No, amor, aún no – – ¡Por Dios Santiago!, eres peor que una mujer para arreglarte, llegaremos tarde – respondió ella mientras entraba en el dormitorio.
El vuelo había llevado horas y varias escalas. Pero al fin tocaban suelo estadounidense. Al desembarcar y hacer todos los trámites correspondientes se dirigieron a la sala de arribos, allí los esperaba Andrés. Santiago corrió a abrazarlo, hacía más de dos años que no se veían, pues a pesar de las constantes amenazar de Andrés con visitar Uruguay nunca lo había hecho. Analía se acercó tímidamente – Andrés, ella es Analía – ella estiró su mano, él la tomó y la empujo hacia sí para darle un afectuoso abrazo – ¡Ven aquí, Analía querida! Nunca creí que conocería una mujer capaz de hacer que mi primo Santiago sentara cabeza, esto es un verdadero milagro y un gusto enorme conocerte al fin – ella se sonrojó al punto que sintió su cara arder – El gusto es mío Andrés, te debo más de lo que te imaginas – este le pasó el brazo por encima de los hombros y se dirigieron al coche. – ¿Cómo esta mamá? – dijo Santiago una vez pasados algunos minutos. Andrés lo miro ser
Analía abandonó la cocina y atravesó el enorme salón para dirigirse a la escalera, al pie de la misma recordó su encuentro con Ernesto y su corazón se agitó nuevamente. Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos, gestos adquiridos por la convivencia con Santiago. Subió lentamente los escalones, estaba cansada, por el viaje, por el dolor de ver a Santiago sufrir, por los nervios de ver luego de dos años a Ernesto y aún estremecerse. En fin, eran muchas emociones juntas para solo cuerpo, por eso llevaba tanto cansancio encima. Cuando ya por fin subió por completo se encontró con el largo pasillo que contenía las habitaciones de huéspedes del apartamento. Caminó con paso cansino, justo un par de puertas antes de la suya, se abrió y una mano la tomó del brazo y la arrastró a su interior. Una vez dentro cerró la puerta y la recostó a la misma. – ¿Qué haces, Ernesto?, ¿Acaso estás loco? – El la miró de
El tiempo que Analía había pasado con Santiago había sido feliz, pero él había dejado bien en claro que no seguiría con ella. Así que se encontraba en Montevideo empacando sus cosas en el apartamento de Santiago, apartamento que sería entregado a fin de mes. Tantos recuerdos entre esas paredes, tantos momentos de risas, de pasión, de compañerismo, ahora de esfumaban. Se sentó en medio de la sala y soltó a llorar como una niña desconsolada. Ella lo quería, estaba segura, ¿porque él no le creía?, no dejaba de dar vueltas. Abrió el armario y encontró ropa de Santiago, la tomó y se la llevó al rostro para olerla. De pronto un estuche cayó del bolsillo de una chaqueta, lo abrió. “Es un anillo de compromiso, iba a pedirme matrimonio, Entonces sí creía que le quería. ¿Porque me dejo entonces?”… El tan esperado 15 de mayo había llegado, Ernesto estaba arribando al hotel, la ansiedad lo carcomía, pero d
Ernesto Lamas, más conocido como Ernilam, entró en el despacho de su representante tras enterarse, luego del concierto, que sería expulsado del grupo. De más está decir que fue de una forma muy abrupta. José Cardozo, el representante, dio un salto en su silla hacia atrás al ver con la furia que entraba su hasta ahora representado. – Erni, que gusto que te pasaras por mi despacho – ¿Quieres explicarme porque he recibido un telegrama informándome que este fue mi último concierto? - dijo el joven sosteniendo en su mano un papel arrugado – Calma, Erni, tu sabías de ante mano que es por un tiempo, que todos ustedes tienen una fecha de caducidad.- Dijo Cardozo hundiéndose cada vez más en su silla. – Sí, lo sabía, está muy claro en el contrato, a los 21 años estamos fuera del grupo, pero yo los cumplo hasta dentro de 2 meses y ésta es la gira más grande que jamás hayamos tenido y que arranca la semana que viene, simplemente no puedes dejarme sin ella. <
Habían pasado 2 días desde la cena. Ernesto y Silvia estaban ya trabajando para hacer de él la nueva sensación, pero de Analía no habían tenido novedad aún. – Silvia, ¿de Analía no has tenido novedades aún? — Interrogó Ernesto – No, aún no ha respondido, pensaba ir a verla esta tarde. ¿A menos que prefieras ir tu directamente? – Sabes que se armaría revuelo si entro así como así al hotel. – Siempre puedes hacer que entren primeros los guardaespaldas y despejen la zona — Ernesto pensó unos segundos y respondió – Si, haremos eso, voy yo directamente. Es que me parece que no quedó muy convencida y creo que podré hacer que se decida. – Eso sería genial, ya sabes que los clubes de fans son el alma del artista y son lo que los acerca a sus adeptos. Y ella es una excelente presidenta. – Sí, sí. Esta tarde iré a verla. Analía estaba en la habitación de hotel, hablaba con Yanina, vice presidenta del club
Aquella noche había sido por demás larga para ambos, cada uno absorto en sus propios pensamientos y sus propias sensaciones. No muy diferentes, pero la incertidumbre de no saber que pensaba o sentía el otro, los carcomía. El sol ya entraba por la ventana de la habitación, Analía hacia poco rato que había conciliado el sueño, así que nada más lejano a su intención estaba el levantarse, pero el golpe en la puerta la sobresaltó. – ¿Quién es? – El desayuno, señorita Debería estar aún dormida, pues le había parecido la vos de Ernesto. – “tengo que dejar esta obsesión con él, ya lo escucho en todos lados” — pensaba mientras se ponía la bata y se dirigía a la puerta. Al abrirla casi se desmaya, no era su imaginación, era él en persona con el carro del desayuno – Pero… ¿Qué haces aquí, Ernesto? — él entró empujando el carro y cerró la puerta tras de sí – Es que