21 de febrero de 1721 Hoy me he caído del lomo de Dorothy. No sé cómo ha pasado, porque ni siquiera estoy tan segura de lo que vi. Pero lo que sí sé, es que mi Dorothy jamás me hubiera lanzado por el aire si algo no la hubiera alterado. Ella nunca lo hizo antes, siquiera cuando mi padre me la regaló y era una yegua joven sin amansar. El asunto es que decidí cabalgar esta mañana a lo largo del camino para carruajes, porque extrañaba las laderas del Norte y el viento agitando mi pelo. Todo ocurrió demasiado rápido, o yo iba sumida en mis propios pensamientos, pero de pronto, un gruñido y la veloz figura de un lobo se atravesó demasiado cerca de las patas de Dorothy. Ella relinchó y yo vi el cielo ante mis ojos y luego todo se oscureció. Me he golpeado la cabeza y también la espada. De no ser porque mi cuñada pasó con su carruaje rumbo a la mansión, no sé qué hubiera sido de mí y de mi pobre Dorothy, que intentó huir, asustada y agitada por la impresión. Yo estaba desmayada y, cuando
Alecksander sintió por primera vez en la vida que tenía que proteger a alguien. Cerrar la puerta del auto y dejar a Regina adentro le provocó un sentimiento de ansiedad que desconocía, pero era ahí donde ella estaría más segura. No tenía claras las intenciones del alfa que había obstruido su camino, y por ello esperaría lo que fuera. Caminó hacia el nómada con los ojos puestos en los de él. Era un tipo grande, de músculos exagerados y más alto que él, pero estaba más que seguro que si se transformaban, no se compararía con el tamaño y la fuerza de su lobo. Tenía cara de poco amigos, pero confiaba en que la suya era peor. El temor de Regina lo alcanzó directo en el pecho y quiso voltearse para dirigirle una mirada que la calmara, pero no necesitaba que el sujeto supiera que lo más importante de su vida estaba en el auto. Continuó, derrochando seguridad y carácter con cada paso que daba, hasta que se detuvo a cierta distancia. —¿Qué haces en mis terrenos? —preguntó con voz demandante
Querida L.,Espero que te encuentres bien. Agradezco profundamente tu interés por mi estado de salud y también tus gestos de cariño; los melocotones estuvieron deliciosos y las fresas que me has enviado junto a tu carta, se ven jugosas y exquisitas. Tu mensajero ha insistido en que te envíe una respuesta de inmediato y no puedo engañarte, la verdad es que no me encuentro bien. A. insiste en que todo lo que siento es producto del accidente, pero no lo sé. Estoy nerviosa y desconfío de todo el mundo para hablar. Temo estarme convirtiendo en una loca paranoica, porque me parece que todos los que me rodean son mis enemigos. ¿Tienes tiempo de venir? Quizás tu compañía podría serme de ayuda. Entenderé si no lo haces.Con amor,R.Marzo, 1721***Un minúsculo acontecimiento al azar y el destino entero cambia. Algunas veces para bien y otras para mal. A unos les acompaña la suerte, a otros, la desgracia. Pero siempre existe la posibilidad de tener la fuerza y la determinación suficientes para
El piso de Lina estaba en un lujoso edificio de condominios muy cerca del centro de la ciudad, en una zona bastante exclusiva. Regina pasó por helado, pensando en que una tarde de chicas no es nada si no hay helado y, encontrando una floristería frente al supermercado, se le ocurrió comprarle un ramo a su amiga. Esperaba que unas preciosas margaritas le alegraran el día.Después de que Lina autorizara su ingreso a la portería, Leyla y ella subieron en el ascensor, y al tocar el timbre del portal de su cuñada, la vio aparecer, completamente irreconocible. Lina tenía el cabello completamente negro y sus vivaces ojos verdes, mucho menos brillantes y rodeados de unas oscuras ojeras.—¡Oh, Lina! —lo lamentó Regina y la abrazó con fuerza.Cuando le entregó las flores, los ojos de Lina se llenaron de lágrimas, pero en medio de unos pucheros incontenibles, se forzó a sonreír.—No me hagas caso. ¡Estoy bien! ¡Estoy bien! —se apresuró a decir mientras se secaba los lagrimales—. ¡Qué preciosas f
La noche estaba abrumadoramente oscura. La luna había sido ocultada por una masa espesa de nubes que no dejaba traspasar ni la más mínima claridad esperanzadora. El viento helaba y Regina temblaba a pesar de llevar puesta la chaqueta que aún conservaba el calor de Alecksander. Ella podía sentir las emociones viscerales que en ese momento flotaban en el aire y tuvo que hacer uso de una gran fuerza de voluntad, para no resquebrajarse ella misma. —Si es demasiado, ve al auto, cariño —le murmuró Alecksander mientras se dirigían a la casita de la que había salido aquel grito desgarrador.Un hombre joven había salido al encuentro de Alecksander y Víctor le explicó que era la persona que lo había llamado. Era un alfa, y le había suplicado, entre lágrimas, por venganza. Alecksander lo agarró de los hombros, lo miró a los ojos con toda la convicción plasmada en ellos, y le prometió que no quedaría ni una sola alma que no fuera vengada.Las palabras de Alecksander le otorgaron al hombre la tem
Los días que le siguieron a la masacre de la tribu Yue, Regina poco miró a Alecksander. Ella aún dormía cuando él se iba y Alecksander regresaba tarde por la noche, incluso le había pedido que no lo esperara despierta. Ella sentía sus besos, sus caricias, y escuchaba sus murmullos amorosos cuando se metía en la cama, pero tenía tanto sueño que no se despertaba totalmente. Se giraba y se acomodaba en sus brazos para seguir durmiendo.Se despertó tardísimo ese día, con el cuerpo pesado y aún somnolienta, como si no hubiera dormido lo suficiente. A pesar de eso se levantó y apenas desayunó. Después se fue corriendo a ver a su suegro.Cuando iba por el pasillo que daba a la habitación del Lobo Negro, se encontró a una de las sirvientas, la que le daba el té. Ella agachó la cabeza al verla, pero Regina la detuvo.—¿Le llevaste el té? —preguntó, sabiendo que había pasado ya la hora. El día anterior su suegro no lo había tomado mientras ella estuvo ahí, porque estaba sumido en la inconscienc
Alecksander salió de la ducha con una toalla al rededor de la cintura y con otra se secaba el pelo. Estaba en el apartamento de Víctor y se disponía a arreglarse para llevar a Regina a cenar. Le había pedido que se pusiera guapa, así que él no pretendía llegar con olor a sudor y a tierra.Se había pasado casi todo el día rastreando a los nómadas, con Alistair y Ariana. Habían organizado a las tribus más fuertes de las cercanías para que les ayudaran, ya que a esas alturas la noticia de lo acontecido con la tribu Yue se había esparcido y la indignación y el miedo se había instalado en toda su gente.No habían obtenido resultados. Los nómadas eran los mejores en escabullirse sin dejar rastro, y eso lo tenía furioso y estresado. Incluso se habían movilizado hasta las tierras del oriente, donde los nómadas habían permanecido en los últimos meses, pero no había ni una huella de ellos.No le había dado tregua a la búsqueda y apenas descansó, tampoco había tenido el tiempo que deseaba con su
Él lo recordaba todo. La maldición que los dioses le habían dado era tener una memoria excepcional y habían sellado su nefasto destino con una mancha blanca justo en el pecho.Eso había determinado su existencia.Tenía apenas tres años, pero lo recordaba. No claramente, pero sí las cosas cruciales. Estaba jugando en el salón principal y había mucha gente porque estaban celebrando algo. Su cuerpo empezó a cosquillear porque quería alcanzar un juguete que su madre había dejado lejos de él sobre la mesa. El cosquilleo se hizo más intenso, fluyó a través de su sangre y sus huesos crujieron. De pronto estaba a cuatro patas sobre la mesa, confundido y con las piernas blandas. No entendió nada, pero cuando quiso tomar su juguete, se encontró con sus garras.El salón entero se silenció y todos los ojos lo miraron con horror. Su madre profirió tal grito que los cimientos de su casa se sacudieron. Los murmullos comenzaron, lo señalaron, dijeron cosas que él no entendía. Su padre apareció delan