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Capítulo 5 — El renacimiento de la familia

El barco era imponente, jamás en su vida Isabella había visto algo así, con la boca abierta y algo temerosa, avanzó por la rampa hacia la entrada.

Ella vislumbró un poco de todo el lujo del que estaría rodeada los próximos días, era impresionante, salones gigantes, decoración ostentosa, todo brillaba y había empleados por doquier.

Al llegar al camarote, Isabella se quedó sin aliento, la habitación era igualmente impactante, casi del tamaño de su antigua casa.

Isabella caminó detallando la salita que tenía en la entrada, un closet del tamaño de una habitación modesta, una cama enorme con una TV al frente que casi ocupaba toda una pared, un baño moderno y gigantesco.

Era demasiado, todo eso era excesivo, Isabella se sintió llena de impotencia, si todo ese lujo era solo para un viaje familiar, ella no se quería ni imaginar, como eran las casas en las que vivían.

¿Esa era la vida de su familia?, esa familia que vivía a manos llenas, al mismo tiempo que ella luchaba por sobrevivir.

El joven empleado llamó la atención de Isabella, quien estaba absorta observando su camarote, le entregó la llave de su habitación, un mapa para guiarse en el crucero y una especie de panfleto.

— Aquí están todas las actividades que se harán en el crucero y con el mapa, puede llegar sin perderse… — Ella observó la lista rápidamente, había yoga, gimnasio, juegos recreativos, piscina, algunos deportes, hasta un casino y muchas cosas más. — El restaurante estará abierto casi las veinticuatro horas, también tiene servicio de bar y servicio a la habitación, desde el telefonillo que está junto a su cama puede llamar y pedir lo que guste comer… — Explicó el joven dejándola atónita. — Todas las actividades son opcionales, es decir, puede asistir si gusta o quedarse en su camarote… Por el momento, solo hay un evento al que es obligatorio asistir…

— ¿Cuál?

— La cena de esta noche… Todos los invitados, es decir, toda la familia Sinclair, deben estar en el comedor a las siete, puntuales… Allí será la bienvenida y se harán algunos anuncios.

— Entiendo, gracias. — Asintió Isabella con algo de nervios.

¿Estar en medio de esa gente? Si todos eran como esa tal Valeria, Isabella no se quería ni imaginar lo que le esperaba en ese crucero.

— Y, señorita…

— ¿Sí?

— Le recomiendo pasar por la boutique, estará abierta a partir de esta tarde, allí podrá encontrar toda la ropa que necesite para que esté acordé al viaje… — El joven le sonrió. — Para ustedes, es gratis… — Susurró al final y se dio la media vuelta para marcharse.

— Oye… — Isabella lo llamó. — ¿Cómo te llamas?

— Julián… — El chico se inclinó ligeramente como una reverencia.

— Muchas gracias, Julián. — Soltó algo aliviada, por lo menos el joven había sido amable con ella.

Poco tiempo después, el crucero zarpó, Isabella se asomó por la ventanilla sintiendo los fuertes latidos de su corazón, ya no había marcha atrás, pasarían quince días antes de que ella pudiera salir de allí.

Luego de ver por un rato como el barco se alejaba del puerto, llena de nervios, Isabella solo pudo hacer una cosa, hincarse y orar.

Tal como se lo había enseñado su madre, primero agradeció por el día de vida, por haberse salvado de los hombres que la habían acorralado, por salir ilesa de un posible accidente y por la oportunidad de hacer este viaje.

Luego, ella pidió, primero porque fuese un crucero tranquilo en el que no tuviera más problemas, pidió fortaleza y protección.

Y al final, pidió una oportunidad, para que de alguna manera, al salir de ese barco, ella no tuviera que volver al refugio de indigentes o a vivir en la calle.

*

La hora de la cena, llegó. Isabella salió de su camarote, aterrada, sus manos sudaban frío, pues no sabía que le esperaba con esa familia.

Ella entró al imponente y lujoso restaurante, lleno de mesas, lámparas colgantes de cristales y platería fina, el cual era amenizado por una pequeña orquesta en la tarima.

El recepcionista del restaurante, la recibió con una ligera sonrisa.

— Señorita Sinclair, puede tomar la mesa que guste, el restaurante es muy grande y su familia no lo ocupará a llenar… Le sugiero una mesa cerca de la tarima, desde allí se hará la bienvenida y los anuncios.

— Bien, gracias. — Musitó ella con algo de vergüenza.

A pesar de la sugerencia del recepcionista, Isabella tomó una mesa algo retirada y discreta. Era temprano, la cena no había empezado y muy pocos comensales habían llegado, todos desconocidos.

Paso un largo rato, hasta que casi llego la hora de cenar, cuando Isabella se sorprendió al notar como una persona se sentaba abruptamente a su lado.

— ¡Hola, prima! — Saludo sonriente. — Por poco y no te reconocía…

— Oh, Aiden… — Murmuró ella mirando a los alrededores, pues no quería tener que toparse con Valeria de nuevo.

— ¡Vaya que te ves hermosa! — Voceo él mirando a Isabella de arriba para abajo.

— Gracias, yo…

— ¡Wow! — Él la miró directo a los ojos. — No, de verdad, eres bellísima, lástima que eres mi prima porque… — Aiden elevó una ceja con malicia. — No me quiero ni imaginar como te verías si usarás algo de maquillaje y una ropa más acorde a tu edad.

— ¿Qué? — Isabella se miró el atuendo.

Ella usaba un simple vestido floral color verde oscuro, sin mangas, con falda de campana hasta la rodilla y con zapatillas a juego, era una ropa simple, nada ostentosa.

Claro que en la boutique había ropa mucho más hermosa y llamativa, pero eso no le interesaba a ella.

Ese fue uno de los pocos conjuntos que pudo encontrar acordé a su gusto y que le pudiera servir para una modesta vida luego de que terminase el crucero.

— Oye, Isa… — Aiden se acomodó en el asiento de a lado. — ¿Te molesta si me quedo en esta mesa contigo?

— No, pero…

— Genial, porque creo que me iría mejor si comparto mesa contigo, ya sabes… — Aiden le guiño un ojo. — En la mesa de los desterrados…

— ¿Qué? ¿Tú también fuiste desterrado de la familia? — Preguntó Isabella, atónita.

— No formalmente, pero no me la llevo con la mayoría… — Aiden señalo una mesa algo alejada, desde donde Valeria, junto a la pareja mayor, los observaban de una manera despectiva.

— Oh…

— Oye, mira… — Aiden señalo la entrada del restaurante, era casi las siete más invitados comenzaron a llegar.

Aiden se entretuvo señalando a cada personaje, explicándole a Isabella su afinidad con la familia.

Había aproximadamente treinta personas, entre ellos primos y primas lejanos, tíos y tías segundos, pero esencialmente los principales sucesores de la familia eran Albert Sinclair, el padre de Isabella, quien fue desterrado y ya había fallecido, Ricardo Sinclair, el padre de Aiden y Valeria; y Héctor Sinclair, quien también era tío de Isabella y tenía dos hijas y dos hijos.

Prácticamente, todos estaban en el salón, la cena ya estaba por empezar, cuando en la entrada principal, hicieron acto de presencia Máximo y Emily Collins, vestidos con ropa de gala, como modelos.

Todas las miradas se dirigieron a ellos, en el salón, hubo un instante de silencio, seguido de murmullos, sobre todo porque la mismísima Margaret de Sinclair, los acompañaba.

Isabella se quedó un instante con la boca abierta. ¿Eran ellos?, los que casi la habían arrollado esa misma mañana, ella miró detenidamente a Máximo, su corazón dio un sobresalto, el joven ahora lucia inclusive más atractivo bajo las tenues lámparas del restaurante, pero definitivamente, era el mismo hombre.

— ¿Ellos…? — Balbuceó Isabella a Aiden, sin poder creer lo que sus ojos veían. — ¿También son Sinclair? ¿Qué parentesco tenemos?

— No… — Murmuró Aiden ceñudo, mirando a los recién llegados. — Ellos no son Sinclair, ellos pertenecen a la familia Collins, nuestra mayor competencia.

— ¿Qué?

— Sí, es que… — Aiden se quedó pensativo. — No lo puedo creer… ¿Qué hacen aquí…? ¿Y acompañados de la abuela? — Él miró a Isabella como si ella pudiera darle una respuesta. — ¿No sé suponía que era una reunión familiar?

— Yo… Yo no lo sé… — Balbuceó ella confundida.

Isabella detalló a la mujer mayor que acompañaba a los jóvenes Collins, Margaret de Sinclair, su abuela, a quien vagamente la recordaba del funeral de su padre, pero por supuesto, ahora se veía mucho más avejentada, aunque su expresión fría le seguía dando algo de escalofríos.

Con toda la impresión de confusión, horror o rabia que se veía en la expresión de los invitados, Isabella estaba segura de que algo importante estaba pasando o mejor dicho, estaba próximo a pasar.

La cena inicio normal, dentro de lo que cabe, los deliciosos platillos fueron servidos, sin embargo, el ambiente se volvió algo sombrío.

Aun así, nadie se atrevió a acercarse a la mesa en dónde cenaban los Collins con la cabecilla de la familia Sinclair, Margaret.

Luego de que recogieran los platos del postre, los mesoneros comenzaron a repartir el champán y todos vislumbraron como la prominente señora Margaret, una mujer algo arrugada y con muchos mechones de canas, se levantó de su asiento para dirigirse al escenario.

— Buenas noches… — Comenzó la mujer con un micrófono en la mano. — Familia Sinclair, sean todos bienvenidos a esta reunión familiar… Sé que es muy extraño para todos ustedes reencontrarnos así, no habíamos hecho una reunión familiar desde… Desde la muerte de mi difunto William hace quince años…

La mujer se tomó un momento de silencio.

— Qué extraño… — Musitó Isabella en su asiento, pensativa.

— ¿Qué cosa? — Pregunto Aiden con curiosidad.

— No me había enterado de la muerte de mi abuelo, pero si fue hace quince años, debió ser cerca de la muerte de mi padre. — Respondió Isabella algo confundida.

— Debe ser una extraña coincidencia… — Asintió Aiden, cuando la voz de Margaret, desde la tarima, los interrumpió.

— Pero como ya se habrán imaginado, este viaje al que convoque, tiene una razón… Hoy comenzamos una nueva etapa en la familia y por eso estamos aquí… Antes de comenzar con los anuncios, quiero que todos levantemos nuestras copas y brindemos… — Dijo levantando la copa que llevaba en la otra mano. — Porque esta será una nueva etapa de expansión y este viaje significará el renacimiento de la familia Sinclair… ¡Salud!

— ¡Salud! — Dijeron todos al unísono, bebiendo cada quien de su copa.

— Bien… — La mujer le entregó la copa a un asistente y se acomodó en medio del escenario. — Como la principal y única cabeza de la familia Sinclair, los invite aquí porque creo que ya es momento de dejar mi poder en manos de mi siguiente sucesor… — Todos se tensaron, expectantes. — Por eso, durante los próximos quince días en este crucero, me encargaré de conocer y analizar muy bien a cada uno de mis nietos, porque escogeré a uno de ustedes y el elegido o elegida, será quien herede la cabeza de la familia Sinclair.

— ¡¿Qué?! — Se escuchó un estruendoso grito en el salón.

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