Fue liberador haberle podido decir a Jaime lo que en verdad tenía planeado ir a hacer el domingo, y hasta me agradecí haber inventado una disculpa tan socarrona, sin caer en cuenta que era un día feriado y ninguna notaría iba a abrir ese día, pero es que, en verdad soy tan mala para mentir e inventar excusas que no fui exhausta con un detalle tan obvio que Jaime se pilló, a la primera.
Y, además, ni que fuera en verdad a hacer algo malo. Mario era un amigo, seguía siendo un amigo, con intenciones de algo más, que quizá, podía o no, querer concretar con esa invitación, eso yo no lo sabía y, llegado el momento, no tenía otra opción que detenerlo. Así que, en mi consciencia, estaba libre, sin culpa, solo un poco mortificada por el hecho de que Jaime creyera que Mario era el papá de Anto
Cuando despertó, ya no quedaba un solo pétalo de las quinientas rosas que decoraban la habitación. Solo quedaba el letrero de Antonella, con un extremo algo más bajo que el otro. Era como si hubiera pasado un huracán y ahora solo quedara el vacío que dejó su paso, acompañado de un frase de ánimo que la invitaba a reconstruir su vida sin la sombra de Mario, que se casaría con Estefanía en solo unos pocos meses, el mismo tiempo que quizá le tomaría a ella recuperarse de la herida que atravesó su cuerpo, pero la física, porque la sentimental tal vez nunca sanaría.—Mamá —dijo Antonella al entrar. No estaba vestida con su uniforme de colegio, sino con una falda prensada, camisa larga y…tirantes. Era muy parecida, no podía ser, era casi como volverla a ver cuando era una adolescente—. ¿Estás bien, mamá? Se te aguaron los ojos. Ivania sonrió.—Sí, pero no es por lo que estás creyendo, es que… tienes la misma manera de vestir y hasta te le pareces un poco. Antonella se acercó a la cama y s
La comida de Ximena siempre ha sabido muy bien y sé que cualquier plato preparado por ella me va a encantar, pero no fue el caso del sancocho de pescado, los plátanos fritos, hogao y arroz con los que agasajó a Mario, que sí parecía muy contento con la comida y no dejaba de ofrecer sus elogios.—La debes pasar muy bien, aquí, Ivi —dijo Mario en su primera ovación—. Con esta comida tan rica, yo también quisiera quedarme a vivir.Sonreí con los dientes apretados porque la verdad era que todo lo que colocaba en mi boca me sabía amargo y, cada vez que alguno de los dos abría la boca, temía que fueran a hacerse alguna pregunta que me comprometiera. Si bien Ximena ya sabía que Antonella no era hija mía, Mario sí lo creía -sin s
El almuerzo terminó con la interrupción impuesta por Antonella, la única a la que nadie pudo contraargumentar, preguntar o poner incómoda con su opinión o dudas.—No llegues muy tarde, Ivi —dijo Ximena al despedirse de Ivania y Antonella, luego de haber advertido, en el mismo sentido, a Mario, que ahora esperaba a sus invitadas a un costado de la puerta trasera del auto.Después de haber asegurado a Antonella en su silla de bebé, Ivania subió, aseguró el cinturón y esperó a que Mario diera marcha al auto, camino a la primera visita que haría en su vida a un club campestre.—Noté que, pese al tiempo que pasamos en las mañanas y las tardes, hay muchas cosas que no sé de ti
Resultó que, como sospechaba, Estefanía fue novia de Mario, y no una vez, sino como cinco veces, según la cuenta de él. Iniciaban y terminaban su relación de acuerdo con el signo zodiacal que estuviera rigiendo en ese momento, la conjunción de la luna con cualquiera de los planetas o solo porque tenían una discusión sobre si la fresa pegaba o no con el chocolate. —Es complicado y por eso he querido crear una barrera con ella —explicaba Mario cuando ya estábamos por llegar al club, a las afueras de la ciudad—, pero como nuestras familias son tan unidas, es imposible que funcione. Cuando no me la encuentro en algún cumpleaños, la veo en Navidad, o en una Primera Comunión, o un Bautismo, o en cualquier almuerzo familiar, lo que sea y, dependiendo del humor que tenga ese día, iniciamos o rompemos nuestra relación. Llegué hasta a compadecer a Mario por el ka
No sé qué fue lo que me llevó a sujetar la mano de Mario cuando vi el rostro de Estefanía desplegándose por la pared de la esquina que cruzamos. Venía envuelta en una bata de baño, supongo que proveniente del spa, pendiente de la pantalla de su celular por lo que, antes de que pudiera esquivarla, se chocó, de frente, contra mí, no solo soltando su celular, que cayó el suelo seguido de un sonido poco esperanzador sobre su estado, sino que también enterrando su busto contra el mío.—Oye, fíjate… —exclamó antes de darse cuenta contra quién se había golpeado. Al levantar la mirada, sus ojos casi se desorbitaron cuando me reconoció—. ¿Tú? ¿Aquí? ¿Pero qué…? ¿Quién te dejó entrar?<
Estaba nerviosa porque sabía que me enfrentaba al ojo abierto del destino, que pondría su atención sobre mí para advertirme por mi insolencia al estarlo desafiando. En el mosaico que formarían las cartas, entre los Arcanos Mayores y los Arcanos Menores, como me explicó Ximena, estaría el tapiz en el que se entrelazaban mis opciones, el susurro de las cartas, transmitido por la tarotista, y del que yo elegiría si empeñarme en nada contracorriente o acogerme, con el suave nado de espaldas, a que me llevasen las aguas por las que discurría mi camino. —Este es un método más complejo, Ivi, en el que empiezas seleccionando doce cartas entre los Arcanos Mayores —explicó Ximena, sentada frente a mí, con el espacio que ocuparían las cartas entre nosotras—. Las colocaré formando un círculo, como las horas de un reloj, y las primeras cuatro cartas determinarán el pasado, las siguientes cuatro el presente y el último tercio el futuro.Después de barajar el mazo de cartas, unas hermosas láminas m
Contrario a los deseos de Estefanía, Ivania se recuperó de sus lesiones en solo unas semanas y estaba de regreso en casa dos meses después del intento de homicidio contra Mario Falinni, su jefe. Pese a que todavía se apoyaba en una muleta, solo era cuestión de unas semanas más para que pudiera reincorporarse a su trabajo.—Al menos estarás más tiempo en casa —dijo Antonella durante la cena que compartía con su mamá.Ivania interrumpió la comida para tomar la mano de su hija.—En estos días estuve pensando en lo que sucedió, junto con otras cosas, y estoy decidida a renunciar.—¿Qué? No, no puedes hacer eso, mamá —dijo Antonel
Estaba asustada, no puedo negarlo, quizá más de lo que nunca lo había estado en mi vida. Me aterraba la idea de que La Loca fuera la carta que cerraba la lectura, aunque era algo alentador ver a La Maga abriéndola. Cuando vi que los labios se Ximena se abrían para dar inicio a la lectura, tomé su mano sin proponérmelo; fue un impulso, una reacción provocada por mi corazón encogido. —Eres una exploradora, pero incluso algo más que eso —dijo Ximena cuando sintió mi mano sobre la suya, sin apartar la mirada de las cartas—. Temes, y es normal que lo hagas, porque tu vida está marcada por una constante exploración de lo incierto, de las cavernas más oscuras y tenebrosas de la vida, y lo es así desde que recibiste, como un regalo, a Antonella. Mi mano se apartó de la de Ximena en ese momento. La mención que hizo de Antonella disipó cualquier temor y sentí lo mismo que había experimentado esa tarde en el club al que me invitó Mario, cuando Estefanía quiso humillarme y se encontró con una m