Estudiar, trabajar durante la semana y los fines de semana, cuidar y criar a Antonella; pese a la ayuda que me brindaba Mario y las atenciones de la señora Laura y de Ximena, sentía que iba a estallar en cualquier momento. Aparte, estaba esa complicada encrucijada con Jaime, que no parecía evitarme, sino que lo hacía. Quizá hubiera sido distinto si no hubiera estado debajo de la cama ese día en que, preciso, a su madre le dio por hablar sobre el destino. Al fin, un sábado en la mañana, después de levantarme con mucho cuidado para que Antonella no se despertara, lo cogí a la salida del baño. Salía de bañarse.—Tenemos que hablar —dije la trillada frase que tanto teme quien no la pronunció. Me miró como si acabara de ver los ojos de la gorgona y quedó petrificado por unos segundos. —Me esperas a que me vista y…—No. Ahora. Antonella puede despertarse en cualquier momento.Suspiró. —Bien. ¿De qué quieres que hablemos? No sé si lo preguntó porque de verdad no lo sabía, era un cínico
Después de que Antonella hubiera salido de la habitación, Ivania intentó dormir y, aunque su cuerpo seguía cansado, no así su mente, que comenzó a repasar los momentos previos al disparo que había recibido. Las escenas se sucedían unas a otras sin un orden lógico; de la salida de Mario del restaurante, saltaban a cuando vio a los dos hombres en la motocicleta, regresaban al instante en que Mario le sonreía por el espejo retrovisor, pero sin que Ivaia recordara por qué lo había hecho y, entonces, el espejo se quebraba y ella recibía el impacto, como si hubiera surgido a través de ese mismo cristal fracturado y se enterraba en su pecho izquierdo, sacándole todo el aire y dejándola tumbada en el pavimento, que aparecía con la misma aleatoriedad que lo hubiera hecho la bala que ahora se alojaba muy cerca de su corazón. ¿Se había quedado dormida o su mente actuaría en adelante así, como en una secuencia de cine-arte europeo? No lo supo, solo que algo la había sacado de sí misma y la arras
Al día siguiente de haber formalizado mi relación con Jaime, me sentí terrible de subirme al auto de Mario. Intentaba no mirarlo a los ojos y responder con monosílabos a cada una de sus preguntas, pero no tardó en darse cuenta y me preguntó si me ocurría algo. —No, es solo, bueno, cansancio, creo —dije mientras me ajustaba el cinturón de seguridad. —¿Tuviste un fin de semana pesado? La verdad, sí lo había sido, pero no estaba así por las razones que él creía, sino por otras, más de tipo moral que físico. —Te exiges demasiado, Ivania —dijo después de que le hubiera contestado que “sí” a su pregunta anterior—. Todos los días trabajas, en algo, y ahora también estudias, ¿estás segura de que podrás sostener ese ritmo? —A muchas personas les toca así, Mario —dije—, y no están quejándose, solo que, si las ves algo agotadas, lo mejor es que las dejes en paz y no las juzgues por eso. Sé que fui grosera y que él solo estaba preocupado por mí, pero era la única manera de que me dejara
Al llegar a casa, esa noche, después de una jornada extenuante en la academia, en la que Ivania cada día se convencía más de que no lograría pasar el siguiente examen de inglés, Jaime la esperaba en el comedor, con la cena servida a media luz, entre velas encendidas. —¿Y esto? —preguntó Ivania luego de saludarlo con un beso.—Es lo que mereces por tus esfuerzos de cada día, bebé —respondió Jaime mientras la llevaba de la mano a la mesa—. Antonella ya está dormida, lo mismo que mi mamá, así que podemos tener una hora para nosotros, ¿te parece?Pese a que tenía las piernas convertidas en dos enormes bloques de plomo y sobre los hombros llevaba cargando a una docena de monos, Ivania sonrió, enternecida por el bello detalle que Jaime tenía preparado para ella. —Esto está muy hermoso, amor, me encanta. Por supuesto que tengo una hora para nosotros. Jaime corrió la silla de Ivania y después, como si fuera un maitre, llegó con una bandeja de comida y una botella de vino.—No soy un expert
Pasé una noche febril, en la que la veía a ella, otra vez en ese pequeño bar del barrio en donde humilló la forma en que me vestía, y celó a Mario, como si ya hubiera vaticinado lo que habría entre él y yo, pero las imágenes y el lugar se confundían con lo que me había dicho en el hospital. Cuando desperté, estaba sudando porque en la parte final de mi pesadilla no conseguía levantarme de la cama en que ahora estaba y, cuando lo hacía caí al suelo sin remedio, mientras ella me observaba con una sonrisa tiesa y, un “Te lo advertí” en su mirada.Al abrir los ojos, lo que vi enfrente no me ayudó a tranquilizarme. Las paredes estaban cubiertas de rojo, por donde pasara la vista, solo veía ese color, hasta que la confusión entre el sueño y la realidad se f
A la tercera semana de mi nuevo estilo de vida madrugar - dar de comer a Antonella - dejar Antonella en el apartamento de la señora Laura - ir a trabajar a la panadería de Don Esteban - recoger a Antonella del apartamento de la señora Laura y dejar con Ximena - ir al instituto, entre semana, y dedicarme a animar fiestas y eventos infantiles los sábados y domingos, tenía el cuerpo hecho un ladrillo y deseaba aceptar la invitación de Mario, a solo una horas de una sesión de spa, pero no dejaba de darme remordimiento el solo pensar en hacerlo.No estaba bien, menos sabiendo que Mario me estaba pretendiendo, y aunque no se había atrevido a dar el paso al que sí se estaba por lanzar Jaime -y que yo aceleré, esa mañana en el baño-, lo podía hacer en cualquier momento y entonces, ¿qué haría? Decirle que
Esa noche, al llegar a casa, Ivania se encontró con Jaime, que la esperaba con la cena ya lista. Aunque no se la sirvió a la luz de algunas velas, como la última vez que la esperó para comer, a Ivania se le hizo enternecedor ese detalle.—Veo que, con tu ritmo diario, vamos a tener que robarle algunos minutos a la jornada, para vernos un poco, bebé —dijo Jaime cuando se sentó con ella a comer.—Tienes razón, amor, y a veces me siento terrible por eso, pero en unos meses serán vacaciones en el instituto y entonces tendremos más tiempo para los dos, al menos en las noches —contestó Ivania cuando vio lo que Jaime había preparado.Era un arroz blanco con aspecto de estar todavía algo húmedo y pe
Fue liberador haberle podido decir a Jaime lo que en verdad tenía planeado ir a hacer el domingo, y hasta me agradecí haber inventado una disculpa tan socarrona, sin caer en cuenta que era un día feriado y ninguna notaría iba a abrir ese día, pero es que, en verdad soy tan mala para mentir e inventar excusas que no fui exhausta con un detalle tan obvio que Jaime se pilló, a la primera.Y, además, ni que fuera en verdad a hacer algo malo. Mario era un amigo, seguía siendo un amigo, con intenciones de algo más, que quizá, podía o no, querer concretar con esa invitación, eso yo no lo sabía y, llegado el momento, no tenía otra opción que detenerlo. Así que, en mi consciencia, estaba libre, sin culpa, solo un poco mortificada por el hecho de que Jaime creyera que Mario era el papá de Anto