Caminamos, tomados de la mano, hasta la casa de Jaime y su mamá. Con su coversación sobre lo que había hecho ese día, Jaime consiguió que me olvidara, al menos durante el trayecto, de lo que acababa de sucederme con Mario y cuando llegamos, no fue distinto. Ximena ya había acostado a Antonella en su cuna y calentó la comida tan pronto nos escuchó llegar.
—Pero qué lindos se ven —dijo Ximena cuando nos recibió. Habíamos olvidado soltarnos y me sonrojé, porque era su hijo quien tenía mi mano entre la suya—. Vengan, tortolitos, que deben estar hambrientos.
Noté que Jaime también se había apenado y eso me encantó, porque estábamos compartiendo un mismo sentimiento y éramos cómplices del mismo acto que no
Mientras se duchaba con Antonella, Ivania escuchó que timbraba su celular, pero estando con la bebé cargada en sus brazos, no tuvo forma de contestar. Tan pronto pudo dejar a Antonella sobre la cama y envolverse en una toalla, Ivania miró quién la había llamado tan temprano en la mañana, aunque ya sospechaba de quién podía ser. Después de haber timbrado dos veces, Mario dejó un mensaje de voz.«Ivi, me temo que hoy no podré pasar por ti. Intenté llamarte para decírtelo, pero no contestaste… en fin, que lo siento mucho, pero se me presentó algo de último momento y no…».Ivania no siguió escuchando el mensaje y colgó. De no haber estado Antonella en ese momento sobre la cama, seguro Ivania habría arrojado el
Cuando salieron del apartamento de la señora Laura, Jaime se ofreció a acompañar a Ivania hasta la cafetería en la que trabajaba. Ivania lo interpretó como una petición a hablar, durante el trayecto, sobre lo que ella acababa de revelarle sobre Antonella. Tenía bastante qué aclarar y aceptó.—¿Mi mamá lo sabe? —Fue lo primero que quiso saber Jaime cuando salieron del edificio y caminaban hacia el paradero de buses.—Sabes que algo así es imposible de ocultárselo a ella —respondió Ivania, que tenía la impresión de que Jaime se lo estaba tomando mejor de lo que había imaginado.—Bueno, sí, eso es cierto. Creo que hice una pregunta estúpida, pero entonces, &i
La noche tardó en llegar lo mismo que yo en estar agotada después de una jornada de trabajo en la panadería. Poco antes de terminar el turno, Jaime me escribió al celular, preguntándome si podía pasar y recoger a Antonella por mí. Con una sonrisa en mi rostro, porque eso me ahorraba como una hora, además de los pasajes del bus, le contesté que estaría encantada de que lo hiciera, al menos por ese día porque más tarde tenía un quiz de inglés y sí me gustaría poder repasar un poco. Jaime se comprometió a cuidar a Antonella como si fuese su hija y así acordamos. Salí del trabajo en dirección al instituto, en donde esperaba sentarme en alguna butaca y repasar las lecciones, porque sentía que se me daba terrible conjugar las frases y los tiempos en inglés. De verdad necesitaba ese repaso y hasta había considerado la opción de inscribirme en algún curso extra de inglés, pero no tenía ni el tiempo ni el dinero para eso. Si iba a sacar esa materia adelante, tendría que hacerlo por mí misma,
El quiz de inglés fue un verdadero desastre y, fuera porque no había alcanzado a estudiar bien, por el cansancio general o porque estaba estremecida luego del encuentro con Bejarano, Ivania no logró contestar a ninguna de las preguntas del exámen. Cuando salió del instituto, estaba cabizbaja y desmoralizada. Jaime, que pasó para acompañarla de regreso a casa, no pasó por alto la desolación que embargaba a su novia. —¿Un mal día? —preguntó Jaime luego de pasar su brazo por encima de los hombros de Ivania. —Más bien una pésima noche —contestó Ivania—. Tuve un exámen terrible, en el que no conseguí contestar una sola pregunta. Al saber que se trataba de una prueba de inglés, Jaime se ofreció a ayudarle a Ivania. —No es que sea bilingüe, pero al menos el tema de las conjugaciones verbales sí lo sé —dijo Jaime—. Puedo ayudarte con eso. Ivania agradeció el gesto de Jaime y concertaron que dedicarían algún espacio de los fines de semana para estudiar. Cuando llegaron a casa, Ximena ya
Cuando nuestras vidas se encuentran estables y las cosas marchan con normalidad, es muy fácil tomar las decisiones correctas, pero no ocurre lo mismo cuando hay una emergencia; el día que sientes que tu vida se desmorona, te aferras a cualquier luz, incluso cuando sabes que, tras esa apertura, puede haber incluso más oscuridad o que la mano que se extiende para sacarte del agua puede ser la de alguien que en realidad te quiere hacer daño, pero en el momento en que te falta el aire, solo te coges y esperas ser arrastrado fuera. Después de haber hablado sobre registrar a Antonella, y decidido que iba a hacerlo a mi nombre, como si yo fuese su madre biológica, el temor me pudo más y aún cuando fui dos veces a la notaría, cargando a la bebé para hacer el trámite, me acobardé y salí de la oficina. Temía que, cuando estuviera por registrarla, cualquier cosa pasara y no pudiera hacerlo, los funcionarios sospecharan algo y, antes de que pudiera irme, llegara un trabajador de la oficina de fa
Mario Falinni, presidente del buró jurídico Falinni & Darrida, salía de un almuerzo de negocios en el restaurante D´aggi. Sus clientes, dos ejecutivos chinos cuya empresa buscaba invertir en el sector energético del país, habían salido primero, seguidos por su esquema de seguridad. Era una tarde soleada de viernes, tranquila. El tráfico empezaba a descongestionarse por la salida de familias completas de la ciudad para pasar el fin de semana en sus fincas o centros recreativos. Mario lo pasaría en el yate familiar con su prometida, la también abogada Estefanía Sandoval, una mujer que a sus 28 años ya era jefa del área legal del Ministerio de Energía y, debo reconocerlo, no solo por los contactos y abolengo de su familia. Esa mujer era una genio en leyes y jurisprudencia, además de una astuta y fría fiera de ambición desbordada, capaz de no parpadear mientras tomaba una decisión que dejaba en la calle a trescientos empleados de un compañía que hubie
El timbre sonó cuando Ivania terminaba de bañarse. Se envolvió en la toalla y vio, desde la sala, a través de la ventana. Vio el rostro de Lucha, también asomado e intentando adivinar si había alguien dentro de casa. De todas las mujeres del vecindario, Lucha era a la que menos deseaba abrirle en la mañana, envuelta en una toalla, pues su creatividad para el chisme era famosa y mínimo se inventaría que la había visto con resaca, un lunes a las diez de la mañana, y con un hombre también semidesnudo. Ivania ya estaba por dar media vuelta cuando escuchó que Lucha gritaba su nombre. Era demasiado tarde, la había alcanzado a ver.—¡Ya voy! —gritó Ivania mientras buscaba cualquier prenda de ropa que le sirviera para cubrirse. Abrió la puerta vestida con los pantalones de la sudadera de un hombre y la camisola de una mujer dos tallas más grande que ella. Se sorprendió al ver a Lucha con un bebé en los brazos.—Amiga, necesito que me hagas un inmenso favor —dijo Lucha desp
Cuando Ivania entró al baño de la tienda para cambiar el pañal de Antonella, un cubículo estrecho en el que debió apoyar a la bebé en la tapa de la cisterna,descubrió que no llevaba un pañal y por eso había ensuciado el body. La limpió con el agua fría del lavamanos, haciéndola llorar y después de haberle puesto el pañal, salió del negocio y comenzó a recorrer todas las tiendas de abarrotes del barrio. En ninguna le daban razón de Lucha y, a medida que se alejaba, debió recurrir a la descripción física. Siendo ya las diez de la mañana, Antonella empezó a llorar. —La niña debe tener hambre —dijo la mujer que atendía la tienda en la que Ivania había obtenido la misma respuesta que en todas las anteriores—. Si quiere, puede descubrirse el pecho aquí atrás y darle de comer. Ivania se sonrojó y aseguró que alimentaría a la bebé cuando regresara a su casa. As