Guerra al destino

Estudiar, trabajar durante la semana y los fines de semana, cuidar y criar a Antonella; pese a la ayuda que me brindaba Mario y las atenciones de la señora Laura y de Ximena, sentía que iba a estallar en cualquier momento. Aparte, estaba esa complicada encrucijada con Jaime, que no parecía evitarme, sino que lo hacía. Quizá hubiera sido distinto si no hubiera estado debajo de la cama ese día en que, preciso, a su madre le dio por hablar sobre el destino.

Al fin, un sábado en la mañana, después de levantarme con mucho cuidado para que Antonella no se despertara, lo cogí a la salida del baño. Salía de bañarse.

—Tenemos que hablar —dije la trillada frase que tanto teme quien no la pronunció.

Me miró como si acabara de ver los ojos de la gorgona y quedó petrificado por unos segundos.

—Me esperas a que me vista y…

—No. Ahora. Antonella puede despertarse en cualquier momento.

Suspiró.

—Bien. ¿De qué quieres que hablemos?

No sé si lo preguntó porque de verdad no lo sabía, era un cínico
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