DULCE:
Veo una vez más por la ventanilla del jet privado de mi tío Donato, el Don de Chicago, y mi corazón se acelera, el solo saber que en pocas horas estaré con mis amigos… bueno, eran mis amigos cuando era una niña, y aunque la última vez que los vi fue unos días antes de mi quinto cumpleaños, dejaron huella en mí, tanto así que con dieciocho años, no solo los recuerdo, también los anhelo, era tan feliz cuando los trataba, se suponía que cuando mi madre me recordó, no solo tendría una familia, también conservaría a mis amigos y así hubiera sido, si no fuera por Horus Bach, a ese hombre le debo mi soledad, las lágrimas de mi madre y el sufrimiento de mi tío Donato, decir que lo odio es quedarse cortos, pero me vengare, algún día lo hare, cuando mi madre al fin vea que puedo llevar el negocio familiar adelante tan bien como ella, ese día, cuando tome su lugar lo primero que hare es ir por Horus.
— No puede ser, realmente es un idiota. — la voz profunda y quizás un poco tenebrosa de Pedro me hace girar.
— ¿Qué sucede Pedrito? — el moreno quita sus ojitos caramelos del móvil para clavarlos en los míos.
— Deja de decirme Pedrito, suena a niño.
— Disculpe usted señor Pedro Sandoval. — respondo con sorna y él solo niega con la cabeza, sé que suelo sacarlo de quicio, desde que éramos niños, a pesar de que nos llevamos siete años, somos los mejores amigos y eso tiene una razón. — ¿Me dirás que te sorprendió? tu no hablas porque sí. — y esa es la verdad, Pedro casi no habla, con nadie, solo con Carlos, su padre, Felipe, su otro padre y yo, solo con nosotros tres él no teme hablar, creo que en el fondo sabe que el tono de su voz es tenebroso e incómoda a los demás.
— Te dije que no quería asistir a la boda de Alejandra. — solo dice eso y me pasa su móvil.
Tomo el artefacto en mis manos, pero no quito mis ojos de él, nos encaramos en silencio, como cuando éramos niños, tratando de descifrar los secretos del otro, nuestros miedos más profundos y algo más, algo que ninguno de los dos ha podido descubrir, pero está allí oculto, lo siento. Al final es él quien gira su rostro.
— Te gane. — susurro y él solo emite un sonido con su garganta, cuando veo su móvil, sonrió gustosa, no puedo creer que este usando sus redes sociales después de tanto tiempo, y más que sea para subir la foto que nos tomamos en el aeropuerto.
— La dueña de mis locuras, la reina que me guía, mi Dulce princesa… — quedo en silencio un momento, nunca creí que Pedro me viera de esa forma, ¿a quién engaño? Soy la dueña de sus locuras y él solo me sigue. — Me sorprende señor Pedro, no era necesario que todo el mundo sepa que estoy loca y que usted va detrás mío para salvarme. — Pedro gira y me ve con incredulidad.
— No te fijes en el encabezado de la foto, sino en los comentarios. — bufo por lo bajo, a veces no sé cómo podemos estar siempre juntos, somos muy distintos, él casi no sonríe, y yo rio más de la cuenta, se podría decir que me parezco a mi papá Rocco, de él adquirí la facilidad de sonreír y de reír de forma bochornosa, como mi madre me dice cada vez que me regaña, pero, así soy, así me hicieron ellos, mi bella reina, ósea mi madre y sus seis reyes, mis padres.
— “Qué suerte tienes de tener a quien amas a tu lado” … ¡¿Que m****a?! — no puedo evitar gritar y por un momento todos en el jet giran a verme.
— ¿Qué sucede? — Felipe nos ve con curiosidad y Pedro solo niega, Feli es como su madre.
— ¿Esta todo bien Princesa?
— Siempre que estoy con Pedro las cosas están bien. — respondo en automático a la pregunta de mi tío, porque es la pura verdad, mis tíos y los padres de Pedro sonríen y regresan a su charla y yo releo el comentario de Gabriel.
— ¿No que no te hablabas con tu primo? no, eso no es lo importante, ¿Cómo por qué piensa que soy tu novia? No, tampoco es eso, ¿Por qué carajo piensa que me amas? — no sé en qué momento me acerque tanto a su rostro, solo sé que me estoy quedando bizca ya que estoy viendo su nariz, es linda, recta morena, puntiaguda, perfecta.
— Si te da aire en la cara quedaras con esa bella mirada de por vida.
— Patrañas. — regreso a mi asiento y clavo mis ojos en él. — ¿Qué significa esto? — indago al tiempo que le regreso el móvil.
— Significa que el idiota de Gabriel piensa que no amaba a Verónica y que no te reconoce, y por el resto de los mensajes parece que ninguno de mis primos te recuerda.
Eso dolió más de lo que creí, recuerdo que hubo un tiempo, cuando mi madre no estaba bien de su cabeza y no me recordaba, que me refugié con ellos, los primos Zabet, hijos de mafiosos, asesinos y empresarios, aunque no todos comparten apellido, no puedo creer que Gabriel no me reconozca, aunque claro que, gracias a Horus, deje de verlos cuando tenía cinco años, no pensé que hubiera cambiado tanto.
— Tengo una idea. — sé que mis ojos están brillantes, porque los veo reflejados en el caramelo derretido que son los ojos de mi mejor amigo.
— No, no sé qué es lo que estás pensando, pero no.
— Sí, lo haremos, y lo sabes. — Pedro se queda en silencio, pero no porque no quisiera protestar, es porque sabe que al final lo convenceré.
—¿Que se le ocurrió a esa cabeza tuya? — sonrió con verdadera felicidad, lo sabía, él aceptaría.
— Sé que Verónica era tu amor, Dios, te enfrentaste a Gabriel por ella…
— No me estas animando.
— Espera, deja que termine, sé un caballero.
— Bien te escucho.
— Es hora de dar vuelta la página Pedro. — y por esta vez, solo por esta vez, voy a fingir que esa m****a de mujer era lo que Pedro cree que era. — Sé que aún no la olvidaras…
— Nunca lo hare, mi corazón murió con ella. — mi estomago se retuerce, de la misma forma que lo hace estos últimos cinco años, desde que “la santa Verónica” murió, que gran mentira.
— Lo se Pedro, lo sé, pero… Gabriel no tiene por qué saberlo, digo, tu dijiste que estas cansado de que te vean con lastima, primero por la muerte de tu madre y luego por la muerte de Verónica, y ya de por si es malo que no hables o mejor dicho no soportes a Giovanni, Horus y Gabriel, si realmente estas cansado de todo ese drama, finge, hagamos que esos tontos crean que somos novios y luego, cuando nos aburramos de verles la cara le decimos quien soy.
— Princesa, que mis primos no te recuerden no quiere decir que sus padres no lo hagan. — me responde al tiempo que toca la punta de mi nariz con uno de sus grandes dedos.
—Tengo la solución para eso. — entes que pueda decir cualquier cosa, me levanto de mi lugar y voy donde esta Donato, su futura esposa Ámbar, Felipe y Carlos.
— Tío de mi corazón, sabes que te quiero de día, de noche, con sol, con nubes, con …
— Solo di lo que deseas princesa y lo tendrás. — amo lo fácil que es manipular al Don de Chicago, o por lo menos la facilidad con la que yo lo manejo.
— Quiero pedirles que no le digan a nadie que soy Dulce De Luca, que todos crean que soy la novia de Pedro, aunque claro que tendrán que hablar con los hermanos de tía Ámbar y Felipe. — Don y Ámbar me ven con sorpresa, mientras Felipe se ve encantado de la vida y Carlos me ve con una gran sonrisa.
— ¡Al fin son novios! — Felipe es el primero en aplaudir y yo lo veo con la boca abierta.
— No papá, solo somos amigos, deberían dejar de ver novelas latinas. — la queja de Pedro hace que el rostro de Felipe se ponga rojo como un tomate y es cuando Carlos le acaricia la mejilla, son tan hermosos, la pareja perfecta, ya que mis padres no entran en la categoría de pareja, es más grupal lo que tienen, como un harem, uno que maneja mi madre.
— ¿Qué? — mi tío Donato ve a todos lados sin comprender.
— No le digan a nadie que soy Dulce, quiero divertirme con Pedro, les haremos creer a todos que soy su amiga.
— Novia. — me corrige mi mejor amigo y solo entonces me di cuenta de mi error, dije amigos, pero si ya somos amigos, que raro que yo me equivoque de tal manera… podría ser mi inconsciente, pero…no, él es Pedro, mi buen amigo Pedro. — Solo así no me verán con pena. — termina de explicar y no puedo evitar tomar su mano y apretarla, me gustaría decirle que esa víbora no merece su pena, ella no merece nada.
— Ya deja de decir eso, eres Pedro Sandoval, eres el hijo del caimán, eres un sicario, además mi mejor amigo, si tú no puedes matar a tu familia para demostrar que no mereces lastima, con gusto yo los extermino. — Felipe y Ámbar hacen un pequeño ruido con sus gargantas y solo entonces reparo en el hecho de que ellos son tíos de Gabriel, Horus y Giovanni.
— Dulce no lo dice en serio, ella jamás lastimaría a la familia, quizás por error o accidente… pero si ese fuera el caso yo jamás dejare que le hagan nada… — la apresurada defensa de mi mejor amigo provoca que sonría con agrado.
— Es la primera vez que escucho tu voz en… año y medio, maravilloso. — la voz burlona de Ámbar hace que Pedro quede en silencio, solo ve a Carlos antes de regresar a su asiento.
— ¿Sabes tía? te quiero, pero no vuelvas a burlarte de Pedro, nunca. — Ámbar me observa con sorpresa, sé muy bien que mi mirada debe ser parecida a la de papá Salvatore, él me enseño como amedrentar con solo una mirada, se supone que no la debo usar con mi familia, pero no lo puedo evitar, Pedro es mi mejor amigo.
Los cuatro mayores vieron a la Dulce princesa ir tras Pedro, quizás de todos, Ámbar y Felipe eran quienes tenían un poco de ventaja en saber cómo terminaría esa amistad, vivir en una familia donde la mayoría son mafiosos, y asesinos no era mucho problema, lo que, si dificultaba un poco las cosas, es tener un vidente entre ellos, alguien que podía ver el futuro, o solo pedazos de él, a veces eran buenas noticias, otras eran malas y en el caso de Dulce… era complicado.
La finca LA SANTA, era un caos, Felipe había organizado la boda de Alejandra en tiempo récor, regresando a Chicago, solo para convencer a su hijo de unirse a la celebración, la relación de Pedro con la familia de Felipe se había desgastado con el paso del tiempo y eso no se debía a no ser hijo biológico del pequeño rubio llamado Felipe, el alejamiento de Pedro comenzó cuando era un niño, cuando el matrimonio de Donato y Ámbar fue frustrado por un accidente, en ese entonces Giovanni tenía 8 años y Pedro 11 años, aun así el pequeño latino dejo ver que tan sangre caliente era y casi destrozo el rostro del pequeño italiano, y todo eso fue por hacer llorar a su pequeña amiga Dulce. Pedro la conocía desde que era una bebé, la escucho decir su primer palabra y también llorar cuando le contaron que su madre había manipulado los recuerdos de su mente un poco desequilibrada a tal punto, que no recordaba tener una hija, Pedro la comprendía, esa soledad de no tener madre, aunque Felipe siempre fue como una mujer en el cuerpo de un hombre y lo amaba como si fuera su madre, Pedro extrañaba a su madre biológica, la cual había muerto de cáncer, no sin antes dejarlo al cuidado de su padre biológico, Carlos Sandoval, o como todos lo conocían, el caimán, uno de los mejore sicarios, y así como una vez el caimán tomo el empleo de cuidar a los mellizos Constantini, Donato y Valentina, él siendo un niño juro ese día, ser el mejor sicario para proteger a la princesa Dulce, no dejaría que nadie la lastimara, pero era solo un niño, no pudo hacer nada cuando la boa constructora que era la mascota de Donato, casi mata a su amiga, pero si podía enfrentar al culpable de todo y así lo hizo, un niño de 11 años contra un adolescente de 17 años, Horus Bach, el mayor de los primos, y por más fuerza bruta que poseyera el pequeño latino, nada pudo hacer contra Horus, más que alejarse de él, como lo hizo con Giovanni, así solo se había mantenido en contacto con una parte de la familia de Felipe, los hermanos Ángel, siendo más unido a Gabriel, pero esa unión también termino por romperse, cuando ambos se enamoraron de una misma joven, la cual acabo escogiendo a Pedro, pero de poco le sirvió, ya que poco tiempo después, tuvo un accidente en el que pereció, dejando a Pedro con una única persona en su vida, su mejor amiga, Dulce.
Ahora ambos estaban en aquel lugar, mientras los mayores les sonreían, los más jóvenes los veían con curiosidad, como si fueran bichos raros, algo que incomodaba a Pedro.
— Qué bueno volver a verte Pedro, gracias por venir. — la santa, como todos conocían a Alejandra Santoro, fue la primera en darle la bienvenida, recibiendo un asentamiento de parte del moreno.
— Pedro está muy feliz de estar aquí y yo también, soy… — en ese momento Dulce se dio cuenta que no había pensado en un nombre falso para su plan.
— Selene. — la voz profunda del joven que muchos apodaban dominio, llamo la atención de sus primos, algunos llevaban años sin oírlo hablar, otros sin siquiera verlo.
— Maravilloso. —murmuro Alma Ángel uniéndose a la conversación. — Si puedes hablar por ella, se ve que te han atrapado dominio. — Alma no tenía intención de incomodar a su primo, solo era el asombro, lo que la llevo a decir aquello.
— Hay algunas personas que se ven mejor en silencio, como tú, por ejemplo. — Dulce tenía 18 años, era delgada, con tacones podía llegar a medir metro setenta y cinco, pero en ese momento, no llevaba sus tacones, solo unos cómodos tenis que la ayudaron a llevar adelante el largo viaje, por lo que, en frente de Alma, la diferencia de estatura era notable.
— Wou, veo que has cambiado de gustos Pedrito, ¿ahora te gustan valientes? — pregunto la que era conocida como el Ángel de la misericordia, ya que era una asesina, una de las mejores al igual que sus hermanos, gracias a sus cuchillos, y precisión, casi no te enterabas cuando la muerte acudía por ti, de allí su apodo, enfrentar a la joven asesina, no era la mejor manera de comenzar su estancia en Italia, pero ella era Dulce De Luca, nunca daba un paso atrás, hija de los reyes de Chicago, solo el avance era permitido.
— Será mejor que no trates de poner a prueba mi valentía. — rebatió Dulce, levantando su rostro, y dando un paso a delante, en medio de Pedro y Alma. — Porque si él es el demonio, yo soy su infierno. ¿quieres probar mis llamas?
— Es tan lindo estar en familia, Alma, cariño, ¿me ayudas con Amir? — la santa podría ser la responsable de la muerte de desenas de hombres, pero en su defensa, eran sus enemigos, pero bajo ningún motivo dejaría que sus primos se enfrentaran dos días antes de su boda, mucho menos en sus tierras.
— Sí, lo que pidas santa, nos vemos después, demonio y… pequeño infierno. — dijo con burla quien tenía los ojos celestes como el mismo cielo.
— ¿Pequeño inferno? — dijo incrédula Dulce viendo fijamente la espalda de Alma y como se alejaba. — Le voy a mostrar que tan pequeña soy.
Su intención era clara, la golpearía, definitivamente esa mujer, no se parecía a la niña que ella recordaba, pero antes de dar un paso, los grandes brazos de Pedro la tomaron de la cintura, aferrándola a él, al tiempo que dejaba su rostro a un lado de una de sus mejillas, quizás más cerca de lo necesario.
— Alma no se está burlando de mi princesa, ya sabes que me llaman demonio, incluso tus padres lo hacen, no sé porque me sigue molestando, creo que será mi apodo, no pierdas tu tiempo discutiendo por ello. — dijo sobre su oído, pero Dulce estaba aún demasiado concentrada en la figura de Alma como para percatarse de ese detalle.
— No lo haría si no te afectara. — rebatió la princesa, Pedro aspiro con demasiada fuerza cerca de su cuello, Dulce supuso que se estaba tratando de tranquilizar, como Stefano Zabet le había enseñado, para manejar sus ataques de ira, aunque el joven con descendencia latina, lo único que buscaba era guardar el aroma de su mejor amiga en su mente, y así poder evocarlo las veces que quisiera, memoria olfativa le dirían algunos, aunque para Pedro solo era el perfume que tranquilizaba a la bestia que dormía en él.
— Se supone que yo debo cuidar de ti y no viceversa. — termino admitiendo y se separó de la joven.
— Yo cuidare siempre de ti mi Pedrito más bello, tu yo. — recito la joven mostrando una sonrisa tan grande como la que su padre Rocco lucia a diario, provocando que Pedro al fin sonriera.
— Juntos princesa, siempre juntos. — estos jóvenes en algún momento de su infancia habían hecho un juramento de hermandad, compañerismo, un juramento inquebrantable, claro que no sabían el alcance que ese juramento tenía.
Los jóvenes al fin ingresaron en la casona, estaban tan comprometidos en tranquilizarse el uno al otro, que no se percataron de la mirada curiosa de Horus, esa joven se le hacía conocida de alguna parte, aunque se le hacía imposible no saber a quién pertenecía tan bella figura, mientras que Geovanni que se encontraba en el otro extremo del jardín, no podía quitar sus ojos verdes con motas negras del redondo y bien formado trasero de la que parecía ser la novia de Pedro.
— Dulce. — la llamo Donato cuando los jóvenes habían llegado al segundo piso.
— Shhh tío, ¿ya hablaste con los demás? ¿nos ayudaran a jugarle una broma a mis examigos? Acabo de hablar con Ale y … Alma y no se dieron cuenta de quien soy, me presente como Selene. — su risa era burbujeante, algo que a Donato le encantaba, su sobrina había nacido con la inteligencia de su madre, Valentina Constantini, pero gracias a sus seis esposos, la joven no era tan estricta como Valentina, sabia cuando divertirse como la joven de 18 años que era, aunque llegado el caso, la frialdad y astucia de la reina de Chicago se reflejaba en ella… la princesa.
— Por supuesto que ya hablé con todos y por muy raro que me parezca están de acuerdo en ayudarlos a engañar a sus hijos, creo que se debe a que te han extrañado. — Dulce sonrió mostrando los dientes, por lo menos los adultos si la habían extrañado, quizás solo necesitaba convivir con todo una vez más, como cuando era una niña, para que todo sea como antes.
— Perfecto….
— Pero deberán compartir habitación y eso es lo que no me convence…
— ¿Por qué tío? — Donato le dio una mirada fugaz a Pedro, quien como siempre se encontraba detrás de Dulce, como si fuera una pared cubriendo a la joven de cualquier ataque sorpresa.
— Pedro, no te enojes, pero eres hombre… — Donato casi se atraganta con sus palabras, al ver como los ojos de Pedro se oscurecían.
— No temas tío, Pedro no te hará nada, solo está enojado por tu falta de confianza en él, ¿verdad? — Pedro asintió con la cabeza, decir que pocos tenían el privilegió de oír su voz, era quedarse corto, pero lo que más le sorprendió a Donato, fue ver como su sobrina conocía al moreno, con solo una mirada y sin palabras. — Tío, sé que estoy a tu cuidado, pero… él es Pedro. — dijo como si aquello explicar todo. — He dormido a su lado ciento de veces, es mi mejor amigo, créeme, así como mi madre y padres confían en él, así confió yo, con mi vida y alma. — Donato quedo en silencio, las palabras de su sobrina lo inquietaron, no por Pedro, sino por ella, no era el hecho de que pusiera su seguridad en manos de Pedro, era el saber que ella estaba dispuesta a ir al cielo o al infierno, si quien cuidara su alma fuera Pedro, ¿su mejor amigo? Se pregunto Donato, mas lo único que hizo fue asentir con su cabeza, dejando en claro de esa forma que podrían compartir habitación.
La joven no se sorprendió ante el lujo del cuarto, pero si se maravilló con la vista, estaba en Italia, en Sicilia, lugar donde habían nacido Greco Jonhson y Marco Constantini, sus bisabuelos, mismo lugar que una vez reinaron sus abuelos adoptivos, Antonella, Fiorella y Franco De Luca.
— ¿En qué piensas princesa? — giro encontrando a Pedro sin camiseta, se estaba preparando para un baño, ver su musculatura no lo sorprendía, tampoco la alteraba, ese efecto solo se lo provocaban sus tatuajes, uno en especial, sobre su corazón, rezaba la frase, PRINCESA.
— No puedo creer que aún no te cubras eso. — dijo la joven y señalo el corazón de Pedro. — ¿Cómo fue que te convencí de tatuarte mi apodo? Mejor aún ¿Por qué me hiciste caso? — indago al tiempo que negaba con la cabeza.
— Si mal no recuerdo, eras una princesa berrinchuda de 13 años, que estaba muy enojada, porque tus seis padres se habían tatuado el rostro de tu madre en sus espaldas, y tu… como eras la princesa querías que alguien se tatuara el tuyo, por suerte este humilde servidor te pudo convencer de solo tatuarme tu apodo. — Dulce rio, como foca, diría su madre, pero eran carcajadas que dejaban en claro la locura que cargaba la joven.
— Tú eras un hombre de 20 años, debiste de negarte. — Pedro solo levanto sus hombros, restando importancia, o quizás… ocultando algo.
— No trates de confundirme, ya no funciona, ¿en qué pensabas? — Dulce vio por el cristal una vez más, disfrutando de los viñedos.
— No puedo creer que estoy en Italia, aquí no solo nacieron los abuelos de mi mamá, estas tierras fueron reinadas por los De Luca. — Pedro sabía que Dulce consideraba realmente sus padres a esos seis hombres, solo ellos, ya que su padre biológico… era mejor no nombrarlo. — El norte de Sicilia era manejado por el clan Berlusconi, el centro por el Rey Franco De Luca y sus dos esposas, Antonella y Fiorella, y el sur era de la sombra de Italia. — relato como si del mejor cuento se tratara, y quizás para la joven era así, ella había crecido escuchando historias de la mafia, de todo el mundo y estaba ansiosa porque alguna vez alguien contara su historia, cuando se haga un lugar en un mundo que desde siempre fue gobernados por hombres. — El tiempo de reinado de Franco estaba llegando a su fin, fue por eso que pensó en cederle su lugar a sus seis hijos, Leonzio, Lupo, Rocco, Ángelo, Salvatore y Ezzio, pero la sombra de Italia temía lo que estos seis nuevos reyes pudieran hacer, por lo que logro derrocar a Franco antes de que cediera su lugar, gracias a la ayuda de la mano diestra de Hades, el Ángel de la muerte dio su favor, y los reyes cayeron, dicen que fueron tiempos difíciles, se debatían en continuar en su amada Italia a riesgo de perder la vida o partir a buscar un nuevo lugar donde reinar, y fue allí, donde escucharon que Chicago era manejado por un solo clan, los Constantini, vieron una oportunidad de encontrar su nuevo sitio en el mundo, creyeron que sería fácil derrotarlos. — Dulce mostraba una amplia sonrisa, sus ojos brillaban, y sus manos divagaban gesticulando, mientras pedro, estaba estático a la orilla de la cama, viendo cada movimiento de su mejor amiga. — Se decían muchas cosas en aquel entonces, pocas podían confirmar, ya que todos les eran leal a los hermanos Constantini, pero llego un día, que al fin la vieron, Ezzio fue el primero en hallarla, una reina, una mujer que no solo los uniría para siempre y dejarían de ser un grupo de primos y hermanos, una mujer que los coronaria definitivamente, LA REINA DE CHICAGO, así la llamaron, sus largas piernas y mirada triste sedujeron sin querer al menor de todos los De Luca, luego, solo basto conque los demás la vieran para enloquecer por ella, a tal punto de dejar todo lo que les quedaba en sus manos, Valentina Constantini se adueñó de su dinero, poder y corazones, y a cambio, ella no solo les dio medio Chicago, también un par de gemelos, Marco y Greco, pero mejor que eso… la que más gano fue la hija de Valentina, la princesa no solo recupero a su madre, sino que ahora tenía seis padres, una enorme familia y el mejor amigo de todo el mundo. — termino de relatar al tiempo que se dejaba caer en las piernas de Pedro y este la tomaba de la cintura para que no cayera al piso. — Y ahora, estoy en Italia con él.
Pedro dejo ver su mejor sonrisa, él era su mejor amigo, mientras Dulce se permitió por un momento bajar la guardia, solo unos segundos dejo de recordar que ese hombre era su mejor amigo, y disfruto de cómo sus grandes manos se aferraban a su pequeña cintura.
Dulce termino de arreglarse, el día había sido un poco agotador no solo por el largo viaje, también fue el hecho de tomar una corta siesta al lado de su amigo Pedro, si bien como le había informado a su tío Donato, no era la primera vez que dormiría en una misma cama con aquel hombre, sin embargo, algo en ella había cambiado, en sus sentimientos para ser más precisos, quizás se debía al hecho de que ya no era una niña, ya no lo veía como su protector, sino, como lo que era, un hombre, uno que era un deleite para sus ojos y por el cual sus manos picaban por el solo hecho de tocarlo.— No, ¿en qué piensas Dulce? Dios, él es Pedro, tu amigo, tu mejor amigo… tu único amigo, no cruces esa línea, no lo hagas, porque sabes que te rechazara y ya no lo podrás ver más.Se repitió frente al espejo la misma frase que se decía cada vez que su confundido corazón le pedía probar los labios de ese hombre con clara descendencia latina.Decidió que ya era hora de bajar al salón, y no puedo evitar moles
Dulce permaneció inmóvil a la orilla de la cama, mientras Pedro insultaba al aire, estaba molesto, mucho más que eso, el latino no lograba comprender la razón por la que Horus estaba viendo de esa forma a su amiga, no lo aceptaba, claro que no, continuo con su monologo, mientras se quitaba el saco, luego la camisa, y las manos de Dulce hormigonaban, no pudo evitar que un suspiro saliera de sus labios al ver que se quitaba el pantalón y ese trasero que tanto le gustaba quedaba cubierto y apretado por el bóxer, lamio sus labios de forma inconsciente, dicen que los niños adquieren ciertos comportamientos de quienes los rodean y Dulce había crecido con seis hombres que en más de una ocasión se comportaban como animales, esos pequeños gestos la delataban, Dulce parecía una leona hambrienta, una que quería devorar a Pedro.— ¿Puedes responder? — indago el hombre, por lo que
Giovanni creía estar ante la imagen más perfecta que pudiera existir en el mundo y porque no decir el universo entero, Dulce abrió los ojos con lentitud, dejando ver el color almendra que, para el italiano, era el más bello del mundo y por un segundo se preguntó ¿Dónde había visto esos ojos antes? Porque sentía que así era, él había visto esa dulzura antes, pero no podía recordar donde.Para Dulce, ver la entrega en los ojos de Giovanni, solo era tener la confirmación de que Pedro, ni siquiera pudo verla a la cara cuando la hizo suya, pues realmente no estaba con ella, sino con el recuerdo de Verónica.— Gio. — susurro cuando el joven se acomodó entre sus piernas, apoyando la punta esponjosa de su pene en la entrada de su vagina.— Dios mío, no puedo creer que te encontré. — murmuro Giovanni, acariciando su mejilla
Era joven e inexperta, pero no era una cobarde, en su sangre llevaba el legado de la reina de Chicago, sentir miedo ante lo desconocido no estaba en ella, sino todo lo contrario, la adrenalina corría por sus venas ante la intriga que causaba no saber que sucedería, se sentía viva, mientras su mano acariciaba el pene de Horus, por encima del pantalón, provocando que el mayor se removiera inquieto en el asiento, sus ojos brillaban, mientras los de él se oscurecían, le gustaba esa sensación, que la vean con hambre, con deseo, con pasión, con todo lo que Pedro no la vio.Ella era Dulce De Luca, la princesa de Chicago sobrevivió al ataque de una boa constructora, a un trasplante de hígado, al abandono de su madre en sus primeros años de vida, sobreviviría a Pedro, claro que lo haría. Sacando el valor que solo un Constantini tiene cuando se propone algo, comenzó a bajar el cierre del p
Valentina, Lupo y Leonzio se mantenían en silencio, apartados en un sector del avión privado, observando como los depredadores que eran, cada movimiento de su princesa, mientras Salvatore y Ezzio, vigilaban a Greco y Marco, los gemelos de 12 años no solo habían heredado la inteligencia de su madre, también el carácter de sus padres, seis hombres que se convertían en animales si debían proteger a su familia, y a pesar de que ellos eran los más chicos de la familia, todos giraban en torno a Dulce, la joven que en ese momento se encontraba en brazos de Rocco, mientras Ángelo acariciaba su cabello, solo ellos podían llegar a la verdad de todo, quizás porque Rocco fue el primer “socio” que Dulce tuvo para formar una familia propia, y Ángelo tenía ese porte de caballero antiguo, siempre tan servicial cuando de su reina y princesa se trataba, solo ellos podían derribar los m
Valentina leía una y otra vez la nota que su princesa había dejado, mientras sus esposos tomaban el control de todo, pues la reina había caído, estaba en un torbellino de miedo, furia y desolación, su niña no podría solo irse porque si, algo más estaba pasando, algo se le escapaba a su brillante mente, era verdad que les había dicho que quería unas vacaciones antes de ingresar en la universidad, pero no se lo permitirían sin custodios, creyó que su hija había comprendido a la perfección su dictamen, no viajaría sola, pero allí en sus manos estaba la nota de “despedida” que su pequeña le había dejado, demasiado simple para Dulce, un los amo, no me odien, regresare, no, eso no cuadraba en la mente de la reina de Chicago.— Tengo gente en todos los aeropuertos, nuestra princesa es lista, cuatro vuelos fueron abordados con jóvenes
Pedro se puso de pie ante las palabras de Dulce, pero no fue el único, Giovanni también lo hizo, mientras el latino quiso tomar el brazo de la joven, el italiano lo empujo para que no lo hiciera, provocando que Horus se colocara en medio de ambos, mientras Dulce saltaba del asiento como un resorte y se distanciaba de los tres, quizás fue una mala opción confiar en ellos, se dijo, sabiendo que era tarde para cualquier cosa, no podía hacer nada estando a millas del suelo, estaba encerrada en un avión con tres locos, se dijo a ella misma, maldiciendo ser tan impulsiva y no pensar mejor las cosas, no era como que sus padres descubrieran su embarazo tan rápido, tendría que haberse tomado unos días para pensar bien las cosas antes de actuar, pero ya era tarde.— ¡Tú no la obligaras a abortar a mi hijo! — para Giovanni las cosas eran claras, era su hijo, y mediante él se quedaría co
El resto del día lo tomaron cada uno en un rincón, pensando cual sería el mejor movimiento para hacer, Pedro pensó en llamar a la reina, aun a sabiendas que eso traería su muerte, porque estaba seguro de que Valentina no les tendría piedad, pero luego recordó cómo había lastimado a su amiga, y la idea de traicionarla desapareció de su mente, quizás Horus tenía razón, se dijo, podrían hacer una prueba intrauterina y así saber quién era el padre, entonces… ¿sería capaz de obligarla a abortar? ¿podría vivir siendo odiado por Dulce? Realmente era su amiga, la única que tuvo a lo largo de los años, la conoció cuando apenas era una bebé, siempre le habían gustado sus ojos avellana, como lo seguía a todos lados, y la felicidad que sintió cuando lo nombro por primera vez, esa pequeña que nun