No fue el amor lo primero que consulté, aunque era lo que más me hería en ese momento. Quise saber sobre Antonella y, en mi consulta, descubrí que la tarotista, al ser una puerta, un vaso comunicante entre la baraja y quien consulta, tiene la oportunidad de descubrir secretos como si le fueran susurrados. —Hay dificultades presentes en tu relación con Antonella —dijo Ximena al revelar la primera carta, correspondiente al momento presente—. Y es extraño, porque qué dificultades podría tener una madre con su hija de solo seis meses. Temblé y no dejé que Ximena me viera a los ojos, temerosa de que pudiera leer en ellos la respuesta que buscaba. Fue entonces cuando supe que el portal estaba abierto y que mi vida, al menos en ese aspecto personal, quedaba abierta a ella. Qué tanto o poco leyera dependía de su habilidad y, de algo de su don. —Antonella no es hija tuya —continuó, susurrando esto último—. Pero, ¿cómo puedes entonces amamantarla? No tenía sentido mentirle y, al contr
Se habían quedado dormidos, los tres. Cuando se despertó, Ivania vio a Antonella, acomodada entre ella y Jaime. Se alarmó al pensar que, como de costumbre, Ximena no tardaría en llegar a hacerle su visita matutina y se moriría de la vergüenza si la encontraba, encamada, con su hijo. Pasó el brazo por encima de Antonella, cuidándose de no despertarla, para sacudir a Jaime, pero, al hacerlo, la bebé se despertó y comenzó a llorar, pidiendo comida. Ivania se sintió morir. El llanto de Antonella atraería a Ximena que, segura de que ella ya estaría también despierta, entraría a la habitación sin siquiera anunciarse.—¡Oh, Dios! —Escuchó Ivania decir a Jaime que, con el llanto, se había despertado. Al menos eso había conseguido—. Lo siento, creo que me quedé dormido.«Sí, ya me di cuenta. No tienes que decirlo», pensé Ivania, a quien lo único que interesaba en ese momento era que Ximena no fuera a entrar. Le hizo señas a Jaime, para que saliera de la habitación cuanto antes, pero cuando es
El lunes por la mañana, Ivania salió a dejar a Antonella, como de costumbre, con la señora Laura. Mario estaba esperándola, frente a la puerta, en su carro. Se bajó a recibirla.—Conseguí una silla para bebés —dijo cuando le abrió la puerta de atrás—. Así las dos irán más cómodas.Ivania le agradeció el gesto y subió a Antonella, que pareció disfrutar de la silla y no lloró, como esperó Ivania que sucediera. —Estará segura, no te preocupes —dijo Mario cuando cerró la puerta y abrió la de Ivania, para que se sentara adelante—. La silla la instaló un experto.—¿Y ahora? ¿Tendrás siempre una silla de bebé atrás? —preguntó Ivania después de subirse y antes de que Mario encendiera el vehículo.—No es problema, no te afanes. Lo hice pensando en la seguridad de Anto y en tu comodidad.Ivania se sonrojó. No creía tener la confianza suficiente con Mario para que él se tomara esas molestias por ella. De otra parte, estaba la horrible chica que la molestó en el bar.—¿Y tu novia? Seguro esto la
Estudiar, trabajar durante la semana y los fines de semana, cuidar y criar a Antonella; pese a la ayuda que me brindaba Mario y las atenciones de la señora Laura y de Ximena, sentía que iba a estallar en cualquier momento. Aparte, estaba esa complicada encrucijada con Jaime, que no parecía evitarme, sino que lo hacía. Quizá hubiera sido distinto si no hubiera estado debajo de la cama ese día en que, preciso, a su madre le dio por hablar sobre el destino. Al fin, un sábado en la mañana, después de levantarme con mucho cuidado para que Antonella no se despertara, lo cogí a la salida del baño. Salía de bañarse.—Tenemos que hablar —dije la trillada frase que tanto teme quien no la pronunció. Me miró como si acabara de ver los ojos de la gorgona y quedó petrificado por unos segundos. —Me esperas a que me vista y…—No. Ahora. Antonella puede despertarse en cualquier momento.Suspiró. —Bien. ¿De qué quieres que hablemos? No sé si lo preguntó porque de verdad no lo sabía, era un cínico
Después de que Antonella hubiera salido de la habitación, Ivania intentó dormir y, aunque su cuerpo seguía cansado, no así su mente, que comenzó a repasar los momentos previos al disparo que había recibido. Las escenas se sucedían unas a otras sin un orden lógico; de la salida de Mario del restaurante, saltaban a cuando vio a los dos hombres en la motocicleta, regresaban al instante en que Mario le sonreía por el espejo retrovisor, pero sin que Ivaia recordara por qué lo había hecho y, entonces, el espejo se quebraba y ella recibía el impacto, como si hubiera surgido a través de ese mismo cristal fracturado y se enterraba en su pecho izquierdo, sacándole todo el aire y dejándola tumbada en el pavimento, que aparecía con la misma aleatoriedad que lo hubiera hecho la bala que ahora se alojaba muy cerca de su corazón. ¿Se había quedado dormida o su mente actuaría en adelante así, como en una secuencia de cine-arte europeo? No lo supo, solo que algo la había sacado de sí misma y la arras
Al día siguiente de haber formalizado mi relación con Jaime, me sentí terrible de subirme al auto de Mario. Intentaba no mirarlo a los ojos y responder con monosílabos a cada una de sus preguntas, pero no tardó en darse cuenta y me preguntó si me ocurría algo. —No, es solo, bueno, cansancio, creo —dije mientras me ajustaba el cinturón de seguridad. —¿Tuviste un fin de semana pesado? La verdad, sí lo había sido, pero no estaba así por las razones que él creía, sino por otras, más de tipo moral que físico. —Te exiges demasiado, Ivania —dijo después de que le hubiera contestado que “sí” a su pregunta anterior—. Todos los días trabajas, en algo, y ahora también estudias, ¿estás segura de que podrás sostener ese ritmo? —A muchas personas les toca así, Mario —dije—, y no están quejándose, solo que, si las ves algo agotadas, lo mejor es que las dejes en paz y no las juzgues por eso. Sé que fui grosera y que él solo estaba preocupado por mí, pero era la única manera de que me dejara
Al llegar a casa, esa noche, después de una jornada extenuante en la academia, en la que Ivania cada día se convencía más de que no lograría pasar el siguiente examen de inglés, Jaime la esperaba en el comedor, con la cena servida a media luz, entre velas encendidas. —¿Y esto? —preguntó Ivania luego de saludarlo con un beso.—Es lo que mereces por tus esfuerzos de cada día, bebé —respondió Jaime mientras la llevaba de la mano a la mesa—. Antonella ya está dormida, lo mismo que mi mamá, así que podemos tener una hora para nosotros, ¿te parece?Pese a que tenía las piernas convertidas en dos enormes bloques de plomo y sobre los hombros llevaba cargando a una docena de monos, Ivania sonrió, enternecida por el bello detalle que Jaime tenía preparado para ella. —Esto está muy hermoso, amor, me encanta. Por supuesto que tengo una hora para nosotros. Jaime corrió la silla de Ivania y después, como si fuera un maitre, llegó con una bandeja de comida y una botella de vino.—No soy un expert
Pasé una noche febril, en la que la veía a ella, otra vez en ese pequeño bar del barrio en donde humilló la forma en que me vestía, y celó a Mario, como si ya hubiera vaticinado lo que habría entre él y yo, pero las imágenes y el lugar se confundían con lo que me había dicho en el hospital. Cuando desperté, estaba sudando porque en la parte final de mi pesadilla no conseguía levantarme de la cama en que ahora estaba y, cuando lo hacía caí al suelo sin remedio, mientras ella me observaba con una sonrisa tiesa y, un “Te lo advertí” en su mirada.Al abrir los ojos, lo que vi enfrente no me ayudó a tranquilizarme. Las paredes estaban cubiertas de rojo, por donde pasara la vista, solo veía ese color, hasta que la confusión entre el sueño y la realidad se f