El timbre sonó cuando Ivania terminaba de bañarse. Se envolvió en la toalla y vio, desde la sala, a través de la ventana. Vio el rostro de Lucha, también asomado e intentando adivinar si había alguien dentro de casa. De todas las mujeres del vecindario, Lucha era a la que menos deseaba abrirle en la mañana, envuelta en una toalla, pues su creatividad para el chisme era famosa y mínimo se inventaría que la había visto con resaca, un lunes a las diez de la mañana, y con un hombre también semidesnudo. Ivania ya estaba por dar media vuelta cuando escuchó que Lucha gritaba su nombre. Era demasiado tarde, la había alcanzado a ver.
—¡Ya voy! —gritó Ivania mientras buscaba cualquier prenda de ropa que le sirviera para cubrirse. Abrió la puerta vestida con los pantalones de la sudadera de un hombre y la camisola de una mujer dos tallas más grande que ella. Se sorprendió al ver a Lucha con un bebé en los brazos. —Amiga, necesito que me hagas un inmenso favor —dijo Lucha después de haber repasado la pinta de Ivania con mirada de desaprobación, seguro ya ideando una gran historia -falsa- que justificara esa ropa tan ancha. El favor era previsible, aunque Ivania no se explicaba por qué Lucha tenía un bebé en sus brazos. Hasta la tarde anterior, cuando la vio haciendo unas compras en la tienda, no tenía idea de que fuera madre. —¿Qué necesitas? —preguntó Ivania, arrepintiéndose al instante de la tonta pregunta que acababa de formular en vez de haberse negado por anticipado. —Que me la cuides, amiga —contestó Lucha extendiendo el bultico que tenía en las manos antes siquiera de recibir una respuesta.—No, es imposible, no puedo. Ya voy tarde al trabajo —dijo Ivania sin atreverse a recibir a la criatura, envuelta en una frazada que caía por uno de sus bordes hasta casi rozar el piso. —Son solo quince minutos, por favor, te lo suplico. Voy por las compras de hoy y vuelvo, pero no puedo hacerlas cargándola a ella. —¿Y quién es? —preguntó Ivania con los brazos todavía cruzados sobre la camisola que ocultaba sus manos. Notó que Lucha dudaba qué responder por un segundo. —Una sobrina de Ramiro, la hija de su mamá, que está en la ciudad, de paso. —No querrás decir que es su hermana, siendo hija de su mamá —el rostro de Ivania se contrajo en una sola arruga—. ¿Y su mamá no tiene como setenta años? ¿Cómo pudo tener una hija?—Ay, no, amiga, me entendiste mal. Qué digo yo, es hija de su hermana. Ivania quedó convencida de que ni Lucha sabía qué relación tenía esa niña, de no más de seis meses, con su familia. —Igual, no puedo, Lucha, lo siento. Ya voy tarde y me estoy retrasando más. —Amiga, por favor, estoy desesperada. Te quedo debiendo una grande. ¿Una grande?, pensó Ivania. Lucha no podía pagar ni una minúscula. Si historial de pago de favores mostraba un enorme saldo en rojo reteñido. —De verdad, Lucha, por favor. Ya tengo que irme. Lo siento, no puedo.Antes de cerrar la puerta, Ivania sintió lástima por la bebé. Estaba despierta y su mirada, que se paseaba entre las dos mujeres, parecía decir que entendía el rechazo al que estaba siendo sometida. Lucha debió notarlo, porque insistió.—Ivi, te lo imploro, si no por mí, al menos hazlo por ella. Se llama Antonella y, aquí entre nosotras, su mamá no es que la quiera mucho. La niña fue un accidente. Lucha supo conmover el corazón de Ivania, que ya se imaginaba inventándole una excusa a Don Esteban, su jefe en la panadería. Miró a la niña, que para su fortuna, no tenía ningún parecido con su supuesto tío, el compañero de Lucha, un hombre de mirada siempre malvada y prepotente. —Está bien. ¿Pero me prometes que en quince minutos estarás acá?—Sí, sí, te lo juro —dijo Lucha mientras dejaba a la niña en los brazos de Ivania—. Es solo una compra pequeña en la tienda, para dejarle el almuerzo hecho a Ramiro. Lucha es una mujer muy tonta por andar todavía con ese hombre, pensó Ivania. Hasta donde sabía, Ramiro no hacía ni trabajaba en nada, pero aún así necesitaba que Lucha le dejara el almuerzo hecho. —Bueno, te espero. Recuerda que debo salir a trabajar. Lucha sonrió y a Ivania le pareció que lo hacía como si lo hubiera hecho con un gran esfuerzo. Debe haberle cogido cariño a la niña, teniendo una madre que no la quiere y siendo tan bonita, creo que en estos quince minutos yo también voy a encariñarme. Ivania cerró la puerta con la pierna, teniendo las dos manos encartadas con el pequeño bulto sonrosado, envuelto en una frazada amarilla, que la observaba con curiosidad. —¿Quién estaba a la puerta? —preguntó Doña Hortensia, la dueña y administradora de la casa, que alquilaba una de las piezas a Ivania. —Era Lucha, señora. Necesitaba ir a la tienda y me dejó al cuidado de su sobrina. Los ojos de Doña Hortensia miraron a la pequeña Antonella como si fuese un corte de queso al que se le ven los hongos que lo han podrido. —¿Le recibió una criatura a esa loca? —Las manos de Doña Hortensia se apoyaron contra su voluminosa cadera—. ¿En qué estaba pensando, niña? No, no, llámela rápido, que se regrese. —Pero, Doña Hortensia, no ve que es su sobrina, bueno, la de Ramiro, su compañero sentimental. Dijo que no se demora, es cosa de quince minutos. —Eres muy inocente, niña. Te confías demasiado de la gente.—¿Qué quiere decir, Doña Hortensia? ¿Cómo se le ocurre pensar que Lucha no va a volver por la sobrina de su compañero?Doña Hortensia no dijo más, solo hizo una mueca y preguntó a Ivania por la ropa que estaba usando. —Ya, ya me cambio y la dejo donde estaba.Subió a su habitación, que compartía con Sonia, una muchacha del campo que había venido a la ciudad para conseguir un trabajo con el que ayudar a sus padres. Sonia ya no estaba, había salido desde las cinco de la mañana. Ivania miró el reloj. Faltaban diez minutos para las ocho. Don Esteban la iba a matar. —Pero no importa, tú te lo mereces, coshita hemosa, verdad, eres una chiquitina linda.Después de dejar a Antonella acostada en su cama, Ivania se empezó a cambiar la ropa. La pequeña la miraba con atención y por momentos paseaba la vista por la pieza, como si preguntara en dónde estaba y si acaso esa era la nueva vida que le esperaba, en un pequeño cuarto en el que solo había espacio para dos camas y un pequeño armario. Cuando Ivania terminó de vestirse miró el reloj que pendía de la pared y decía Coca-Cola entre los números. Ocho y cuarto. Se asomó por la ventana, esperando ver a Lucha acercarse por la acera, pero por más que estiró la vista, no la vio por ningún lado. ¡¿Por qué me hace esto?! Ya debería estar acá. Don Esteban me va a despedir. Repasó su maquillaje, se volvió a peinar. Faltaban diez minutos para las nueve y no había rastro de Lucha. Antonella seguía tranquila, pero un horrible hedor empezó a atormentar la nariz de Ivania. Al acercarse a Antonella, no le quedó duda de la fuente de aquella peste. ¿Dónde voy a conseguir un pañal?Desenvolvió a la pequeña con la esperanza de que, entre los pliegues de la frazada, hubiera un pañal o algo parecido. No encontró más que el body manchado de la bebé a la altura de su cola. ¡También se ensució la ropa!Eran las nueve de la mañana e Ivania estaba por entrar en una crisis de nervios. Abrió la ventana de la habitación, esperando que la peste pasara. Miró y en la calle no había rastro de Lucha. ¡¿Por qué, por qué?!Se decidió a salir con la bebé a la tienda. Allí seguro le darían razón de Lucha y, si no estaba ahí, al menos le compraría un pañal de cambio a Antonella. Revisó su billetera y solo tenía lo suficiente para el bus de ida a la panadería. Cayó en cuenta de que ni siquiera sabía cuánto podía costar un pañal. Salió de la habitación en silencio, esperando no encontrarse a Doña Hortensia. No tuvo suerte y escuchó que la llamaba cuando intentaba abrir la puerta de la casa sin dejar de cargar a la bebé. —¿No ha venido Lucha por su sobrina?Al Ivania darse vuelta, se hizo evidente que no.—Voy a buscarla a la tienda. Ya vengo.—Hágalo, niña, y no vuelva con la bebé. Ya sabe que aquí no se reciben mujeres con hijos. Ivania abrió como pudo y salió. Ni siquiera es mi hija.Caminó hasta la tienda mientras sentía la mirada de los vecinos encima suyo. —Don Raúl, buenos días —saludó—. ¿Ha visto a Lucha? ¿Hace cuánto estuvo aquí?—¿A Lucha? No, señorita. Esa por aquí no se aparece desde hace días, porque sabe que le cobro. Ivania sintió que la tierra empezaba a abrirse, pero pensó que quizá Lucha se había ido a otra tienda. Recorrería todas las del barrio, si era necesario.—¿Vende pañales, Don Raúl?Cuando Ivania entró al baño de la tienda para cambiar el pañal de Antonella, un cubículo estrecho en el que debió apoyar a la bebé en la tapa de la cisterna,descubrió que no llevaba un pañal y por eso había ensuciado el body. La limpió con el agua fría del lavamanos, haciéndola llorar y después de haberle puesto el pañal, salió del negocio y comenzó a recorrer todas las tiendas de abarrotes del barrio. En ninguna le daban razón de Lucha y, a medida que se alejaba, debió recurrir a la descripción física. Siendo ya las diez de la mañana, Antonella empezó a llorar. —La niña debe tener hambre —dijo la mujer que atendía la tienda en la que Ivania había obtenido la misma respuesta que en todas las anteriores—. Si quiere, puede descubrirse el pecho aquí atrás y darle de comer. Ivania se sonrojó y aseguró que alimentaría a la bebé cuando regresara a su casa. As
La mujer que conocí ese día se presentó como Laura. Resultó ser mi hada madrina. No solo se ofreció a ayudarme a cuidar a Antonella mientras trabajaba, sino que también se preocupaba por mí y me ayudó cuando Doña Hortensia decidió sacarme de su casa. Mientras buscaba una nueva habitación en donde vivir, me dejó quedarme en un cuarto de su apartamento. También me hizo caer en cuenta de que necesitaría mejorar mis ingresos con algún trabajo extra si quería encargarme de Antonella y ahorrar para estudiar, como tenía planeado hacer ese semestre.Había visto, de camino a la panadería, un aviso pegado en un poste de luz en el que requerían recreacionistas para trabajar los fines de semana. La oficina de la empresa no estaba muy lejos de mi sitio de trabajo y despu&eacu
A la hora de su almuerzo, Ivania recorrió el barrio de la panadería buscando una habitación para alquilar, mientras repasaba la noche en que Doña Hortensia la sacó.Regresaba de donde la señora Laura, después de haber recogido a Antonella y cuando llegó a la casa, Doña Hortensia la estaba esperando.—¿Todavía tiene a esa bebé que no es suya?—Doña Hortensia, no quiero tener que pelear con usted. Ya estoy buscando otro lugar, pero mientras tanto, tiene que recibirme —contestó Ivania, preparada para confrontar a la casera.—No, niña, ahora mismo tiene que irse. Ayer se venció la quincena y, por tanto, hoy ya no pued
La habitación era hermosa. Como me dijo Jaime, tenía vista a la calle y al jardín de la casa a través de una gran ventana doble que casi llegaba al techo. Aunque la casa debía tener al menos cincuenta años, el piso era de madera y crujía, igual que el techo y las vigas que lo atravesaban, tenía un encanto como de cuento de hadas, cual si fuese el hogar de una maga bondadosa que cultiva su propia huerta, decora su hogar con atrapasueños y tapices de tierras mágicas y lejanas, aromatiza los espacios con incienso y, lo mejor de todo, hace magia cuando cocina.La primera impresión que tuve de la mamá de Jaime fue la de una mujer irresponsable, que no cuidaba su apariencia y debía tener un paquete de marihuana en su mesa de noche, pero bien pronto me di cuenta de que no podía estar más eq
Ivania se acomodó a su nueva rutina con facilidad. En las mañanas dejaba a Antonella con la señora Laura, iba a su trabajo en la panadería y regresaba en la noche por la bebé para devolverse a la casa de Ximena, que la esperaba con una cena deliciosa. Los fines de semana trabajaba con Jaime, que por lo general iba acompañado con Carolina y cuando Ivania completó las treinta horas de entrenamiento, empezó a alternarse con Jaime, con Carolina o algún otro chico.—Hice cuentas —dijo Ivania a la señora Laura, mientras recogía a Antonella—, y puedo aplicar a un crédito para estudiar, como tenía planeado.La señora Laura miró a Ivania con un brillo en sus ojos.—¿Por qu&
Ximena me había pasado una copia de las llaves e intenté entrar sin hacer ruido, pero Antonella se despertó en el momento en que estaba por colgar el blazer que Mario dejó sobre mis hombros. La levanté y sus labios se dirigieron a mi pecho. Me recosté con ella, mi espalda apoyada contra el cabezal de la cama, y sin haberme podido quitar el blazer, desabroché mi blusa para que Antonella pudiera comer. Estaba muy cansada y el sueño empezó a vencerme, por lo que no escuché cuando Jaime se acercó, por el pasillo, y abrió la puerta de mi habitación. Solo supe que estaba asomado cuando el rechinar del piso me despertó. Lo miré con una sonrisa. No me acordaba que tenía la blusa abierta y mis senos estaban expuestos. Sus ojos no solo tenían el doble de su tamaño normal, sino que estaban clavados en mi pecho y los labios reducidos a una
El rector de la academia de carreras técnicas, Inocencio Bejarano, recibió a Ivania en su oficina. Era un hombre de mediana edad, alto y grueso, de espeso cabello negro entrecano.—¿Me dice que quiere estudiar la carrera de secretariado bilingüe, señorita?—Así es, señor Bejarano.El rector tenía entre sus manos un registro de las calificaciones que Ivania había obtenido en el bachillerato y paseaba su mirada entre los resultados y los ojos de la joven.—Bueno, estas notas están muy bien, si fuera por ellas, no vería ningún problema para la concesión de una beca completa.Ivania no dijo nada, pero
Entré a mi habitación sintiéndome terrible. Había ido a la cocina con la idea de no contarle nada de lo sucedido a Ximena, pero me resultó imposible. ¿Cómo iba a imaginarme que ella sabía que las becas sí las conceden desde el primer semestre? Soy muy mala para mentir y, cuando me empiezo a ver descubierta, quedo hecha un manojo de nervios. Aunque, luego de verlo con más claridad, después de haber comido la deliciosa cena que preparó Ximena y con Antonella dormida en mis brazos, me di cuenta de que lo que pasó fue lo mejor y que, tarde o temprano -quizá más temprano que tarde- Ximena iba a descubrir que algo me estaba ocurriendo. Cuando acosté a Antonella en su cuna me decidí a contárselo y sabía que Ximena era una mujer muy inteligente y sabia, que sabría qué hacer y podría orientarme en esta situac