Mario Falinni, presidente del buró jurídico Falinni & Darrida, salía de un almuerzo de negocios en el restaurante D´aggi. Sus clientes, dos ejecutivos chinos cuya empresa buscaba invertir en el sector energético del país, habían salido primero, seguidos por su esquema de seguridad. Era una tarde soleada de viernes, tranquila. El tráfico empezaba a descongestionarse por la salida de familias completas de la ciudad para pasar el fin de semana en sus fincas o centros recreativos. Mario lo pasaría en el yate familiar con su prometida, la también abogada Estefanía Sandoval, una mujer que a sus 28 años ya era jefa del área legal del Ministerio de Energía y, debo reconocerlo, no solo por los contactos y abolengo de su familia. Esa mujer era una genio en leyes y jurisprudencia, además de una astuta y fría fiera de ambición desbordada, capaz de no parpadear mientras tomaba una decisión que dejaba en la calle a trescientos empleados de un compañía que hubie
El timbre sonó cuando Ivania terminaba de bañarse. Se envolvió en la toalla y vio, desde la sala, a través de la ventana. Vio el rostro de Lucha, también asomado e intentando adivinar si había alguien dentro de casa. De todas las mujeres del vecindario, Lucha era a la que menos deseaba abrirle en la mañana, envuelta en una toalla, pues su creatividad para el chisme era famosa y mínimo se inventaría que la había visto con resaca, un lunes a las diez de la mañana, y con un hombre también semidesnudo. Ivania ya estaba por dar media vuelta cuando escuchó que Lucha gritaba su nombre. Era demasiado tarde, la había alcanzado a ver.—¡Ya voy! —gritó Ivania mientras buscaba cualquier prenda de ropa que le sirviera para cubrirse. Abrió la puerta vestida con los pantalones de la sudadera de un hombre y la camisola de una mujer dos tallas más grande que ella. Se sorprendió al ver a Lucha con un bebé en los brazos.—Amiga, necesito que me hagas un inmenso favor —dijo Lucha desp
Cuando Ivania entró al baño de la tienda para cambiar el pañal de Antonella, un cubículo estrecho en el que debió apoyar a la bebé en la tapa de la cisterna,descubrió que no llevaba un pañal y por eso había ensuciado el body. La limpió con el agua fría del lavamanos, haciéndola llorar y después de haberle puesto el pañal, salió del negocio y comenzó a recorrer todas las tiendas de abarrotes del barrio. En ninguna le daban razón de Lucha y, a medida que se alejaba, debió recurrir a la descripción física. Siendo ya las diez de la mañana, Antonella empezó a llorar. —La niña debe tener hambre —dijo la mujer que atendía la tienda en la que Ivania había obtenido la misma respuesta que en todas las anteriores—. Si quiere, puede descubrirse el pecho aquí atrás y darle de comer. Ivania se sonrojó y aseguró que alimentaría a la bebé cuando regresara a su casa. As
La mujer que conocí ese día se presentó como Laura. Resultó ser mi hada madrina. No solo se ofreció a ayudarme a cuidar a Antonella mientras trabajaba, sino que también se preocupaba por mí y me ayudó cuando Doña Hortensia decidió sacarme de su casa. Mientras buscaba una nueva habitación en donde vivir, me dejó quedarme en un cuarto de su apartamento. También me hizo caer en cuenta de que necesitaría mejorar mis ingresos con algún trabajo extra si quería encargarme de Antonella y ahorrar para estudiar, como tenía planeado hacer ese semestre.Había visto, de camino a la panadería, un aviso pegado en un poste de luz en el que requerían recreacionistas para trabajar los fines de semana. La oficina de la empresa no estaba muy lejos de mi sitio de trabajo y despu&eacu
A la hora de su almuerzo, Ivania recorrió el barrio de la panadería buscando una habitación para alquilar, mientras repasaba la noche en que Doña Hortensia la sacó.Regresaba de donde la señora Laura, después de haber recogido a Antonella y cuando llegó a la casa, Doña Hortensia la estaba esperando.—¿Todavía tiene a esa bebé que no es suya?—Doña Hortensia, no quiero tener que pelear con usted. Ya estoy buscando otro lugar, pero mientras tanto, tiene que recibirme —contestó Ivania, preparada para confrontar a la casera.—No, niña, ahora mismo tiene que irse. Ayer se venció la quincena y, por tanto, hoy ya no pued
La habitación era hermosa. Como me dijo Jaime, tenía vista a la calle y al jardín de la casa a través de una gran ventana doble que casi llegaba al techo. Aunque la casa debía tener al menos cincuenta años, el piso era de madera y crujía, igual que el techo y las vigas que lo atravesaban, tenía un encanto como de cuento de hadas, cual si fuese el hogar de una maga bondadosa que cultiva su propia huerta, decora su hogar con atrapasueños y tapices de tierras mágicas y lejanas, aromatiza los espacios con incienso y, lo mejor de todo, hace magia cuando cocina.La primera impresión que tuve de la mamá de Jaime fue la de una mujer irresponsable, que no cuidaba su apariencia y debía tener un paquete de marihuana en su mesa de noche, pero bien pronto me di cuenta de que no podía estar más eq
Ivania se acomodó a su nueva rutina con facilidad. En las mañanas dejaba a Antonella con la señora Laura, iba a su trabajo en la panadería y regresaba en la noche por la bebé para devolverse a la casa de Ximena, que la esperaba con una cena deliciosa. Los fines de semana trabajaba con Jaime, que por lo general iba acompañado con Carolina y cuando Ivania completó las treinta horas de entrenamiento, empezó a alternarse con Jaime, con Carolina o algún otro chico.—Hice cuentas —dijo Ivania a la señora Laura, mientras recogía a Antonella—, y puedo aplicar a un crédito para estudiar, como tenía planeado.La señora Laura miró a Ivania con un brillo en sus ojos.—¿Por qu&
Ximena me había pasado una copia de las llaves e intenté entrar sin hacer ruido, pero Antonella se despertó en el momento en que estaba por colgar el blazer que Mario dejó sobre mis hombros. La levanté y sus labios se dirigieron a mi pecho. Me recosté con ella, mi espalda apoyada contra el cabezal de la cama, y sin haberme podido quitar el blazer, desabroché mi blusa para que Antonella pudiera comer. Estaba muy cansada y el sueño empezó a vencerme, por lo que no escuché cuando Jaime se acercó, por el pasillo, y abrió la puerta de mi habitación. Solo supe que estaba asomado cuando el rechinar del piso me despertó. Lo miré con una sonrisa. No me acordaba que tenía la blusa abierta y mis senos estaban expuestos. Sus ojos no solo tenían el doble de su tamaño normal, sino que estaban clavados en mi pecho y los labios reducidos a una