Lucero veía el cielo a través de la ventana de su despacho, el día había comenzado muy lindo y agradable, sin embargo a medida que las horas pasaban, las nubes se iban tornando cada vez más grises, como el día que perdió a su padre Liam Simons, una presión se instaló en su pecho, temerosa quizás de lo que pudiera pasar, tomo el teléfono y dio la orden de que queria a su Estrella en la mansión, ya no le encontraba sentido a que permaneciera en el hospital si no accedería a someterse a la cirugía plástica para arreglar su brazo. La verdad era que Lucero sentía que pronto perdería a alguien importante y no sabía cómo reaccionar a aquello.— ¿Mamá? — quito su vista del frio cristal, y solo cuando vio a Horus, fue que descubrió que estaba llorando. — Mamá ¿Qué sucede? — inquirió cargado de preocupación quien ella consideraba su hijo y sin perder tiempo se acercó a la mujer que lo había criado, aquella que lleno el vacío que su madre Dulce Ángel dejo y que a su vez él había llenado el vací
Dulce pensó que sería difícil de explicar cómo dos bebés gestados en diferente tiempo estaban creciendo en su interior, pero, como aquella vez que le informo del embarazo a su madre, nada salió como ella creía, la reina de Chicago solo reía ante la noticia de que sería abuela por partida doble, sus seis padres estaban más que encantados con la idea, y por supuesto levantando apuestas, no solo por el sexo de los bebé, también por quienes serían los padres, algo que Dulce se preguntó ¿Cómo lo averiguarían? Ya que ella y sus tres hombres no pensaban hacer ninguna prueba de paternidad. — Un niño y una niña. — dijo Victoria, sin atreverse a apostar quienes serían los padres. — Un nuevo Ángel y una princesa azteca. — Felipe se atrevió a soñar en voz alta y Carlos solo sonrió. — Dos hombres, dos pequeñas sombras. — intervino Santoro con altanería y Hades bufo. — Una niña tan Dulce como su abuela y su madre y un niño tan feroz como su abuelo, el lobo. — Hades se permitiría soñar y no era
Dulce regreso a su hogar acababa de dejar a los pequeños en el kínder, y ahora se disponía a revisar unos contratos tanto de su madre, como de la familia Bacha, pues, así como sus hombres hacían diversas cosas durante el día, ella había comenzado a trabajar luego de que los niños comenzaran el colegio, se sentía bien trabajar en casa, pero lo mejor era que superaba a Horus a nivel intelectual, no había duda de que la Dulce princesa tenía madera para los negocios. Estaba a punto de ingresar a la oficina cuando las manos de Giovanni la atraparon, el grito que salió de sus labios por la sorpresa, ya que se suponía que su italiano estaba en su taller, quedó atrapado por el beso fogoso y nada inocente que el pantera le dio. — Un día me mataras de un infarto. — se quejó la joven, pero comenzó a acariciar el amplio pecho del más pálido de sus hombres. — Soy una pantera cariño, nunca debes bajar la guardia o te devoraré. — informo mientras la tomaba de los glúteos y la obligaba a envolver s
Dulce es su nombre, pero todo el mundo la llama Princesa, y es que más que un apodo o mote cariñoso, ella es la princesa de Chicago, hija de Valentina Constantini, la reina de la mafia de aquel lugar y de un pequeño harem de seis hombres, sus reyes y padres adoptivos de Dulce. Desde pequeña supo lo que quería, ser como su madre, una digna heredera de la mafia, fue por eso que quiso imitar a la reina madre y vengar una vieja disputa, se suponía que acompañaría a su mejor amigo Pedro Sandoval, un sicario de 26 años a una boda, donde conquistaría a Horus Bach, reconocido empresario, futura cabeza de la familia más importante de Nueva York y quizás del mundo entero, un hombre de 30 años que en teoría, caería rendido ante la inocencia de una joven de 18 años, pero todo se salió de control; al ver a quien era su amor platónico de niña, Giovanni Santoro ya no era un niño, ahora era un hombre de 22 años, los cuales le habían sentado muy bien, en especial porque ahora era el segundo al mando e
DULCE:Veo una vez más por la ventanilla del jet privado de mi tío Donato, el Don de Chicago, y mi corazón se acelera, el solo saber que en pocas horas estaré con mis amigos… bueno, eran mis amigos cuando era una niña, y aunque la última vez que los vi fue unos días antes de mi quinto cumpleaños, dejaron huella en mí, tanto así que con dieciocho años, no solo los recuerdo, también los anhelo, era tan feliz cuando los trataba, se suponía que cuando mi madre me recordó, no solo tendría una familia, también conservaría a mis amigos y así hubiera sido, si no fuera por Horus Bach, a ese hombre le debo mi soledad, las lágrimas de mi madre y el sufrimiento de mi tío Donato, decir que lo odio es quedarse cortos, pero me vengare, algún día lo hare, cuando mi madre al fin vea que puedo llevar el negocio familiar adelante tan bien como ella, ese día, cuando tome su lugar lo primero que hare es ir por Horus.— No puede ser, realmente es un idiota. — la voz profunda y quizás un poco tenebrosa de P
Dulce termino de arreglarse, el día había sido un poco agotador no solo por el largo viaje, también fue el hecho de tomar una corta siesta al lado de su amigo Pedro, si bien como le había informado a su tío Donato, no era la primera vez que dormiría en una misma cama con aquel hombre, sin embargo, algo en ella había cambiado, en sus sentimientos para ser más precisos, quizás se debía al hecho de que ya no era una niña, ya no lo veía como su protector, sino, como lo que era, un hombre, uno que era un deleite para sus ojos y por el cual sus manos picaban por el solo hecho de tocarlo.— No, ¿en qué piensas Dulce? Dios, él es Pedro, tu amigo, tu mejor amigo… tu único amigo, no cruces esa línea, no lo hagas, porque sabes que te rechazara y ya no lo podrás ver más.Se repitió frente al espejo la misma frase que se decía cada vez que su confundido corazón le pedía probar los labios de ese hombre con clara descendencia latina.Decidió que ya era hora de bajar al salón, y no puedo evitar moles
Dulce permaneció inmóvil a la orilla de la cama, mientras Pedro insultaba al aire, estaba molesto, mucho más que eso, el latino no lograba comprender la razón por la que Horus estaba viendo de esa forma a su amiga, no lo aceptaba, claro que no, continuo con su monologo, mientras se quitaba el saco, luego la camisa, y las manos de Dulce hormigonaban, no pudo evitar que un suspiro saliera de sus labios al ver que se quitaba el pantalón y ese trasero que tanto le gustaba quedaba cubierto y apretado por el bóxer, lamio sus labios de forma inconsciente, dicen que los niños adquieren ciertos comportamientos de quienes los rodean y Dulce había crecido con seis hombres que en más de una ocasión se comportaban como animales, esos pequeños gestos la delataban, Dulce parecía una leona hambrienta, una que quería devorar a Pedro.— ¿Puedes responder? — indago el hombre, por lo que
Giovanni creía estar ante la imagen más perfecta que pudiera existir en el mundo y porque no decir el universo entero, Dulce abrió los ojos con lentitud, dejando ver el color almendra que, para el italiano, era el más bello del mundo y por un segundo se preguntó ¿Dónde había visto esos ojos antes? Porque sentía que así era, él había visto esa dulzura antes, pero no podía recordar donde.Para Dulce, ver la entrega en los ojos de Giovanni, solo era tener la confirmación de que Pedro, ni siquiera pudo verla a la cara cuando la hizo suya, pues realmente no estaba con ella, sino con el recuerdo de Verónica.— Gio. — susurro cuando el joven se acomodó entre sus piernas, apoyando la punta esponjosa de su pene en la entrada de su vagina.— Dios mío, no puedo creer que te encontré. — murmuro Giovanni, acariciando su mejilla