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Capítulo 4 — Usted también es una Sinclair

Isabella se quedó pasmada, al tiempo que Máximo estiraba el manojo de dinero hacia ella.

— Toma… — Resopló él.

— ¿Qué? — Isabella lo miró confundida.

— Toma, algo de dinero. — Repitió muy serio, elevando una ceja.

— No lo quiero. — Refutó ella de inmediato, retrocediendo.

Aunque Isabella sí estaba necesitada de ese dinero, después de escuchar las palabras tan despectivas de Emily, el orgullo no le permitió recibirlo, le pareció humillante.

— Señorita, recíbalo, es una compensación por el mal rato, estoy seguro de que le ayudará mucho. — Intervino el chófer con mucha modestia, inclinándose ligeramente frente a ella. — Mi jefe no la dejará irse, hasta que reciba algo por el contratiempo.

Isabella miró avergonzada a Máximo, quien seguía con la considerable paca de billetes estirada hacia ella.

¿Qué ese hombre no la dejaría irse? Pues, parecía un hombre bastante severo y autoritario.

— Bien… — Isabella tomó los billetes, bajando la mirada.

Máximo se quedó un instante paralizado, sintió algo de pena por la jovencita, él sintió momentáneamente la necesidad de decirle algo, pero no sabía que o por qué.

— Gracias. — Musitó Isabella por lo bajo al notar que Máximo seguía allí de pie, como estatua, esperando algo.

Un segundo después, Isabella se dio la media vuelta, para continuar con su camino, con el pulso acelerado por la rabia y la indignación, sintiéndose como poca cosa, tal como se lo había hecho saber Emily.

Isabella inhaló profundamente, para evitar que salieran más lágrimas, y apresuró el paso hacia su destino.

Mientras que, Máximo, regresó a su automóvil y al igual que ella, él también tenía el pulso acelerado y los sentidos algo aturdidos, pero supuso que quizás se sentía así por qué todavía seguía con la impresión del accidente.

El auto arrancó lentamente, en el fondo se escuchaba las palabras de Emily como un murmullo, Máximo estaba concentrado en la ventanilla, observando a Isabella que caminaba apresurada por la acera, la vio detenerse a un par de metros y dividir el dinero que él le había dado, entre dos ancianos indigentes que estaban sentados en la acera.

El auto avanzó y Máximo casi se torcía el cuello en un intento por seguir observándola a través de la ventanilla, vio como Isabella reanudó el paso, haciendo un pequeño gesto de dolor y después, la perdió de vista.

Se sintió mal, él sintió una opresión en el pecho, pero ella fue la terca y testaruda, bien que con ese dinero hubiera podido pagar un hospital, el tratamiento y hasta le sobraría dinero, ese fue el consuelo que él mismo se dio, no era su culpa, tampoco su problema, sino el de ella.

*

Casi en la raya, a pocos minutos para zarpar, Isabella llegó con la respiración agitada al puerto desde donde saldría el crucero, deteniéndose en una pequeña recepción que reconoció por llevar el mismo sello que el boleto que ella cargaba.

— Disculpe… — Murmuró al elegante hombre tras el mostrador. Quien apenas levantó la mirada, la vio con horror.

— Disculpe, señorita, pero aquí no ofrecemos ayudas caritativas… Por favor, retírese. — Bufó de mala gana.

— ¿Qué? No, se equivoca, no vengo para pedir una ayuda… — Intentó explicar ella, cuando el sujeto la interrumpió.

— Ah, ¿Es una nueva empleada del servicio? — El hombre la detalló de arriba para abajo. — Voy a tener que hablar con el encargado, deberían tener más cuidado con quién contratan… — Gruñó levantando la bocina de un teléfono para llamar a alguien.

— ¡No! ¡Soy una invitada! — Voceo Isabella, irritada, dejando encima de la recepción, el sobre que contenía la carta y el boleto.

El hombre se quedó perplejo ante la afirmación de la chica y muy lentamente, dejó la bocina del teléfono en su lugar, abrió aquel sobre y al revisar ambos papeles, sus ojos se abrieron de par en par.

— Bueno, voy a necesitar una identificación. — Rezongo el sujeto, incrédulo, elevando el rostro con dignidad, al tiempo que tecleaba rápido en su computadora.

Isabella sacó la dichosa identificación de su bolsillo y también la dejó sobre el tope.

¿Hasta cuándo las personas la seguirían menospreciando por su aspecto?, sopesaba con indignación recordando el accidente que había pasado hacía unos minutos atrás.

Finalmente, luego de varios minutos de espera, el recepcionista comprobó que tanto la identificación, como el boleto, eran reales, y todavía algo extrañado por el aspecto de la jovencita, se dirigió a ella.

— Bien, señorita Sinclair, ¿Podría entregarnos sus maletas? Para que el personal la lleve a su camarote. — Indicó el hombre. Isabella elevó su pequeño bolso.

— Solo tengo está y se quedará conmigo. — Contestó ella y el sorprendido hombre, asintió.

— Bien, en ese caso… La guiaremos de inmediato hasta su camarote.

El sujeto llamó a otro empleado para que la acompañara y solo alcanzaron a avanzar unos cuantos pasos cuando, de pronto, escucharon el grito de una mujer deteniéndolos.

— ¡Oye, oigan!

Isabella y el empleado voltearon y vieron a una pareja de mediana edad, y un par de jóvenes, un chico y una chica, ambos muy atractivos, todos caminaban apresurados, al tiempo que un grupo de empleados arrastraban un montón de maletas más atrás.

La chica más joven se acercó a ella, ni siquiera se tomó un momento para mirarla a la cara o preguntar.

— ¡Tú! — Estiró una pequeña maleta de mano hacia Isabella. — ¡¿Para dónde vas?! ¡Toma también mis maletas y las llevas a mi camarote, de inmediato! — Soltó chasqueando sus dedos.

— ¿Qué? — Balbuceó, Isabella, confundida.

— ¿Qué, qué, qué? — La chica se acercó a Isabella de forma intimidante. — ¿Eres tarada? ¿Acaso no sabes quién soy? ¡Apúrate mientras mi padre nos registra o esté será el último día que trabajes aquí! — Voceo al tiempo que elevó una ceja con arrogancia.

— Disculpe, señorita Valeria. — El empleado intervino, con expresión avergonzada. — Pero creo que hay un error…

— ¿Qué? — Valeria lo miró enojada.

— La señorita aquí presente… — El joven señaló a Isabella. — Es una invitada.

— ¡¿Qué?! — Gritó Valeria con horror. — No, no, no, usted debe estar equivocado, porque hasta donde yo sé, esta es una reunión familiar, nadie más que la familia Sinclair estará presente. — Soltó enojada.

— Sí, señorita, esa es la cosa, ella también es una Sinclair. — Explicó el empleado.

— ¡No puede ser! — El chico que había llegado junto a Valeria, se acercó desde la recepción, sonriendo. — ¡Mucho gusto! — Estiró su mano hacia Isabella. — Soy Aiden Sinclair.

— Isabella… Isabella Sinclair. — Isabella estiró su mano hacia él, algo insegura.

— ¡¿Qué haces?! ¡¿Cómo le tomas la mano?! ¡Mírala, es obvio que ella no es una Sinclair! — Voceo Valeria indignada, jalonando a Aiden.

— ¿No escuchaste? — Aiden miró a Valeria ceñudo. — ¡Claro que es una Sinclair! — Luego Aiden volteó hacia Isabella con curiosidad. — Espera, ¿De qué rama de la familia vienes?

— ¿Qué? — Isabella los miró confundida.

— ¿Qué de quién eres hija? — Insistió Aiden a Isabella.

— Mi padre… Mi padre es Albert Sinclair. — Tartamudeo algo incómoda con la cercanía de Aiden, que la detallaba atentamente.

— ¡No puede ser! ¡¿Eres la hija del tío Albert?! ¡¿El que desheredaron y desterraron?! ¡Soy su fan! — Aiden abrazó a Isabella, haciéndola poner más nerviosa. — ¡Somos primos, Isa!

— ¡Suéltala, Aiden! — Chilló Valeria, empujando a Aiden, para acercarse a Isabella con prepotencia. — ¿Así que tú eres la desheredada de la familia? — La miró de arriba para abajo. — No sé qué haces aquí, tú y tu familia ya no pertenecen a los Sinclair… ¡Eres una vergüenza! ¡Qué vergüenza que me llamen tu familia! — Bufó enojada.

— ¡Ya basta, Valeria! — Aiden se metió en medio.

— ¡Oigan! — Se escuchó una voz al fondo, todos voltearon, era el hombre de mediana edad, se acercaba tomado de la mano de una mujer, el mismo que había llegado junto a los jóvenes. — ¡¿Qué hacen?! ¡Ya estamos registrados, vámonos! — Vociferó con autoridad.

La pareja pasó a un lado de ellos, Isabella notó como el hombre mayor, la miró con recelo y como Aiden también le lanzó una mala cara.

— Buscaré mi camarote… — Gruñó de mala gana. — ¡Adiós, Isa! Te veo luego… — Aiden le guiñó un ojo a Isabella y siguió su camino.

— No sé quién tuvo la estúpida idea de invitarte a esta reunión, pero no creas que por estar aquí, ya eres uno de nosotros, disfruta mientras puedas, porque cuando el crucero termine, regresarás al agujero de ratas de dónde saliste. — Susurró Valeria con una mirada llena de prepotencia, para luego pasar, por un lado, de Isabella chocándola.

Isabella se quedó estática, ya no sabía si había sido una buena idea haber asistido a esa reunión familiar, pero de solo imaginar el tener que volver al refugio, un escalofrío le recorrió el cuerpo.

¡No! Era imposible, ella no podía volver porque sabía lo que esperaba allá, era preferible vivir en la calle.

— ¿Señorita? — La llamó el empleado que la acompañaba hacia el camarote, haciéndola reaccionar con un sobresalto. — No se preocupe, según entendí, usted también es una Sinclair, así que disfrute, saqué algo de esta familia, arréglese, vístase bien, coma bastante y diviértase… — El muchacho le sonrió con calidez, logrando que Isabella calmara un poco sus nervios.

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