La mujer que conocí ese día se presentó como Laura. Resultó ser mi hada madrina. No solo se ofreció a ayudarme a cuidar a Antonella mientras trabajaba, sino que también se preocupaba por mí y me ayudó cuando Doña Hortensia decidió sacarme de su casa. Mientras buscaba una nueva habitación en donde vivir, me dejó quedarme en un cuarto de su apartamento. También me hizo caer en cuenta de que necesitaría mejorar mis ingresos con algún trabajo extra si quería encargarme de Antonella y ahorrar para estudiar, como tenía planeado hacer ese semestre.
Había visto, de camino a la panadería, un aviso pegado en un poste de luz en el que requerían recreacionistas para trabajar los fines de semana. La oficina de la empresa no estaba muy lejos de mi sitio de trabajo y después de concertar una cita para esa misma noche, pasé con mi hoja de vida a la que resultó ser una casa familiar en donde un joven, el mismo con el que había hablado por teléfono, había adaptado un cuarto como despacho de la empresa de entretenimientos en la que esperaba ser contratada.
Luego de sentarme en la oficina, observé las fotografías que colgaban de las paredes de la habitación. Eran de eventos, fiestas y campamentos en los que figuraban niños de diversas edades junto con los recreacionistas.
—¿Tienes algún otro trabajo, Ivania? —me preguntó el joven, que se había presentado como Jaime.
Contesté que laboraba en la panadería Surcos de Trigo y él la reconoció enseguida. Mis ojos se fijaron en quien esperaba fuera mi segundo jefe. Jaime era un joven alto y delgado, pero de complexión atlética, de rostro amable y sereno, ojos miel enmarcados por unas cejas poco pobladas, tez trigueña y cabello color caramelo.
—¿Y qué experiencia tienes en recreación?
No había puesto el nombre de ninguna empresa de recreacionistas en mi hoja de vida, aunque sí incluí, en la sección de habilidades, manejo y trato con niños de todas las edades.
—Hasta el año pasado viví en una casa de paso, porque soy huérfana de nacimiento, así que tengo por lo menos cinco años de experiencia tratando con niños, los pequeños de las casas de paso en donde estuve, quienes fueron como mis hermanos menores y sé, que para ellos, yo siempre fui como una hermana mayor. Los adoro y todavía pienso en ellos.
Noté que a Jaime le brillaron los ojos con mi explicación.
—Bueno, Ivania, en realidad este trabajo no requiere más que eso, disposición y buena actitud para con los pequeños, además de ganas de trabajar y cumplimiento con los horarios. ¿Crees que tienes eso? —asentí—. Siendo así, dime, ¿podrías empezar mañana?
—Sí, me encantaría. —contesté con seguridad, aunque en lo primero que pensé fue en Antonella. ¿Con quién la dejaría los fines de semana? No podía abusar de la señora Laura, que ya me la cuidaba entre semana.
—Bien, eso está perfecto. Mañana tenemos un evento que empieza a las diez de la mañana y se extiende hasta las seis de la tarde. Por ser tu primer día, irías conmigo y otra chica, como nuestra asistente. Cuando hayas completado treinta horas, podrás empezar a ir en pareja, con otro compañero.
—¿Significa entonces que estoy contratada?
Jaime asintió y aunque temía que fuera a cambiar de parecer cuando le dijera que tenía una bebé de seis meses a mi cargo, no tenía otra opción que decírselo.
—Bueno, pero antes de firmar un contrato, hay algo que tengo que decirte —Jaime me miró sin dejar de sonreír y eso me dio confianza— Resulta que tengo una hija y no sé si sea posible que pueda ir al trabajo con ella, porque no tengo con quién dejarla.
—¿Cuántos años tiene?
—Tiene solo seis meses.
—Bueno, sabes, no hay problema, puedes llevarla a las fiestas, pero lo importante es que puedas hacer que tu hija se integre a la recreación como si fuera una invitada más, ¿me entiendes?
—Sí, comprendo. No creo que haya inconveniente.
—En ese caso, no habría problema. No voy a dejar de contratarte solo porque seas una madre soltera, porque sabes, mi madre lo es y sé lo difícil que puede ser, en especial durante esos primeros años.
—Bueno, yo, en realidad…
—Lo siento, Ivania, pensé que eras madre soltera…
—No, sí, es decir, sí lo soy, pero… —Iba a decir que, en realidad, no era la madre de Antonella, pero me arrepentí de lo que estaba por decir. Sí lo era, puede que no la madre biológica, pero Antonella, distinto a mí, sí tenía una mamá—. Lo que quería decir es que te agradezco por entenderme, no sabes lo valioso que es, Jaime. Gracias.
—¿Cómo se llama tu niña?
—Antonella.
—Tiene un nombre hermoso. Me muero de ganas por conocerla.
El día anterior, cuando firmé el contrato, quedé con Jaime en que nos veríamos en el sitio del evento una hora antes de que empezara. Resultó ser un ser una casa campestre, en un conjunto residencial de lujo. Me encontré con Jaime y la otra recreacionista en la portería del condominio.
—Ella es Carolina —dijo Jaime presentándome a su compañera—. Recién ha completado las treinta horas,.Hoy es su primer día como recreacionista oficial.
Estreché la mano de Carolina. Era también una joven que debía tener mi edad, algo más alta, de cabello claro y un delicado rostro de grandes ojos verdes, pero quien se llevó toda la atención fue Antonella cuando la desenvolví de la frazada que la cubría.
—Debe ser igual a su padre —dijo Carolina luego de saludar a la bebé y cuchichearla un poco.
No supe cómo tomar el comentario, porque el tono de Carolina fue más bien inocente. No dije nada y solo sonreí, pero sí capté la incomodidad de Jaime.
—Bueno, chicas, ya podemos entrar.
La casa en la que iban a celebrar el cumpleaños estaba bastante alejada de la portería y debimos caminar a través del conjunto, una amplia propiedad rodeada de árboles, zonas verdes, canchas deportivas y ciclorutas. Jaime aprovechó el trayecto para comentarme la rutina de ese día, que empezaría con algunas actividades rápidas de integración y calentamiento, en la que iríamos conociendo el nombre de los niños de la fiesta.
Cuando llegaromos a la casa, después de haber recorrido la mitad del condominio, nos paramos frente a una gran puerta doble que daba acceso a una no menos enorme casa de tres pisos.
—Bienvenidos, muchachos, sigan —nos saludó quien debía ser el padre del festejado, un hombre de mediana edad, alto, de barba poblada, vestido con una camisa azul arremangada que dejaba ver unos gruesos brazos velludos.
—Gracias, señor —saludó Jaime para, enseguida, presentarnos a nosotras.
Después de señalarnos el lugar en donde tendría ocasión la fiesta -un jardín trasero que colindaba con un salón de juegos que tenía el tamaño del apartamento de la señora Laura- el padre del cumpleañero se interesó por Antonella.
—Jaime me avisó que vendrías con tu hija —me dijo luego de cuchichear a la bebé—. Está hermosa, te felicito.
Agradecí el cumplido. El señor parecía amable y no daba la impresión de irse a sentir molesto si integraba a Antonella con los demás niños de la fiesta.
Los invitados empezaron a llegar. Jaime y Carolina tenían muy buena empatía con los pequeños y pronto estaban jugando con ellos, mientras yo me encargaba de armar los inflables, el teatrino de títeres y ayudar a pasar las bandejas con comidas y bebidas. Antonella pronto se integró al grupo de los niños más pequeños, en donde también habia una bebé, solo unos meses mayor que ella, y con quien perfeccionó su gateo.
—Esa niña tan bella, ¿es tuya? —me preguntó un joven.
En ese momento estaba inflando un globo y, al levantar la mirada, mis ojos se encontraron con una amplia sonrisa de dientes perfectos, bordeada por unos labios carnosos y rosados a los que cubría una barba rubia, corta y poblada. Por un instante sentí que se me había olvidado hablar. Las palabras llegaron a mi boca con dificultad.
—Sí… gracias, tú también… —tartamudeé y yo misma me cuestioné lo que acababa de decir. Vi que la sonrisa del joven se anchaba mientras una incómoda ola de calor subía por mis mejillas y se extendía hasta la frente—. Quiero decir, que eres muy amable, que tú también… ya sabes, que tú también eres muy amable.
Sobre unos labios que llamaban a gritos ser besados, se erigía una nariz no muy grande, tampoco pequeña, que indicaba arrojo y decisión, lo mismo que la mirada de ojos verdes que asemejaba la de un tigre bondadoso que, no por mostrarse pacífico, dejaba de ocultar un brillo salvaje que la afilaba y por la que me sinti intimidada, pero a gusto, al mismo tiempo.
—Me encantan los niños y más cuando están a esta edad —dijo el joven mientras se inclinaba hasta quedar a la altura de Antonella que, al verlo, le sonrió—. Es cuando son más risueños, es como si todo lo vieran surcado por un arcoiris, ¿no te parece?
Me había perdido en las hermosas facciones de quien, con solo una mirada, se había ganado el afecto de Antonella.
—¿Qué dices? Perdona, no te escuché —Me sentí no solo descortés, sino hecha una idiota,
Al joven pareció no haberle importado lo que dije. Se incorporó y extendió las manos alrededor mío.
—Tú también brillas como si un arcoiris te estuviera rodeando en este momento —me dijo.
No pude más que sonreír mientras los colores de ese arcoiris se subían a mi cabeza—. Me llamo Mario y soy el hermano mayor del cumpleañero. —Extendió su mano y tomó la mía con suavidad. Su piel era tibia y suave, pero el ligero apretón era firme. Me presenté sin dejar de sonreír—. Bueno, ha sido un gusto. Espero verte más tarde.
Al verlo alejarse, sentí un hormigueo en la nuca que empezaba a descender por mi espalda y se me colaba en el vientre. No me di cuenta de que llevaba atando el mismo nudo del globo por más de cinco minutos.
—¿Verdad que es lindo? —dijo Carolina luego de acercarse y tomó el globo que tenía entre mis manos— Es el hijo del señor Falinni, el dueño de casa.
Torcí los labios, como si le restara importancia a lo que estaba por decir.
—Sí, no es feo. Eso sí, es muy amable y a Antonella pareció agradarle.
Carolina me hizo un guiño.
—Te estás derritiendo —dijo con una sonrisa cómplice que me hizo sonrojar.
—Bueno, sí, es muy guapo, ¿qué más quieres que te diga? Seguro que a ti también te ha gustado.
Carolina se lamió los labios y encogió los ojos, como si saborease la crema de un delicioso helado. Nos reímos y desde ese momento supe que tendría una buena relación con Carolina.
—Chicas —dijo Jaime mientras arrastraba a un niño que se había abrazado a su pierna—, tenemos quince minutos de descanso mientras los pequeños toman algo, pero ahora seguimos con una ronda en la que también participan los papás. Ivania, necesito que los globos que no has inflado los llenes con agua, ¿listo?
Asentí y Jaime se dirigió al grupo de niños que esperan su turno para abrazarse a su pierna.
—Jaime también es bonito, ¿no te parece? —preguntó Carolina.
—Sí —contesté.
Mi nuevo jefe no solo era guapo, sino que también desbordaba bondad y un gran entusiasmo en lo que hacía, pero no me había estremecido como lo hizo Mario con solo una mirada.
La fiesta terminó poco antes de las seis de la tarde y, aunque solo había actuado como asistente, estaba agotada. No me imaginaba cómo debían estar Jaime y Carolina, que habían saltado, bailado, corrido y rodado, además de realizar la función de títeres y el payaso. Los niños de la fiesta habían estado felices, incluida Antonella, que parecía haber hecho su primera amiga y ahora seguía, gateando, a la bebé que solo era unos meses mayor que ella.
—Oye, ha estado increíble. Gracias por lo que han hecho —me dijo Mario luego de haberse acercado sin que lo hubiera visto venir, mientras terminaba de empacar el teatrino. Me dio pena porque debió haber tenido una panorámica poco decente de mi trasero.
—Con mucho gusto. Me alegra que te haya gustado.
Era obvio que la persona a quien había que agradecer era a Jaime o Carolina, que habían hecho el trabajo, pero Mario había optado por acercarse a mi.
—¿Tienes una tarjeta, Ivania? —preguntó Mario— Me gustaría recomendarlos.
Sonreí porque resultaba obvio que en realidad buscaba un número al que poder contactarme.
—Mira —le extendí la tarjeta de la empresa y me divertí viendo su cara de aparente interés mientras le daba vueltas al cartón con los datos de contacto y servicios de recreacionistas. Luego vi que la guardaba en uno de los bolsillos frontales de su billetera.
—Gracias, Ivania. Espero poder verte pronto. —Se despidió mientras se acercaba a darme un beso en la mejilla. Olía delicioso y hubiera deseado un mordisco de sus labios en ese momento.
A la hora de su almuerzo, Ivania recorrió el barrio de la panadería buscando una habitación para alquilar, mientras repasaba la noche en que Doña Hortensia la sacó.Regresaba de donde la señora Laura, después de haber recogido a Antonella y cuando llegó a la casa, Doña Hortensia la estaba esperando.—¿Todavía tiene a esa bebé que no es suya?—Doña Hortensia, no quiero tener que pelear con usted. Ya estoy buscando otro lugar, pero mientras tanto, tiene que recibirme —contestó Ivania, preparada para confrontar a la casera.—No, niña, ahora mismo tiene que irse. Ayer se venció la quincena y, por tanto, hoy ya no pued
La habitación era hermosa. Como me dijo Jaime, tenía vista a la calle y al jardín de la casa a través de una gran ventana doble que casi llegaba al techo. Aunque la casa debía tener al menos cincuenta años, el piso era de madera y crujía, igual que el techo y las vigas que lo atravesaban, tenía un encanto como de cuento de hadas, cual si fuese el hogar de una maga bondadosa que cultiva su propia huerta, decora su hogar con atrapasueños y tapices de tierras mágicas y lejanas, aromatiza los espacios con incienso y, lo mejor de todo, hace magia cuando cocina.La primera impresión que tuve de la mamá de Jaime fue la de una mujer irresponsable, que no cuidaba su apariencia y debía tener un paquete de marihuana en su mesa de noche, pero bien pronto me di cuenta de que no podía estar más eq
Ivania se acomodó a su nueva rutina con facilidad. En las mañanas dejaba a Antonella con la señora Laura, iba a su trabajo en la panadería y regresaba en la noche por la bebé para devolverse a la casa de Ximena, que la esperaba con una cena deliciosa. Los fines de semana trabajaba con Jaime, que por lo general iba acompañado con Carolina y cuando Ivania completó las treinta horas de entrenamiento, empezó a alternarse con Jaime, con Carolina o algún otro chico.—Hice cuentas —dijo Ivania a la señora Laura, mientras recogía a Antonella—, y puedo aplicar a un crédito para estudiar, como tenía planeado.La señora Laura miró a Ivania con un brillo en sus ojos.—¿Por qu&
Ximena me había pasado una copia de las llaves e intenté entrar sin hacer ruido, pero Antonella se despertó en el momento en que estaba por colgar el blazer que Mario dejó sobre mis hombros. La levanté y sus labios se dirigieron a mi pecho. Me recosté con ella, mi espalda apoyada contra el cabezal de la cama, y sin haberme podido quitar el blazer, desabroché mi blusa para que Antonella pudiera comer. Estaba muy cansada y el sueño empezó a vencerme, por lo que no escuché cuando Jaime se acercó, por el pasillo, y abrió la puerta de mi habitación. Solo supe que estaba asomado cuando el rechinar del piso me despertó. Lo miré con una sonrisa. No me acordaba que tenía la blusa abierta y mis senos estaban expuestos. Sus ojos no solo tenían el doble de su tamaño normal, sino que estaban clavados en mi pecho y los labios reducidos a una
El rector de la academia de carreras técnicas, Inocencio Bejarano, recibió a Ivania en su oficina. Era un hombre de mediana edad, alto y grueso, de espeso cabello negro entrecano.—¿Me dice que quiere estudiar la carrera de secretariado bilingüe, señorita?—Así es, señor Bejarano.El rector tenía entre sus manos un registro de las calificaciones que Ivania había obtenido en el bachillerato y paseaba su mirada entre los resultados y los ojos de la joven.—Bueno, estas notas están muy bien, si fuera por ellas, no vería ningún problema para la concesión de una beca completa.Ivania no dijo nada, pero
Entré a mi habitación sintiéndome terrible. Había ido a la cocina con la idea de no contarle nada de lo sucedido a Ximena, pero me resultó imposible. ¿Cómo iba a imaginarme que ella sabía que las becas sí las conceden desde el primer semestre? Soy muy mala para mentir y, cuando me empiezo a ver descubierta, quedo hecha un manojo de nervios. Aunque, luego de verlo con más claridad, después de haber comido la deliciosa cena que preparó Ximena y con Antonella dormida en mis brazos, me di cuenta de que lo que pasó fue lo mejor y que, tarde o temprano -quizá más temprano que tarde- Ximena iba a descubrir que algo me estaba ocurriendo. Cuando acosté a Antonella en su cuna me decidí a contárselo y sabía que Ximena era una mujer muy inteligente y sabia, que sabría qué hacer y podría orientarme en esta situac
Esa tarde, mientras terminaba de atender a un cliente de la panadería, Ivania vio entrar a Jaime y sentarse, como cualquier otro cliente. Se acercó a él con una sonrisa. —¿Qué te puedo servir? —preguntó Ivania. Jaime también le sonrió e Ivania creyó ver que se ruborizaba. —Hoy salí temprano y me preguntaba si te gustaría tomar algo conmigo, cuando termines el turno, por supuesto. Además de su trabajo con la empresa de recreacionistas, Jaime estudiaba Comunicación Social y había sido en la universidad en donde había conocido a Carolina, la otra chica que también trabajaba como recreacionista y con la que Ivania había empezado a hablar desde su primer día. —¿Tomar algo? —preguntó Ivania, más por ganar tiempo que como una verdadera duda. Era obvio que Jaime la estaba invitando a una cita.—Sí, digo, si quieres, claro. Ivania sintió un nudo en el estómago. Había estado pensando en Mario durante todo el día, desde que se despidió de él frente a la casa de la señora Laura, cuando dejó
¡¿Por qué, por qué, por qué?!¿Por qué tenía, cabezona, que mentirle a Jaime?¿Era tan difícil decirle que Antonella no era mi hija, bueno, al menos no biológica, y que, por obvias razones, Mario no era su padre?Después de dejar a Antonella con Ximena, fuimos a un sitio cercano, solo a tomarnos una gaseosa y, bueno, comer algo sencillo, como un perro caliente o una hamburguesa y, apenas nos sentamos, Jaime empezó a bombardearme con preguntas. —Estaba pensando —dijo después de que la mesera nos hubiera pasado la carta, un sencillo cartón laminado salpicado con imágenes de comidas rápidas—, que quien te recogió hoy, es el mismo que conocimos en la primera fiesta de niños a la que fuimos, ¿verdad? El hermano mayor del niño cumpleañero. ¿Cómo no había caído en cuenta de eso?, pensé. Si le decía que era el mismo, entraría a una serie de explicaciones sobre por qué habíamos coincidido en esa piñata, por qué luego él había llamado a Jaime para obtener mis datos… mejor dicho, era un sinsen