La Descarada del CEO
La Descarada del CEO
Por: Paula Da Rocha
Prefacio

-Papá te va a matar, Nerea.-advirtió Iago, que a sus catorce años ya actuaba como si fuera el hombre de la casa. Sobre todo, cuando se trataba de ser sobreprotector con la joya de la familia, su hermanita dos años menor que él.-Al final tendré que contarle lo que hiciste. Como varón de esta familia debo protegerte, aunque sea de ti misma.

-¡Cállate estúpido!-demandó Nerea mirándose delante del espejo con un pesado collar de oro en el cuello, admirando el amuleto, una rueda hecha de oro con varios rubíes que representaba el viaje para el pueblo gitano.-Papá no tiene por qué saber que tengo el collar que perteneció a la abuela.

-No seas tonta Nerea, papá lo sabe todo. Sabe cuando hacemos cosas malas incluso antes de que las hagamos.-respondió Iago poniendo los ojos en blanco.-Ahora lárgate de mi habitación, quiero dormir.

Nerea se giró para verlo y se llevó las manos a la cintura.

-¡Mentira!-replicó.-Tú solo quieres quedarte solo para ver videos de mujeres desnudas. Eres un degenerado.

-¡Y tú ladrona! -respondió su hermano y ambos se sacaron la lengua con un gesto infantil, justo cuando escucharon pasos en el pasillo.-¿A dónde vas?-preguntó Iago al ver como su hermana salía por la puerta trasera que daba al jardín.

-No me van a quitar lo que es mío.-contestó Nerea con vehemencia sujetando el pesado collar.-Y que ni se te ocurra decirle nada a mamá, porque te arranco esa colita y se la daré de comer a los perros de la tía Yasmina.

Iago hizo una mueca y puso los ojos en blanco.

-Niña loca, algún día nos meterás en serios problemas con el clan.-resopló Iago y se preparó para hacerse el dormido.

Nerea corrió por el jardín en mitad de la noche, y se detuvo unos minutos para ver las olas del mar. Extrañaba su casa en Madrid, pero aquella temporada en Cádiz había sido especial tanto para la niña como para su familia. Un verano que no podría olvidar, al igual que los momentos en familia que había guardado en su corazón

-¡Nerea!

La niña se sobresaltó al escuchar como su madre llamaba por ella y corrió más rápido buscando un lugar donde enterrar el amuleto que perteneció a su abuela materna. Entonces vio la estatua de un ángel con las alas cortadas y supo que era el lugar indicado.

La niña sonrió sintiendo que su tesoro estaba a salvo y se limpió las manos a toda prisa cuando escuchó que su madre se acercaba.

-¡Nerea Salazar!-exclamó su madre llevándose las manos a la cintura.

Nerea se levantó y se dio la vuelta despacio encontrándose con la mirada seria de su madre. Aquellos ojos verdes que dejaban a cientos de hombres hipnotizados, sus largos cabellos azabache que brillaban incluso de noche y aquellos aretes de oro que siempre llevaba puestos por ser un regalo de su marido.

-¡Zafira Salazar!-rebatió la niña contoneándose y levantando la cabeza con seriedad.-Es muy tarde para que esté fuera de casa. Como buena gitana...¡Ah!-gritó la niña cuando su madre tiró de su oreja.

-No vuelvas a llamarme por mi nombre señorita, y menos cuando sabes porque te ando buscando.-la regañó su madre y tiró de ella hasta la casa.

-¡Ah mamá me estás haciendo daño! -protestó Nerea y su madre la soltó mirando dentro de aquellos ojos que eran idénticos a los suyos.

-¿Qué te he dicho sobre robar?-preguntó su madre furiosa y Nerea frunció el ceño.

-Yo no he robado nada, nada mamá. Y no pienso hacer más declaraciones para demostrar mi inocencia. Doy por cerrado este caso.-respondió Nerea ofendida y su madre se puso a la altura de sus ojos.

-Lo que tienes en común con tu padre, es que cuando mientes lo haces tan bien que cuesta creer que se trate de una mentira.-dijo Zafira y Nerea se pavoneó.

-Supongo que eso hace de mí una verdadera Salazar.

Zafira negó con la cabeza pidiendo paciencia a Dios para lidiar con el carácter de su hija y la arrastró hasta el salón donde su marido analizaba unas piedras brillantes que había sobre la mesa del comedor.

-Tu padre hablará contigo y te enseñará los verdaderos valores de esta familia. -avisó Zafira mirando a su marido de reojo y lo vio esbozar aquella sonrisa que la volvía loca.-O por lo menos es lo que espero del hombre de esta casa.-advirtió y Alberto invitó a su hija a sentarse en su regazo. Entonces Zafira dejó solos padre e hija.

-¿Qué son esas piedrecillas?-preguntó Nerea con interés y su padre apartó uno de sus mechones oscuros de su rostro para mirarla bien.

-Diamantes, digamos que forman parte del último pago que recibí y que servirán para darnos la vida que nos merecemos sin que papá vuelva a meterse en problemas.-contó Alberto con ilusión.-¿Te gustan?-preguntó y ella asintió.-¿Si te regalo uno de esos diamantes devolverás el amuleto que robaste de la casa de tu abuelo?

-Yo no robé nada.-insistió Nerea en su defensa y su padre sonrió. -Ese viejo cascarrabias miente. El amuleto de la abuela es mío por derecho. Ella me lo prometió, así que no es un robo. Solo ha sido un reclamo de mi parte de la herencia.

-Tu abuelo no lo ve de esa manera, y no lo llames “viejos cascarrabias”, sabes que no lo soporta.-reprochó Alberto y ella se giró para mirarlo.

-Ese viejo nos odia papá. He visto como me mira a mí y a mi hermano.-dijo Nerea molesta y vio como su padre bajaba la cabeza.-Nos desprecia porque somos tus hijos. Te odia a ti y nos odia a nosotros porque para ellos manchamos su sangre.

-No puedo culparlo, a mí tampoco me haría gracia que viniera un loco y se robara a mi hija.-opinó Alberto y Nerea se cruzó de brazos todavía más enojada.-Sé que el abuelo es duro contigo y con tu hermano. Que nos os trata como trata a sus otros nietos, pero eso no te da derecho a robar en su casa. -la regañó levantando su barbilla para mirarlo. -¿Qué te he dicho tantas veces?

-Si vas a hacer algo malo asegúrate de que no te pillen.-repitió Nerea y su padre le dejó un beso en la punta de nariz riéndose.

-No, te he dicho que no debes robar en tu propia casa. -la corrigió Alberto y Nerea giró los ojos.

-Las puertas de su casa están cerradas para mí, así que no es mi casa.-refutó Nerea y bajó la cabeza con tristeza.-La abuela sí me quería y era su deseo que tuviera ese amuleto papá. Es parte de mí, ella lo dijo.-declaró y luego miró a su padre intrigada.-¿Él sigue aquí en Cádiz, el abuelo digo?-preguntó con interés jugando con uno de los diamantes y su padre asintió.

-Se irá mañana al amanecer y espera regresar a casa con el amuleto de la abuela.-informó Alberto y la hizo mirarlo otra vez.-Tienes algo muy especial ahí adentro mi amor, pero no puedes utilizarlo. No quiero que seas como yo.-dijo y ella entendió lo que quería decir.

-¿Por ser como eres es que no podemos regresar a Madrid?-preguntó y lo vio bajar la mirada.-¿Te has metido en problemas, papá?

-Mi mundo no es un lugar bonito Nerea, es un lugar donde debemos elegir bien en quien confiar y yo elegí mal cariño, muy mal.-explicó Alberto, pero Nerea no lo entendía y él pasó la mano por los cabellos largos de su princesa que miraba fijamente una navaja con las iniciales de su padre que estaba cerca de los diamantes.-Cuando tu madre me dijo que nos había llegado una bendición...que tu hermano venía en camino, hice todo lo que pude para construir un castillo; un reino perfecto para mi reina y nuestros príncipes. No puedo seguir mi naturaleza Nerea, no puedo volver a hacerlo y no puedo permitir que tú lo hagas.

-No lo entiendo papá.-siseó Nerea confundida y Alberto besó la frente de su hija.

-Toma.-le entregó uno de los diamantes a su hija que tomó aquella pequeña piedra sin entender su valor.-Espero que sea suficiente para sustituir el amuleto de la abuela.

-Prefiero tener dos amuletos.-respondió Nerea con una sonrisa traviesa y se despidió de su padre.

Alberto vio a su hija levantarse y dirigirse al pasillo, pero antes de irse a la cama Nerea sintió la necesidad de verlo una vez más.

-Papá.-lo llamó y Alberto soltó los diamantes para mirarla.-No importa cual sea nuestra naturaleza, si es buena o mala. Yo solo sé que te quiero con todo mi corazón y mi mayor amuleto eres tú.

Alberto sonrió, se levantó y caminó hasta su niña para recibirla en sus brazos.

-Recuerda que tú eres mi más valioso tesoro. Eres fuerte, eres lista y eres magnífica, por eso no podría estar más orgulloso de ti. Así que por favor entiende que no tienes que demostrarle nada a nadie. Nerea Salazar conoce su valor y su lugar es el lugar que ella elija, no en el que creen que debas estar. No importa si soy yo, mamá o el abuelo. Tú eres la única que puedes decidir lo que vales.

Nerea le dio las buenas noches a su padre y se fue a la habitación que estaba compartiendo con su hermano en aquel verano que sería inolvidable para ellos, en el cual descubrirían muy pronto que del amor puede llegar a nacer el peor de los sentimientos...el odio.

La niña daba vueltas en la cama mirando aquel diamante, pensando en las palabras de su padre. Eso la impedía dormir.

Nerea saltó de la cama con aquel diamante en la cama y decidió bajar al comedor, donde sabía que su padre seguiría analizando los diamantes y entregarle el amuleto para evitar conflictos familiares, pero mientras se acercaba al comedor en la oscuridad, escuchó unas voces. Una era la de su padre y la otra parecía ser de otro hombre...posiblemente más joven.

-¡Esto lo has provocado tú...es tu culpa y yo pagaré tus platos rotos! -fue lo último que Nerea escuchó decir a su padre y corrió al comedor a toda prisa al escucharlo gritar.

-¡Papá!-exclamó corriendo hacia su padre, pero se paró en seco cuando vio la sombra de un hombre de pie en la puerta que daba a la playa.

Nerea no pudo verlo, solo que era muy alto, muy fuerte y que llevaba puesto lo que parecía ser un traje, de esos muy elegantes. También notó que parecía nervioso y listo para huir.

-¿Papá?-murmuró la niña llamando la atención de aquel hombre misterioso, pero toda su atención fue a su padre que estaba tirado en el suelo.-¡¡¡Papá!!-gritó desesperada al encontrar a su padre en el suelo del comedor llevándose la mano al cuello, de donde le brotaba abundantemente la sangre. -¡Papá!

-Ne...Ne...Nerea...-balbuceó Alberto ahogándose en su propia sangre con una herida de arma blanca en la garganta.

-¡¿Papá qué hago…qué hago?!-preguntó desesperada sin saber cómo ayudarlo.-¡¡Papá!!-Nerea sujetaba la cabeza de su padre sobre sus piernas empapándose en su sangre. -¡¡¡Mamá...mamá!!!

Nerea intentaba ayudar a su padre como podía, intentaba cubrirle la herida, pero había mucha sangre...él se estaba muriendo y ella no podía hacer nada más que asistir como Alberto Salazar pasaba los momentos más horribles y agonizantes de su vida en los brazos de su niña.

-Te quiero papá…te quiero...

Nerea se quedó en estado de shock. No podía hablar o moverse, ella solo miraba el cuerpo sin vida de su padre. Sus ojos abiertos que la miraban con tanto desespero, dolor y pena. Estaba tan paralizada que no pudo ver como las velas que había terminado tiradas debido a una pelea quemaban las cortinas; como las llamas comenzaban a recorrer la casa de un lado a otro y no reaccionó ni siquiera cuando su madre, a gritos, sacaba a ella y a su hermano a toda prisa de la propiedad que pertenecía a los Salazar.

Arrodillada en la arena de la playa Nerea vio como la casa blanca era consumida por el fuego y lo único que sacó de su triste estado fue escuchar el motor de unos autos que aparecían en la carretera y a su madre que tocó su rostro bañado en lágrimas con cariño.

Nerea no escuchó exactamente lo que dijo su madre, no era capaz de hacerlo. Pero sintió como le dejó un beso en la cabeza al igual que a su hermano Iago. Lo único que alcanzó a escuchar a su madre decir fueron unas palabras que le dedicó a su hermano.

-Iago, ahora tú eres el hombre de esta familia. Carga el apellido de tu padre con orgullo y que nadie olvide que eres un Salazar, tu apellido es tu legado...es vuestro legado.

Nerea estaba paralizada, con las rodillas enterradas en la arena cuando vio a su madre caminar hasta las llamas. Escuchó los gritos desesperados de su hermano intentando impedir a su madre morir con el hombre de su vida...con su gran amor, porque ella no podía vivir sin él.

Para cuando Ramiro Cortés, el abuelo de los niños, llegó a la casa de la playa su hija...la niña de sus ojos se había lanzado a las llamas acabando con su vida para seguir a su marido, para seguir a su hombre al infierno. Y si algún día Ramiro llegó a odiar a Alberto Salazar, nada se comparaba al odio que le tenía en ese momento y lo maldijo mil veces.

Ramiro y sus hijos mayores estaban como locos. Habían viajado a Cádiz para convencer a Zafira de volver con su clan, pero los pecados de Alberto llegaron primero al igual que su verdugo. La sombra del hombre que Nerea jamás olvidaría y que la perseguiría en todas sus pesadillas y menos cuando por su culpa ella lo había perdido todo.

-¿Qué hacemos papá?-preguntó Yasmina Cortés, la hermana mayor de Zafira.-¿Llamamos a la policía?

-¿Llamar a la policía?-repitió Ramiro cegado por la rabia y la impotencia de haber perdido a su adorada hija...de haber llegado demasiado tarde para salvarla.-Alberto era el ladrón más conocido de Europa. Lo que ocurrió aquí fue resultado de la vida que llevaba. No podemos simplemente llamar la policía sin saber porque lo mataron o lo que esconderá.-escupió al suelo y miró las llamas.- Y tiene merecido quemarse en el fuego del infierno por arrastrar a mi hija con él.

-Papá lo niños. -siseó Yasmina y Ramiro miró a los hijos de Zafira. Iago abrazaba a su hermana y ambos lloraban. -¿Papá qué haces? -preguntó al ver el semblante de su padre oscurecerse mientras caminaba hasta ellos.

-¡Deja de llorar! -exclamó Ramiro golpeando a Iago en la cara y lo apartó de su hermana, que seguía en estado de shock.-¡Ahora eres el hombre de tu casa y no puedes seguir llorando como un bebé sin su madre! Tu niñez termina aquí.-soltó el hombre tomando a su nieto del cuello e hizo una mueca mirando el rostro de Iago, pero habló dirigiéndose a su hija Yasmina. -Tenemos que esconder a sus hijos, pero no los quiero en mi casa. Sería como tener a Alberto caminando por ella, su hijo es idéntico a él.

-Yo me los quedaré. -se ofreció Yasmina con decisión.-Soy la única que no está casada. Me he dedicado a estar a tu lado, pero no me necesitas y lo sabemos. Me quedaré con mis sobrinos y cuidaré de ellos como si fueran míos.

-No formarán parte de mi familia ni de nuestro clan, aunque sean tuyos.-añadió Ramiro y su hija lo miró con tristeza.-Llevarán el apellido, pero debes encargarte de que entiendan su lugar.

Yasmina aceptó obedecer a su padre con tal de proteger a sus sobrinos, pero sabía que Ramiro estaba destrozado por dentro. Ella lo podía ver en sus ojos. Así que subió a los ojos en una de las camionetas de sus hermanos. Se acercó a su padre y habló muy bajito.

-Nos vamos papá, así podrás dejar salir todo lo que llevas ahí dentro. Era tu hija, llora por ella...llora todo lo que haga falta.

Yasmina dejó a su padre solo. Esperando que alguien viera las llamas y avisará a los bomberos, aunque seguramente tardaría pues no habían vecinos cerca.

Desde el asiento trasero de una de las camionetas, Nerea e Iago vieron como su abuelo caía de rodillas llorando por Zafira mientras que las llamas se elevaban al cielo.

Nerea sintió la mano de su hermano sobre la suya y ella lo miró con la vista empañada.

-¿Qué fue lo que viste?-preguntó Iago con la voz quebrada.

-Vi a una sombra...la sombra que nos quitó a papá.

-No era una sombra Nerea, era un hombre de carne y hueso. -respondió Iago enseñadole a su hermana algo que encontró cerca de su cuerpo antes de tener que abandonar la casa. Un collar de oro con las iniciales “D.H”.-Es el hombre que acabó con la vida de nuestro padre, y te prometo que vamos a encontrarlo. -habló con mucho dolor y Nerea apretó su mano cargando el mismo sentimiento que al igual que el fuego consumió sus almas inocentes.-No voy a parar hasta poner su cabeza en tus manos.-Iago abrazó a su hermana que se rompió a llorar recordando aquella sombra.-Vamos a cuidarnos el uno del otro y estaremos juntos para todo.

-Para vengarnos, debemos estar juntos para vengarnos de nuestro enemigo. Sea él quien sea, lo encontraremos y lo cazaremos.

Aquella noche Nerea descubrió el significado de la venganza, del odio, del resentimiento y probó por primera vez la sed de sangre, pero aquel hombre misterioso llegaría a despertar mucho más en ella algún día.

El amor podría ser la cura de su dolor o simplemente un detonante que terminaría de destruirlo todo...incluso a ella misma.

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