El resto del día lo tomaron cada uno en un rincón, pensando cual sería el mejor movimiento para hacer, Pedro pensó en llamar a la reina, aun a sabiendas que eso traería su muerte, porque estaba seguro de que Valentina no les tendría piedad, pero luego recordó cómo había lastimado a su amiga, y la idea de traicionarla desapareció de su mente, quizás Horus tenía razón, se dijo, podrían hacer una prueba intrauterina y así saber quién era el padre, entonces… ¿sería capaz de obligarla a abortar? ¿podría vivir siendo odiado por Dulce? Realmente era su amiga, la única que tuvo a lo largo de los años, la conoció cuando apenas era una bebé, siempre le habían gustado sus ojos avellana, como lo seguía a todos lados, y la felicidad que sintió cuando lo nombro por primera vez, esa pequeña que nun
Dulce.— Vamos princesa, tú puedes. — sus ojos color caramelo están fijos en mí, brillan como cada vez que me ve.— No puedo, lo juro Pedrito, juro que trato, pero no puedo. — mi voz tiembla y mis lagrimas comienzan a caer, no lo puedo evitar me he convertido en una niña llorona, ahora sí que nadie va a quererme.—Hey, hey, hey, ¿que son esas lagrimas? ¿Quién eres tú y donde está mi princesa?— Ya no sé quién soy, pero de algo estoy segura, ya no soy la princesa de esta familia, pronto nacerán mis hermanos, y ellos si serán príncipes. — mi llanto aumenta, porque la verdad duele, quema.— Dulce. — me limpio las lágrimas para poder verlo con atención, su voz sonó aún más profunda q
Giovanni:Verla entregada a mí, sin rastro de duda o temor me llena de goce, su vagina se humedece, en parte por mi lengua que juega con ella, y en gran medida por el placer que le estoy provocando, sus pequeñas manos toman mi cabello y su cadera cobra vida, se aprisiona en mi boca, en mi lengua y yo solo puedo beber todo de ella, ver sus pechos erguidos llamando y reclamado mi atención, me distraen por un segundo, pero no puedo dejar de saborearla, quiero verla acabar una vez más, sentir el temblor de sus piernas en mis hombros.Con la ternura que solo ella merece de mis manos, recorro con una su lateral, la suavidad de su piel no la podría comparar ni con la más delicada seda, hasta que la fin llego a uno de sus pechos, lo acuno, lo acaricio, de la misma forma que mi otra mano acaricia su clítoris, al tiempo que mi lengua se hunde en su interior, está a punto de alcanzar el cielo,
Giovanni: Mantengo la distancia del automóvil que lleva a mi primo en su maletero, la culpa está haciendo su trabajo en mi corazón, el cual late frenético al no saber si Pedro está bien, aun no puedo creer que fui tan estúpido como para dejar al demonio a su suerte, ¡diablos! sabia por mi padre y hermanas que el amor te vuelve loco, pero no sabía que también te convierte en un estúpido, no lo puedo creer, está bien que el latino es poco hablador y que rompió mi nariz cuando éramos niños, pero incluso en ese momento lo merecía, había lastimado a Dulce, y ahora si Pedro muere me odiara, pero ese no es el punto, el maldito problema es que estuve a nada de permitir que acabaran con él, mi primo, aunque no tenga mi sangre, es el único hijo de tío Felipe, Dios, ¿con que cara mirare a mis tíos si algo le sucede? solo espero que Horus maneje toda esta situación lo mejor posible, si dependiera de mi mataría a esos xenofóbicos disfrazados de policías, pero matar a tres policías en tierra de lo
Dulce se tomó su tiempo bajo la duche, su mente le hacía ver lo equivocada que había estado al ingresar en la oficina de Horus y meter su nariz en algo que era privado, como así también reconocer que lo que más le dolió no fue que la tratara de tonta, sino que le dijera la verdad, era una niña caprichosa, altanera y metiche.— La verdad duele.Se dijo al verse al espejo, reconociendo por primera vez en su vida, que ella estaba mal, ¿en verdad se creía que el mundo solo la obedecería por ser ella? ¿Qué la llevo a pensar que podría hacer lo que quisiera cuando quisiera? Eso no fue culpa de su madre, tampoco de sus padres, con asombro Dulce descubrió que solo era ella, sus hermanos tenían razón, esos diabólicos gemelos, esos que siempre le hacían frente y que no la obedecían, porque la querían y sabían que no se estaba comportando como debería, siempre quiso ser como su madre, sus abuelos y tíos la alentaron en más de una oportunidad, pero ¿Qué hacia ella para alcanzar aquel puesto? No h
Silencio, muchas cosas lo pueden provocar, una noticia, un disparo, incluso un grito, tantas cosas, y factores pueden dejarte sin palabras, como a Horus, quien no solo se mantuvo en silencio durante todo el viaje a la clínica, sino que comenzó a ver de otra forma a esa joven, ya no era una niña, no solo físicamente, ella no lucia como la joven que llego a Italia, y no era por el maquillaje, ella realmente lucia como un adulto.— Deberás tomar mi mano. — informo cuando el mayor estaciono fuera de la clínica.— ¿Quieres que simulemos ser una pareja? — Dulce dejo de ver por el cristal para girar tal cual la niña del exorcista.— ¿Qué? No, digo… Dios, me dan miedo las agujas, cuando Maciel rompió mis brazos estuve enyesada por tres meses, por lo que para hacerme análisis me pinchaban el cuello, es doloroso y por más que trataba de no ver la aguja, siempre terminaba mirando. — sus manos temblaban, y Horus le dio el beneficio de la duda a Pedro, quizás y si se ponía de esa forma solo por tr
Valentina observaba cada gesto de Felipe, como su sonrisa dejaba a la vista esas blancas perlas que tenía por dientes, bebió un poco más de café y noto la forma en la que cada dos palabras el rubio acomodaba su cabello un poco largo y ondulado tras su oreja, ocultaba algo, su mejor amigo le ocultaba algo y supo que era grave al momento que por su campo periférico vio pasar al caimán, su sicario, ese mismo que la cuidaba desde los 12 años, ese latino que ahora trataba de pasar desapercibido al vigilar o mejor dicho cuidar a su esposo, Felipe Zabet, pero para los ojos expertos de la reina de Chicago era imposible, los conocía muy bien, aun mostrando una sonrisa amistosa, Valentina se puso de pie, observando de reojo como Carlos Sandoval llevaba una mano a su espalda, estaba dispuesto a disiparle, por lo que fuera lo que le estuvieran ocultando era tan grave, como para saber que ella los mataría cuando los descubriera, su corazón vibro produciéndole dolor, era sus amigos, era el caimán y
La palabra solo salió de sus labios, pero ¿Qué significaba? ¿Quién era el traidor? ¿su madre por matar a Verónica aun sabiendo que Pedro la amaba? ¿Pedro por querer tomar venganza con la joven a la que una vez juro proteger? ¿o Dulce por guardar silencio, aun sabiendo todo? Y en ese segundo lo descubrió, la única que cometió traición, fue ella o así lo sintió, bajo la atenta mirada de todos, dejo de apuntar a su madre, para llevar el arma a su cabeza, esa arma que le había quitado a Pedro cuando la cubrió, creyendo que estaba en peligro, él no podía ser un traidor, y se lo demostró una vez más al quitar el arma de sus manos, aunque no pudo evitar que está se detonara, dejando a todos en silencio, todos viendo a Dulce y ella viendo a Pedro, el fuego en los ojos de su demonio la quemaban con un solo reclamo, uno que el latino no pudo callar.— ¡Eres una estúpida! ¡¿cómo puedes hacer eso?! — grito encolerizado, pero viéndola de los pies a la cabeza, cerciorándose que la princesa no tuvie
— Prometiste no enojarte… — murmuro en medio de un hipeo la joven, y Giovanni se removió incomodo en su lugar, quería abrazarla, deseaba consolarla, como aquel día en Italia, cuando vio sus ojos cubiertos de dolor, pero ahora tenía un deber, impedir que alguno de los reyes llegue a ella, por lo que aun en contra de su voluntad, se quedó en su lugar.— No estoy enojado contigo mi princesa, eso nunca hija, pero… ¡no puedes morir Dulce! ¡no puedes hacernos esto! — Dulce sentía cada palabra de dolor de su padre como un golpe directo a su corazón, sus piernas temblaban, su cuerpo se sacudió por el esfuerzo de no romper en sollozos y gritos allí mismo, pero Pedro la contenía, Giovanni se las ingenió para acariciar uno de sus delgados brazos y Horus, susurro un “tranquila, todo estará bien princesa”— Son tan injustos, tan egoístas. — la voz de Alma sonó tan suave y tranquilizadora, que muchos podrían pensar que por ello su apodo era el Ángel de la misericordia, aunque la verdadera razón era