Valentina observaba cada gesto de Felipe, como su sonrisa dejaba a la vista esas blancas perlas que tenía por dientes, bebió un poco más de café y noto la forma en la que cada dos palabras el rubio acomodaba su cabello un poco largo y ondulado tras su oreja, ocultaba algo, su mejor amigo le ocultaba algo y supo que era grave al momento que por su campo periférico vio pasar al caimán, su sicario, ese mismo que la cuidaba desde los 12 años, ese latino que ahora trataba de pasar desapercibido al vigilar o mejor dicho cuidar a su esposo, Felipe Zabet, pero para los ojos expertos de la reina de Chicago era imposible, los conocía muy bien, aun mostrando una sonrisa amistosa, Valentina se puso de pie, observando de reojo como Carlos Sandoval llevaba una mano a su espalda, estaba dispuesto a disiparle, por lo que fuera lo que le estuvieran ocultando era tan grave, como para saber que ella los mataría cuando los descubriera, su corazón vibro produciéndole dolor, era sus amigos, era el caimán y
La palabra solo salió de sus labios, pero ¿Qué significaba? ¿Quién era el traidor? ¿su madre por matar a Verónica aun sabiendo que Pedro la amaba? ¿Pedro por querer tomar venganza con la joven a la que una vez juro proteger? ¿o Dulce por guardar silencio, aun sabiendo todo? Y en ese segundo lo descubrió, la única que cometió traición, fue ella o así lo sintió, bajo la atenta mirada de todos, dejo de apuntar a su madre, para llevar el arma a su cabeza, esa arma que le había quitado a Pedro cuando la cubrió, creyendo que estaba en peligro, él no podía ser un traidor, y se lo demostró una vez más al quitar el arma de sus manos, aunque no pudo evitar que está se detonara, dejando a todos en silencio, todos viendo a Dulce y ella viendo a Pedro, el fuego en los ojos de su demonio la quemaban con un solo reclamo, uno que el latino no pudo callar.— ¡Eres una estúpida! ¡¿cómo puedes hacer eso?! — grito encolerizado, pero viéndola de los pies a la cabeza, cerciorándose que la princesa no tuvie
— Prometiste no enojarte… — murmuro en medio de un hipeo la joven, y Giovanni se removió incomodo en su lugar, quería abrazarla, deseaba consolarla, como aquel día en Italia, cuando vio sus ojos cubiertos de dolor, pero ahora tenía un deber, impedir que alguno de los reyes llegue a ella, por lo que aun en contra de su voluntad, se quedó en su lugar.— No estoy enojado contigo mi princesa, eso nunca hija, pero… ¡no puedes morir Dulce! ¡no puedes hacernos esto! — Dulce sentía cada palabra de dolor de su padre como un golpe directo a su corazón, sus piernas temblaban, su cuerpo se sacudió por el esfuerzo de no romper en sollozos y gritos allí mismo, pero Pedro la contenía, Giovanni se las ingenió para acariciar uno de sus delgados brazos y Horus, susurro un “tranquila, todo estará bien princesa”— Son tan injustos, tan egoístas. — la voz de Alma sonó tan suave y tranquilizadora, que muchos podrían pensar que por ello su apodo era el Ángel de la misericordia, aunque la verdadera razón era
Quince minutos, eso fue lo que le llevo a Dulce contactar con Pedro, quince minutos le fueron más que suficientes a la reina para acabar con Verónica, pues lo que la reina decía en Chicago, se cumplía a la brevedad. — ¿Segura que está muerta? — Horus rompió el silencio que flotaba en todo el departamento, provocando que Valentina lo vea incrédula. — Pregúntale a Pedro, le volaron la cabeza estando a su lado. — no pensaba sentirse mal por decir aquello, no cuando sus gemelos habían encontrado el diario de su hija y le habían mostrado que Dulce había perdido su virginidad con Pedro y este solo nombro a Verónica en ese momento, aunque en aquellas paginas no decía nada de haber follado con Giovanni y mucho menos con Horus, supuso que a su hija el único que le importaba era el demonio. — Mamá. — susurro Dulce y solo entonces Pedro la vio, su amiga, la incondicional, la que incluso después de humillarla como lo hizo esa noche, se seguía preocupando por cómo se sentía. — No pienso sentir
Los milagros existen, puedes creer en ellos o no, puedes pensar que alguna fuerza mística está interfiriendo en tu vida o que es simple conciencia, puedes darle el nombre que sea, suerte, buen karma, o simplemente milagro, cualquier cosa que explique, lo inexplicable. — Esto no tiene sentido, me refiero a que no es lo que había pensado, ¿cómo cambio todo de un momento a otro? — Horus veía el pasillo del hospital, las personas que aguardaban pacientemente sentadas en las bancas se veían casi normales, salvo por sus ropas de diseñador, que más ameritaban ser lucidas en alguna alfombra roja y no en un hospital. — ¿Que pedo decir? ellos son así, si mamá habla todos acatan, solo… — el mayor giro para ver a la joven a su lado, sus mejillas rojas lo tentaban un poco más a cada minuto. — ¿Qué? — la incito a que continuara hablando. — Estoy segura de que mamá querrá que regrese con ellos a casa y creo que sería lo mejor, nos hemos adueñado de tu hogar, tu calm
— ¿Puedo comer chocolates? — pregunto en un susurro mientras Horus y Giovanni disparaban preguntas y cuestionamientos a Michel sin descanso.— ¿Disculpa? — respondió ya que ante la tempestad de los primos Zabet, casi no había escuchado su pregunta.— Pregunte si puedo comer chocolates. — el mayor y el menor la vieron casi con asombro y porque no con molesta, no podían creer que preguntara esa estupidez cuando había cientos de cosas más importantes.— Si. — respondió Michel igual que sorprendido que los demás.— ¿Escuchaste Pedro? — solo entonces giro a ver al latino, dejando ver las lágrimas que corrían por su rostro.— Lo escuche princesa, iremos ahora mismo a tomar un chocolate caliente. — el demonio limpio una de las lágrimas que ca
Horus disfruto del suspiro que Dulce libero, cuando sus grandes manos la tomaron del trasero y la elevaron obligándola a que enrollara sus piernas en la cintura del mayor, sin querer perder un segundo más Horus, tomo con desespero los labios de la princesa, su lengua experta y experimentada recorrieron el interior húmedo y cálido de la joven, que le sabían a Vainilla, quizás por el helado que acababa de tomar, o simplemente era el aroma a juventud tan propio de alguien como Dulce.— Eres tan malditamente deliciosa. — murmuro cuando se obligó a liberar tan delicados labios, provocando que la joven sonriera complacida.— Gracias, pero quiero follar, la hora de hablar ya acabo. — rebatió demandante como toda su vida fue, y los ojos de Horus brillaron una vez más, provocando el temor en Dulce, pero también esa sensación de adrenalina que la joven sintió en el automóvil del mayor aquella noche en Italia, Horus era peligro, Horus era experiencia, Horus era un hombre que le aceleraba el cora
Dulce sentía la gran mano de Horus acariciar su trasero, se retorció ansiosa por sentirlo aún más, pero lo que obtuvo de respuesta la aturdió, el chasquido se escuchó fuerte y claro en la habitación y de la misma impresión la joven quedo en silencio y completamente rígida, hasta que otro chasquido resonó y ahora si fue consiente del ardor en sus trasero.— Pero ¿Qué rayos crees que haces? — dijo casi gritando y tratando de colocarse de pie, algo inútil por supuesto, ya que Horus tenía una de sus manos sujetando el lazo con el que había atado sus muñecas y con su otra mano estaba acariciando el trasero de la joven.— ¿No querías que sea tu Daddy? Bien, este daddy te enseñara a respetar a tus mayores. — la gran mano de Horus descendió una vez más, golpeando las nalgas de Dulce, provocando un fuerte chasquido y el subir y bajar de su frondoso trasero.— ¡Ay! — se quejó porque eso no era divertido. — Duele. — dijo como si Horus no lo supiera.— Esa es la gracia, es un castigo niña.— Tú n