Estaba sentada entre los dos hombres que, en ese momento, suspiraban por ella. Jaime, con las cervezas que había ido a pedir a la barra y Mario extrañado por verla en compañía de otro. Ivania se adelantó al estupor de sus dos pretendientes. —Jaime, te presento a Mario —dijo con una sonrisa forzada luego de levantarse, recibir la cerveza y pararse entre los dos. Ambos eran altos, lo que la hizo sentir, por un momento, como una pequeña ratona que mediara entre dos salvajes leones—. Mario, él es Jaime.Ninguno de los dos saludos al otro, solo se dedicaron una mirada apenas amable. —Veo que estás acompañada, Ivania —dijo Mario después del momento más tensionante y frío que Ivania hubiera debido soportar en su vida—. No quería molestarte. Adiós. Ivania se sintió terrible y, de no haber estado Jaime, hubiera detenido a Mario, pero eso solo hubiera complicado la situación. Para su sorpresa, fue Jaime quien tomó una decisión que no se esperaba. —No tiene que irse —dijo Jaime—. Si quiere p
Regresamos casi sobre la medianoche. Jaime se fue a su cuarto y yo entré al mío. Ximena estaba con Antonella, las dos dormidas en mi cama. No quise despertarlas y pasé al baño en silencio. Los senos me estaban matando y no soportaba el roce con la blusa, tuve que usar el extractor y alcancé a llenar tres biberones. Era casi la una de la mañana cuando me acosté en la cama de Ximena. Quedé dormida tan pronto puse la cabeza en la almohada y, entre sueños, me pareció escuchar a Antonella que se despertaba, pero después dejé de escucharla y seguí durmiendo. Lo hice hasta las nueve de la mañana. Me merecía levantarme tarde. Fue Jaime quien me despertó, llevando una bandeja con el desayuno. —Hoy tenemos una fiesta a las tres de la tarde —dijo después de haberme saludado y mientras me comía una tostada.—¿Antonella todavía está dormida? —pregunté, algo extrañada por no haberla escuchado despertarse. —Se despertó hace como dos horas, pero mi mamá está con ella. Me sentí terrible y me levant
Escuchaba un pitido constante que me llamaba, pero por más que intentara hacerle caso, no conseguía hacerlo. Mi mente volvía a divagar, sobre cosas que se perdían tan pronto volvía a escuchar el sonido agudo que parecía decir mi nombre. No sé cuánto tiempo pasó hasta el momento en que pude distinguirlo y recordar lo que me había sucedido, como un mosaico de cristales fragmentados que no lograba unir. Para cuando logré abrir los ojos, lo primero que vino a mi mente, ya lúcida, fue Antonella. Quise incorporarme, pero todavía no tenía fuerzas, entonces lo vi, a mí lado, y dije su nombre.—¿Mario?Fue apenas un susurro, pero actuó como un poderoso hechizo que lo trajo de vuelta. —¡Ivania!Sentí su mano sobre la mía y fue el más confortable de los analgésicos. —Antonella… —No te preocupes, está bien y ha venido a visitarte seguido. Ahora está en el colegio, pero vendrá esta tarde. Esas dos palabras acabaron con mis pocas fuerzas y, reconfortada al saber que Antonella estaba bien, y que
No fue el amor lo primero que consulté, aunque era lo que más me hería en ese momento. Quise saber sobre Antonella y, en mi consulta, descubrí que la tarotista, al ser una puerta, un vaso comunicante entre la baraja y quien consulta, tiene la oportunidad de descubrir secretos como si le fueran susurrados. —Hay dificultades presentes en tu relación con Antonella —dijo Ximena al revelar la primera carta, correspondiente al momento presente—. Y es extraño, porque qué dificultades podría tener una madre con su hija de solo seis meses. Temblé y no dejé que Ximena me viera a los ojos, temerosa de que pudiera leer en ellos la respuesta que buscaba. Fue entonces cuando supe que el portal estaba abierto y que mi vida, al menos en ese aspecto personal, quedaba abierta a ella. Qué tanto o poco leyera dependía de su habilidad y, de algo de su don. —Antonella no es hija tuya —continuó, susurrando esto último—. Pero, ¿cómo puedes entonces amamantarla? No tenía sentido mentirle y, al contr
Se habían quedado dormidos, los tres. Cuando se despertó, Ivania vio a Antonella, acomodada entre ella y Jaime. Se alarmó al pensar que, como de costumbre, Ximena no tardaría en llegar a hacerle su visita matutina y se moriría de la vergüenza si la encontraba, encamada, con su hijo. Pasó el brazo por encima de Antonella, cuidándose de no despertarla, para sacudir a Jaime, pero, al hacerlo, la bebé se despertó y comenzó a llorar, pidiendo comida. Ivania se sintió morir. El llanto de Antonella atraería a Ximena que, segura de que ella ya estaría también despierta, entraría a la habitación sin siquiera anunciarse.—¡Oh, Dios! —Escuchó Ivania decir a Jaime que, con el llanto, se había despertado. Al menos eso había conseguido—. Lo siento, creo que me quedé dormido.«Sí, ya me di cuenta. No tienes que decirlo», pensé Ivania, a quien lo único que interesaba en ese momento era que Ximena no fuera a entrar. Le hizo señas a Jaime, para que saliera de la habitación cuanto antes, pero cuando es
El lunes por la mañana, Ivania salió a dejar a Antonella, como de costumbre, con la señora Laura. Mario estaba esperándola, frente a la puerta, en su carro. Se bajó a recibirla.—Conseguí una silla para bebés —dijo cuando le abrió la puerta de atrás—. Así las dos irán más cómodas.Ivania le agradeció el gesto y subió a Antonella, que pareció disfrutar de la silla y no lloró, como esperó Ivania que sucediera. —Estará segura, no te preocupes —dijo Mario cuando cerró la puerta y abrió la de Ivania, para que se sentara adelante—. La silla la instaló un experto.—¿Y ahora? ¿Tendrás siempre una silla de bebé atrás? —preguntó Ivania después de subirse y antes de que Mario encendiera el vehículo.—No es problema, no te afanes. Lo hice pensando en la seguridad de Anto y en tu comodidad.Ivania se sonrojó. No creía tener la confianza suficiente con Mario para que él se tomara esas molestias por ella. De otra parte, estaba la horrible chica que la molestó en el bar.—¿Y tu novia? Seguro esto la
Estudiar, trabajar durante la semana y los fines de semana, cuidar y criar a Antonella; pese a la ayuda que me brindaba Mario y las atenciones de la señora Laura y de Ximena, sentía que iba a estallar en cualquier momento. Aparte, estaba esa complicada encrucijada con Jaime, que no parecía evitarme, sino que lo hacía. Quizá hubiera sido distinto si no hubiera estado debajo de la cama ese día en que, preciso, a su madre le dio por hablar sobre el destino. Al fin, un sábado en la mañana, después de levantarme con mucho cuidado para que Antonella no se despertara, lo cogí a la salida del baño. Salía de bañarse.—Tenemos que hablar —dije la trillada frase que tanto teme quien no la pronunció. Me miró como si acabara de ver los ojos de la gorgona y quedó petrificado por unos segundos. —Me esperas a que me vista y…—No. Ahora. Antonella puede despertarse en cualquier momento.Suspiró. —Bien. ¿De qué quieres que hablemos? No sé si lo preguntó porque de verdad no lo sabía, era un cínico
Después de que Antonella hubiera salido de la habitación, Ivania intentó dormir y, aunque su cuerpo seguía cansado, no así su mente, que comenzó a repasar los momentos previos al disparo que había recibido. Las escenas se sucedían unas a otras sin un orden lógico; de la salida de Mario del restaurante, saltaban a cuando vio a los dos hombres en la motocicleta, regresaban al instante en que Mario le sonreía por el espejo retrovisor, pero sin que Ivaia recordara por qué lo había hecho y, entonces, el espejo se quebraba y ella recibía el impacto, como si hubiera surgido a través de ese mismo cristal fracturado y se enterraba en su pecho izquierdo, sacándole todo el aire y dejándola tumbada en el pavimento, que aparecía con la misma aleatoriedad que lo hubiera hecho la bala que ahora se alojaba muy cerca de su corazón. ¿Se había quedado dormida o su mente actuaría en adelante así, como en una secuencia de cine-arte europeo? No lo supo, solo que algo la había sacado de sí misma y la arras