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Capítulo 3 — Sus ojos… Son hermosos

Máximo estaba furioso, no solo por las órdenes inconcebibles que le había dado su padre, sino que, además, lo había enviado a un absurdo viaje junto a una familia que toda la vida había sido su mayor competencia, los Sinclair.

Pero las cosas no se quedarían así, si el grandioso Maximiliano Collins, su padre, pensaba que podía amenazarlo como si fuera un crío, estaba muy equivocado, pues pronto, Máximo se libraría de su autoridad.

¿Qué lo dejaría sin herencia? ¿Qué lo desterraría de la familia? Eso ya no le importaría a Máximo, pues él tenía un plan, ya tenía hecha sus propias inversiones en el extranjero, nadie lo sabía, pero el muchacho ya estaba haciendo su pequeña fortuna particular.

Dentro de poco tiempo, unos cinco años, quizás, cuando sus inversiones dieran frutos reales, que lo haría, Máximo se levantaría en contra de su padre y le diría sus cuatro verdades, sin embargo, mientras tanto, no le tocaba otro remedio que seguir con las órdenes de la mayor autoridad de la familia Collins, su padre, aunque eso lo llenaba de coraje.

Máximo era joven, con apenas veinticinco años había demostrado ser una eminencia en los negocios, así que tenía tiempo más que suficiente para esperar que su plan saliera bien, además el chico tenía la completa seguridad en que todo le saldría tal como lo había planeado.

— Ese no es mi problema… — Gruñó Máximo al teléfono.

Él expulsaba su rabia contra uno de los gerentes de sus empresas extranjeras, quien, además, se había convertido en muy poco tiempo en su mejor amigo.

Un instante después, al darse cuenta de que estaba pagando su frustración con quien no debía, Máximo emitió un largo suspiro, intentando tomar un tono diplomático.

— Diego, acepté que hicieras ese viaje solo porque eres uno de mis mejores gerentes, pero te quiero de vuelta ya mismo, hoy salgo de viaje y necesito que te encargues de todo en el extranjero… Si tanto te preocupa la muchacha, contrata a un investigador privado, para que se encargue de encontrarla. — Ordenó Máximo.

— Claro… — Le respondió Diego al otro lado de la línea. — Eso haré, no te preocupes, hoy tomaré mi vuelo.

— Bien.

Máximo colgó, lanzando el teléfono en el asiento con hastío, por lo menos había dejado eso arreglado, pues él confiaba en Diego, quien había demostrado ser un hombre más que capacitado.

Luego de un segundo de silencio, se reanudó el incontable palabrerío de su hermana, Emily, quien solo esperaba que su hermano terminase con su importante llamada.

— ¿Puedes creerlo, Max? ¡Qué emoción! No me canso de pensarlo… Jamás pensé que hubiera una posibilidad de que yo heredase la cabeza de la familia, siempre estuve resignada a qué serías tú… — Murmuraba ella emocionada. — Claro, igual me alegraré si eres tú el escogido y heredas, pero el solo pensar que tengo la posibilidad… ¡Vaya! Parece que papá ha cambiado y ya no tiene esos estúpidos prejuicios machistas…

Ella seguía parloteando, cuando en cuestión de segundos, Máximo vio una figura que apareció de la nada, atravesándose en medio del camino.

Las llantas del automóvil emitieron un fuerte chirrido, Máximo se sostuvo del espaldar del asiento del chófer y antes de que pudiera hacer algo, vio como su hermana estampó su rostro en el espaldar del copiloto.

Se sintió un ligero golpe, el pulso de Máximo se aceleró de inmediato, ¿Qué había sucedido? ¿Qué había hecho?

En medio de su aturdimiento, escuchó a su hermana quejarse de un dolor en la nariz, pero al detallarla, notó que solo la tenía algo roja, nada de que preocuparse, sin embargo, ¿Qué había pasado con la persona que se había atravesado en su camino?

— ¿Señor, señorita, están bien? — El chófer volteó hacia ellos.

— Sí, ¿Qué sucedió? — Preguntó Máximo confundido.

— Una chica… Ella se atravesó en el camino… Esperen aquí.

El chófer se bajó de su asiento, por la ventanilla se notaban algunas personas mirando lo sucedido, se escuchaban voces afuera, parecía que el chófer hablaba con alguien, entonces, ignorando las quejas de su hermana, Máximo se bajó de auto.

*

Luego del terrible susto que había pasado en el refugio, Isabella no había hecho otra cosa más que correr, ella tenía el corazón acelerado, los ojos llenos de lágrimas y aunque estaba exhausta, la descarga de adrenalina, no le permitía detenerse, hasta que escuchó el sonido de un chirrido de llantas y ella se detuvo.

Ella solo tuvo tiempo para cerrar sus ojos y apretar la maleta y el sobre que llevaba en las manos, cuando sintió el golpe.

Fue doloroso, obviamente.

Ella emitió un quejido instantáneamente al sentir el impacto, pero un segundo después, al abrir los ojos, con el pulso a millón, Isabella se dio cuenta de que seguía viva y de pie, sin más que un calambre en su cadera y pierna.

El auto la había golpeado, pero no con tanta fuerza, pues afortunadamente había frenado a tiempo.

En medio del ligero dolor, la joven intentó girarse para continuar con su correteo, todavía asustada y apresurada por llegar al crucero al que había sido invitada, cuando escuchó la puerta del auto abrirse y luego a un hombre llamarla.

— ¡Hey, muchacha!

— ¿Qué? — Ella volteó confundida.

— Espera… — Un hombre de mediana edad, vestido con un traje oscuro, se acercó a ella. — Te golpeé, ¿Te duele? ¿Te sientes mal?

— No… No, estoy bien. — Balbuceó algo insegura.

Ella escuchaba al hombre que le hablaba a tan solo unos pasos, cuando notó que alguien más se bajaba del auto, otro hombre, alto, elegante y muy guapo.

Isabella sintió un anormal sobresalto en el pecho, apenas lo vio, pues nunca antes había visto un chico tan atractivo.

*

Máximo se asomó, curioso por saber qué había pasado, a quién habían golpeado, cuando vio que al frente del auto estaba una joven temblorosa, algo sucia y con ropa bastante desaliñada. Lleno de curiosidad, Máximo se acercó.

— Debes ir a un hospital… — Escuchó al chófer.

— No, no, yo… Yo estoy bien. — Contestó la suave voz de la jovencita.

— ¿Qué pasó? — Preguntó Máximo, interviniendo.

— Señor, disculpe… — El chófer se inclinó ante él. — Creo que golpeé a la chica y le insisto en que vaya a un hospital, pero ella no quiere escucharme.

— Oye… ¿Cómo te llamas?— Máximo se dirigió a la chica con un tono severo.

— Isabella… — Musitó ella, retrocediendo ligeramente.

— ¿Si te golpeó? ¿Te sientes bien? — Preguntó Máximo arrugando el entrecejo, parecía bastante enojado.

Isabella levantó el rostro hacia él y sus ojos se encontraron por un breve instante.

Ella tenía el rostro un poco sucio y los ojos algo enrojecidos, aun así, un fugaz pensamiento pasó por la mente de Máximo, «Sus ojos… Son hermosos»

— No… Quiero decir, apenas me rozo, pero estoy bien… — Murmuró Isabella, arrugando el ceño, pues ella no podía evitar pensar que, aunque ellos la golpearon, parecían más enojados que realmente preocupados por ella.

— ¿Estás segura? — Insistió él, con un tono autoritario. Isabella solo asintió, apretando la maleta y el sobre en su mano.

Máximo se quedó mirándola fijamente, manteniéndose serio, sin poder ignorar la fragilidad de la jovencita, y como su cuerpo temblaba, él no entendía por qué, pero esa chica le preocupaba, a pesar de que ella no era nadie para él.

Pero un extraño instinto, que no había sentido antes, le decía que ella necesitaba ser cuidada y él estuvo a punto de dar un paso al frente, para insistirle y llevarla a un hospital, aunque sea por la fuerza, cuando una voz chillona llamó la atención de todos.

— ¡Max! ¡¿Qué haces?! ¡Vamos a llegar tarde! — Voceaba Emily al tiempo que se bajaba del asiento trasero del auto. Al notar a la jovencita parada frente al automóvil y como las personas a su alrededor los miraban, se puso colorada de la indignación y caminó hacia su hermano. — ¿Qué haces hablando con esta gentuza? ¿No ves que no es más que una indigente, una callejera? ¿Y tú aquí, hablando con ella? ¡Qué vergüenza! — Murmuró por lo bajo, aunque el chófer e Isabella la escucharon muy bien.

— Creo que la arrollamos… — Gruñó Máximo.

— ¿Y eso qué? Yo la veo muy bien… — Emily miró a Isabella de arriba para abajo, despectiva. — Está entera, ¿No? Y no le veo nada de sangre, seguro que sucia ya estaba ¡UFF, qué asco! Solo dale algo de dinero y ya, vámonos… Si no llegamos a tiempo, papá nos mata. — Se giró y caminó de regreso a su asiento.

Máximo volteó los ojos con disgusto, su hermana podía ser muy dramática, pero también recordó las palabras y amenazas de su padre, lo que hizo despertar nuevamente su mal genio.

Era cierto, él tenía un importante viaje que hacer y no podía seguir perdiendo el tiempo con una desconocida que, por lo visto, estaba bien.

Así que, sin más rodeos, simplemente sacó de un bolsillo su billetera y extrajo de su interior una buena cantidad de dinero, que ofreció a Isabella.

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