A Sergio nunca le había caído bien ese tipo, y verlo intervenir ahora lo molestó aún más.— Lucía, ya te he dicho todo lo que tenía que decir. Si sigues enredándote con tipos de dudosa reputación, nadie podrá salvarte.— ¿Dudosa reputación? ¿A quién le estás llamando de esa manera? — Pedro miró fijamente a Sergio, a quien ya le tenía antipatía desde hace tiempo.— A quien le quede el saco, que se lo ponga — respondió Sergio, sosteniendo con firmeza la mirada de Pedro.Pedro sonrió, pero era una sonrisa que helaba la sangre.— Entonces no necesito ser amable.Dicho esto, Pedro le propinó un puñetazo en la cara a Sergio.— ¡Ah! — Alicia saltó asustada, apartándose instintivamente.Sergio no esperaba que este hombre pasara directo a la acción, especialmente en un restaurante propiedad de los Castro. Al ver al imbécil siendo golpeado de esta manera, Mariana sintió una satisfacción indescriptible. Ese maldito Sergio, que en su momento había perseguido de manera insistente a Lucía, ¿y para q
Alicia estaba realmente desesperada. Al ver que el gerente se acercaba, al instante le ordenó:— Llame a seguridad para que vengan a ayudar.— No es necesario. Esto es entre él y yo — intervino Sergio, orgulloso. Especialmente frente a Lucía, ¿cómo podía permitir que alguien lo ayudara?— Alicia, ¿crees que no puedo vencerlo? — Sergio se sintió algo ofendido. A nadie le gusta que lo consideren un hombre débil.— Sergio, solo estoy preocupada por ti.Este hombre parecía ser muy peligroso, ¿por qué Sergio insistía en quedar en ridículo? Además, cada vez había más espectadores. ¿Acaso no pensaba ni por un segundo en su reputación?— No necesito tu preocupación — Sergio apartó a Alicia y se lanzó contra Pedro.Como heredero de los Castro, Sergio había practicado taekwondo y karate desde niño. Creía que Pedro lo había tomado por sorpresa al tumbarle el diente.Pedro ni siquiera se inmutó ante el ataque de Sergio. Su mirada seguía fija en Lucía. Sin embargo, justo cuando el puño de Sergio es
La policía llegó al instante. Al enterarse de que el herido era precisamente el heredero de los Castro, hasta el jefe de policía había ido en persona.—Señor Castro, ¿está usted bien? Puedo llevarlo al hospital primero. En cuanto a los alborotadores, haré que mis hombres los lleven derecho a la comisaría.Sergio, adolorido por todas partes, apenas pudo aceptar.El jefe ordenó a sus subordinados que se llevaran a los involucrados, mientras él personalmente acompañó a Sergio y Alicia al hospital.—Por favor, acompáñenos a la comisaría—le dijo un policía a Pedro y Lucía.Pedro levantó altivo una ceja, pero no opuso resistencia y los siguió.Lucía frunció el ceño. ¿Qué tenía que ver ella con todo esto? ¿Por qué también tenía que ir a la comisaría?—Señorita Ríos, por favor no nos haga las cosas más difíciles—pidió el policía de manera cortés. Solo hacían su trabajo.Al ver que Lucía no se movía, Pedro se volteó y tomó su mano.—Vamos, no pasa nada. Iremos solo un momento y luego te llevaré
¿Cómo podía hacerle esto? Ahora ella era la señorita Ríos, estudiante de la Academia Maredonia, con un futuro brillante. Si él seguía pensando en Lucía, no tenía sentido alguno seguir con esto.Al oírla, Marta intervino de inmediato.—Alicia, no digas pendejadas. Tú serás la única nuera de los Castro.—En cuanto a Lucía, ya que está en la comisaría, no la dejaremos salir tan fácilmente de allí.Marta miró enfurecida al jefe de policía.—Señora, no se preocupe por eso. Actuaremos conforme a la ley y le daremos una explicación satisfactoria al señor Castro—aseguró el jefe.Los Castro tenían una posición muy importante en Puerto Río. Hasta los altos funcionarios debían mostrarles absoluto respeto, cuanto más un simple jefe de policía.Andrés y Carmen también llegaron apresurados al hospital al enterarse de que Sergio estaba herido. Marta los recibió con cara de pocos amigos.—¿Qué piensan hacer con Lucía? —preguntó Marta muy preocupada, recordando con amargura cómo Lucía se había pavonead
—¿Qué pasa? ¿Nos traen aquí y luego nos ignoran por completo? —se quejó Mariana frustrada.—Los Castro están presionando—respondió Lucía con indiferencia. Era obvio.Después de todo, Sergio era el heredero de los Castro. Lo habían golpeado con brutalidad en Puerto Río, era lógico que los Castro no lo dejaran pasar.—¿Y ahora qué? No pueden mantenernos encerrados aquí para siempre, ¿verdad? —dijo Mariana, cuya emoción inicial se había desvanecido por completo y ahora estaba cansada.—No te preocupes, pronto los sacaré de aquí—la tranquilizó Lucía.Mariana apoyó su cabeza en el hombro de Lucía.—Lucía, estoy bien, solo preguntaba. ¿Y si llamo a mi papá para que venga por nosotros?Aunque los Ruiz no eran una familia poderosa en Puerto Río, adoraban a su princesa Mariana. Si supieran que estaba en la comisaría, harían lo que fuera para sacarlos.—No es necesario, yo me encargo de esto.—De acuerdo.—Pedro, en serio, te veías genial dándole una paliza a ese imbécil—dijo Mariana mirando a P
—¿En serio es mejor? ¿Qué clase de lugar es la frontera? ¡Es un sitio que se come a la gente y no escupe ni siquiera los huesos! Mandar a una muchacha de quince años allí es como no querer darle ninguna oportunidad de sobrevivir.Mariana estaba realmente furiosa.—Mari, no pierdas el tiempo hablando con este animal, ni siquiera entiende el lenguaje humano.Andrés se estaba comportando de una manera muy inhumana.—Lucía, soy tu padre.Andrés estaba perdiendo por completo los estribos. Amanda y Lucía eran la vergüenza de su vida, ¿cómo podría dejarlas quedarse en Puerto Río? Cuando las mandó a la frontera, esperaba que se las arreglaran por su cuenta y nunca regresaran. Mejor aún si morían allí. Nunca imaginó que Lucía tendría tanta suerte como para volver de ese terrible lugar con vida.—Andrés, nunca obtendrás mis acciones, y las tuyas, las recuperaré poco a poco.Ella sabía perfectamente qué era lo más importante para Andrés. Quitarle sus acciones, sería volverlo un don nadie, dejarlo
Diego quedó completamente perplejo. ¿Futura cuñada? Eso significaba que aún no la había conquistado. Llevaba años al lado del señor Pedro y nunca lo había visto interesado en ninguna mujer.— Señorita Ríos, vamos — Pedro hizo un ligero gesto invitándola a salir.Lucía salió tomada de la mano de Mariana.— Señor Pedro, ¿qué está pasando? ¿No estaba usted manejando asuntos en la frontera? ¿Cómo es que está en Puerto Río?— ¿Cómo van las cosas en Nuevalora? — Pedro ignoró por completo su pregunta y fue directo al grano. Se había ausentado a propósito de Nuevalora para ver si algunos habían aprendido realmente a comportarse.— Todo está bajo su control, señor Pedro.Aunque todos eran personas, la diferencia era abismal. Nadie podía competir contra el señor Pedro.— ¿Cómo va la preparación para el examen?Diego no era parte directa de los Castillo, así que por lo general no podría presentar el examen del instituto de investigación. Pero con Pedro, lo imposible se volvía posible.— Me he est
—Lucía, este hombre está bien bueno. Deberías darle una oportunidad. ¡Ánimo, llévatelo a la cama! —dijo Mariana antes de subir al taxi.Lucía se volteó cuando el taxi se alejó. Pedro la esperaba apoyado con firmeza en el auto. Una jovense le acercó atrevidamente.—Hola, ¿puedo tener tu número? —preguntó la chica sonrojada. —Por favor, hice una apuesta con mis amigas. Si no consigo tu número, perderé.—¿En qué me afecta que pierdas tu apuesta? —respondió Pedro con frialdad.La muchachita era la belleza de su escuela, siempre perseguida por otros. No esperaba ser rechazada de esa manera en su primer intento.—Apártate, estorbas—dijo Pedro molesto.—Solo quiero tu número, no te molestaré después.—Lárgate—gritó Pedro, perdiendo la paciencia.Ya lo estaba molestando. La muchacha se quedó desconcertada. Pedro, viendo que Lucía observaba la escena, se acercó con delicadeza y la rodeó con el brazo.—¿Ya viste suficiente? Vamos, hay que cambiarte el vendaje. — Su herida en el pecho aún no sana