Pedro tampoco se molestó. Aún había tiempo para resolver cualquier cosa, él haría todo lo que estuviera en sus manos para que ella se acostumbrara poco a poco a su presencia.Alejandro los llevó adentro. Allí, se encontraban doce hombres que colgaban en el aire, llevaban así casi queun día entero. Desde que los habían traído, Alejandro y los suyos no habían dicho ni una sola palabra. Todo era incierto. Y era preciso esa incertidumbre lo que hacía todo aún más aterrador.— ¡Eres tú! — Al fin, el líder del grupo reaccionó al ver a Lucía.Una sonrisa se dibujó en los labios de Lucía, pero era una sonrisa que hizo estremecer al corpulento hombre que colgaba en el aire.Esto era demasiado aterrador. Ni siquiera atacándola con varios vehículos a la vez pudieron con ella. Parecía un verdadero demonio salido del infierno, sin miedo alguno a la muerte. Y era precisamente esa falta de temor lo que hacía que todas sus acciones fueran tan intimidantes.— ¿Van a hablar por su cuenta o tendré que ha
Al oír lo que dijo Alejandro, el hombre arrodillado en el suelo aterrorizado se inclinó ante Lucía.— ¡Señorita Ríos, me equivoqué! ¡De verdad reconozco mi grave error, por favor, déjeme ir!— ¡De verdad nos arrepentimos, nunca más volveremos a hacerlo!— ¡Esto es Puerto Río, no la frontera, no así como así a hacer lo que se le de la gana con la vida de otros!— ¡Señorita Ríos, mejor entréguenos a la policía!Ahora preferían mejor ser encarcelados por la policía.— Matar a unos cuantos no es gran cosa. Los matamos y nos volvemos a la frontera y ya está — dijo Alejandro sin darle importancia alguna. Quienes se atrevieran a tocar a su Lucía debían pagarlo con su vida propia.— Lucía, no te preocupes por eso. Yo me encargo y luego regreso a la frontera.— Entrega a esta gente a la policía, Alejandro. Recuerda, somos personas decentes, deja de hablar de matar — ordenó Lucía, dándose la vuelta para marcharse.— Espera un poco— intervino Pedro, que había estado observándola con detenimiento
Cuando Pedro quería hacer algo, se las arreglaba para lograrlo sin importar el tipo de obstáculo se le presentara en el camino. Quería cenar con Lucía y, si ella no aceptaba, él le seguiría insistiendo hasta que lograra su objetivo. Así que Lucía, para evitar cualquier futura molestia, terminó aceptando.Fueron a un famoso restaurante en Puerto Río. El gerente los atendió personalmente.Pedro le apartó la silla a Lucía y esperó a que ella se sentara antes de tomar asiento frente a ella. En ese momento, sonó el celular de Lucía.— Lucía, ¿dónde estás? Voy para allá, cenemos juntas esta noche.— Está bien, te envío la ubicación.Lucía colgó y envió la ubicación de inmediato.— Mi amiga viene en camino. Señor Castillo, espero que no le moleste — comentó Lucía de manera casual. Si tenía algún problema con eso, él podía irse.Pedro le sirvió una copa de vino tinto y sonrió con agrado:— Si es tu amiga, también es mi amiga.Lucía no respondió ni una sola palabra. La vista del río a través d
Mariana no pudo evitar que su mente vagara hacia la imagen de Pedro. Recordó por un instante su físico impresionante, esos músculos chocolatosos bien definidos y esa nuez de Adán que parecía invitar a la lujuria. Aunque en su trabajo estaba rodeada de hombres atractivos, tenía que reconocer que Pedro definitivamente estaba en otra liga.Con una sonrisa traviesa, se volteó hacia su amiga:—Oye, Lucía, ya no eres una niña. A tus 20 años, ¿no crees que ya es hora de probar un bocadito? Bueno, si fuera con alguien como él... creo que realmente valdría la pena salirse un poco de la dieta.Mientras las amigas cuchicheaban alegres, Pedro no las interrumpió, mostrando su discreción.Pidió al gerente que sirviera la comida. El gerente había seleccionado los mejores platos típicos de Puerto Río. Al ver tanta comida deliciosa, Mariana no pudo evitar pasar saliva-.—Vamos a comer—dijo Lucía pasándole un tenedor a Mariana, quien era una glotona sin resistencia alguna a la buena comida.Mariana tomó
—Lucía, ¿viniste aquí esperándome a propósito? —preguntó Sergio, ignorando por completo la conversación entre Mariana y Alicia, y mirando intensamente a Lucía.Lucía no podía creerlo. ¿De dónde sacaba Sergio tanta confianza?—Sergio...—Alicia se aferró más de cerca a él.Ella era su prometida, ¿cómo podía no dejar de mirar a esa miserable zorra de la Lucía?—Lucía, si te portas bien, puedo hablar con tu padre para que te quedes en Puerto Río.—La vida en la frontera debe ser muy dura, ¿no es así? Si me lo pides, te ayudaré.Se casaría con Alicia, pero si Lucía aún quería estar con él, le daría una oportunidad.—¡Sergio! —exclamó Alicia, incrédula. ¿Cómo se atrevía ayudar a Lucía?—Tranquila, me casaré contigo. Eso no cambiará en lo absoluto.¿No era normal que tuviera algunas mujeres afuera? Lucía no pudo evitar reírse. Sergio seguía siendo tan presumido como siempre.Sergio frunció muy furioso el ceño.—¿De qué te ríes? ¿Qué futuro tienes con este tipo de dudosa procedencia?Había man
A Sergio nunca le había caído bien ese tipo, y verlo intervenir ahora lo molestó aún más.— Lucía, ya te he dicho todo lo que tenía que decir. Si sigues enredándote con tipos de dudosa reputación, nadie podrá salvarte.— ¿Dudosa reputación? ¿A quién le estás llamando de esa manera? — Pedro miró fijamente a Sergio, a quien ya le tenía antipatía desde hace tiempo.— A quien le quede el saco, que se lo ponga — respondió Sergio, sosteniendo con firmeza la mirada de Pedro.Pedro sonrió, pero era una sonrisa que helaba la sangre.— Entonces no necesito ser amable.Dicho esto, Pedro le propinó un puñetazo en la cara a Sergio.— ¡Ah! — Alicia saltó asustada, apartándose instintivamente.Sergio no esperaba que este hombre pasara directo a la acción, especialmente en un restaurante propiedad de los Castro. Al ver al imbécil siendo golpeado de esta manera, Mariana sintió una satisfacción indescriptible. Ese maldito Sergio, que en su momento había perseguido de manera insistente a Lucía, ¿y para q
Alicia estaba realmente desesperada. Al ver que el gerente se acercaba, al instante le ordenó:— Llame a seguridad para que vengan a ayudar.— No es necesario. Esto es entre él y yo — intervino Sergio, orgulloso. Especialmente frente a Lucía, ¿cómo podía permitir que alguien lo ayudara?— Alicia, ¿crees que no puedo vencerlo? — Sergio se sintió algo ofendido. A nadie le gusta que lo consideren un hombre débil.— Sergio, solo estoy preocupada por ti.Este hombre parecía ser muy peligroso, ¿por qué Sergio insistía en quedar en ridículo? Además, cada vez había más espectadores. ¿Acaso no pensaba ni por un segundo en su reputación?— No necesito tu preocupación — Sergio apartó a Alicia y se lanzó contra Pedro.Como heredero de los Castro, Sergio había practicado taekwondo y karate desde niño. Creía que Pedro lo había tomado por sorpresa al tumbarle el diente.Pedro ni siquiera se inmutó ante el ataque de Sergio. Su mirada seguía fija en Lucía. Sin embargo, justo cuando el puño de Sergio es
La policía llegó al instante. Al enterarse de que el herido era precisamente el heredero de los Castro, hasta el jefe de policía había ido en persona.—Señor Castro, ¿está usted bien? Puedo llevarlo al hospital primero. En cuanto a los alborotadores, haré que mis hombres los lleven derecho a la comisaría.Sergio, adolorido por todas partes, apenas pudo aceptar.El jefe ordenó a sus subordinados que se llevaran a los involucrados, mientras él personalmente acompañó a Sergio y Alicia al hospital.—Por favor, acompáñenos a la comisaría—le dijo un policía a Pedro y Lucía.Pedro levantó altivo una ceja, pero no opuso resistencia y los siguió.Lucía frunció el ceño. ¿Qué tenía que ver ella con todo esto? ¿Por qué también tenía que ir a la comisaría?—Señorita Ríos, por favor no nos haga las cosas más difíciles—pidió el policía de manera cortés. Solo hacían su trabajo.Al ver que Lucía no se movía, Pedro se volteó y tomó su mano.—Vamos, no pasa nada. Iremos solo un momento y luego te llevaré