Capítulo 1

*—Sebastián:

—¡Pues ve acostumbrándote, papá!

Observó cómo la puerta de la entrada de su humilde hogar era cerrada con tanta fuerza que, posiblemente, con otro golpe terminaría fuera de las bisagras que la mantenían en su sitio. Soltó un suspiro y bajó la mirada, sintiéndose impotente. Su hija se le había escapado de las manos, ya era un hecho.

«¿Cómo había dejado que esto pasara?», se preguntó a sí mismo, pero luego soltó una carcajada.

Por supuesto que sabía cómo sucedió: Estuvo demasiado ocupado trabajando y sacándole beneficios a su empresa para darle un mejor techo a su familia. Tanto así, que no prestó la debida atención. Dejó que todo esto sucediera en sus narices hasta convertirse en un personaje extra y ahora que ha logrado su cometido…

Miró hacia la puerta cerrada para recalcar lo obvio: la relación con su hija se ha tornado difícil.

Hasta hace un momento, sostuvo una acalorada discusión con su hija adolescente por varias razones: Rebeldía, falta de respeto, descuido en los estudios, incumplimiento del toque de queda, entre otras razones. Las típicas cosas que los hijos en plena adolescencia hacen, nada del otro mundo. Estas cosas vienen con la edad, m*****a sea, él mismo pasó por ello. Con lo que no contó fue que sería a ser tan difícil, ¡Ahora entendía las extensas reprimendas de sus padres!

Los recordaba quejándose de sus actitudes durante esa época y, m****a, sí que hizo de las suyas. Incluso, parte de esas decisiones del pasado, era lo que lo llevo a ser el hombre que era el día de hoy, pero también sufrió bastante por ello. Y lo que menos quiere es que su pequeña sufra, no más de lo que había sufrido a su edad.

Es cierto que no pasaba mucho tiempo en casa, pues era el dueño de una empresa de tecnología y tenía que estar constantemente con el ojo encima de esta, siempre verificando que todo estuviera marchando bien, pero eso no significa que, por ello, su hija podía estar haciendo lo que le diera en gana. Estaba bajo su responsabilidad y hasta que se convirtiera en una mujer hecha y derecha, Sebastián Edevane, iba a mantener su ojo de halcón sobre ella.

Se pasó una mano por su pelo de color del ébano, el cual estaba hecho del asco aquella mañana y después de discutir con su hija, no quería ni trabajar; sus fuerzas estaban agotadas. Se dio la vuelta y caminó hasta a la cocina para tomar otra taza con café.

Chloe Edevane, portadora de grandes virtudes y conocedora de maravillosos secretos, sobre todo «cómo gastar las energías de mi padre y, aun así, salir victoriosa del campo de batalla». Su preciada hija con tan solo quince años ya tenía un temperamento fuerte; con esa actitud decidida y personalidad extrovertida, tan terca de espíritu e imponente en aura. Lo peor era cuando se le mete algo entre ceja y ceja, le resultaba difícil hacerla cambiar de opinión.

La discusión de esta mañana se debió al deseo de Chloe de ir a la universidad…

En otro a estado…

¡Para estudiar periodismo!

Sebastián tenía estrictos problemas contra los periodistas. Esos que distorsionan la verdad y rebuscan chismes haciéndoles daño a los demás, no son más que escoria. Sabía que su hija está enfrascada en el periódico escolar y que incluso tenía un blog personal donde publicaba “noticias relevantes”, entre otras cosas, pero esperaba que esto para Chloe fuera sólo un pasatiempo, no algo del que vivir.

Si tan sólo pudiera hacerle cambiar de opinión… No, más bien: Tenia que buscar la manera para que pensara en otras carreras.

Además, esto no era la único que debía de hacer, tenía que encontrar la forma de acercarse más a Chloe, quien, para esta, Sebastián no era más que una figura paterna que la proveía de lujos y de todo lo que deseaba. Su relación se ha deteriorado con el tiempo y tenía que pensar en una forma para solucionar esto.

La cosa es: ¿Cómo podría hacerlo cuando no tuvo figuras paternas tan cercanas para aprender de ellos? No aprendió nada con sus padres que siempre estuvieron dedicados a sus trabajos. Ahora él también era un hombre de trabajo, muy enfocado el negocio y tenía que eliminar estas pequeñeces de su vida. Ya ha fallado en el pasado, y fracasar no era una palabra que considere volver a tener en su vocabulario.

Se acercó al ventanal en su cocina para ver hacia fuera, admirando el verde en el césped, observando que, afortunadamente, los arbustos pequeños y los árboles de su patio estaban cerca, creaban una especie de valla que protegía la privacidad de su hogar.

«De una u otra manera, debe de haber algo que pueda hacer», murmuró cuando tuvo la taza de café sobre los labios, permitiendo que el exquisito vaho se colara por su nariz. Antes de dar el primer sorbo del contenido de esta, se detuvo. Una idea cruzó rápidamente por su cabeza.

Dejó la taza en la encimera más cercana y sacó el teléfono de su pantalón de pijama. Vio que tenía varias llamadas perdidas y mensajes por responder, pero los ignoró. Marcó de memoria el número de su asistente, quien debía de estar enloquecido porque Sebastián no se había presentado en la oficina aún.

Su asistente tomó la llamada en el primer timbre y, antes de que este preguntara sobre su paradero, Sebastián le lanzó la orden sin desearle los buenos días:

—Consigue un investigador privado —demandó—. Que investigue cada paso, movimiento o transacción bancaria, si es posible, que vigile cada respiro que da mi hija —ladró Sebastián rápidamente, sin importarle si su asistente había escuchado bien o no la orden.

Tras colgar la llamada, hizo un gesto que poco tenía de amigable y que mucho menos podría considerarse sonrisa. Retomó su taza con calma, saboreando al fin aquel líquido reparador.

«Es un buen día», decidió cuando comprendió que las cosas están a su favor. Dulce ironía, esta pelea ha sido un excelente comienzo para arreglar la actitud rebelde de su hija. Lo primero en su plan, es que debía seguirle el rastro: ver que hace, por dónde suele moverse, con quién se encuentra para hablar y todo lo que pueda ser un útil referente a su juvenil agenda.

Después de todo, conocer la competencia es la manera de elaborar estrategias para vencerlos.

Nada iba a escapársele.

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