CAPÍTULO 4

:

 La ira

de los

dioses.

            Las nubes sobre el enfurecido océano se vislumbraban. El cielo anunciaba tormenta, pues los truenos y rayos se tornaban hacia el enorme navío que surcaba sus aguas.

La diosa salió a la superficie, con aquel estúpido disfraz que solía usar cada vez que estaba en presencia de aquellos monstruos.

Alargó su membranosa mano, y señaló al cielo, admirando entonces como este acataba su orden y lanzaba la tormenta contra el navío, haciendo que los marineros, corriesen de un lugar a otros, preocupados por sus vidas, intentando sacar aquel barco de allí a como diese lugar.

El enorme calamar, enfurecido por haber molestado su sueño, salía a la superficie, por llamado de su ama, arremetiendo contra la nave, haciendo que algunos hombres cayesen al agua, distraídos, temiendo ser devorados por aquella temible bestia.

Todo es un caos allí arriba, al igual que bajo la superficie, donde dos sirenas curiosas nadaban lo más rápido que les permitían sus pequeñas aletas, hacia la superficie, intentando adivinar qué era lo que traía tanto alboroto a su hogar.

La diosa había logrado su cometido, acababa de ver como el capitán del navío caía al agua. Nadó hacia él, con la intención de acabar con su miserable existencia arrastrándole al abismo, al mismo tiempo que escuchó y sintió como dos de sus hijas la miraban sorprendidas, de ver a la diosa tomarse la molestia de subir a hacer ella el trabajo sucio. Ella no solía tomarse aquellas confianzas con nadie, no era normal en ella, que quisiese asegurarse de la muerte de un simple marinero.

Aquel ser se sumergió de nuevo, y nadó hacia su hogar, pues se sentía realmente cohibida, al haber sido descubierta por sus hijas. Movió sus aletas, lo más rápido que le permitía aquel disfraz, mientras pensaba en la dura reprimenda que les daría a aquellas dos osadas.

Las sirenas se miraron, la una a la otra, sin comprender la situación, mientras admiraban como un rayo partía el mástil en dos, y este caía sobre uno de los marineros, que se encontraba en el agua, intentando ser salvado por su tripulación, en una pequeña barquita.

Una de aquellas bellas muchachas, nadó hacia él, preocupada por lo que podría pasarle a aquel humano, al mismo tiempo que su compañera gritaba hacia ella...

  • Siren – la llamó – no nos está permitido salvar a los humanos de su destino – la regañaba, mientras esta hacía caso omiso y nadaba con fuerza hacia aquel humano, pues había sentido una extraña sensación al verle ahogarse.

La joven agarró a aquel humano inconsciente, mientras un recuerdo que creía olvidado volvía a su mente, como si alguien lo hubiese sacado de ella con anterioridad:

“Era joven e inexperta en aquello de salir a la superficie, y aunque siempre le había llamado la atención el mundo de allá arriba, las leyes del mar siempre le habían prohibido subir a la superficie.

Miró hacia arriba, sintiendo como la brisa nocturna acariciaba su bello rostro, era una hermosa joven de piel blanca, cabellos dorados, labios rojos, y ojos azules cual zafiro. Mientras, sentía como una red caía sobre ella, peleó duramente, cansando sus músculos, intentando liberarse de aquella jaula, pero era en vano.

Pensó en todo lo que aquellos monstruos le harían, quizás se la comerían, como solían hacer con el pescado, o la exhibirían como a un pez en una pecera, …

  • ¿qué es eso? - Comenzó un marinero, admirando lo que la red de pesca había atrapado.

  • ¡Es una sirena! - Exclamó uno, sin apenas poder creer lo que veían sus diminutos ojos.

  • ¿Una sirena? - Preguntaban algunos curiosos, mientras otros maldecían para deshacerse de aquel monstruo, otros parecían entusiasmados con la idea de aprovecharse de aquel extraño ser.

  • ¡Matadla! - gritó un anciano – Dicen que te arrastran al abismo si tienen oportunidad y devoran tu alma. ¿por qué creéis que son tan jóvenes y bellas? Se alimentan del alma de los humanos para quedarse así todo el tiempo.

  • ¡Es un monstruo! yo digo que lo quememos.

  • Atravesémosla con un arpón – comentaba otro, mientras la joven seguía gimoteando y moviendo la cabeza de un lado a otro, asustada, sabiendo que el fin de sus días estaba cerca.

  • Yo digo que la atrapemos, podríamos venderla al mejor postor – aclaraba un hombre delgaducho, mientras se quitaba la mugre de las uñas con un afilado cuchillo.

Un sonido sordo se escuchó al otro lado, haciendo que todos los marineros, incluso aquella bella joven, mirasen hacia el enorme camarote, arriba del todo, el camarote del capitán.

Era un hombre alto y robusto, con barba y pelo oscuro y enmarañado, tenía algunas cicatrices sobre el rostro.

Miró hacia la sirena despacio, admirando como la joven gimoteaba, intentando soltar sus ataduras para escapar. Pues la red aún colgaba del barco, sobre el agua, y si lograba soltarse, podría escapar.

El hombre se arrimó hacia la red, haciendo que la muchacha se echase hacia un lado, asustada, al mismo tiempo que el hombre la miraba, sin perder ni un ápice de interés en aquella hermosa joven.

Sacó un cuchillo de su pantalón y lo levantó en alto, mientras el resto de la tripulación lo animaba para que acabase con la vida de la joven, mientras otros le imploraban a su capitán que le dejase a la sirena a ellos.

Rasgó las cuerdas de la red, haciendo que la muchacha abriese los ojos, y mirase hacia aquel pirata, que acababa de salvar su vida, justo antes, de escapar”

Se aferró a él con fuerza, mientras le sacaba a la superficie, pensando en la posibilidad de saldar su deuda con aquel humano.

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