44. Ganando una enemiga

Annabeth se quedó apartó de inmediato, sintiéndose asqueada por su patético intento de besarla. ¿Cómo podía creer que volvería con él después de todo el daño que le había hecho?

Ya la había matado por dentro y ahora que había renacido, ¿resultaba que la amaba? ¡Mentiras!

Le soltó un golpe en la mejilla derecha sin pensarlo dos veces. Aunque la mano le escoció por la dureza de la cachetada, jamás disfruto tanto el dolor como en ese momento.

—¡Suéltame! No te atrevas a ponerme un solo dedo encima. Tú y yo hemos acabado. Me has perdido para siempre y nada de lo que digas podrá hacerme cambiar de opinión —exclamó, mirándolo con un profundo en sus ojos—. No me queda nada más para ti que asco y desprecio, te pagaré con lo mismo que tú me hiciste sentir todos estos años. ¡Lárgate!

Su expresión era de total desolación. Traía la ropa arrugada, el cabello despeinado y la barba sin afeitar, no quedaba nada del hombre elegante y varonil del que solía estar enamorada; ahora solo podía verlo como u
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