Palabras duras

—¡Tienes que comer, Emma! —le grité exasperado y ella cruzó sus brazos, haciendo un puchero.

—¡Oblígame! —también me gritó, estando en el sofá.

—No me hagas perder la paciencia —advertí y puso los ojos en blanco—. ¡Ven a comer de una vez, maldita sea!

—¡Que no!

Pellizqué el puente de mi nariz y conté hasta diez. Dios, esta mujer me iba a volver loco.

—¿En serio harás que te obligue a comer, Emma? ¿Crees que tengo tiempo para esto? —dije y ella se encogió de hombros, mirando a otro lado—. Vamos, esto te lo recomendó el doctor.

—Pues no lo quiero comer, ¡porque no me gusta! —sonreí por la incomodidad al mismo tiempo que arrugaba mi nariz.

Fui hacia ella con su plato en la mano y me miró con una expresión bastante seria, pero a la vez adorable. Me senté muy cerca de ella y respiré muy profundo, tratando de serenarme.

—Escucha, yo no tengo tiempo para esto, tengo que trabajar. ¡Tengo cosas que hacer, Emma! —ella relajó su cuerpo e hizo una mueca de dolor—. ¿Qué pasa?

—Nada —dijo, pero aú
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